sábado, 31 de octubre de 2015

Trepar desde abajo

Recientemente, una lectora me preguntó: “Si una mujer declinaba el orgasmo que su Dominante le ofrecía, ¿en realidad, no era culpable de trepar desde abajo hacia arriba?” Me apresuro a decir que nunca le permitiría que lo declinara, en caso de que yo insistiera que se corriera. Pero, esto no sería nada más que una invitación. Ella tendría el derecho a decir que no.
Sin embargo, creo que a este concepto de trepar desde la sumisión, se le concede más importancia de la que se merece. Después de todo, ¿un dominante no desea saber cuáles son las preferencias de su sumisa? ¿Cómo se puede controlar a una mujer sin que se sepa lo que está pasando por su cabeza? Y si ella prefiriera tener una cosa en vez de otra, eso es información útil. Esto no quiere decir que usted le conceda sus deseos. Por el contrario, puedes recibir un placer muy especial al denegarlos.
Es verdad que la mujeres sumisa, con frecuencia, demuestra ingenuidad al enmarcar sus peticiones de una manera muy especial para manipular a su dominante, desplegando una gran destreza al plantear una idea en la mente de su dominante sin aparentar que lo está haciendo. Llamar la atención con la bonita apariencia de una mujer atada con una pose estética o con lágrimas en los ojos ante la amenaza de un látigo no es una pista muy sutil. Pero, alertar al dominante con la existencia de un blog de sumisa en el que se describen ciertas prácticas  (que la sumisa puede estar ansiosa de experimentar) puede ser disfrazado como un mero medio desinteresado de aumentar el placer del dominante al leerlo. Al preguntar al dominante con una expresión de mantequilla derretida en su boca y con su mejor de voz de niña inocente, tanto como si el dominante nunca haya hecho esto o aquello a una mujer que pudiera eludir la acusación de trepar desde abajo. ¿Quién podría decir que una pregunta tan inocente no muestre ningún deseo por parte de la sumisa de someterse a una experiencia tan única? Ella sólo está tratando de estar mejor informada de la historia o gama de intereses más allá de su dominante.
El dominante aprende de la experiencia de cómo detectar tales intentos primarios o inteligentes para plantar las ideas en su cabeza. Las ve más divertidas que molestas. Me parece que esos dominantes que vuelan de rabia si su sumisa revela cualquiera de sus preferencias, sólo están poniendo al descubierto su falta de confianza en su dominio. Si yo pensara que una mujer estuviera tratando de conseguir algo que ella quisiera y por qué, me inclinaría por sacarla fuera y que me dijera con todos los detalles exactamente lo que ella deseaba para y por qué. Su vergüenza por tener que confesarlo sería placentera por sí mismo. Y cuando la verdad hubiera salido, me gustaría conseguir más placer bromeando con ella. “¿En serio? ¿Quieres que yo haga eso? ¡Qué puta más desvergonzada eres! ¿No sabes que solo las mujeres malas hacen tales cosas? ¿Eres una chica sucia? Muy bien. Pero las chicas sucias deben ser castigadas, no perdonadas. ¿Estás dispuesta a ser castigada?” Y así sucesivamente.
Si una mujer revela constantemente un deseo por actos que no le benefician a usted o que los encuentra positivamente desagradables, entonces, por supuesto, usted tiene un problema. Uno que es mucho más grave que el tema de trepar desde abajo. Usted y su sumisa tienen una incompatibilidad fundamental. Ella ha elegido el peor camino al someterse a usted y no creo que exista otra cura para ellos que la separar los caminos.

viernes, 30 de octubre de 2015

De nuevo, sin dolor

(He aquí otro escenario que escribí para esa mujer como un ejemplo de ejercer el control sin dolor).
¿Crees que ella es bonita?” le pregunta.
“Sí, mucho,” dice el otro hombre.
“¿Te gustaría ver más de ella?”
“Me gustaría,” le responde.
“De acuerdo,” le dice a la chica, “quítate las bragas, súbete la falda y échate de espalda sobre la mesita de café.”
Ella se le queda mirando. No puede creer lo que está oyendo.
“Estoy esperando,” dice con esa voz severa que él suele usar cuando está enfadado. A ella, no le gusta esa voz. No es que ella tenga miedo, más bien, que odia incurrir en su desaprobación. Así pues, ella se encoge de hombros, como diciendo: “De acuerdo, usted es el jefe. Si usted está seguro de lo que quiere.”
Ella mete sus manos por debajo de su falda, tira de sus bragas hasta los tobillos y las saca. Tratando de no mirar al otro hombre, ella se recuesta de espalda sobre la mesita baja de café y levanta su falda. Ambos hombres se quedan mirando su entrepierna, recién afeitada esa misma mañana.
“¿Qué piensas?” él pregunta.
“Hermosa,” dice el otro hombre.
“Ella tiene un buen coño,” dice. “Bien desarrollado. No es solo una rajita estrecha como las chicas, como tienen las niñas.”
Él se inclina hacia abajo y aprieta los labios de su coño, tirando de ellos. Ella se sonroja de un color rojo brillante. Ambos hombres se inclinan sobre ella, mirando fijamente, mientras él tira de sus labios de un lado a otro, mostrando al hombre el interior de su vagina.
“Introduce tu dedo,” le dice al hombre, “y díme cuán mojado está.”
El hombre inserta su dedo hasta el fondo, y luego lo gira en su interior. Ella sabe que está goteando de humedad. Se siente avergonzada por esto y de estar tan expuesta a un extraño, pero su cuerpo traiciona a otra sensación, además de la vergüenza.
“¿Siempre estás así de húmeda?” el hombre pregunta.
“Me temo que sí,” él replica. “Un poco puta.”
“¿La ha castigado alguna vez por estar tan cachonda?” El hombre pregunta.
“A veces, tengo que hacerlo,” él dice. “De lo contrario, se descontrolaría.”
“¿Puedo preguntarte una cosa?” El hombre dice.
“Claro que sí.”
“¿Podemos mirarle ahora su culo?”
Instintivamente, ella aprieta fuertemente sus nalgas. “No, por favor, cualquier cosa menos eso. ¿Por favor?” Pero, ella no se atreve a hablar. Sabe bien que no debe negarse.
“Gírate,” él la dice. “Ponte a cuatro patas y arquea tu espalda para que podamos examinar tu lindo culito. Separa tus nalgas. Voy a dejar que el dedo de este caballero se introduzca ahí, para que pueda ver que tienes un conjunto perfecto. Y luego, uno de nosotros dos te va a utilizar.”
Ella se sonroja más que nunca. Puede sentir los ojos de los hombres hurgándola, introduciéndose en sus sitios más secretos. “Por favor, por favor, pase lo que pase, no vaya a permitir que este hombre me penetre por el culo”, ella rezaba.



miércoles, 28 de octubre de 2015

Dolor en el pezón

Algunas mujeres sumisas descubren que el dolor en los pezones es una experiencia muy intensa. Es como si el dolor fuera directamente al cerebro y, desde ahí, baje de inmediato a la vagina, que duele y babea incesantemente. El dolor en los pezones está muy focalizado, es muy agudo y puntual, por así decirlo. Algunas mujeres pueden recibir un dolor muy intenso. No es exagerado decir que esa es adicta a esta forma de sumisión, hasta el punto en que algunas veces, ella lo pedirá. Ignorando incansablemente cualquier estenosis contra el trepar desde abajo.
“Ten cuidado con lo que pidas,” no tengo costumbre de dar, pero ella no puede evitarlo. És como una droga. Tanto es así que, tengo que protegerla de sí misma tomando la decisión de cuándo parar. A menudo, el dolor la lanza al subespacio y ella va  a flotar allí felizmente. Obviamente, por la angustia que está sufriendo.
Por supuesto, esto no quiere decir que a ella no le gusten también unos azotes. Es raro imaginarse a una sumisa que no le guste. Pero, creo que, para algunas sumisas, no es tanto el dolor como los aspectos psicológicos. Es tan reconfortante como humillante, el ser puesta sobre las rodillas de él, tener las bragas bajadas y su culo al descubierto. Reconfortante, porque la propia cercanía de su cuerpo, sus caderas y vientre presionando contra él, la hace sentir con los pies en la tierra y centrada, la hace sentirse donde tiene que estar. Y el golpe pesado y sordo de su mano contra la piel desnuda es tranquilizador, sin importar lo mucho que pique o duela.
Realmente, lo es tocarla de una manera más directa e íntima. También es humillante, porque no es una postura compatible con la preservación de su dignidad. Inevitablemente percibe la sensación de ser una niña pequeña, cuando es inclinada sobre su rodilla. Su estado es muy claro, es su lugar en el esquema de las cosas.
Soy muy consciente de que el dolor sobre el trasero puede llevar también a una mujer al subespacio. Es por eso que para esa mujer, los efectos no son tan inmediatos y poderosos como tenerla con los pezones torturados. Tal vez, algunas de mis lectoras sumisas se pregunten qué estará pensando el dominante mientras está haciéndole daño. No estoy muy seguro de que pensar sea la palabra correcta. Sé que mi polla se pone dura, pero decir que un hombre está pensando con su pene, normalmente no se entiende como un cumplido. Sé que consigo una sensación embriagadora de mi poder. El conocimiento de que puedo hacer esto, que puedo hacerla sufrir para mí, es tan gratificante como excitante. También sé que quiero hacer esto por ella, no sólo a ella.
Disfruto alimentando su anhelo, disfruto al saber que ella desea esto muchísimo. Es bueno darle placer. Pero, también lo puedo denegar, pues tengo un lado cruel. Mientras elevo el nivel de dolor hasta niveles insoportables (pero nunca del todo), mi lado sádico me insta a ser más insistente. Quiero ver cómo se retuerce y oírla gritar. No puedo decir por qué me gusta esto. Pero sé que es algo que está en mí y está estrechamente relacionado con mis impulsos sexuales más profundos.
Un día, vamos a llegar a un punto donde ella realmente, no pueda aguantar más. No estoy seguro de que hayamos llegado allí todavía. Por lo tanto, lo peor está por venir.
“¡Pobre mujer!”

domingo, 25 de octubre de 2015

Segura

A veces, tarde en la noche, acostada sola en su cama con su mano entre sus muslos para mayor comodidad, a ella, le gusta asustarse a sí misma pensando en los hombres malos. Los hombres que tienen solamente una cosa en sus mentes, los hombres que no se preocupan mucho si a ella le gusta esa cosa o no, los hombres que van a tener su propia manera de hacer.
No es su culpa. Ella ha sido inducida a esto, ha aceptado las promesas que se habían roto, confiaba en la gente cuando debería haberlo sabido mejor. Tal vez, ella tenga la culpa por no ser mucho más cuidadosa, pero no puede ser culpa de ella que esos hombres sean tan crueles. Ella no se merece ser tratada tan malamente.
Ella se encuentra en una habitación con varios hombres. Ellos han estado bebiendo. No tienen ganas de divertirse, su tipo de diversión. El tipo de diversión que pueden tener con una pequeña puta, a la cual no le preocupa y no tienen ninguna responsabilidad sobre ella.
“Desnúdate,” le dice un hombre.
Ella está allí congelada.
“Puedes quitarte las ropas o te las quitaré yo,” él dice. “Y entonces, no tendrás nada que ponerte cuando te las tire a la calle en medio de la noche.”
Ahora, ella tiene miedo. Empieza a desnudarse despacio.
“Dáte prisa,” le dice el hombre. La coge por los pelos y le abofetea la cara.
Cuando ella está desnuda, intenta cubrirse con sus manos. Él se las coge bruscamente, sujetándola con sus brazos por detrás de su espalda.
“Ella es muy linda,” dice uno de ellos.
“¿Qué piensan ustedes, chicos?” les pregunta a sus compañeros.
“Buenas tetas,” dice otro.
“Vamos a ver su culo,” dice un tercero. El hombre que la está sujetando la gira para que ellos puedan  separar las nalgas de su trasero.
“Voy a conseguir tajada de esto,” un hombre dice e introduce sus dedos. Ella gime, le duele.
Uno de los hombres retuerce sus pezones. “Veo lo grandes que son,” dice.
En su cama caliente, suave y segura, su mano está ahora trabajando entre sus piernas. Ella piensa que la están maltratando, presionando de esta manera o en sus dedos insistentes, inquisitivos y penetrantes.
“De acuerdo, pequeña puta,” dice el hombre que la tiene retenida. “Es hora de chupar la polla.”
La presiona para que se ponga de rodillas y desabroche la cremallera. Luego, fuerza su cabeza hacia abajo metiendo la verga en su boca. Es grande y dura. Casi la ahoga. Él folla su boca durante un rato. Luego, la saca.
“Mi turno,” dice otro hombre.
Una vez más, ella es forzada a inclinarse hacia su polla. A su vez, es obligada a chuparlas todas, una por una. Uno de los hombres eyacula, llenando su boca con semen. Ella escupe y se le derrama por la barbilla.
“Pequeña putita,” dice el hombre. Este le da una bofetada en la cara.
La mano de ella está todavía entre sus piernas. La tiene así durante todo el tiempo. Nunca le dirá a nadie que ella tiene estos pensamientos. Nadie los comprendería. Pensarían de ella que es una puta cachonda. Por lo cual, ya lo sabrían. Pero, mientras ella se frota su clítoris, piensa en ser follada por el primer hombre, más o menos, por detrás, ya que ella está inclinada sobre la mesa. Y luego, hay otro hombre, al volver la cara hacia él, forzando una polla en su boca una vez más, mientras ella es follada.
Antes de que el otro hombre, la coja, él la azota con su cinturón, mientras otros dos hombres la mantienen presionada hacia abajo. Luego, él la penetra por su culo. Le duele, pero no le importa. Ella es violada de nuevo una y otra vez. Su boca, su coño y su culo. Algunos de los hombres lo quieren dos o tres veces. Por fin, salen de ella. Su cara manchada de semen y lágrimas, manchada su cara de pintalabios y rímel. Tal vez, antes de que hayan terminado con ella, le hacen las cosas peores para profanarla. Pero a menudo, antes de que eso suceda, ella se ha corrido en su cama y sus muslos se han cerrado alrededor de su mano, apretando y temblando.

sábado, 24 de octubre de 2015

Empatía

En un comentario sobre mi artículo “No pares,” una anónima me preguntaba si yo era realmente un dominante, porque conozco muy bien la mente de la sumisa. Siempre es muy agradable recibir cumplidos y no me imagino que ella cuestionara muy seriamente mi estatus como Dominante. Pero, ello me hizo pensar.
En primer lugar, tengo que decir que todo lo que sé sobre cómo piensan las sumisas provienen, en gran parte, de mis relaciones con ellas. El hablar con ellas intensamente sobre sus experiencias me ha proporcionado muchas ojeadas en el misterio que es una mujer sumisa y estoy muy agradecido a todas y cada una de las mujeres que han estado dispuestas a explorar la D/s conmigo. Su voluntad, no solo de responder, sino de articular sus respuestas han sido invaluable.
Pero, tal vez, podamos ir más lejos. ¿Cualquiera de nosotros somos totalmente hombre o mujer en un cien por cien? ¿Gay o heterosexual? ¿Dominante o sumisa?
Tal vez, en cada dominante, haya alguna traza de sumisión. No voy a ir tan lejos como para decir que, así como que cada hombre gordo es un hombre delgado que trata de salir de la obesidad (como George Sand alegaba). Por lo tanto, en cada hombre dominante hay una sumisa esforzándose por liberarse. Sin embargo, ¿podría estar enterrado profundamente algún impulso débil de sumisa? Y para ser honesto, señoras, ¿usted nunca ha echado un vistazo a una foto de un hombre atado e indefenso o ha tenido un pensamiento de coger una fusta y darle un fustazo, si usted se atreviera? 

jueves, 22 de octubre de 2015

Placeres diferidos

La otra noche, después de que nosotros hubiéramos estado jugando con las webcams, le ofrecí a la mujer de los ojos verdes un orgasmo.
“Puedes correrte, si lo deseas,” le dije.
Y ella se negó. Esta es una mujer que necesita correrse mucho. Esta es una mujer que, cuando recientemente, le denegué sus orgasmos durante toda una semana, me rogó y suplicó que se los permitiera. Se quejó constantemente que si no se corría, se volvería loca. Y ahora, ella estaba rechazando uno libremente. ¿Por qué?
Ella explicó su razonamiento. Tenía unas vacaciones por delante y sabía lo que significaba tener una oportunidad para jugar conmigo muy intensamente. Ella quería que su deseo se pusiera a punto y se perfilaba para esto, no demasiado obsesionada por el deseo de correrse. Si ella no orgasma durante un tiempo, su necesidad se hace febril. Y, por lo tanto, si no hay una posibilidad de satisfacer sus necesidades con sesiones prolongadas con su Amo, entonces, ella alimentará su deseo con el fin de aumentar su placer.
Esto suena como el equivalente sexual de la ética del trabajo protestante, esa característica de la antigua sociedad capitalista occidental mediante la cual un buen burgués haría de marido sin recursos e invertiría para el futuro. La gratificación instantánea era diferida con el fin de amasar el capital que daría lugar a una mayor prosperidad a largo plazo. (Lo que el capitalismo es ahora, no parece que tenga mucho sentido, más como un crimen rápido, pero supongo que esto es otra historia).
Por supuesto, al ser su dominante, yo podría haber insistido en que ella se corriera, tanto si lo quería como si no, y me hizo considerar esta opción. Es placentero observar cómo ella se corre por la pantalla, ver su intensa concentración en su cara mientras el orgasmo se va generando para oír los pequeños ruidos que ella hace mientras se va acercando y luego, ver su cuerpo temblar con el espasmo del éxtasis. Por otra parte, hay mucho más placer al posponerlo que, si yo sé que la va a poner más caliente, más dispuesta a hacer las cosas que tengo en mi mente para la próxima vez que juguemos.
Contra más calienta ella esté, más puedo conseguir de ella, mejor puedo cogerla. Puedo fijarla en el nivel de dolor que ella tiene que soportar o la cantidad de humillación que ella debe sufrir. Al ser una mujer muy sexual, ella nunca está en un estado mental donde no quiera correrse. Interesarla en algún tipo de actividad sexual, es el trabajo de un momento. Y ella no es como un hombre que, cuando ha eyaculado, preferirá pasar la próxima hora viendo un partido de fútbol en la televisión antes que ser seducido por más juego sexual. Ella siempre está preparada para más y, al parecer, siempre mojada. ¿O es que el mero intento de poner las manos entre sus piernas y comprobar el estado de su coño, por sí mismo provoca un flujo inmediato de sus jugos? De cualquier manera, ella está preparada.
De todos modos, si ella se ha mantenido en el límite, constantemente excitada y nunca satisfecha, entonces, uno puede conseguir resultados más notables como, por ejemplo, poniendo las pinzas implacables y particularmente perversas en sus pezones. Por lo tanto, yo no la forzaría a que ella se corra. Y la próxima vez que ella quiera, tendrá un orgasmo más grande, más fuerte y más largo. Pero, tal vez, ella no va a conseguir ni siquiera uno. Quizás, la próxima vez voy a ser el encargado de hacerla esperar. Dos podrán jugar en ese juego.

martes, 20 de octubre de 2015

El subespacio

Tuve una sesión en la webcam con la chica rubia de ojos verdes. Comenzó con algunas pinzas para la ropa en los labios de su vagina. Ella dijo que no le dolía mucho. Ni incluso, cuando le dije que se pusiera una también en su clítoris. Medimos el dolor en una escala de 1 – 10, donde 10 es insoportable. Ella clasificó a las pinzas sólo en el 4. Pero, como cualquier mujer sumisa sabe, lo que no puede comenzar haciendo daño, puede lastimar mucho después de un tiempo. El dolor se construye lenta, pero inexorablemente.
Hablé con ella intensamente, centrándola en sus sensaciones y en lo que yo quería de ella. Le dije lo mucho que yo valoraba su dolor. Le dije que contra más estuviera sufriendo, más me estaba complaciendo. Quiero que ella me ofrezca más y más de su dolor, quiero que se esfuerce por darme tanto como ella pueda. Que no se contenga. Su dolor es mi placer y, por lo tanto, su placer también.
Le dije que ella necesitaba ahora algo más fuerte. Le ordené que se pusiera las pinzas de mariposa en sus pezones. Le dije que tirara de la cadena que las conecta. Que tirara más fuerte. Mucho más fuerte. Observaba la mueca en su rostro y oía sus gritos de asombro.
“Ahora gira las pinzas,” le dije.
Ella respiraba con dificultad. Sus pezones estaban rojizos y, por lo tanto, también su coño. Le dije cuán hermosa era y lo querida que era para mí. Y le dije que mi crueldad hacia ella, era una manera de mostrarle mi bondad, porque sabía lo mucho que ella necesitaba esa crueldad, necesaria para ofrecerme su dolor. Necesitaba ser llevada a las profundidades.
Y le dije que tirara de las pinzas hasta que llegara a juntar sus pezones lo más que pudiera. Es una angustia exquisita hacer esto, pero ella lo consiguió. Le dije lo buena que era, que yo me sentía muy orgulloso de ella. Le dije que me pidiera de nuevo que se pusiera las pinzas otra vez. Luego, le dije que se las quitara y que se las volviera a poner de nuevo. Ella se internó en el subespacio. Le hice una pregunta y no creo que ella la oyera. Le pregunté de nuevo y todo lo que recibí fue un murmullo confuso. Ella había ido a un lugar donde el pensamiento racional se había quedado atrás. Todo lo que ella sabía era de dolor, lo exquisito que era y cuánto ella lo necesitaba. ¿Cuánto más necesitaba ella? Ella nunca antes había estado allí.
Eventualmente, le hablé en voz baja y la consolé y le di un pequeño capricho. Y hablamos de lo que era el subespacio. Me dijo y le pareció que era sorprendente, que era mucho mejor que un orgasmo. No supo decirme exactamente por qué. Es un lugar que está más allá de las palabras, pero tú no sabes cuándo estás allí. Es un lugar como ningún otro, una experiencia como ninguna otra. Aparentemente.
Yo no he estado en el subespacio del dominante, si es que existe tal cosa. Yo estaba muy consciente, mirándola atentamente, disfrutando de su sufrimiento y de su control. Esto también es una experiencia maravillosa.

domingo, 18 de octubre de 2015

No pares

El temor secreto de las mujeres sumisas es que el dominante no pueda tener la fuerza mental para seguir adelante hasta el punto en el que ella no pueda recibir más. Ésta tiene miedo de que él pueda echarse atrás demasiado pronto. Ella le escogió para que fuera su dominante porque es un buen hombre. Después de todo, es una relación como cualquier otra. Ella quiere a alguien que sea simpático, amable y cariñoso. ¿Quién no quiere que una pareja sea así? Pero, ¿puede un buen tipo ser realmente estricto, el dominante implacable que tanto ansía, que es indiferente a sus gemidos, a sus medio reprimidas súplicas de piedad, que es implacable ante su sometimiento al dolor y a la humillación?
Lo que la mujer sumisa necesita, es ser dominada y entregarse. Ella quiere ser despojada de todo vestigio de resistencia. No quiere un dominante que sólo se apiade de ella porque su trasero esté buscando un poco de color rosa o porque ella chille cuando le ponga las pinzas. Mientras el dolor aumenta, la tensión se forja en su mente. El dolor se aproxima gradualmente al punto donde se hace insoportable. De pronto, ella quiere parar. Y, sin embargo, y este es el verdadero misterio de la sumisión, ella no quiere que se detenga. Ésta quiere ver cuánto más puede recibir.  Quiere ese tipo de dominante que pueda decirle, uno o dos minutos después de que él la haya permitido quitarse las pinzas, en ese mismo punto, cuando ella piensa que pudiera desmayarse de dolor: “Y ahora, ponlas de nuevo. Hazlo.” Por eso, ella necesita un dominante cuyo deseo de causarle dolor en última instancia, resulte más fuerte que su deseo de sufrirlo.
Por supuesto, si usted no es una masoquista estricta, puede leer, en vez de dolor, humillación, objetificación y cualquier otro tipo de control. No importa lo que el dominante se movilice para asegurar que su voluntad sea obedecida. El punto es justo el mismo. Ella tiene que sentirse segura de que él no se dará por vencido, que él no va a permitírselo a la ligera.
Cuando en la fría luz del día, ella contempla todas las implicaciones de esto, se asusta de sí misma. Con toda seguridad, realmente no quiere esto. Ella necesita una palabra de seguridad, necesita una lista de límites duros claramente comprensibles, ella necesita sentir que se puede achicar si se pone demasiado dura. Pero, hay un rincón de su cerebro donde esto no es lo que ella quiere en absoluto. El pensar que él pudiera tener el poder y el deseo de presionarla más allá de lo que ella puede soportar, hace que su cabeza se sumerja, se le hace un nudo en el coño y babea. ¿Finalmente, ella ha encontrado a su pareja? Por favor, ella ruega: “Evítame de un dominante amable. Después de que todo se acabe, yo quiero sus besos y caricias y palabras tranquilizadoras. Pero, por ahora, quiero sondear la profundidad de su crueldad. Haz que se adamantine.”

sábado, 17 de octubre de 2015

Sin dolor

Una sumisa rubia quería saber qué tipo de escenario yo podría construir si ella no quisiera dolor, que sólo quisiera ser controlada, objetificada o humillada. Así que le escribí esta pequeña fantasía. Por supuesto, ella está segura de que esto no va a suceder nunca, pero, me pregunto, ¿cómo puede ella estar tan segura…?
“Dáme tu bolso,” le dice.
Ellos están sentados en la parte posterior de un bar. Las luces son tenues. Ella mira desconcertada, pero las manos sobre su bolso. Él lo desvalija y saca todo el dinero y sus tarjetas de crédito, luego sus manos le entregan el bolso.
“¿Eres mi puta?” pregunta. “¿Eres mi zorra?”
Ella mira por debajo de la mesa. “Sí, señor,” le responde.
“Bien,” dice. “Ahora escucha con atención. Vas a hacer exactamente lo que te digo. No hay peros, sin dudarlo. ¿Lo entiendes?”
Ella mira nerviosa, pero asiente con la cabeza.
“¿Ves a esos dos hombres de pie en el bar? Los dos son jóvenes y ambos llevan vaqueros.”
Ella vuelve a mirar. “De acuerdo.”
“Cuando te diga, quiero que te levantes y vayas despacio hacia donde ellos están. Están en la barra. Mírales como si estuvieras interesada. Estoy seguro de que te hablarán.”
“¿Qué les digo?”
Habla con ellos un poco. Tal vez, puedan invitarte a una copa. Luego, después de un rato, les dirás que te ayuden en un apuesta que has hecho.”
“¿Una apuesta?”
“Díles que un amigo ha apostado a que no podrás conseguir que te den dinero a cambio de chuparles sus pollas.”
“Qué? No puedo hacer eso.”
“¿Qué he dicho yo? Nada de preguntas, nada de dudas. ¿Eres mi sumisa o no?”
“Sí, pero…”
“Dije sin peros.”
Ella se queda en silencio. “Tú les ofreces salir fuera con ellos a un callejón oscuro, juntos o uno tras otro. Trata de sacarle 10 euros a cada uno. No lo hagas por nada. Sedúcelos. Diles que no lo olvidarán. Diles que eres buena. Lo cual eres,” él dice.
Ella no dice nada. Él observa que ella está pensando sobre si puede hacer esto.
Te estaré esperando aquí. La demostración de que lo has hecho, será que vuelvas con algo de dinero.”
“¿Qué pasa si ellos no quieren pagar?” ella dice.
“Haz lo suficiente para que quieran pagarte. Sabes cómo. No me decepciones.”
Ella duda durante un buen rato. Luego, ella respira profundamente y consigue que se ponga de pie. “¿Usted está seguro de que quiere esto?” ella pregunta.
“Sí,” él dice. “Lo quiero. Excepto una cosa. No te lo tragues. Escúpelo. Ahora ve y sé una buena chica para mí.”

viernes, 16 de octubre de 2015

¿Dolerá?

“¿Dolerá?, ella pregunta.
“Sí,”
“¿Mucho?”
“Sí.”
“¿Demasiado?
“Eso depende.”
“¿De qué?
“De quién decida cuándo parar.”
“¿No sería yo?”
“Me temo que no.”
“¿Qué pasaría si no yo pudiera soportarlo?”
“Entonces, tendrías que tomar una elección.”
“¿Entre qué?”
“Entre tu deseo de agradarme y tu propia comodidad.”
“Esa es una decisión difícil.”
“Esas son las únicas decisiones que merecen la pena tomar.”
“Es fácil para usted decirlo.”
“Muy fácil.”
Ella piensa.
“¿Estás preparada?” él pregunta.
“Sí,” ella dice después de un rato. “Pero, ¿va a cuidar de mí?”
“¿No lo hago siempre?”
“Tengo miedo.”
“Deberías tenerlo.”
“¿Va a hacerme daño, verdad?”
“Creo que ya acordamos eso.”
“Muy bien.”
Él admira la forma en que su barbilla se inclina hacia arriba con determinación. Las mujeres sumisas son muy valientes. Eso hace que se desee hacerles tanto más daño. Él acaricia sus lágrimas.

miércoles, 14 de octubre de 2015

¿Es cada Dominante un sádico?

¿Es cada Dominante un sádico, alguien que disfruta infligiendo dolor físico? No, por supuesto que no. Estoy seguro que hay muchos dominantes que nunca levantan su mano contra una mujer sumisa, que prefieren hacer cumplir su sumisión por otros medios. Una mano, firme pero suave, en la parte posterior del cuello puede conseguir tanto como un azote. Unas pocas palabras, pronunciadas en el tono adecuado, pueden ponerla a temblar sobre sus rodillas.
Pero, tal vez, hay una cosa como el sadismo psicológico. Un dominante no puede golpearla, pero aún así, puede querer presionar a una sumisa más de lo que al principio podría estar dispuesto a hacer. Él podría poner a prueba su voluntad contra la de ella, romper su resistencia con palabras y gestos, si no con golpes. ¿No existen dominantes cuyos instintos sádicos se excitan por la idea de no pegarle a una chica, pero, al humillarla, requieren que ella se exponga por sí misma, avergonzada para su placer?
En “La historia de O,” el amante de la heroína no la azota, pues tiene que ser golpeada y follada por otros hombres. En última instancia, él se la entrega a Sir Stephen para que le haga esas cosas crueles que él no se atreve a hacerle. Un sádico por poder.
Una mujer sumisa puede soñar en servir de rodillas, incluso como esclava y, sin embargo, nunca desea ser azotada. Eso es bastante fácil de imaginar. Así que no digo nunca que desear el dolor sea la esencia de la D/s. Todo lo que quiero decir es que, en alguna parte por debajo de la línea, la mujer sumisa quiere ser forzada a hacer cosas que ella se resiste hacer. Tanto da que la fuerza venga de la amenaza de un azote o de una presión psicológica, es una cuestión de elección.
Una cosa más. El deseo de experimentar el dolor no es necesariamente un signo de sumisión. Hay dominantes que disfrutan que les hagan daño, no sometiéndose a otro dominante, sino ordenando a su sumisa que le inflija dolor. Él (o incluso ella) querrá especificar exactamente qué clase de dolor desea para ellos, y cuán intenso debería ser. Es estar totalmente bajo su control. Detente cuando digan eso. Y la sumisa que administra los azotes o retuerce las pinzas, no hay ninguna duda de que ella está siguiendo las instrucciones de su Amo. Lo hace por el placer de él, no para el de ellas.
El deseo por el dolor puede ser una cosa muy perversa.

lunes, 12 de octubre de 2015

No digas ni una palabra

Ven aquí.
No quiero oír tu voz a menos que digas: “Sí, señor.”
Quítate el encaje antes de que yo lo rompa con mis dientes.
No me mires.
No me toques.
Porque esta noche eres mía.
Escribiré mis deseos con mi lengua sobre cada centímetro de tu piel.
Te susurraré entre los sabores de tu húmedo deseo lo que voy a hacerte.
Mis corbatas serán los accesorios para tus tobillos y tus muñecas.
Te haré lo que yo quiera, como quiera y donde quiera.
Me sumergiré en tu boca, si eres buena. Te permitiré que saborees mi gran pecado.
Elijo resistir y te voy a probar. Te tocaré y me burlaré de tí en el pináculo del climax y luego, me alejaré.
Vas a ver mis manos manipular tu deseo palpitante, pero a centímetros de distancia. No me lo vas a mendigar. No me lo vas a pedir.
Después de que yo haya recorrido tu piel bromeando con los chasquidos de mi lengua, rodeando tus pezones endurecidos y a lo largo de tu humedad desbordante, me inclinaré para mirarte. Muy cerca. Me quedaré a un palmo de tu cara, de tu piel, mientras que absorbes el aroma de mi destreza masculina.
Temblando por dominar tu hambre, tus pechos brillantes y agitados senos me necesitan, tu deseo por mí, tu anhelo.
Tendrás que gritar mi nombre y pedirme que te coja.
No.
Si haces lo que te pido, mientras del prólogo de mi apetito de la historia principal, comprenderás por qué hacer lo que te digo, es la única opción.
Te penetraré sin piedad. Penetrar y liberar tu deseo húmedo, a punto de explotar, mientras las olas de las sensaciones se estrellan a través de tu cuerpo… el clímax rodante sube y baja hasta que eres superada por el puro agotamiento de la consumación total.
Entonces es, cuando te mostraré el verdadero significado del lobo desatado.
Romperé el cabecero, destrozaré la cama y, cuando finalmente devore el último bocado del delicioso placer de tu mente, cuerpo y alma…comprenderás lo que es alimentar a la bestia.
Vas a ser follada de formas que nunca has soñado, con una fuerza de la que sólo has oído hablar y que nunca has creído posible.
Estoy a punto de demostrarte el significado de ser follada sin sentido.
No digas ni una palabra. Porque, de nuevo, no serás capaz de pronunciarla.


Inventario de mis implementos: La cane

Puede haber mujeres sumisas que no hayan probado todavía la cane. Pero no puedo creer que no hayan pensado en ello con una mezcla de miedo y fascinación. Es, ¿no es así la última arma en la armería del Dominante? Puede haber otros implementos que hagan tanto daño (aunque todavía tengo que descubrirlos), pero ninguno de los cuales tiene la mística suficiente.
¿De dónde procede el aura de la cane? En parte, se deriva de un hecho de base sólida que, propiamente esgrimido, puede impartir un impresionante nivel de dolor y es capaz de dejar moratones que, dependiendo de la susceptibilidad de la sumisa, pueden durar días e incluso semanas. La cane entrega su fuerza concentrada altamente en una zona. Es delgada, y por eso el efecto no se difunde como el de un cinturón o una tawse. Y debido a esto, el dolor es penetrante. Parece ir derecho al sitio a través de la carne hasta alcanzar el núcleo por debajo de la misma, la licitación, el palpitante corazón de la pobre y temblorosa sumisa.
Tal vez, parte de su mística derive de su historia. Tradicionalmente, la cane ha sido, junto con el látigo, el implemento elegido para fines judiciales. En algunos países sumidos en la ignorancia, está todavía en uso. Afortunadamente, en el mundo civilizado apenas hay eco de su uso en la pena legalmente aplicada. Para los hombres de mi generación, está asociado principalmente con el director de los centros de enseñanza ingleses. Un implemento colgando detrás de la puerta o, tal vez, escondido en un cajón y presentado con la debida solemnidad. “Seis de los mejores” tiene tal arraigo en las chicas que todavía tiendo a azotar en ráfagas de seis, con suerte, seguidos por seis más.
En cierto modo, la cane es más fácil de manejar que el cinturón o la tawse, que al ser flexible, no es tan controlable y que, si no eres experto, puede aterrizar en el borde y no de lleno, produciendo así el efecto cortante que puede ser más de lo que usted desea. El único problema con la cane es asegurarse de que usted azota el lugar correcto, porque si no es así, y el golpe es demasiado alto, se corre el riesgo de golpear el coxis y eso es muy desagradable.
No voy a discutir sobre la longitud ideal para una cane o de lo gruesa que debería ser o de los materiales más adecuados (aunque, yo prefiero sólo las de bambú). Cada uno elige la que la gusta. Tampoco voy a expresar una preferencia por el método. El azotar con la cane en frío tiene sus defensores. Lo sé, aunque creo que contra más calentamiento ella reciba, más golpes podrá absorber. Pero cada Dominante debe experimentar para conseguir los mejores resultados.
Tengo la sospecha que ninguna mujer siente que se ha ganado de verdad sus espuelas de sumisa hasta que ha sido objeto de la cane. Yo tiendo a tener ese punto de vista. La mano, el cinturón o lo que sea, son cosas deliciosas de usar sobre un trasero que invita a ello. Pero, siempre estoy buscando a la mujer para graduarla en la cane. Eso es cuando las cosas se ponen serias.

domingo, 11 de octubre de 2015

La palabra prohibida

Le dije a ella que hiciera algo para mí. Exactamente, ¿qué exactamente? No puedo recordarlo. No es importante. Yo no había encontrado momentos de resistencia por parte de ella en ocasiones anteriores: Miradas implorantes, vacilaciones, tentativas de ganar tiempo, etc. Pero, esto era diferente.
“No,” ella dijo.
Inmediatamente, la agarré por los pelos y abofeteé su cara. Entonces, de nuevo.
“No uses esa palabra conmigo,” le dije. “Nunca.”
Ella parecía herida, no tanto físicamente, pero sorprendida por la contundencia de mi respuesta.
“No permito esa palabra,” le dije.
“Realmente, no quería decir lo que usted ha dicho.”
“Lo sé. Es por eso por qué quiero que lo hagas. Es una prueba.”
Ella parecía dubitativa, incluso resentida. Pude ver que le debía una explicación más completa.
“Si te digo que hagas algo que no quieres hacer, tienes un número de posibles respuestas. Puedes alegar ante mí, rogarme que cambie de opinión. O puedes explicar con calma y racionalmente, por qué no sería una buena idea para tí hacer esa cosa. Por supuesto, puedes decir que lo harás si yo insisto, pero pídeme que tenga en cuenta tu falta de voluntad extrema. O respirar profundamente y simplemente hacerlo. La única cosa que nunca debes hacer es darme una negativa rotunda. Tú eres una mujer sumisa. Yo soy su Dominante. Esto significa que siempre debes estar dispuesta para hacer lo que te diga. Tú debes confíar en mí, de que nunca intentaré hacerte algo que sea perjudicial para tí, mental o físicamente, o  fuera de los límites de tus capacidades. Pero, si es algo que quiero y sé que puedes hacerlo, incluso si no te gusta. Por lo tanto, después de haber escuchado lo que tengas que decirme, tú lo harás. ¿Lo entiendes?”
Ella se tomó su tiempo para digerir esto. Luego, asintió con la cabeza. “Lo entiendo,” ella dijo.
“Entonces, haz lo que te he dicho.”
Sin dudarlo, lo hizo, aunque no pretendiera disfrutarlo.
“Qué buena eres,” le dije y la abracé.

sábado, 10 de octubre de 2015

Danza con el dolor

Cuando nos juntamos, necesito hacerte daño. Tengo que retorcerte y pellizcarte. Azotarte y abofetearte. Estirarte e inclinarte. Tirar y presionar. Mis experiencias más intensas como dominante todas han involucrado infligir dolor. El regalo de la angustia es una parte esencial de la forma en que me uno con mi sumisa.
Hace poco, me preguntaron lo que pienso de por qué necesito hacer daño como parte de mi dinámica. Es una pregunta importante que vale la pena contestar reflexivamente.
No siempre he asociado el dolor y el placer. Los últimos tiempo de mi vida, han sido fundamentales para redefinir mi punto de vista sobre el tema. El Marqués de Sade, de cuyo nombre derivamos las palabras sádico y sadismo, lo definió mejor: “Siempre es por el dolor como uno llega al placer.”
¿Por qué necesito infligir dolor? La respuesta más corta es que el placer sexual se experimenta mejor como una danza de contraste. El dolor es un placer con más contenido y significado.
Piense sobre la psicología del ser humano. Lo bueno sin lo malo no tiene sentido. La vista desde la cima de una montaña no es tan impresionante, si primero no caminas a través del valle que está a sus pies. El dolor y el placer van de la mano perfectamente. Combinados, los dos estados contrastantes se convierten en algo más profundo.
Cuando uso una correa o un flogger para infligir un estallido intenso de dolor, después me gusta seguir con menos intensidad, con bajas dosis de placer usando un implemento diferente. Ya se trate de mi mano, mi boca o mi polla no es realmente relevante. Lo que es relevante es el contraste y el alto nivel de intensidad que estas dos experiencias opuestas producen cuando se dosifican a intervalos o mezcladas entre sí. Es la manera de cómo enmarcamos los asuntos de nuestras experiencias sexuales.
Un orgasmo no es sólo un orgasmo. El paquete y el envoltorio en el que lo envuelves determinan la intensidad, la longevidad y la repetitividad de los clímax. El dolor es una herramienta entre muchas para hacer a los orgasmos más intensos. El hacer daño añade peso a la memoria de mis atenciones. Si le estoy echando cera caliente en un pezón, arañando arriba y abajo el interior se sus muslos con mis uñas o maltratando su trasero encantador con un cinturón, el dolor es un diálogo que hace nuestro intercambio de poder más rico en matices y significados.
El dolor puede ser agudo, sordo, palpitante, cosquilleante, potente, suave, juguetón, intenso, energizante, catártico y espiritual. El dolor consolida la memoria de nuestros cuerpos juntos en nuestras mutuas psiques. Tu regalo de sumisión es aún mayor cuando tienes que luchar para soportar lo que exijo de tí.
Me pediste ser dominada. Tú deberías saber que eso significa que voy a tener que bajarte antes de que vuelvas a levantarte. Tú y yo somos fuego caminante. La sensación de la arena fría contra tus pies, después de haber caminado a través de las brasas humeantes, marca toda la diferencia al crear un vínculo duradero.
Ven a bailar con el dolor. Te lideraré y me seguirás.

jueves, 8 de octubre de 2015

Insultos

A muchos dominantes, les gustan acompañar los azotes con insultos, los moratones con los azotes, pinzar los pezones, las bofetadas en la cara, todas las clases de “abuso” físico que él involucra con su sumisa. Los insultos serían los epítetos con los que la tilda mientras lo está haciendo. Es cierto que, he disfrutado llamando a una mujer sumisa puta o zorra o, en circunstancias especiales, perra caliente. Incluso, he escrito estas palabras en su cuerpo. Pero, siempre me preocupa que yo no vaya demasiado lejos. De acuerdo con mi experiencia, muchas mujeres sumisas son presa de las incertidumbres sobre lo que les están haciendo.
Ellas no están siempre seguras de que deben hacer este tipo de cosas, tanto si son azotadas o humilladas, incluso con su consentimiento. Puede ser una cosa moral (algunas sumisas son religiosas. Cuadrar ese círculo en particular no es una cosa fácil de hacer. Tema para otro artículo, tal vez). Puede ser una cosa feminista (y estoy a favor del feminismo, en caso de que usted se lo esté preguntando). O puede ser la preocupación, ¿cuándo se termina? Sólo quiero más y más. Tal vez me estoy situando en una “zona peligrosa.”
Una de las principales razones por las que las mujeres sumisas sienten incertidumbre, tiene que ver con la autoestima. Esto puede ser tanto físico como psicológico. A menudo, las mujeres necesitan mucha seguridad de que sus cuerpos son atractivos, no sólo cuando ellas llevan un vestido muy bonito con su maquillaje recién hecho, sino también cuando están de rodillas manchadas con el lápiz labial y la sombra de ojos o atadas, sintiéndose como en una posición sin gracia o torpe, o cuando están expuestas para ser inspeccionadas minuciosamente. Algunas mujeres se preocupan de que sus vaginas no sean atractivas. Esto puede llevar algún tiempo para convencer a una mujer que su coño es perfectamente “normal,” y que lo encuentras irresistiblemente atractivo.
Y algunas mujeres, tienen un verdadero problema al ser llamadas con nombres despectivos. Necesitan estar muy seguras de que cuando usted las llama puta, es básicamente un término de aprobación, incluso de alabanza. Que una puta es algo que usted admira, algo que usted desea mucho que ellas lo sean. Sólo para usted.
Para mí, una puta es simplemente una mujer que disfruta el sexo sin reserva y contra más sucio y perverso sea el sexo,  más lo disfruta ella. Pero, hay una línea que nunca trato de pasar. Quiero que la mujer que se sienta orgullosa de lo que hace conmigo. Y, por lo tanto, nunca le diría a una mujer que es una inútil o tonta del culo o un coño estúpido.
Está claro que, a algunos dominantes, les gusta degradar a sus sumisas de esta manera y si la mujer se baja a ello, eso está bien, supongo. Pero esto nunca funcionaría para mí y no me gustaría que ninguna mujer que conozca, quiera ese tipo de abuso verbal. Me preocuparía que ella no se valorase a sí misma. Pero, tal vez, estoy teniendo dificultades para separar la fantasía de la realidad que, por supuesto, es la acusación que hacemos contra la gente vainilla, cuando dicen que la D/s tiene que ver sobre los hombres que explotan a las mujeres.

martes, 6 de octubre de 2015

Cómo dominar

El trabajo de un dominante es llevar alegría a aquellas personas que se someten. Hay otras consideraciones prácticas. La disciplina, la orientación, la morbosidad y los significados que envuelven a los protocolos y los afluentes que fluyen de ese río que terminan con el sometimiento de la otra parte.
Algunas luchas internas deben ser compartidas con honestidad y las demás deben seguir siendo el peso de la persona que lidera. Esta es la esencia de la dominación. Saber cuándo hablar y cuándo escuchar. La disciplina es demasiado fácil. Saber cuándo llevarla a cabo y cómo, a menudo, es difícil.
Los hombros del dominante llevan las cargas de quien lleva el collar. Es una gran responsabilidad y no debe ser aceptada sin mucha previsión y consideración. ¿Sabe usted cuándo castigar y cuándo alabar? ¿Puede usted manejar y tranquilizar todos los miedos de su sumisa? ¿Podrá usted luchar contra los demonios de ella, a la vez que usted está luchando contra los suyos?
Si usted es un dominante nuevo, debe ser lo suficientemente fuerte para ambos. Si usted no es así, no solamente corre el riesgo de romper a la persona que se inclina, sino también de “romperse” a usted mismo. Y si usted es un dominante irreflexivo, entonces, caigan todas las maldiciones sobre usted.
Nadie debe tomarse las esperanzas y los sueños de sumisión o la sumisión a la ligera. Usted sostiene a un alma en la luz cuando domina a otra persona. Algunas veces, usted presiona a su alma hacia la oscuridad. Usted siempre es responsable de los resultados – en relación a los juegos que se realizan en las sesiones y del nivel de satisfacción que ambos reciben de esas intensas conexiones que solamente vienen de la inmersión total en el servicio dado y recibido. Sin olvidar que, muchísimas veces, esas conexiones van envueltas con una empatía muy profunda.
Pisa con cuidado, porque los caminos que andamos en la D/s suelen ser resbaladizos. Nunca dejes de prestarle toda tu atención a tu pareja. Cuando pierda los estribos, si ello sucede, discúlpate. Sé un ejemplo. Sé una roca. Sigue adelante. Sé adaptable. Gánate tu posición y no esperes nada de tu sumisa que no le hubieras pedido en su propio viaje.
Usted es el marco, el cimiento. Usted se mantiene en el nivel más alto. Aquellas mujeres sumisas que se someten son porque ven en usted la seguridad, la aventura, el cumplido y la paz. Déle a ella esas cosas, porque ese es su trabajo.
Usted sirve a quien se somete. Honre el regalo que le han dado con todo lo que es usted. Demuestre su valía.
Una carta a mí mismo, porque ella es preciosa para mí.

domingo, 4 de octubre de 2015

Dí mi nombre

Quieres oír mis palabras resonar dentro de tu alma.
Sentir latir tu corazón con fuerza.
Saber que se acelera cuando mi voz carena el aire de la noche.
Me dices que te mire a los ojos.
Las ventanas de tu alma están desnudas ante mí, en deuda con mi mirada.
Toco tu piel.
Ondas de choque vibran a través de tu carne en cada momento, mi cuerpo sobre el tuyo.
Beso tus labios.
Permanezco con calma en tu abrazo apasionado, jirones de mi deseo cayendo en cascada a tu alrededor.
Por el momento, una sola despedida es una más. Se hace eco de una eternidad sin tenerte cerca. El anhelo impregna mi espíritu. Pronto se supera con un antojo que sólo tu caricia puede saciar. Nunca supe del hambre hasta que te conocí.
Despojada de tu orgullo, de tus paredes, de tus ropas, y desnuda y ansiosa, de pie delante de mí. Todo lo que eras, ha dejado de ser. Abrumada por todo lo que somos ahora y para siempre.
La noche sin luna susurra suavemente, como testimonio de ese momento de gran alcance, cuando caes en mis brazos con una ingravidez plumosa.
Nuestras almas entran en contacto cuando nuestros cuerpos se unen, ondas de nuestras ardientes efervescencias en los vientos del sur que soplan a través de tu espíritu.
La piel reluciente y las voces que se levantan en un unísono hermoso, te asomas profundamente en tus ojos, mientras cumplimos la promesa de amor eterno.
Tú misma te pierdes, congelada para siempre en ese momento, echando tu cuerpo hacia el manto del placer culminante y con un abandono imprudente.
La oscuridad proyectando su serena sombra sobre las horas del crepúsculo, salvo el resplandor incandescente de nuestro nido de pasión.
En medio de las estrellas fugaces y el asombro mercurial de los cielos de arriba, nos robamos el corazón de la noche en esos momentos preciosos.
Al explorar cada centímetro de tu piel flexible y suave, penetré tus secretos más oscuros con embestidas primarias que catapultaron tus sentidos al olvido.
Inmersa en tus ojos, mientras yo corrompía tu deliciosa inocencia, el brillo suave del matiz del amor besaba tu corazón en ese momento.
En un lugar sin paredes y un tiempo más allá de la definición, nos fundíamos en las brasas apasionadas de nuestra noche ardiente.
El amor de un millar de sueños y un millón de deseos, esa noche en mis brazos, la sellé para siempre con un beso.

viernes, 2 de octubre de 2015

Inventario de los implementos: Las pinzas

Todas las mujeres sumisas que he conocido han tenido un gusto muy especial por el juego de los pezones. Les gusta que sus pezones sean objetos de juegos, que los pellizquen y que se los succionen. Varían en la cantidad de dolor que pueden recibir. A algunas, les gustan mucho que tiren de ellos con suavidad, y a una cuarta parte, más o menos, con los dientes. Pero, otras necesitan algo más que eso, mucho más. Ahí es donde las pinzas entran en juego.
Usted puede hacer mucho daño a una mujer con los dedos, apretando con toda la fuerza que pueda y retorciendo los pezones o arañándolos con sus uñas. Y hay algunos objetos del hogar que pueden tener un uso excelente. Las pinzas de la ropa pueden ofrecer un estímulo potente, especialmente, si se despliegan en grandes cantidades, haciendo dibujos bonitos alrededor de los pechos  antes de terminar coronando la punta de su pezón con una de ellas.
Algunas mujeres, más valientes que la mayoría, o simplemente, predispuestas a necesitar más dolor, pueden aceptar una pinza tipo bulldog en su pezón, aunque, de acuerdo con mi experiencia, no son muchas. También he conseguido algunos clips pequeños, pero perversos, que encontré en mi caja de herramientas y que eran de unas cortinas antiguas muy bonitas. Conocí a una sumisa que los consideraba como la última arma. Sus diminutos dientes de  sierra inspiran algo así como terror. Pero, en realidad, no son los peores, como un día se verá.
Tengo dos juegos de pinzas de aduanas. Una es la llamada tipo mariposa o pinza de trébol, creo que fue diseñada en Japón. Cuando presionas los lados, las mandíbulas se abren. Están equipadas con pequeñas almohadillas de goma que, al principio, parecen una caricia misericordiosa, pero que, de hecho, se adhieren a la piel, para que cuando se retiren las pinzas, el dolor sea realmente intenso al momento. De hecho, estas pinzas están diseñadas ingeniosamente para que contra más fuerte tires de ellas, se agarren con más fuerza. En última instancia, si se tira lo suficiente se saldrán, aunque la mujer sufrirá agudamente antes de llegar a ese punto.
He reservado lo mejor para el final. He conseguido un par de pinzas metálicas que tienen dientes afilados, que se agarran con fuerza y que son ajustables. Al girar un tornillo, el muelle se aprieta más y más. Existen cinco vueltas completas desde la fuerza mínima a la fuerza máxima, por lo que usted puede calcular una escala de 1 a 10 al dar media vuelta. Yo diría que cinco sea probablemente suficiente para la mayoría de las sumisas. Es bastante dolorosa para que ella deje de pensar en irrelevancias, obligándola a concentrarse en el asunto que tenga entre manos. Un seis o un siete serán un trinquete hasta su nivel de sumisión y la hace pensar sobre si pide clemencia. Es en este punto en el que probablemente se las quite y calme sus pezones doloridos con besos suaves. Pero, esto es sólo un preliminar para preguntarle si se someterá a tenerlas puestas otra vez. Si ella dice sí, le diré que ahora va a ser un 7. La oigo respirar y empiezo a estar muy excitado. Quiero hacer que le duela y contra más la vea sufrir, más quiero hacerlo.
Tiene que ser una chica muy valiente o masoquista la que me pida el 8. No es sólo tener las pinzas puestas. Están conectadas por una cadena y al tirar de esta produce una respuesta potente. Al girar las pinzas es todavía peor. Ahora empezará a respirar con dificultad y habrá una película de sudor en su frente. Estará a punto de ser insoportable. Pero cuando le quite las pinzas, ella no podrá dejar de pensar sobre lo que sentiría si se las pusiera de nuevo. Esto es muy característico de la mujer sumisa. Cuando el dolor es demasiado intenso, ella pide que la libere. Sin embargo, un momento después, ella piensa que quizás podría soportarlas un poco más.
Pero, sin embargo, nunca le he dado a una chica un 10. No es porque yo sea muy aprehensivo. Me gusta presionar a la chica para ver lo que ella es capaz de hacer. Pero, para cualquier mujer, un 10 es una puntuación en la que el placer del dolor ya no es suficiente para anular el instinto de auto conservación, la necesidad de obtener alivio en cualquiera de los términos.
Hay una chica que sabe que algún día, le voy a exigir un 10. Ella trata de no pensar en ello. Le gusta pensar que si esto se requiere de ella, no se va a encontrar deseándolo. Pero, ella no está segura. El recuerdo de esas pequeñas cosas desagradables de las cortinas que puse en sus pezones es bastante malo y, sin embargo, un 10 en las pinzas ajustables seriá aun peor.
Ya veremos.