domingo, 31 de marzo de 2013

Subir desde abajo


El otro día, después de haber estado teniendo alguna interacción erótica online con una sumisa (lo siento, esto suena demasiado aséptico), nos estuvimos riendo un buen rato y ella me dijo: “¿Hay algo más que yo pueda hacer por usted, Señor?” Por parte de ella, fue una dulzura que preguntara  y entendí el espíritu de lo que dijo y, de hecho, jugamos un poco más. Pero después, me pregunté, si tal vez, la pregunta podría ser hecha como una escalada de la parte inferior hacia la superior, de la sumisa a su Dominante. ¿Realmente, quería decir que no había algo más que me pudiera gustar de ella, sino más bien, considerar la posibilidad de que ella hiciera algo más, porque no estaba plenamente satisfecha y me aumentara mi atracción hacia ella?

Las mujeres sumisas pueden estar muy necesitadas e, incluso, hambrientas. Una vez que consigues excitarlas, su apetito por el juego sexual puede ser agudo y, a veces, voraz. Por supuesto, es muy excitante para el dominante llevarla hacia adelante. Cuánto más quiera ella que le haga cosas, él más quiere hacérselas. Pero, es importante que él retenga el control. Él no quiere que renunciar a la iniciativa. Es él quien se supone que está presionando, no ella. Las mujeres sumisas pueden ser muy ingeniosas buscando la manera de cómo manipular la situación para su provecho. Ellas saben que deben mantener, al menos, la ilusión de que el dominante permanece en el cargo. Pero, a menos que seas cuidadoso, se puede encontrar que, sin darse cuenta cómo, le has permitido llevar la voz cantante. Por lo tanto, se requiere una vigilancia constante si no quieres estar fuera del juego.

Existe una línea muy fina entre que ella tome la iniciativa, que esté dispuesta y sea creativa. Si ella sugiere cosas que me pudieran gustar hacerle, si ella propone ciertos desarrollos o refinamientos en nuestras pequeñas sesiones, creo que se está comportando como debiera una buena sumisa, encontrando nuevos caminos para agradar a su dominante. Es todo un problema de cómo ella va en esto. Si yo siento que está diciendo que necesito esto o quiero aquello y, por favor, házmelo, se me pondrían los pelos de punta. Sentiría que yo estaba subvalorado. Pero si ella dice dulcemente o incluso con picardía: “Señor…” entonces consideraría que es la conducta de una buena mujer poco ansiosa por complacer. Me sentiría feliz porque ella participe activamente en su propia sumisión.

Cuando le describes una fantasía, es bueno que ella diga, “¿es esto algo que, de verdad, le gustaría, Señor?” Es bueno si ella intenta asegurarse que es lo que usted activamente quiere, no solo algo que usted piensa que podría excitarla. Cuán afortunados seríamos si cada uno de nosotros quisiéramos encajar perfectamente en los deseos de la otra parte.

jueves, 28 de marzo de 2013

Ser masoquista y procesar el dolor


Siendo como es, a la mujer masoquista, le encanta el dolor. La inmensa mayoría de ellas nunca lo habían pensado ni habían analizado qué significaba esa inclinación hacia el dolor. Pero, al leer blogs de otras personas, comentarios, artículos de prensa, literatura, etc., le han ayudado siempre a considerar  que al decir que son masoquistas es sólo un término de la D/s en su conjunto. Por lo tanto, al pensarlo, esto es lo que ser una mujer masoquista significa para ellas.

Ellas erotizan el dolor. Les produce una sensación muy impactante en las sesiones, ya se trate de una flagelación o los azotes con las paletas o el cinturón. Sólo piensan que estas actividades, puede soliviantar sus respuestas sexuales. Les gustan el picor más que el ruido sordo y llegan a pensar que es una cosa rara. Así pues, mucha gente con la que he hablado, cuando les pregunto si les gusta el picor, siempre interpretan que el ruido sordo es una especie de sonido sin relevancia. Pero es curioso que, con todas las que he hablado, me han dicho que les encanta la sensación de un látigo corto de varias colas contra sus espaldas, pero la masoquista que hay en ellas prefiere el picor y se alimentan del mismo. Consiguen su mayor placer en una mezcla de picor y ruido sordo. Les gusta intenso y constante, una vez que se ha realizado en ese sitio feliz.

El dolor constante, como las pinzas en los pezones o la hinchazón de las zonas mientras el flujo sanguíneo se interrumpe, es otro dolor delicioso, pero es uno contra el que la mayoría de ellas tienden a luchar en contra. En esto, saben que les gusta la lucha, la sensación de que no pueden resistir ni un minuto más y, sin embargo, se prueban a si mismas una y otra vez. Le gustan temblar mientras las endorfinas se agarran y le gustan la sensación que sienten cuando el dolor ha alcanzado el umbral. Traspasar ese umbral es justo dolor, en absoluto, es placer. Con el dolor constante, presionándolas justo en el límite, las hacen sentirse fuera de sí mismas.

De cómo ellas procesen el dolor, depende de cómo hayan entrado en la sesión. Lo más difícil para ellas es gemir y suspirar, dejando que su cuerpo se exprese por sí mismo y de la manera que ellas puedan. Ellas tienden a moverse y luchar contra ello y, luego, contra el dolor. Para espaciarlo un poco, tienen que  refugiarse en el silencio y la aceptación. Cuando el dolor producido por un implemento de azotar se difumina con el placer y es más moderado, no importa cuán fuerte sea, es cuando ellas pueden encontrar esa zona que les encanta para sentarse y, probablemente, durante varias horas. Es catártico y, de alguna manera, se siente la curación.

Otra manera de cómo a algunas sumisas les gustan procesar el dolor es llorando. El llorar, sollozar y dejar que salga la expresión natural del dolor es una liberación para ellas. Empiezan con suavidad y pueden llegar a llantos y fuertes gritos. En este estado, creo que podrían conseguir del dolor la satisfacción más personal. Sienten que pueden esforzarse más allá de las lágrimas y luego resulta que lo han conseguido a un nivel más allá de lo que pensaban haber alcanzado.

Una sumisa me escribió hace pocos días: “Ha sido recientemente cuando mi Amo ha estado de acuerdo en hacerme llorar. Lo cual acostumbraba a ser un punto y aparte para él. No hace falta decir que yo me bloqueaba si él paraba en aquellos momentos. Nada más empezar a llorar, él dejaba de azotarme, porque pensaba que mi reacción era negativa más que positiva. Después de muchas conversaciones posteriores, empezó a aceptar que yo debería decir “rojo”, si yo había terminado.”

“Otra de las maneras más embarazosa que yo comunico el placer en el dolor es riéndome. Me sale esta manera de expresión en muchas más ocasiones que de las que podría contar. Él podía estar azotándome con la paleta y tan dolorosamente que yo me reiría y reiría. No sé si era más difícil para mi Amo aceptar esto que el llanto, pero sé que todavía tengo problemas cuando me río. Me siento fuera de lugar. Para nada, me estoy burlando de las sesiones, lo juro. Lo siento tan condenadamente doloroso que, de alguna manera, tengo que permitírselo.”

“Así pues, ser masoquista es mi propia definición personal de la traducción del dolor. No sufro por no recibir dolor con frecuencia, pero cuando tengo esa necesidad, no me importa decirle a mi Amo que necesito algo. De esta manera, estamos abiertos a hablar de nuestras necesidades. Desde que mi Amo se ha crecido en su papel, nos encontramos mucho mejor al satisfacernos el uno al otro lo que necesitamos en el momento adecuado.”

Yo alimento sus sueños de masoquista y ella alimenta mis deseos sádicos.

martes, 26 de marzo de 2013

Intimidad


Una de las cosas que más me gusta de las mujeres sumisas, es lo abiertas que son. Una mujer que sea realmente sumisa, no tiene nada. Ella no disimula, no finge, es lo que ella es. Justo tal como ella ofrece las entradas de su cuerpo para ser penetrada a voluntad de su dominante, dónde y cuándo a él le plazca, por lo tanto, ella ofrece su mente, su corazón, su alma y su cuerpo, si se quiere, abierta y libremente. Pasamos una gran parte de nuestras vidas ocultos, erigiendo barreras entre nosotros y otras personas. Algunas veces, no estamos seguros de lo que realmente somos, como la cortina de humo que creamos con el fin de que la gente no descubra nuestra propia naturaleza. Para cada compartimento de nuestras vidas, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros colegas, ofrecemos una fachada ligeramente diferente, diseñada para presentar lo que nosotros queremos que ellos crean sobre nosotros.

La mujer verdaderamente sumisa no se esconde. “Esto es lo que yo soy,” dice ella, “acéptame.” No es sólo su cuerpo lo que ella pone a tu disposición. Ella invita a una intimidad total. Y ¿no es eso lo que todos buscamos, aunque con frecuencia seamos rechazados? Al hacerlo así, ella se hace a sí misma inevitablemente vulnerable. Al permitir que puedas llegar hasta su interior, al núcleo tembloroso de su ser, ella corre el riesgo de verse perjudicada. Puedes hacerle daño si no eres cuidadoso. Pero, ella confía lo suficiente para correr ese riesgo. Esto es lo que es tan conmovedor.

No estoy diciendo solamente que las mujeres sumisas pueden ofrecer intimidad. No existe ninguna razón para que una mujer vainilla no pueda abrirse también. No se puede decir, “esto es lo que soy, acéptame.” Pero, de alguna manera, una mujer sumisa tiene más que perder. Al decir que ella quiere complacerte, no a sí misma, ella se hace dependiente. Tú no puedes ofrecerte por ti mismo a otra mujer de la manera que la mujer sumisa lo hace sin necesitarte. No puedes ser autosuficiente cuando eres dependiente de otra persona para activar tus impulsos más profundos.

No es fácil conseguir esta clase de franqueza y apertura. Se necesita tiempo, compromiso, madurez. Y tú tienes que ser valiente. Pero, la recompensa por la confianza, esta disposición a exponerse ella misma sin reserva, es una cercanía, una auténtica intimidad que no tiene precio. Mucha gente no quiere esto. O más bien, no lo pueden manejar. Es demasiado, no quieren dejar que nadie esté tan cerca. Tal vez, lo hiciera una vez, y alguien se acercó demasiado a ella para hacerle daño. Manteniendo, por seguridad, a la gente lejos del alcance de tus brazos, puedes seguir teniendo todavía afecto, amistad, excitación sexual. Eso es suficiente para algunas. Pero, la mujer realmente sumisa ofrece más a quien esté dispuesto a ofrecer más de sí mismo. Y, al hacerlo, ella puede experimentar una tremenda sensación de liberación. Ya no tendrá más temor de exponerse. No tiene nada que ocultar.

viernes, 8 de marzo de 2013

Esto te va a doler


“Esto te va a doler,” dice él.

“Lo sé.” Ella se queda mirando a las dos pinzas para la ropa que él tiene en la mano.

“Es una rutina de dolor bastante habitual. Nada de lujo.”

“Todo muy bien para usted que lo dice.”

Él sonríe. “De todos modos, no negaré que el dolor es dolor, rutinario o no.”

“Como usted dice, me va a doler,” comenta ella.

“Sí. Pero, es necesario.”

“¿Necesario?” Pregunta ella.

“Bueno,” dice él. “Necesito hacerlo y tú necesitas haberlo sufrido.”

¿Alguna vez piensa usted que es raro hacer este tipo de cosa?”

“No, solo extraño. Francamente, perverso.”

Ella sonríe y dice: “Me gusta esto.  Es pervertido. Suena más importante de esta manera. Más dignificado.”

“¿Piensa usted así? Me parece una cosa pervertida.”

“Eso es porque usted tiene una mente pervertida,” dice ella.

“De cualquier manera,” – dice él – “sigo con la idea de hacerlo. Quítate el sujetador.”

“¿Me va hacer usted mucho daño?”

“Si usted me lo permite,” dice él. “Y espero que usted me lo permita.”

“No sé cómo puedo pararle,” dice ella, quitándose el sujetador. Sus pezones estaban rígidos por la aprehensión.