jueves, 28 de abril de 2011

Frótate contra...

Estoy sentado leyendo en el sofá. Ella está en el otro lado de la habitación. De vez en cuando, se me escapa una mirada hacia ella. Esta sabe que estoy haciendo esto y sabe por qué. Algunas veces, me llama la atención y luego, mira hacia otro lado. Está intentando no ser demasiado obvia. Pero sé lo que quiere. Ella ha estado varios días sola.
Eventualmente, cerré el libro. “Ven aquí,” le digo.
Ella cruza la habitación y se para frente a mí. El peso de su cuerpo se inclina sobre su pierna izquierda, su ingle hacia delante. Es una pose provocativa y ella lo sabe. Será mejor tener cuidado, ella camina por una línea muy fina. La cojo por debajo de su falda y le bajo las bragas. Se las saca y se inclina para recogerlas del suelo.
“Déjalas”, le digo.
Levanto la vista hacia ella. Esta mira hacia atrás.
“Eres una puta caliente, ¿no es así?”
“Ve hacia la mesa,” le digo. “Frótate contra ella.”
La  observo mientras camina. Por un momento, ella duda. Luego presiona sus piernas contra la esquina de la mesa. Empieza a frotarse, presionando el ángulo de la mesa entre sus piernas. Dejo que lo haga durante un rato, luego la llamo para que vuelva. Ella no me mira cuando está cerca.
“Eres una descarada sinvergüenza que destrozas muebles como ese,” le digo.
Ella está en silencio. Le extiendo el dedo índice de mi mano derecha, paralelo al suelo, justo por debajo del nivel de su ingle.
“Levántate la falda,” digo, “y frótate contra mi dedo.”
Es una afirmación, no una pregunta. Se puso ligeramente acalorada, luego asintió con la cabeza.
Ella gira un poco y se sitúa más cerca. Se roza conmigo. Es difícil para ella, tiene que inclinarse sobre sus rodillas ligeramente y el ángulo de mi dedo no está del todo bien para que ella consiga situar su clítoris contra el mismo. Pero, yo no se lo voy a poner fácil. Esta tendrá que trabajar para lo que ella quiere.
Pronto mi dedo se humedece. Se lo quito y se tumba en el sofá. Desabrocho mi cinturón, bajo la cremallera de mis pantalones. Me los bajo hasta mis caderas, junto con mi ropa interior. Mi polla está turgente.
“Rózate contra ella,” le digo. “Pero no para que te la metas dentro de ti.”
Ella se extiende a ambos lados, levanta su falda y baja su cadera. Poco a poco, empieza a frotar su clítoris arriba y abajo de mi polla.
“No te corras a menos que te lo diga yo,” le digo.

lunes, 25 de abril de 2011

Cuando una sumisa se echa para atrás

Más tarde o más temprano, cualquier dominante que elija vivir este estilo de vida tendrá que tratar con algo que yo llamo “el retroceso de la sumisa.” El retroceso ocurre cuando una sumisa cree que ha sido tratada injustamente, se han aprovechado de ella o, simplemente, está enfadada por algún problema que haya tenido que ver con la relación con su Dominante. Según el Amo trate el “retroceso” de su sumisa, dice mucho sobre su carácter.
Por supuesto, la manera más fácil de tratar el asunto es de forma rápida y poniendo a la sumisa en su sitio forzadamente, sin magnificar la situación. Una sumisa bien entrenada ha sido enseñada para obedecer y así, cuando se le dice de no hablar más del tema o dejarlo aparcado, lo hará. Si bien esto hace que la situación se tranquilice, ciertamente, no se resuelve nada.
Probablemente, es mejor saber lo que está pasando. Esto no es siempre evidente. A veces, una serie de preguntas pueden ser necesarias antes de llegar al fondo de la cuestión. Sin embargo, este es un tiempo bien empleado. Mientras, la sumisa tiene la oportunidad de expresarse, tanto en términos de emociones como de problemas. Esto tiende a calmar las emociones y también llegar al meollo de la cuestión.
Una vez que el problema se ha comprendido, el dominante se enfrenta a una serie de posibles respuestas. La primera será reconocer la situación, pero sin hacer cambios. Es la naturaleza de una relación D/s en la que la sumisa no siempre será feliz. Así es la vida. Por suerte, el asunto pasará.
La segunda respuesta será corregir la situación. Sin embargo, hay que ser precavido. Hay que solucionar el problema. Es sucumbir ante las exigencias. Como Dominante, no permita que las emociones negativas de su pareja influyan en tus decisiones. Hacer esto, la enseñará a que el enfado es otra manera de conseguir lo que ella quiere.
La tercera opción es disculparse. Muchos dominantes se sienten incómodos haciendo esto, puesto que creen que el dominante siempre tiene razón y es infalible. Les preocupa que el decir que lo sienten, pueda erosionar su poder. Nada más lejos de la realidad. Los dominantes somos humanos y, por consiguiente, cometemos errores. Lo que diferencia a un dominante responsable es saber cuándo deben admitir su error.
Con suerte, usted no debería cometer demasiados errores.

sábado, 23 de abril de 2011

Empieza como quieras...

Tan pronto como yo cerré la puerta detrás de nosotros, la agarré con firmeza por los pelos y la conduje al centro de la habitación.
“Ponte de rodillas,” le dije.
Ella se puso a cuatro patas.
“La cara contra el suelo, los brazos extendidos al frente, las palmas de la mano hacia abajo,” le dije.
Mientras, yo daba vueltas alrededor de ella.
“Las rodillas separadas,” dije.
Me agacho y levanto su falda por encima de la cintura. Camino a su alrededor un par de veces más y, luego, puse el pie firmemente en la parte posterior de su cuello.
“¿A quién perteneces?” le pregunto.
“A usted, señor,” dice ella.
“Pronúncialo en voz alta,” le ordeno. “Yo pertenezco a usted, señor.”
“Así está mejor.”
Puse mi pie en el suelo cerca de su cara.
“¿A quién pertenece tu boca?”
“Mi boca le pertenece a usted, señor.”
“Bésame el pie.”
 Ella vuelve la cabeza y besa la punta de mi zapato. Camino por ahí un poco más. No tengo prisa. Entonces, puse mi pie en su pecho, presionándolo.
“¿A quién pertenecen tus tetas?”
“Mis tetas le pertenecen a usted, señor.”
Una pausa mayor. Entonces, pongo mi pie en su culo, presionándolo.
“¿A quién pertenece tu culo?”
“Mi culo le pertenece, señor.”
Finalmente, puse mi pie entre sus piernas, presionando contra su entrepierna.
“¿A quién pertenece tu coño?”
“Mi coño le pertenece, señor.”
“No lo olvides” le dije.
Quito mi pie. Sé que ella se está preguntando por lo que va a venir a continuación. A los pies de la cama, hay una mesa baja y larga. Pongo un par de almohadas en ella.
“Ven y arrodíllate en la mesa, en la misma posición,” dije.
Ella se arrastra hasta la mesa, se sube en ella. Le subo su falda hacia atrás por encima de su cintura. Entonces, le bajo sus bragas hasta la mitad de sus muslos.
“Arquéate un poco,” le digo. “Presenta tu culo.”
Es una perspectiva atractiva. Poco a poco, me quito el cinturón. Lo enrollo alrededor de mi mano, agarrando el bucle.
“¿Está usted necesitando un azote duro, muchachita?” pregunto.
Tiene una pequeña duda antes de que ella conteste, en una voz tan baja que apenas puedo oírla, dice:
“Sí, señor, lo estoy.”
“Entonces, eso es lo que obtendrás,” le digo.

miércoles, 20 de abril de 2011

Principios y fundamentos

Una buena amiga, recientemente, me envió un artículo académico que investigaba el papel del poder en la motivación sexual. ¿Hasta qué punto, el poder tiene que tener deseo o falta de deseo para tener relaciones sexuales?
Lo que hizo que este estudio me interesara, fue el hecho de que intentaba clasificar el sexo en dos grandes categorías. La primera era llamada “sexo usual” y la segunda, “sexo inusual”. El sexo no frecuente son aquellas actividades que la mayoría de la gente no siempre hace cuando tienen relaciones sexuales.
Por ejemplo, ¿jugar al Trivial o fregar los cubiertos?
No contento con esta división artificial, los autores del estudio fueron más lejos al describir ciertas de estas actividades inusuales como dominantes o sumisas. Los comportamientos dominantes eran azotar a alguien o atarlo y los comportamientos sumisos eran ser azotadas o atadas.
Tengo algunos problemas con estas definiciones y etiquetas.
Parte del problema que tenemos la gente de la D/s es una falta de comprensión por parte de los demás, cuando se trata de describir lo que significa estar en una relación D/s. Esto me lleva a pensar que antes de escribir mucho más aquí, creo que tiene sentido  elaborar algunas definiciones de los términos que usaré en el futuro.
Por lo tanto, vamos a ello.
El poder.- El poder es complejo porque se refiere a la capacidad de conseguir que se hagan cosas de la manera que uno quiere, pero también se refiere a la energía que se siente tanto por el dominante como por la sumisa cuando interactúan. Así por un lado, el poder es algo que el dominante tiene, pero es también algo que tanto el dominante como la sumisa sienten. ¿Cómo  pueden ser reconciliadas estas diferencias? Simplemente por la comprensión que se deriva de la otra parte. Si la energía no se siente en la pareja, entonces, el dominante no tiene ningún poder de control. Uno podría preguntarse cuál es el valor del poder para la sumisa, ya que a diferencia con el dominante, el poder no le da a ella ningún control real, si nada se hace con el control a distancia. De nuevo, la respuesta es simple. Para ella, el poder es la energía que ella necesita para desempeñar las tareas, los rituales y las disciplinas que ella tiene asignadas. El poder da energía a su comportamiento.
La dominación.- La dominación es un estado mental y de comportamiento. Trata sobre el control, la manipulación y la posesión. Dominar a otra persona es tener el poder de controlarla, modificar sus actos y conductas. Estrictamente hablando, tiene que ver muy poco con el sexo, aunque tal vez, no es sorprendente que la gente de fuera la vea desde este punto de vista.
La sumisión.- Como la dominación, se trata de un estado de ánimo. Trata sobre el servicio, la estructura y la dedicación. Al ser sumisa, se consigue satisfacción en la realización de las tareas, rituales y disciplinas para otra persona. Nuevamente, muchos confunden esto con el sexo, pero, en realidad, se deberían mantener separados. Muchas mujeres sienten que el ser sumisa implica ser pasiva, una alfombra. Nada más lejos de la realidad. La sumisa bien entrenada y desarrollada es vital, energética, capaz de trabajar por su cuenta y tiene criterios sólidos (e incluso necesidades muy fuertes).
La D/s continua.- Creo que cada persona está predispuesta a ser sumisa o dominante. Es también mi creencia que, en general, los hombres tienden a  estar más predispuestos a dominar mientras que las mujeres parecen tender a estar genéticamente “codificadas” para ser sumisas. No todos los hombres y mujeres encajan en estas categorías, muchos no lo están.
Sin embargo, como muchas otras cosas, no todo el mundo siente su carácter dominante o sumiso en la misma medida. En pocas palabras, algunos lo sienten mucho más profundo e intensamente que otros. Esto implica que aquí hay una continuidad de sentimiento, desde extremadamente sumisa hasta extremadamente dominante. Si pudiéramos asignar un valor numérico a este grado, sospecho que los resultados seguirían una curva normal, la cual, es decir que, la mayoría de la población caería en algún lugar del centro de la línea (siendo ligeramente dominante o sumisa) y que encontraríamos a poca gente cerca de los extremos.
En mis próximos posts, haré frecuentes referencias a este modelo.
BDSM.- Mucha gente no es consciente que la BDSM no solamente implica el Bondage, la Disciplina, el Sadismo y el Masoquismo. De hecho, se refiere a tres formas diferentes de interactuar. 1) B/D, 2) D/s y 3) S/M. Es importante recordar que estas cosas son muy diferentes, a pesar de que muchas personas participen en las tres al mismo tiempo. En particular, es importante recordar que la B/D y el S/M, son principalmente de naturaleza sexual. La D/s es más sobre un estilo de vida, el cual la gente lo vive en el día a día.
No confundir el fetichismo sexual con un estilo de vida. Sé que muchas parejas de la D/s tienen una vida sexual bastante vainilla y sé que mucha gente está comprometida con el juego S/M y que apenas muestran ningún tipo de comportamiento fuera de las sesiones.
Esto también es algo que voy a explorar en el futuro.
El estudio, al que me referí al principio, concluía que el poder parecía jugar un papel solamente para una parte de la pareja en las relaciones vainillas (el hombre me da sexo, la mujer – no puede tener sexo), pero en el entorno de la D/s, ambas partes sienten que tienen el poder. Interesante, ¿no?

lunes, 18 de abril de 2011

¿Qué les puede pasar a las sumisas malas?

Ella tuvo que dar una vuelta alrededor de la manzana antes de  recobrar fuerzas para llamar a la puerta. Incluso, después de que lo hubiera hecho, hubo una fracción de segundo en el que estuvo a punto de irse. Pero, ella había acordado esto. Era la única manera que había encontrado para eximirse a sí misma de culpa y sabía que se auto despreciaría a sí misma si no lo llevaba a cabo. También sabía que la opinión que él tenía de ella se reduciría. Y eso era insoportable de contemplar.
Un hombre de unos cuarenta y pocos años,  vestido elegantemente con traje oscuro y  corbata sombría, abrió rápidamente la puerta. La invitó a entrar y la condujo por el pasillo hacia una habitación grande, decorada y bien iluminada. En el sofá, estaba sentado otro hombre, bastante más mayor, quizás, ya en los sesenta. También, muy bien vestido.
“Por favor, tome asiento,” le dijo el joven señalándole un sillón.
Ella se sentó. El hombre le echó agua en un vaso de cristal y se lo entregó. Esta hubiera preferido algo más fuerte. Quizás haberse tomando una copa en el camino, sólo para calmar sus nervios.
“¿Comprendes por qué estás aquí?”  Le preguntó el hombre mayor.
“Supongo que sí,” contestó ella.
¿Entiendes o no?” El hombre replicó. Este no había levantado su voz, pero su tono era firme y autoritario. “Conteste sí o no.”
“Sí,” dijo ella.
“Nuestras instrucciones son claras, aunque los detalles se dejen a nuestra discreción.” El hombre continuó. “Vas a ser castigada vigorosamente, aunque no con severidad. Después de esto, a cambio de nuestros servicios, estamos autorizados a usarte a nuestro placer.”
“Sí, ya lo veo,” dijo ella. ‘Vigorosamente, ¿qué significa eso?’ Ella trató de pensar en las medidas disciplinarias anteriores que su amante había llevado a cabo. En aquel momento, ella sintió, sin lugar a duda, que eran suficientemente fuertes e innegablemente vigorosas. Se alegró que no fueran severas, por lo que estas cuestiones eran relativas. Su idea de la indulgencia parecía ser bastante draconiana. En cuanto a ser usada, había algo un poco desagradable en este término, implicando la objetividad, incluso de frialdad. Y sin embargo, la estudiada formalidad de la ocasión incluía una especie de ritual, la sugerencia de una ceremonia solemne tenía su propio erotismo.
“Muy bien,” dijo el hombre. “Vamos a proceder.”
El hombre más joven se acercó a ella. Se agachó y la agarró por los pelos por detrás de su cabeza.
“Ponte de pie,” dijo. Su mano le retorció el pelo y tiraba de ella.
Ella se puso de pie y se dejó guiar hacia el otro hombre hasta que estuvo de pie delante de él. Le extendió la mano y la cogió, tirando de ella hacia abajo, mientras que el hombre la agarraba de su pelo y la forzaba también hasta que fue puesta sobre las rodillas del hombre del sofá. Entonces, el segundo hombre se puso al lado y se apoderó de las muñecas con firmeza, poniéndola en posición. El otro, levantó su falda.
“Me alegro de ver,” dijo el hombre más joven, dirigiéndose al otro, “que ella tenga una ropa interior tan bonita.”
Ella se sentía aliviada de elegirla cuidadosamente. Sus bragas de blanco satén estaban cortadas estilísticamente y terminaban con los bordes adornados con encajes.
“Sí,” dijo su acompañante. “La lencería nunca ha sido más glamorosa y lujuriosa que hoy día. Pocas jóvenes se toman la molestia de vestirse adecuadamente interiormente.”
“Así es,” dijo el otro. “Y estoy seguro de que nos encontraremos con el sujetador a juego.”
“Desde luego que lo espero. Ahora vamos a ver si su trasero es tan atractivo como la prenda que lo cubre.”
Ella sintió que sus bragas estaban siendo bajadas por la parte inferior de su culo, a la mitad de sus piernas. Se sentía muy expuesta y aunque era bueno escuchar los elogios hacia sus ropas, esto no impidió su vergüenza por hablar de esta manera íntima. Sintió que una mano acariciaba su trasero.
“La piel es suave, los músculos firmes y la forma perfecta,” dijo el hombre mayor. “Perfecto para ser azotado”.
Hubo una pausa. La mano del hombre cesó el contacto con la piel de ella. Esta contenía su respiración. De pronto, el hombre llevó su mano elegantemente hacia su nalga izquierda. Inmediatamente, repitió la acción sobre su nalga derecha. Antes de haberse recuperado del impacto de los azotes, él la azotaba de nuevo, una vez en cada nalga y luego, otra vez. Los cachetes dolían más de lo esperado. El hombre empezó a azotarla con un ritmo constante. El dolor no era insoportable, pero sus nalgas picaban. Ella tenía una necesidad urgente de poner sus manos en su trasero para protegerlo, pero su muñeca fue sujeta con rapidez. La mano seguía azotando en los mismos sitios, izquierdo, derecho. Ella intentó zafarse un poco para disipar la fuerza de los azotes.
“En este momento, tienes una elección,” dijo él. “Vamos a proceder con la correa de cuero o con la fusta.”
“No te muevas,” dijo ásperamente el hombre de más edad.
Ella había experimentado ambas cosas en el pasado. La correa, aplicada con fuerza suficiente, tenía el poder de penetrar profundamente en la carne con golpes picantes. Ella sabía que no podría soportar más de una docena de azotes. Sin embargo, la fusta, era peor. De hecho, ella la odiaba. Su mordedura era cruel, sin remordimientos.
“No, la fusta, no, por favor,” dijo ella.
Muy bien,” dijo el hombre. “Prepárate.”
Ella respiró profundamente. La correa aterrizó sobre su culo con un sonoro crack. Ella dió un pequeño grito. Otro golpe siguió casi inmediatamente. Una vez más, el hombre estableció un ritmo regular. Ella quería que fuese más deprisa, para acabar de una vez. Pensaba que él tenía en su mente dar un número de azotes, aunque no los estaba contando y mientras más pronto llegara al final, mejor. Pero, él parecía aplazar deliberadamente cada golpe hasta que los efectos del anterior se hubieran disipados. No pasó mucho tiempo antes de que ella se estuviera acercando a sus límites de resistencia. Sus gritos se hacían más fuertes, aunque parecían no tener efecto. Trataba de zafarse de la postura, pero el hombre que la azotaba tenía un brazo alrededor de su cintura, sosteniéndola con fuerza, presionándola hacia abajo con su cuerpo sin dejar de azotarla.
Por fin, se detuvo. Ella respiraba pesadamente, gimiendo un poco.
“Recibimos unas instrucciones detalladas,” dijo el hombre.
“¿Y ahora, qué?” Ella no respondió.
“Vamos a terminar con seis golpes de cane.”
“Por Dios,” dijo ella, aumentando su ira. “¿No ha hecho usted ya lo suficiente?”
“Muy bien,” dijo el hombre. “Ahora serán ocho azotes.”
Los azotes continuaron. Cada vez con más severidad. Su trasero estaba muy caliente. Se preguntó cuánto tiempo más iba a continuar. Ella hubiera preferido un descanso, tal vez un vaso de agua.
De repente se detuvo. Poco a poco acariciaba en círculos su trasero para suavizar el escozor de la carne.
“Creo que ahora está bien caliente,” dijo el más joven. “Listos para el castigo de verdad”.
¿Calor? Ella estaría muy feliz de que se detuviera allí. El aspecto de su culo era rojísimo. Se preguntaba si tenía moratones.
El hombre más joven la cogió nuevamente por los pelos y la puso a sus pies. La llevó al extremo del sofá y la empujó hacia abajo, sobre el apoyabrazos, de manera que su rostro estuviese oculto entre los cojines. Se sentó junto a su cabeza y una vez más, cogió sus muñecas. El otro hombre estaba detrás de ella y sintió como sus manos la acariciaban.
Ella quería gritar para protestar, pero había algo en su voz que intuía una nueva escalada si se resistía. Se mordió los labios y murmuró en voz baja:
“Agárrala fuerte,” le dijo el hombre mayor a su compañero. “Este le va a doler.”
Y lo que le ha hecho, ¿ya no le dolía? Ella quería dejar escapar su desafío, pero no se atrevía. En cambio, apretó los dientes y esperó. Gracias a Dios, él administró los azotes con la cane rápidamente, una salva de fuego rápido contra su pobre y amoratado trasero. Con el último azote dado en medio de sus nalgas, sintió como si su trasero estuviera ardiendo. Pero, al menos, había terminado. Su culpabilidad estaba purgada.
El hombre dejó la cane y con mucha suavidad acariciaba sus nalgas y caderas. Deslizó una mano entre sus piernas, introduciendo un dedo en su vagina.
“Ella está preparada para ser penetrada,” le dijo al hombre, todavía sentado cogiéndola por las muñecas. “¿Quieres ser el primero?”
“No,” dijo el otro. “Lo haré el último.”
El hombre mayor se puso detrás de ella. Esta le oyó desabrocharse la cremallera y sintió su polla contra su coño. La deslizó fácilmente porque estaba muy húmedo. Empezó a follar despacio, casi con cuidado, como si estuviera saboreando cada momento. Mientras lo hacía, humedecía su dedo y lo presionaba suavemente contra su culo, repitiendo el gesto varias veces hasta que ella lo humedeció con su saliva. Ella sabía lo que iba a venir. Retiró su polla, luego presionó  contra su ano que estaba un poco apretado. Instintivamente, se puso tensa pero su polla era insistente y entró poco a poco.
El hombre sentado al lado de ella desabrochó los pantalones de su traje. Al sacar su polla, su nariz captó una bocanada de su olor almizclado, antes de colocar su polla entre los labios. Se abrió para recibirle y empezó a follar su boca, acompasando sus embestidas para sincronizarlos con los de la otra polla que estaba metida en su culo. El hombre mayor fue primero, suspirando mientras eyaculaba en el interior de ella. Poco después, el otro hombre se corrió en su boca. La sacó y le ofreció su pañuelo para que lo escupiera. Así lo hizo, luego se limpió también su trasero.
Ella se puso de pie, subiéndose sus bragas, alisando su vestido. Ella no tenía nada que decir, porque nada parecía esperar. El joven le mostró la puerta.
“Tenemos que escribir un breve informe,” dijo él, estando en el umbral. “Diremos que todo fue satisfactorio. Y, por supuesto, enviaremos el video.”
“¿El video? Nadie había mencionado tal cosa.” “¿No se lo tenían que haber pedido a ella?
“Oh, sí,” dijo el hombre. Él insistió en ello.

sábado, 16 de abril de 2011

El amor redefinido

“He estado pensando todo el día que lo que nosotros tenemos es un amor redefinido,” dijo ella
“Amor = Atención, lujuria, bondad, consideración y compatibilidad.”
“Nuestro amor = Atención, lujuria, bondad, consideración, compatibilidad, confianza, deseo, fantasía, devoción, intensidad, conexión, tabú, secreto, belleza, sangre, alma, necesidad, mente, cuerpo, propiedad, sumisión, control, respeto y una apertura total del uno con otro.”
“Esta era la clase de amor que yo buscaba para involucrarme, me dijo ella mientras la escuchaba taciturnamente.”
“¿Y…?” le pregunto.
“Te quiero. Siempre tuya,” me dice ella.


viernes, 15 de abril de 2011

La isla de los perros

El dogging (de la palabra inglesa dog, perro) es un fenómeno social que se originó en el Reino Unido y parece haberse extendido mucho más rápidamente por otros países del norte de Europa. ¿Por qué ha sido así? No tengo ni idea. La gente de otros países no parece pensar que los ingleses sean muy sexuales, pero se sorprenderían.
Para aquellos que no estén familiarizados con esta práctica, se trata de reunirse por la noche con desconocidos en lugares remotos, como en parkings y descampados fuera de la ciudad y tener sexo entre ellos. Por lo general, una mujer es llevada por su pareja y realiza un acto sexual con él o, tal vez, con otro hombre, mientras los otros hombres están de pie mirando, acariciándose ellos mismos y esperando conseguir su turno. A menudo la mujer cogerá a más de un hombre a la vez, pero raramente hay más de una mujer en todos los grupos en cuestión. Para aquellos de ustedes que estáis de vuelta, podéis admirar el atractivo de una actividad aparentemente sórdida. Quiero suponer (yo nunca he participado, en caso de que os lo estéis preguntando) que esto tiene algo que ver con el atractivo erótico del sexo anónimo (exactamente, por qué esto atrae tantísimo, es un tema para otro día), combinado con la emoción procedente de los peligros obviamente involucrados. Pensemos que algunas personas encuentran los deportes extremos altamente excitantes.
La Isla de los Perros es una novela de Daniel Davies que explora esta actividad con algunos detalles. Es una mirada triste contemporánea, más bien fría, de los suburbios de Inglaterra, la cual, según se ha dicho, tiene mucho en común con la literatura de J. B. Ballard. La Isla de los Perros es un barrio de Londres, pero el título también puede implicar una visión bastante ictericiada de las mismas Islas Británicas.
En un momento determinado, el protagonista de la novela especula sobre por qué el dogging tiene tanto atractivo:
“¿Por qué un hombre quiere ver a su pareja ser follada por otra persona? Y, ¿por qué ninguna mujer quiere ver a su novio o marido hacerlo? La respuesta, yo digo, es masoquismo emocional… al ver que una pareja está teniendo sexo con otra persona, sentimos unos celos sexuales muy intensos – y ahí radica el placer masoquista. Pero, este placer también deriva por mantener esos celos contenidos. En otras palabras, nosotros experimentamos la ascética, una auto elevación del placer al conquistar un impulso poderoso. Pero, ¿qué pasa con este impulso?... Creo que se expresa como una excitación sexual, porque ver a la pareja teniendo sexo con otra persona es excitante. Pues de ello se deduce, que si el marido ve a su esposa ser penetrada por otro hombre, lo primero que querrá hacer después, es follársela él mismo – en cuyo caso, su deseo por su esposa es, en verdad, un acto agresivo de venganza por la transgresión (a lo cual accedo, por supuesto), lo que refuerza la teoría de Robert J. Stoller, de que el verdadero motor del deseo sexual es el deseo de hacer daño, incluso – o especialmente – en alguien que amamos.”
No he leído el libro de Stoller (uno reciente es Pasión y Dolor: un psicoanalista explora el mundo del sadomasoquismo, que tiene toda la pinta de ser muy interesante). Instintivamente, no estoy dispuesto a aceptar que la máquina del deseo sexual sea el deseo de hacer daño. Sin embargo, Davies tiene razón al sugerir que al observar cómo tu pareja es penetrada por otro hombre, despierta una gran cantidad de poderosas emociones, no todas positivas o cómodas. Sucede que pensar en estas cosas es más complicado de lo permitido y espero explicarlo en un futuro comentario.

lunes, 11 de abril de 2011

¿Dónde están los hombres dominantes?

Durante algunos años, he tenido la suerte de interactuar con algunas mujeres sumisas maravillosas. A diferencia del mundo vainilla, donde el ejemplo estereotípico es el de los hombres persiguiendo a las mujeres,  me he dado cuenta que nunca he tenido que buscar activamente a las sumisas. Me han encontrado.
Más allá de las pocas mujeres que relativamente he encontrado, he tenido la suerte de hablar con personas sumisas, en su mayoría mujeres. La queja más común que me han transmitido  es la incapacidad de encontrar a un hombre que pueda provocar su respuesta de mujer sumisa. Algunas mujeres me han dicho que les parecía único en mi habilidad para hacerlas sentir, en todo su rigor, su sumisión. Yo no soy único. Me considero un tipo bastante simple y sencillo.
Sin embargo, se plantea el tema: ¿dónde están los hombres dominantes?
He visitado muchísimos foros y me he dado cuenta que, en la mayoría de los foros de discusión sobre la D/s, predominan las sumisas. Aparte, he podido apreciar que participaban pocos hombres. Dejándome con la misma pregunta en el aire.
¿Puede ser que los hombres dominantes no tengan tiempo para entrar en Internet? ¿Puede ser que tengan montones de sumisas a sus pies? ¿Puede ser que ellos sientan que no tienen nada que aprender y nada que discutir? O, ¿puede ser que sea verdad que el ratio entre hombres dominantes y mujeres sumisas entre la población en su conjunto sea bastante sesgado?
Yo no tengo las respuestas, pero espero que estas sean  a la última pregunta  un rotundo “no.”
Mi propia sensación es que puede ser una cuestión de status. La interacción hombre/mujer tiene mucho que ver con el status. Los hombres prefieren tener un status con respecto a quienes les rodean. (Mi equipo es mejor que el tuyo, mi coche es mayor que el tuyo, etc.). Obviamente, cuando un hombre le pide ayuda a otro hombre, su consejo le sitúa en una posición más baja. Por eso, el hombre tenderá siempre a evitar el ser ubicado en tales situaciones.
Lo cual puede explicar por qué los dominantes no participan tanto  en los blogs de los dominantes. Pero, tampoco explica por qué tantas mujeres sumisas tienen problemas para encontrar a un dominante a quien servir.
Mi conclusión  es que es una cuestión de corrección política. Brevemente, no es que en la pantalla de un ordenador sea un hombre dominante. Extrañamente, nuestra sociedad tiene también que aceptar la relación Dómina/sumiso. Existen mujeres dominantes profesionales en casi todas las grandes ciudades y, por lo que se dice, están bastantes ocupadas.
Intenta encontrar a un hombre dominante. Hay algunos, pero no muchos. Sin embargo, una gran mayoría de mujeres sostienen que disfrutan siendo sumisas y, particularmente, durante el sexo – sumisas sexuales -, por lo cual se puede pensar que podría haber un mercado para las Dominas profesionales. ¿Qué impide que esto suceda?
Tiendo a creer que  sería muy duro para un hombre explicar que dominar a una mujer, ponerla sobre sus rodillas, mantenerla en su sitio, castigarla cuando lo requiera, etc., es algo hacia lo que se sienten inclinados a hacer. Vaya por delante, intente decirlo en una fiesta o reunión social y vea lo que pasa. Lo he hecho en muchas ocasiones. La mayoría de las veces, la gente se reía de mí (como, “estas bromeando, ¿no?”). Luego, cuando, ellos tienen la sensación de que lo digo en serio, tienden a desaparecer, y algunas de las mujeres también. Por otra parte, algunas mujeres se ponen merodeando por los alrededores para empaparse de lo que estoy hablando.
Por lo tanto, ¿ha creado nuestra sociedad actual  un entorno donde los hombres son reacios a mostrar su tendencia natural a dominar? Yo diría que sí.
Señores, si estáis ahí fuera y os consideráis dominantes, hacedme saber si estáis de acuerdo. Te estoy buscando. Confía en mí cuando te digo que, a pesar de los mensajes contradictorios enviados por los medios de comunicación, hay muchas mujeres en esta vida que aspiran a someterse a tu poder. Deja un comentario y permíteme saber que existes.

sábado, 9 de abril de 2011

Azotando su coño

“Abre tus piernas, zorra. Ábrelas más,” dice él.
Empujo sus rodillas aún más. Las separo todo lo más posible. Tiro de los labios de su coño, acaricio con mi dedo corazón su clítoris y juego con él un momento antes de azotarlo con fuerza. Yo estaba a punto de ver hasta dónde había llevado la fechoría de masturbarse sin mí explícito permiso. Habían pasado semanas desde que me lo confesó y ella pensaba que yo lo había olvidado. Pero, no.
Me quito el cinturón de mis pantalones. Posiblemente, no exista una visión o un ruido similar al producido por un hombre sacándose el cinturón por las trabillas de su pantalón con toda la intención de usarlo de una manera imprevista. Ella era muy consciente de que cada gramo de placer que se había dado a sí misma, estaba a punto de ser contrarrestado por mi cinturón.
En un instante, su coño estaba que ardía. Lo azoté sin pausa. Algunas veces, golpeando directamente sobre su clítoris y, otras, sobre la zona más sensible de sus muslos. Apenas podía recobrar su aliento. Yo maniobraba de tal manera que, el cinturón caía perfectamente a lo largo de su coño. A los diez minutos, más o menos, me detuve.
“Por lo tanto, ¿qué piensas ahora?” Le pregunto.
“Lo siento, señor, lo siento mucho,” dice ella.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
“Hasta ahora, apenas lo has sentido en comparación a como lo sentirás dentro de media hora,” le digo.
Doblo el cinturón en mi mano y levanto mi brazo. Lo dejo caer una y otra vez…
“Deténgase, señor,” me ruega ella sollozando.
Ella no está atada, pero sí completamente quieta y aceptando los azotes. Me detengo momentáneamente. Ha valido la pena.
Para ella, no era solo el placer por lo que no merecía la pena el castigo, sino más bien, porque al tener que ver mi cara mientras la azotaba en su zona más íntima, era insoportable para ella. Estar tumbada sobre su espalda y ver al hombre que respeta azotando su coño, era absolutamente humillante. Sus lágrimas se agregaron a sus sentimientos de vergüenza y bochorno.
“Señor, mi coño me duele, me arde, me pica y mi palpita,” le dijo ella.
Finalmente, la follé bruscamente. Ella sabía por qué lo hacía. Yo no tenía que decir ni una palabra. Me corrí en su ardiente coño. Yo tuve la última palabra.

viernes, 8 de abril de 2011

Otra dimensión de la sumisión

Uno de los comentarios hechos por una lectora fue en el sentido de que una sumisa podría tolerar comportamientos sádicos por parte de su dominante como otra manera de servirle y agradarle. Dado que la disposición a servir se encuentra en el corazón de la sumisa, parece lógico que esté dispuesta a aceptar ciertas cosas, incluso, aunque no las disfrute, sólo por el mero hecho de que complacen a su Dominante.
Por supuesto, esto no la definiría a ella como una mujer masoquista, sino más bien como una sumisa dispuesta a llegar a cualquier extremo para servir y satisfacer los deseos y la voluntad de su Dominante. Algunos podrían llamar  esto como una especie de sacrificio.
Creo que esto es un tema bastante importante. El concepto de auto sacrificio al servicio de otra persona no es nuevo, ni es único en la experiencia de la D/s. Nos envuelve diariamente. De hecho, me aventuro a suponer que todos tenemos un momento o hemos sacrificado nuestros deseos por otra persona, ya sea por un niño, un hijo, un padre, un amigo, un Dios, etc. Creo que esto forma parte de lo que nos induce a los seres humanos a llevar a cabo actos altruistas.
Sin embargo, en el caso de una sumisa profunda, esta habilidad para sublimar su propia posición en el servicio es bastante especial. Así que, puedo entender cómo una sumisa puede ofrecer su cuerpo a los dolores y los placeres que su dominante le proporcionará, no necesitando más motivación que saber que serán agradables para él. De hecho, he estado con una mujer que me ha expresado ese sentimiento – “Úsame para tu placer. No pienses en el mío. Mi satisfacción está en servirte y saber que ha sido agradable.”
Y, por supuesto, esto no solamente puede ocurrir en el aspecto de la sexualidad y el erotismo. Existen muchas disciplinas y rituales que no son muy agradables y placenteros para ella y que un dominante puede exigir a una sumisa. Sin embargo, ella los lleva a cabo.
Pero que, alguien ofrezca su cuerpo, no es lo mismo que sentir una sensación extrema por la satisfacción sexual. Hay una línea muy fina, pero que yo veo como un elemento crítico para comprender la diferencia entre la sumisa y la masoquista.
Como ya he mencionado,  me siento tanto un dominante como un sádico responsable. Por lo tanto, tiendo a buscar mujeres sumisas que estén orientadas sexualmente hacia el masoquismo. Afortunadamente, parece que hay muchas más mujeres por ahí de las que imaginamos.

lunes, 4 de abril de 2011

La sumisión es erótica

Antes de que una mujer, se pierda en alguna de las razones del por qué ser sumisa es un deseo poderoso, quiero dejar claro, que ser sumisa es extremadamente erótico. Y es erótico porque la sumisión toca su sexualidad de una manera muy potente y directa y, cuando se combina con todos los aspectos mentales, emocionales y físicos de una relación, con frecuencia, puede ser la experiencia sexual y la realización emocional más intensa que una mujer pueda tener.
De hecho, hablando con algunas mujeres, me han confiado que tienen miedo de la intensidad de su energía sexual. Temen no ser comprendidas, en el caso que revelen toda la amplitud de su excitación sexual siendo una mujer sumisa. A menudo, la más ligera de las miradas u órdenes las dejarían empapadas con su excitación sexual. Mientras que su dominante, sentirá y apreciará su placer al extraer cada matiz del placer sexual de ella.
Cuando ella se entrega a su dominante por completo, también está dándole la libertad de explorar las profundidades de su sexualidad y pasión, llevándola a lugares donde ella no puede ir por sí misma, tener experiencias que, probablemente, ella no pueda pedir. Ella depende de él, de su dominante, para que le dé el impulso suficiente para ir más allá de cualquier resistencia personal que pudiera encontrar.
Para conseguir traspasar esa resistencia personal, es donde la fuerza y el entendimiento del dominante son esenciales. Si retrocede, en vez de animarla hacia delante (azotándola o halagándola), ella no será capaz de explorar sus propias profundidades. Ella necesita el amor y el apoyo incondicional de su dominante para sentirse segura e ir hacia donde ella no puede ir por sí misma o sola. A medida que su cuerpo se abre sexualmente a él, este también le está abriendo su corazón y su alma.
Aunque al cambiar rápidamente, la mayoría de las mujeres se han sorprendido sentirse avergonzadas de sus sentimientos sexuales. Estar con un dominante que atesora la suficiente sexualidad natural de una mujer para ir más allá de donde la mayoría se para, es una experiencia extremadamente liberadora para ella. También alude a su deseo de ser capaz de revelarse a si misma como ella realmente es, mientras la ayuda con la eliminación de su condicionamiento impuesto falsamente. Incluso, si ella no puede preguntar, es importante comprender que la sumisa “quiere” superar su resistencia, tanto como el dominante quiera que ella lo haga.
Mientras la relación crece y ella se siente más cómoda y confiada en su conocimiento, sabiendo que él comprende sus sentimientos, encontrará más fácil de admitir ciertos deseos sexuales de su dominante. De vez en cuando, pídale que le diga una fantasía “secreta” de ella, o déle la tarea de que le escriba una breve fantasía. A menudo es más fácil poner algo por escrito que tener que decirlo verbalmente…
Otra manera con la que la sumisa puede liberar su sexualidad, es hacer que ella le admita a usted cómo le excitan ciertas actividades. Si usted le está aplicando a ella algo erótico, que le cuente “para empezar” lo mucho que le gusta. Esto puede ser también una manera de animarla a expresarse por si misma. Si usted sospecha que ella disfruta con el juego anal más de lo que  pueda admitir, mantenga el plug anal contra su orificio,  pero no lo inserte hasta que ella le “pida” que se lo inserte dentro. De esta forma, usted la está “forzando” a hacer una penetración que ella probablemente quiera hacer, pero está demasiada avergonzada consigo misma de compartirla con usted.

sábado, 2 de abril de 2011

¿De quién es este coño?

Se lo digo sin parpadear, como si dijera “buenos días.”
“Enséñame tu coño,” le digo.
Al oír esto, el primer pensamiento de ella fue de indignación. Porque pensaba que sabía más que yo. No le importaba  haberme enseñado su coño en otros momentos, pues instintivamente ella sabía que no se podía permitir el lujo de dudar o protestar.
Rápidamente, ella se quitó los vaqueros y las bragas. Se tumbó en el frío suelo y abrió sus piernas lo más que pudo. Me puse entre sus piernas y abrí los labios de su coño lo más posible para ojear el interior de su alma.
“Háblame de tu coño. ¿Cuándo fue penetrado por última vez? ¿Qué ha sido de él? ¿Nunca le han metido el puño?”
Tartamudeando al principio, me contesto: “Polla, dildo, dedos y mano.”
“¿De quién es tu coño?”
“Suyo, señor.”
“¿Quién puede decidir si recibe placer o dolor?”
“Usted, señor.”
“¿Quién decide si está rasurado o natural?”
“Usted, señor.”
“¿Ha sido azotado alguna vez? ¿Ha sido alguna vez cubierto de cera? ¿Ha sido alguna vez propiedad de alguien?”
“Sí, ha sido azotado con un látigo. Sí, ha sido cubierto de cera. No, nunca ha tenido un dueño.”
“Soy el dueño de tu coño. Es mío para follarlo, mío para hacerle daño, mío para disfrutarlo. Es mío para negarle, mío para compartirlo, mío para controlarlo. ¿Alguna pregunta más?”
“No, señor.”