miércoles, 31 de mayo de 2017

Una estera de yoga y un puñado de pelo

No le pedí que se arrodillara, sabía que lo necesitaba, ella quería y lo hacía. No le pedí que se pusiera de pie, le permití que buscara un confort mental en la postura que ella no había asumido del todo en un tiempo. Lo necesitaba tanto como yo, pero iba a desafiarla, mi trabajo era darle una razón continuada para encontrar y superar dicho reto.

Con una estera de yoga y un puñado de pelo, yo era capaz de hacer eso. Con sus ojos grandes y hermosos mirándome y mis labios flotando sobre los de ella, sin tocarlos, y su pelo retorcido en mi puño, su mente estaba apagada de la mejor manera posible. Ella se convirtió en mi hermosa marioneta lloriqueante, que estaba literalmente bajo el control de mi mano. 

Un cachete pendiente fue introducido como una mera burla, nada más que palabras susurradas en su oído. Una palmada que ella pensaba desde hacía tiempo, desde que se había entregado. Ello la intrigó, a pesar de que no estaba segura de mi nivel de habilidad.

Pero, ella ofreció su trasero por el deseo de aventurarse en esa apuesta placentera y desconocida que producía un intercambio de energía y pasión. Ella podía oír los golpes que resonoban en su mente, mientras mi voz tomaba residencia allí, ordenándola recibir más de lo que ella quería inicialmente. El dolor de sus rodillas, que estaban en una posición extraña, y el enrojecimiento de sus nalgas, le permitían desaparecer en la niebla de su servidumbre. Era una nube de obediencia y le encantaba su lugar actual bajo mi mano. Entonces, ella pensaba en el yoga

Al día siguiente, sus muslos estaban ardiendo y sus piernas doloridas. Ella se acercó ligeramente al cuarto de baño y le echó un vistazo a su trasero. Una huella puñetera de su mano estaba impresa allí, como si acabara de ser azotada, cercana a la misma había un moratón delicioso que levantó una sonrisa desde las profundidades de su vientre y ella pensaba en esa estera de yoga, su arrodillamiento y el azote que soportó felizmente. Entonces, ella pensó en la estera de yoga, las posturas extrañas en que la mantenía y en sus piernas doloridas, y decidió:

A la mierda el yoga.

martes, 30 de mayo de 2017

Una aventura de él y ella: La escala. Parte l

Él:

La cerradura de la habitación del hotel se abre a la vez que introduce la llave. Abre la puerta de par en par. La ve de pie frente a la ventana, esperando.

Llevando nada más que una blusa de seda y una falda corta, con tacones altos, ella se gira al entrar en la habitación. Deja caer su maleta al suelo, cuando la puerta se cierra detrás de él. Sin decir una palabra, se dirige hacia ella, clavando la mano en su cabello.

Echando su cabeza hacia atrás, agarró bruscamente su pezón a través de la camisa de seda, retorciéndolo hasta que la oyó gritar y lo mantuvo retorcido hasta que sintió su respiración cambiar de ritmo. Disfrutando de su ingesta rápida de aliento, mientras lo suelta y coge el pezón opuesto. Sosteniéndolo como hizo antes con el otro. Cuando su respiración acelerada empieza a jadear, la deja ir, llevándola hacia la silla del dormitorio cogida por el pelo. La inclina sobre el respaldo, levanta su falda por encima de sus caderas, desnudando su trasero. Él sonríe ante la visión del plug de brillantes relucientes. Su obediencia le place. Ésta iba a ser una tarde interesante.

Al ser un caballero auténtico, empieza con un azote con la mano. Después de golpear cada nalga, se detiene, acaricia suavemente con sus manos su trasero, admirando ahora su color rosado. El calor suave empieza a calentarlo. Desliza las manos por la parte trasera de sus muslos, arrastrándolas por el interior de los mismos, como una promesa de lo que está por venir. Le encantan los gemidos suaves que emite, cuando sus manos la golpean.

Colocando una mano firmemente en la parte inferior de su espalda, para anclarla en su sitio, empezó de nuevo con más fuerza. El sonido de su mano contra su culo desnudo es inconfundible y resuena en la habitación. Al mirar las marcas rojas que su mano ha dejado, la levanta, una vez más, y la deja caer con fuerza. Él se pregunta si todavía está humedeciéndose. Parecería grosero continuar si no lo estuviera haciendo. Por lo tanto, acaricia a su manera su trasero desnudo, su mano se dirige hacia su vagina y se sorprende gratamente al encontrarla latiendo, mientras se acerca. Cuando su mano alcanza el pliegue interior de sus muslos, está encantado al comprobar que está humedecido, e hinchado.

Él disfruta con la sensación de su humedad y juega con ella durante unos minutos. Ésta empieza a presionar contra su dedo. Luego, dos dedos y, posteriormente, tres. Sus gemidos son cada vez más fuertes. Aumentando el ritmo, cuando sus dedos la penetran.

“Suficiente,” él piensa. Sacó sus dedos empapados y usó su pelo como toalla. Luego, lo agarró con su puño y la puso recta. Tirando de su cabeza hacia atrás, le da un cachete en su pecho y agarra su garganta con su otra mano. Forzadamente, echa su cabeza hacia atrás hasta que no puede más. Su boca se abre como para cogerle. Sin dudar, él inclina su cabeza hacia la suya y la besa con fuerza. Así que sus labios se aplastan contra sus dientes y prueban un poco de sangre.

Se separa de ella y la empuja contra la pared cercana. Se distancia y vuelve al centro de la habitación. Entonces, le dice dos palabras:

“Desnúdame.”

Ella: 
Al empujarme contra la pared para equilibrarme por mí misma, y tirando de mi falda hacia debajo de mis muslos. Me acerco a usted, moviéndome lánguidamente, mientras mi blusa se desliza por mis caderas. Mis pezones, duros y puedo sentir la tela que se roza contra ellos. Están doloridos y rojos por el roce áspero y me gusta la manera que la seda se siente cuando se roza por mi piel cruda.

Al dar un paso hacia usted, puedo sentir el plug dentro de mi ano girando con mi peso. Está dolorido por el azote, pero quiero más y mi coño se aferra a la idea. Mientras doy otro paso, puedo sentir lo mucho que mi vagina está palpitando al pensar en usted dentro de mí. Y puedo sentir lo húmeda que estoy, mientras mis muslos se rozan por sus lados interiores dentro de mi falda.

De pie, delante de usted, cojo una de sus muñecas para deshacer la mancuerna. Cojo su otra muñeca y hago lo mismo, poniendo los eslabones cuidadosamente en la mesa de al lado. Se mantienen juntos con los implementos que usted me hizo preparar para cuando llegara. Con suavidad, aflojo el nudo de su corbata, desenredándolo y soltándolo del cuello. La doblo con cuidado y la coloco al lado de los gemelos. Es difícil tratar las cosas del señor con cuidado. Desabrocho su camisa y la deslizo por sus hombros. Me gusta la forma que mis manos se sienten contra su tórax, y la manera que la luz se engancha en su pecho. El de un hombre, no el pecho de un niño. Cojo su camisa y la pongo sobre el respaldo de la silla para que no se arrugue.

Me vuelvo para mirarle y desabrocho mi blusa, dejando caer la seda suave al suelo. A continuación, mi falda y salgo de ella, dejándola donde cae. Camino de regreso hacia usted, desnuda, excepto de mis tacones y el plug. Me arrodillo. Levantando un pie y luego, el otro, me quito los zapatos y los calcetines, poniéndolos a un lado.

Elevando mi vista hacia usted, puedo apreciar el bulto de su erección contra sus pantalones. Pasando mis manos por el interior de sus muslos, las deslizo sobre su verga dura, apreciando la forma con que presiona hacia contra mis manos. Sosteniendo todavía su mirada, desabrocho la hebilla de su cinturón y lo libero de sus pantalones. Lo pongo alrededor de mi cuello para que usted lo tenga al alcance de su mano.

Desabrocho el botón de sus pantalones y la erección presiona su polla palpitante hacia mí, forzando la cremallera hacia abajo. Deslizo su ropa interior por sus caderas, tomando su polla en mi boca, a la vez que bajo sus pantalones hasta los tobillos. Deslizo mi boca húmeda hacia arriba y hacia abajo de su verga, succionándole con suavidad, y pasando mi lengua alrededor del glande. Conforme usted se echa hacia atrás, deslizo mi lengua a lo largo de su pene por última vez.

Desnuda, arrodillada ante usted, junto mis muñecas y levanto mis manos hacia usted y mirándole, pronuncio dos palabras:

“Instrúyame, señor.”





Tranquila

Es la quietud. Las brechas que solían llenarse de momentos, observando al tiempo que se mueve lentamente una y otra vez.

Tu frágil corazón, tu única compañía. La luz del sol, cambiándose en luz de luna. Los susurros débiles de tiempos mejores.

¡Que odias tanto!