lunes, 26 de abril de 2021

Cruzar las piernas

Permítanme hablarles sobre algunos aspectos de la relación de una pareja Dominante y sumisa conocidos y la fascinación que ella tenía por la Historia de O y las similitudes entre las dos relaciones. Con frecuencia, ella solía llamar a la película “mi video de entrenamiento.” Cada vez que la veía, descubría más aspectos de su propia sumisión.

La película empieza donde O y René se suben a un automóvil y él le pide que se quite la ropa interior: Liguero y bragas. Él le entrega unas ligas para mantener sus medias alrededor de sus muslos. O sigue mirándose por el retrovisor para comprobar si el conductor les presta atención, y probablemente, porque se siente un poco cohibida, cruza las piernas.

 Esto es lo que luego le dice René: “Nunca cruces tus piernas ni mantengas las rodillas juntas.”

 En un momento de su relación, su Dominante le dijo que ya no podía cruzar las piernas. Ese día, ella lo recordaba con mucha claridad. Él se sentó en su sillón reclinable y ella, frente a Él en el sofá. Normalmente ella no me sentaba ahí, pero ese día, llevaba un vestido muy lindo y sin ropa interior y se había levantado el vestido para mostrárselo. Ella se sentó en el sofá, de modo que cualquiera que pasara por la calle pudiera verla. Tendía a tratar de evitar eso. Cuando se sentó, cruzó las piernas.

Durante un par de momentos, su Dominante no dijo nada. Luego habló: “Abre las piernas.”

Ella abrió un poco las piernas.

“Bien, quiero ver tu coño.”

 Ella separa sus piernas un poco más.

 “¡Más abiertas!”

Ella separó las piernas lo más que pudo.

Eso es lo que quiero ver. Una vista hermosa,” dijo Él.

De nuevo, se mantuvo en silencio durante un rato antes de que su Dominante hablara de nuevo.

“No volverás a cruzar las piernas.”

No fue fácil. Al principio, con frecuencia olvidaba que se suponía que no debía cruzar las piernas, y su Dominante tenía que corregirla. O cuando estaba en la oficina, a veces, sólo se daba cuenta después de un par de minutos que sus piernas estaban cruzadas. Siempre se lo confesó a su Dominante y la había castigado por ello en varias ocasiones.

A ella, no le importaba de que no le permitiera cruzar las piernas nunca más, pues eso no significaba que nunca lo hiciera. Cuando su madre terminó en el hospital y ella se sentaba al lado de la cama durante horas, cruzaba sus piernas muchas veces por la incomodidad de las sillas, y este gesto aliviaba su espalda un poco cuando las cruzaba. ¿Aliviaba su espalda? Su Dominante no le decía nada al respecto, no al principio, pues lo entendía, sin que ella se lo explicara, pero al poco tiempo, hubo un recordatorio suave de que debía dejar de cruzar las piernas de nuevo. Ella se detuvo. Incluso a veces, tenía muchas ganas de cruzarlas, y no lo hacía. Cuando pensaba en hacerlo, pensaba en su Dominante, pensaba en el compromiso que hicieron, y no cruzaba las piernas.

 ¿De qué le sirve no cruzar las piernas? ¿Por qué obedece a su Dominante en esto? En definitiva, no es porque sea bastante saludable no cruzar las piernas. Se trata del control. Sobre sentir su control, incluso, cuando están sentados juntos. Se trata de obedecer, estén juntos o no. Se trata de pertenecer. Sobre ser suya. Suya para liderarla. Suya para poseerla. Suya para obedecerle.

Ella es consciente de que sería muy fácil cruzar las piernas cuando su Dominante no esté cerca y nunca decírselo. Pues simplemente, no puede hacerlo. Ella se ha comprometido. Seguir sus reglas solo cuando le conviene, sinceramente, a ella, no le sienta bien. Devaluaría totalmente el compromiso que ambos tienen. No siempre es fácil, pero nadie dijo que lo sería. Cree que, si te has comprometido, debes cumplirlo.

La escena anterior de La Historia d’O le recordó ese sentido de pertenencia al seguir esta regla. Se siente más natural no cruzar las piernas y, aunque existe la opinión generalizada de que cruzar las piernas es ser “como una dama,” ahora, ella prefiere no tener las piernas cruzadas. Sin embargo, cruzó los tobillos, y eso está permitido.

sábado, 24 de abril de 2021

Sus primeras lágrimas

Una de sus tareas diarias es ofrecer a su marido sus nalgas para que las azote. Esto siempre sucede cuando se van a la cama, ya que es el momento en el que ya no hay niños alrededor. Ambos son una pareja casada, en la que ella es sumisa a su marido, Dominante. Ha habido muchas conversaciones entre ellos sobre su relación D/s. En sus charlas, ella le ha indicado lo que le gustaría en su relación especial, y eso incluía ser tratada con firmeza. Entonces, su marido le dijo que Él determinaría cuándo estaría lista para dar el paso siguiente. Como pueden imaginar, su estado era de impaciencia total.

 Ella sintió las lágrimas en sus ojos. La sorprendieron. Volvió a sentir el flogger en sus nalgas. Quemando. Dolía. Quería que se detuviera. Lo hizo. Su mano sobre su clítoris, frotándolo y sintiendo la humedad entre sus piernas. Sus rodillas se doblaron. Mantuvo su mano alrededor de su cuerpo. Agarrando su seno, apretándolo, pellizcando su pezón con fuerza. Nuevamente, ella se apartó de Él. El flogger, otra vez contra su trasero.

Esta noche, ella volvía del baño, desnuda. Estaba muy cansada, pero incluso entonces: “Mis tareas diarias no se saltearían. La luz brillante del techo del dormitorio estaba encendida, no la pequeña lamparita de noche. Sobre la cama, estaba mi collar y el látigo. Me puse de pie ante Él, mi espalda se giró hacia Él y levanté mi cabello para que pudiera poner el collar en mi cuello. El flogger quemó mi trasero más rápido y fuerte de lo que yo esperaba. Derecha, izquierda. Derecha. Dolía mucho. Quemaba demasiado. Puse mis manos en mi culo tratando de prevenir los próximos picores del floguer. Apartó mi mano del trasero de una palmada. Izquierda, derecha. Me aparté de Él. Nunca me había dolido tanto. Fue implacable.”

“Me duele mucho,” ella lloraba. Las lágrimas corriendo ahora por sus mejillas.

De nuevo, su brazo alrededor de ella, agarrando su pezón, pellizcándolo, presionando su espalda contra el pecho de Él.

“¿De quién eres? le preguntó.

 “Soy suya,” respondió.

“Mi puta,” dijo. Ella asintió.

 “¿Estás llorando?” Le preguntó. No quería que se preocupara de ella. Estaba bien. Estaba cansada. Dolorida, pero estaba bien. Solo asentía. 

“Déjame ver,” dijo.

Le dio la vuelta, pero no cometió el error de mirarle. Todavía seguía llevando su collar. Él pudo ver las lágrimas. Con suavidad, Él frotó su pulgar sobre su mejilla, secando algunas lágrimas. Se volvió a girar bruscamente. El floguer tocó nuevamente su trasero, con fuerza. Las lágrimas volvían a correr por su rostro. La flagelación cesó. Su mano descansaba de nuevo sobre su clítoris.

“No puedo,” ella dijo. “Simplemente, no puedo.” 

“¿Demasiado cansada, mi amor?” Le preguntó, mientras la giraba hacia Él. Solo pudo asentir con la cabeza. No confiaba en su voz. Quería que Él continuara. Quería que se detuviera. Creía que quería que se detuviera más de lo que quería que continuara.

“¿Entiendes que lo estoy subiendo un poco de nivel?” 

Asintió.

“Esto es lo que quieres, ¿verdad? Esto es lo que necesitas.”

De nuevo, asintió.

“¿Comprendes que serás castigada por estar demasiado cansada esta noche?” 

Una vez más, ella asintió con la cabeza.

Más tarde en la cama, después de que le quitara el collar, Él quería saber si ella estaba de acuerdo. “Sí, lo estoy,” dijo. De nuevo, dijo que iba a ser más estricto. Quería que fuera su perfecta sumisa. Y Él sabía que era lo que ella también quería. Sí, lo era. Ella estaba totalmente de acuerdo.

“Pero, a partir de ahora, le dejaré determinar el ritmo en el que avancemos. Ya no presionaré y tiraré del siguiente paso.” Ella dijo.

En ese momento, sintió una increíble oleada de amor por Él. Pasó sus dedos por las mejillas de su cara, con dulzura. No quería nada más que estar con Él en ese momento. 

Las lágrimas de esa noche la sorprendieron. La sorprendieron de una manera positiva. Quería someterse a Él aún más. Quería llevar las marcas que hacía en su cuerpo. Pero no quería que Él se apresurara a hacer nada más. Aunque, con toda probabilidad, no era la intención de su marido, esa noche le dio una buena lección de paciencia.

viernes, 23 de abril de 2021

La hora del baño

 A decir verdad, ella no se baña muy a menudo. Es mas una persona de ducha, principalmente porque siempre tiene prisa. Y con frecuencia, al borde de la tardanza, y sencillamente, no hay tiempo para un baño. Para ella, un baño es algo que hace en las frías noches de invierno, cuando tiene tiempo para relajarse y revolcarse en la bañera. No se trata de lavarse, se trata de ella.

 

El otro pequeño problema que tiene con los baños es el aburrimiento. Le gusta la idea de bañarse, pero después de unos minutos de estar tumbada allí, empieza a sentirse inquieta. Ya ves, es un poco hacedora. Le gusta mantener su cerebro y, a menudo, sus dedos ocupados, así que, al no poder usar su ordenador, obviamente, no lo usa en la bañera, o su costura, que tampoco es factible en la bañera. Entonces, todo lo que queda es un buen libro, pero en este caso, también tiende a sufrir de la humedad, y de las condiciones húmedas.

 

Por supuesto, hay otras cosas que pueden hacerse en la bañera. El agua jabonosa caliente se presta perfectamente por sí misma a las manos errantes. Le encanta acostarse allí con su cuerpo boca abajo, ver mis pechos presionando hacia arriba a través de las burbujas de aire bajo el agua. También, es la oportunidad perfecta para un afeitado muy apurado, lo cual deja a su coño incluso más expuesto y sedoso al tacto de lo usual. No puede resistirse a tocar, acariciar y dejar que sus dedos se deslicen a través de sus pliegues húmedos y encontrar su clítoris. El calor del agua ha hecho que su sangre bombee más de prisa y cuando empuja sus caderas hacia arriba a través de las burbujas y sale al aire más frío, puede ver su clítoris hinchado sobresaliendo entre sus labios, pidiendo ser tocado.


Ella deja que su mano se deslice hacia abajo sobre su pecho y estómago, empujando a través de las burbujas, dejándolas a un lado, hasta que se detenga entre sus piernas. La punta de su dedo roza su clítoris y puede sentir los músculos dentro de su coño contraerse en respuesta. El agua hace que todo sea tan resbaladizo y sedoso que sus dedos se deslizan y desplazan fácilmente sobre su sexo, pero es su clítoris quien reclama la atención. Ella hace un círculo con su dedo alrededor de la piel, en la parte superior de su clítoris, y luego sobre la cresta, empujándola y pellizcándola, haciéndola gemir y suspirar, mientras puede sentir el calor dentro de su coño construyéndose para equilibrarse con el del agua alrededor de ella.


Por un momento, ella se pierde en la sensación y todos los pensamientos de detenerse se han esfumado. Sólo ella, las burbujas y el agua caliente, Él no notará ninguna diferencia si se corre ahora, ¿o sí? Esa idea la hace sonreír. Ella sabe la respuesta a eso, incluso si Él no sospechara (lo cual es probable) que ella se de cuenta de que solo tiene que ver su rostro, y las confesiones de sus malas acciones se escaparían de sus labios sin importar cuán decidido Él estuviera de pararlas. No, ella no se correrá sin Él, ha descubierto que cuando lo hace, consigue muy poca satisfacción de ello y el castigo que conllevaría siempre parece más duro por un momento de debilidad. Los únicos orgasmos que le dan placer son los que, de alguna manera, comparte con Él, por eso se detiene, suspira, estira su cuerpo bajo el agua y se relaja.

 

A ella, le gustan sus baños calientes, no que escalden, pero lo suficientemente calientes como para que se tenga que deslizar lentamente en la bañera, dejando que su cuerpo se adapte al aumento de temperatura. Le gusta que su piel se vuelva de ese color, el mismo color que la piel de su trasero se vuelve cuando ha sido azotado. Cuando finalmente emerge y se levanta de debajo de la manta caliente y acuosa, y se enjuaga la espuma de jabón adherida a su piel, es un cuerpo rosado húmedo, pero brillante el que lo saluda cuando ella regresa al dormitorio.