viernes, 31 de agosto de 2012

Las necesidades del sádico

Tengo una profunda y oscura desesperación cociéndose dentro de mí. La controlo. Yo siempre la controlo. Y el efecto secundario y lamentable de  tanto control es que mi corazón se vuelve frío y entumecido.

Nunca pregunté por qué soy de esta manera. Esto, para mí, ha sido una fuente de mucha búsqueda del alma y una agonía espiritual y moral. No soy budista, pero recibí una visión intermitente sobre el Karma de todas las cosas, antes de que yo despejara mi alma. Y esto fue después de que hiciera las paces con el diablo. Estoy lejos de terminar agonizando sobre aspectos de mí mismo, pero ahora, estoy en el camino de la integración. Estoy en el camino de casa.

 

A través de mi interminable auto análisis, sé que mi poder motivador es una frenética búsqueda de la intimidad. Que se manifiesta cuando más cerca me siento de una mujer, más fuerte siento por ella… más fuerte es mi deseo por… deshonrar y abusar no son las palabras correctas; la violencia o el dolor nunca son el punto, no son más que herramientas para forzar su mente, para que retroceda hacia el interior de ella, para que yo pueda seguir hacia su interior, donde hace calor. Algunas veces, estoy tan desesperado por ese nivel de intimidad que, pienso que podría rasgar su piel y su carne, solo para llegar al centro de su corazón.

 

Necesito a alguien lo suficientemente fuerte para que pueda alimentarme de ella y con ella. Necesito alguien para que rompa las costuras, de modo que ella no pueda pensar en nada, sino sólo ser cogida y consumida, alguien que se esforzara en darme lo que yo tan desesperadamente necesito. No puedo soñar en recibir de alguien que no tiene nada, en alguien que se viera disminuida por estar conmigo.

 

Necesito una relación simbiótica, una, en la cual, ella sienta que sus pechos están demasiado congestionados con la leche y yo la esté salvando al drenarla, mientras me muero de hambre y ella se ahorra el cuidarme. La necesito para que se sienta como agradecida por mi presencia, como yo lo estoy por la de ella. Necesito a alguien que me sorprenda con las necesidades de su propia fuerza y me atraiga más y más profundamente hacia su propia oscuridad.

 

Al igual que Gollum, necesito un tesoro para cuidarlo, alguien para centrar, para cuidar. Necesito a alguien que comprenda mi necesidad, para tranquilamente acariciar su pelo mientras me abraza viendo la televisión y necesito alguien que comprenda cuando  me despierto en medio de la noche, me ponga encima de ella y la penetre, la uso como un juguete sin mente. De hecho, a alguien que me comprenda, necesito a alguien que suspire por ello.

 

Necesito a alguien que sea una cómplice ansiosa en su propio libertinaje y consunción, alguien que sea una víctima dispuesta en el altar de mi deseo y que pueda esperar a volver a ser sacrificada una y otra vez.

 

Es una meta increíblemente alta. Lo reconozco. Sin embargo, soy paciente. Tengo tiempo.

viernes, 24 de agosto de 2012

¿Soy dominante?


El camino de la mujer sumisa para aceptar su naturaleza puede ser un reto, pero, al menos, es conseguible. Lo que quiero decir es que, incluso si es completamente ajena a su naturaleza, existen muchas señales que hacen fácil descifrar tanto su inclinación como su intensidad. Y así, aunque su desarrollo no sea fácil, al menos, es posible. La mujer sumisa despliega su naturaleza en una amplia variedad de formas bastantes obvias. En particular, el intenso estado mental conocido como “fiebre de la sumisa.” Un estado de una excitación elevada que no puede ser apagada solamente a través de las interacciones sexuales. Lo interesante del deseo de la sumisa es que es innegable. Incluso, para una sumisa no “despertada,” una vez que lo percibe, lo reconoce, aunque no llegue a entenderlo.

Muchas mujeres me han escrito sobre su primera experiencia sobre la fiebre de la sumisa – llamo “fiebre de la sumisa” a ese deseo intenso, abrasador e irresistible por entregarse -, cómo no lo llegaban a entender e, incluso, fueron muy temerosas, a veces, sobre esa sensación. Pero no podían ignorarlo. La fiebre de la sumisa no es solo estar en celo. Si así fuera, una sesión rápida, de entrar y salir, serían más que suficiente para satisfacer su anhelo, pero, el hecho es que el sexo no es lo es todo.

Por lo tanto, hay más indicadores que permiten a una sumisa ser identificada, tanto por ella misma como por los demás. Pero, ¿qué pasa con el dominante? ¿Cómo un hombre sabe si su naturaleza es dominante? ¿Cómo puede descubrirlo? ¿Cómo puede alguien reconocerlo? Quizás, lo más importante, ¿cómo puede un dominante desarrollar su naturaleza? A diferencia de las sumisas que, generalmente parecen responder bien al entrenamiento, la mayoría de los dominantes tienen poco deseo de ser entrenados y, ciertamente, no por otros dominantes. Es una cuestión de estatus.

Este problema parece dividirse en dos áreas típicas diferenciadas. Una, identificar los rasgos dominantes de alguien y dos, desarrollar esos rasgos. De los dos, creo que el primero es algo más que un reto.

Antes de continuar, debo decirles que mi opinión personal es que la mayoría de los hombres son dominantes por naturaleza, aunque algunos son más intensamente dominantes que otros. Esto es natural, ya que el hombre está genéticamente codificado para ser dominante, pero algunos hombres (como el macho alfa), evidentemente, son más asertivos en la expresión de su dominio.

¿Por qué, entonces, parece tan difícil para muchas mujeres sumisas encontrar una pareja dominante? En pocas palabras, a la mayoría de los hombres, les resulta difícil expresar su dominio natural. Ellos han sido socialmente condicionados a creer que es malo e inmoral ser así. Han sido décadas, generaciones, de activas campañas de las legiones de lo políticamente correcto, promocionar la idea de que los hombres y las mujeres son intercambiables con respecto a su sexualidad y modelos de interacción. Y así, los machos han suprimido sus tendencias naturales y, en su lugar, las han sublimado en otras áreas como los deportes, hobbies y conductas desadaptativas, etc.

¿Qué señales existen para identificar si un hombre es dominante? ¿Un deseo de controlar su entorno? ¿Opiniones mantenidas con firmeza? ¿Una capacidad (o deseo) para imponerse y salirse con la suya? ¿Un grado de confort manteniendo las riendas del control? ¿Un deseo de liderar más que de seguir? Todas estas cosas son legítimas, pero creo que lo que hace al hombre dominante es mantener el control con un alto sentido de la satisfacción. Es obvio que algunos pueden estar motivados para el control debido al miedo. El temor a perder el control hace que las consecuencias sean negativas. Por lo tanto, ellos intentarán controlarlo todo (también conocido como la micro-gestión).

Pero, el dominante de verdad no teme perder el control, para esto no lo buscan. Más bien, para llevar el control  como una salida a su naturaleza. En pocas palabras, se siente bien. Él no necesita controlar cada pequeño detalle de una situación, le es suficiente saber que puede hacerlo en caso de que lo decida.

Aquí creo que está la base para entender la diferencia fundamental entre los que abusan y aquellos que dominan. Los maltratadores usan el control como arma contra las personas de las que abusa. El dominante usa el control como una herramienta para mejorar y desarrollar el entorno que le rodea. El maltratador teme la pérdida del control, el dominante, en absoluto, lo teme.

Es curioso, pero mi descubrimiento ha sido que un montón de mujeres muy sumisas, a menudo, son etiquetadas como “fanáticas del control” antes de que hayan sido despertadas por su naturaleza. Reflexionando sobre esto, es fácil de entenderlo y explicarlo. Una mujer sumisa, no despertada, usa el control como una manera de crear una barrera entre ella misma y su naturaleza. Al controlar a  aquellos a quienes la rodean, ella nunca tiene que lidiar con su propia pérdida de control, que es la inevitable consecuencia de admitir su naturaleza. Muchas (si no la mayoría) de las mujeres están aterrorizadas por la pérdida de control que viene cuando se entregan a un dominante. Hablan de un abismo, un precipicio, una grieta de una negrura enorme. Lo comprendo. Ellas han tenido que controlar a todo el mundo que las rodean como una manera de sentirse seguras, de que nadie las controla. Lo cual anhelan en lo más secreto de sus corazones. Han sido hechas para temer por su condicionamiento social. Que extraño y triste.

Pero, volvamos al dominante, ¿cómo puede un hombre saber su naturaleza? Tal vez, la manera más fácil sea tener una experiencia sumisa que le sirva y observarle cómo se comporta. He visto esto con frecuencia. Algunos hombres no tienen ni idea de lo que hacer cuando una mujer hermosa se arrodilla a sus pies y se ofrece para servirle. Su reacción es, con frecuencia, levantar a la mujer del suelo e intentar hablarle del “por qué es degradante y malo arrodillarse delante de un hombre.” Estos hombres, probablemente, no sean dominantes por naturaleza. Otros, quizás la mayoría, se aprovecharían sexualmente de la situación. Y, ¿por qué no? El uso sexual es la manera más fácil de expresar la dominación o sumisión y pocos hombres resistirán la tentación de un servicio sexual ofertado libremente. Tales hombres son, creo, entrenables. Pero, hay una categoría más, la de aquellos que, siendo hombres, al ver a una mujer arrodillarse, tienen un sentido de lo correcto sobre la situación y tratan de entenderla. Si bien, pueden usar a la mujer de una manera sexual, buscarán una valoración más profunda de la situación. Tales hombres son obvios candidatos a ser enseñados sobre las maneras de dominar y someter.

¿Qué pasas si una sumisa no experimentada está disponible? Entonces, lamentablemente, resultará mucho más que un reto para el dominante no realizado, el aprender de su naturaleza. Por supuesto, siempre hay libros (tantos de ficción como de no ficción), y ayudarán hasta cierto punto. Pero, lo que realmente se necesita, es una manera para que el hombre exprese su dominación y que simplemente no pueda ser hecha a través de un libro.

martes, 21 de agosto de 2012

El corsé


Él sabía con exactitud qué tipo quería para ella. Algo completamente pasado de moda, como los que se pudieran ver en una vieja película en el París de la belle époque. Con toda probabilidad, negro o posiblemente, rojo o, tal vez, rosa, con toda certeza, de raso, con unos adornos de encaje. La blusa de corte muy bajo, casi hasta los pezones y las cintas laterales, estilo halcón, para que no impidan la vista de la soberbia carnosidad producida por la presión del corsé. Por supuesto, muchos corsés victorianos se prolongan hacia abajo para cubrir el trasero, pero él no está a favor de esto.  Quiere que su trasero quede expuesto. Llevará una tanga a juego y en cada lado del corsé, dos ligas para las medias. Las ligas y el corsé van de la mano como el pan con la mantequilla.

Buscan juntos por Internet y encuentran el artículo correcto. Cuando se lo entregan, ella le invita a más de lo que puede a posar para él. Se despoja de sus ropas. Luego, mantiene fuera el corsé para que se lo ajuste alrededor de sus pechos. Él se lo abrocha por la parte posterior con los corchetes, pero también hay algunos cordones para asegurarse de que realmente está abrochado. Mientras él se los aprieta, ella se siente cómoda e, incluso, segura.

Y, maravillosamente, mimada. Ella no piensa que sea incompatible con su sumisión, puesto que también siente una especie de autonomía. El corsé moldea y esculpe su cuerpo y la hace sentirse bien. Puede ver fácilmente el efecto que está causando en él.

¿Es la única prenda que se usa solamente para fines eróticos? Un corsé no tiene otra función que hacer hincapié sobre las zonas erógenas: especialmente, el busto, la cintura, las caderas y el trasero. Al presionar los pechos hacia arriba y hacia el exterior los expone, no solamente a la vista, sino también al tacto. Literalmente, él no puede apartar sus ojos de ellos, a menos que sea para bajarlos desde los pezones a la cintura y luego a la curva de las caderas. La vista trasera es igualmente fina, la cintura estrecha, acentuando la redondez de sus nalgas, por encima de la carne contenida en contraste con la desnudez exuberante de su culo, la fina cadenilla de su tanga era un mero gesto hacia la modestia.

“¿Te gusta?,” dice ella, pavoneándose, dando la vuelta y luego andando con una mano en su cadera y la ingle empujando hacia delante.

Él le hace señas para que se acerque.

“¿Quieres que me lo quite?” con coquetería, le pregunta ella.

“Voy a follarte con él puesto,” él la contesta.

jueves, 16 de agosto de 2012

Producto de tu imaginación


Soñé que estaba dentro de una fantasía en tu mente. Yo era un producto de tu imaginación y tu fantasía era hacer el amor conmigo.

Con cada gemido tuyo, podía escuchar la música de tu canción, incluso podía sentir tu aliento contra mi oreja. Con cada estremecimiento de tu respiración, podía sentir el latido de tu corazón contra la yema de mis dedos.

Yo podía ver tu silueta, tus curvas en la penumbra. Tu aroma allanando el camino, hablando en la antigua lengua, sin palabras: Mujer. Yo podía sentir la hinchazón de tus pezones, a la vez que tus  senos se endurecían contra las palmas de mis manos a través de la tela de tu vestido. Podía sentir la piel flexible de tus pechos contra mi mejilla, mientras te los chupaba, la piel resiliente de tus pezones,  mientras te mordía con más fuerza de lo que, quizás, yo debería.

Por encima de todo, literalmente, podía sentir mis dedos deslizándose dentro de ti. Podía sentir el calor radiante de tus labios exteriores. Podía sentir pastoreando con mis dedos los tenues filamentos de tu vello, justo antes de que tu cuerpo se abriera para aceptarme dentro de tí. Podía sentir tus músculos aterciopelados aprisionar mis dedos en respuesta a cada movimiento suave que hago. Sé que yo pondría mi otra mano encima de tu cadera para decirte silenciosamente que eres mía, que me perteneces ahora y que no puedes escapar. Lucharía duro para controlarme, para darme tiempo a explorar tu hermoso cuerpo, cercano a mí, por su interior. Acariciar, suavemente tus satinadas nalgas, sin presionarlas, con ternura por las crestas delanteras, para explorar la misma puerta de los cielos. El sabor, el olor, el aspecto de tu néctar en mis dedos es intoxicante, hacen que mi cabeza nade.

Podía sentir que me llevas a tu boca. Podía sentir el fondo de tu garganta, indicándome la completa aceptación de mi cuerpo por el tuyo. Podía oírme a mi mismo rogándote que te corrieras, mientras deseo que nunca termine. Podía sentir tu lengua pequeña y traviesa sinuosamente burlándose de mí, dando vueltas y vueltas, haciéndome sentir como si yo estuviera perdido en un torbellino de suave y húmeda carne femenina.

Y, sí, sin lugar a dudas, podía sentir tus manos pequeñas apretando por detrás de mi cuello, mi cuerpo y mi fuerza siendo tu ancla, un marcado contraste con tu gracia y feminidad. A su vez, podía sentirme a mi mismo perdido dentro de tu cuerpo, siendo devorado vivo por ti.

domingo, 12 de agosto de 2012

La exploración sexual


El sexo es una parte significativa de una relación de intercambio de poder. En esencia, un intercambio de poder es una expresión de la sexualidad de una persona con respecto a la naturaleza de otra persona. Una sumisa busca someterse sexualmente y un Dominante busca dominar sexualmente. Sin embargo, la necesidad de la mujer sumisa de satisfacer el sexo con su Dominante, no sólo trata de mantener la conexión con él, sino también de satisfacerla con la fuerza de una vida no conseguida de otra manera. Toda sumisa que se precie, es plenamente consciente de sí misma como un ente sexual y tiene un deseo fortísimo de que su cuerpo sea servido, así como estar al servicio de su Dominante.

Algunas veces, he escrito en este blog sobre las respuestas de una sumisa a la lectura de “La historia de O.” Era como si alguien hubiera apostado por un fuego apagado y luego, muy pronto, el calor fuera sofocante. Las imágenes de esa historia, descritas con palabras, evocaron y evocan numerosas escenas en la mente de muchas sumisas, trayendo a la vida una parte de ellas mismas sin que ellas supieran que existían. Durante años y años, incluso ahora, muchas sumisas sólo necesitan leer un pasaje de ese libro para sentir un deseo por el sexo que procede desde lo más hondo de su alma.

La alteración de su ropero, tal como O creía que resultaba más disponible para Sir Stephen, el uso de todo su cuerpo para su placer (y para el de ella), la aceptación de sus órdenes sin rechistar, su disposición a aceptar las correcciones físicas, son todas las características de su entrenamiento que dejan su cuerpo listo y deseando un encuentro sexual con su propio cuerpo. En esos momentos de la lectura, las palabras (o más tarde, sólo pensar en ellas) la convierten en mujer y revelan su propia caída.

Comparo esa respuesta con el subespacio de la sumisa (que puede durar meses o incluso años), cuando una mujer descubre su lado de mujer sumisa. En ese preciso momento, ante tal descubrimiento personal, la mujer sumisa no debe sentirse sola al desenterrar ese aspecto de su naturaleza, al crear un deseo sexual que parece no tener fin. Un clímax que simplemente lleva al deseo de la culminación del siguiente clímax. Traigo a colación el comentario que me hizo una sumisa: “Recuerdo que mi apetito sexual era voraz y hubo, eventualmente, un tiempo en que mi Dominante, disfrutando de un delirio de felicidad enorme, rechazaba mi último avance citando el agotamiento total y una desesperada necesidad de dormir un poco más.”

Por supuesto, hay etapas que se consiguen con el tiempo, pero, muchas sumisas nunca se sienten completamente feliz en su piel, a menos, que su deseo sexual sea alto y sean conscientes de su cuerpo como un objeto sexual. Quieren ser conscientes de su deseo primario y su necesidad de sexo de una manera lujuriosa. No es algo que su Dominante pueda descubrir, sino que lo tiene en la superficie de su cuerpo. Son conscientes de que están destinadas a prestar un servicio y deben estar preparadas para ser usadas, pero, francamente, no son las únicas que necesitan el servicio.

Les gusta ser violadas, presionadas, saqueadas sin darse cuenta. Cuando sus cuerpos han sentido la relajación que sólo puede venir de una intensa experiencia sexual y un profundo orgasmo, experimentan un placer tan intenso al vivirlo que sobrepasa todas otras experiencias. Si todo transcurre bien en su realización íntima y personal, como mujer sumisa con relación a su Dominante,  se sentirá felizmente satisfecha a pesar del hecho de que nada haya cambiado en sus vidas, excepto el buen sexo. Ellas ven la vida a través de otros ojos diferentes. Su apetito sexual está (temporalmente) repleto y su cuerpo enjuagado con las endorfinas.

Una mujer no puede ser entrenada como sumisa en términos de conseguir una relación de intercambio de poder exitosa sin atender su sexualidad. Aunque ellas hayan disfrutado siempre del sexo, el entrenamiento que sufran les debe proporcionar una nueva manera de percibir su cuerpo. En realidad, la sumisa diligente aprenderá las lecciones que le imparta su Dominante y disfrutará de la oportunidad que les den para acercarse a su sexualidad con una nueva mirada. La sociedad nos exige a todos que debemos aceptar el código de conducta establecido, pero no nos exige que escondamos nuestra sexualidad de nosotros mismos o de ellas mismas. Las mujeres que son conscientes de su condición sumisa aceptan de buen grado todos los recordatorios que la forzaban a reconocer que son un objeto de deseo, un objeto deseable. ¿Quién no disfruta con el propio esfuerzo al tener nociones de que el sexo es bueno, que la sexualidad de la mujer debería estar constantemente presente o, al menos, debajo de la su piel?

Por una parte y como caso curioso, muchas sumisas son tradicionalistas, y no están interesadas en el sexo con otras personas y solamente le atraen los hombres. Curiosamente y, por otra parte, a pesar de su tracionalismo, están totalmente abiertas a sugerencias con respecto a su propia sexualidad en la búsqueda de la realización y la luz. Por supuesto, no podrían aprender las lecciones de sus entrenamientos si no fueran una mujer sumisa y, para ellas, es el regalo por haber nacido con este tipo de naturaleza.

No solo aprenden a estar en su sitio, sino que, dentro de sus mentes, permiten explorar de esta manera con tal convicción y aplomo. Así, de este modo, creo que una mujer sumisa puede considerarse a sí misma afortunada.


jueves, 9 de agosto de 2012

Orgullosa de ser una pervertida


“Ben Alí, si fuera posible trazar una línea entre lo que he leído en su blog y lo que sucederá en mi vida, lo haría hoy mismo. Usted habla de donde han estado algunas sumisas y por qué estaban allí, lo que les sucedieron en sus caminos, lo bueno y lo no tan bueno. Creo que todas las lectoras sumisas tienen una idea bastante buena de lo que significa buscar la conexión entre las personas, amarse, entregarse y abrazar nuestra propia naturaleza para encontrar la diversión en nuestra propia vida.”

“Pero, hay algo más que eso en mi historia y, a decir verdad, me siento orgullosa de decirle que soy una pervertida. En su blog, estoy aprendiendo mucho sobre esa “puta interior” que siempre  ha vivido dentro de mí (y tal vez, ¿en todas las mujeres?) Ahora mismo y, espero que para siempre, ella está fuera de la caja y ha tenido una explosión. Esa puta interior de la que le hablo, no vió allí la luz del sol durante unos años, pero confía en mí cuando le digo que es “buena para ir con ella.” Por lo tanto, desde ahora en adelante, esa puta interior va a tener mucho que decir. Espero que no le importe, ya le iré contando por este medio, Ben Alí.”

Sin palabras, sumisa desconocida.

sábado, 4 de agosto de 2012

Ganar versus ganar


En los negocios, a algunos hombres, no les importar llegar a lo más bajo que pueda con tal de conseguir lo que ellos quieren. Y, normalmente, es dinero. Durante toda mi vida, nunca he llegado a comprender ni esperar ni conseguir nada de ese tipo de personas en tales circunstancias. Sin embargo, todavía me sorprendo de lo lejos que algunas personas suelen ir. La ética y la moral no forman parte de sus vidas. Conseguir lo que sea y como sea, es la premisa en estos días. No me gusta, pero, reconozco que sucede y, con muchísima frecuencia, en el día a día.

Gracias a Dios, las relaciones de intercambio de poder no son así. Es casi un milagro que una relación sea exitosa si el resultado a conseguir es que una persona gane y la otra, pierda. Con el fin de que la relación prospere y sobreviva, tiene que crearse constantemente la situación de: “ganar versus ganar.” Ambas personas – Dominante y sumisa – deben buscar siempre el acuerdo con su pareja en sus roles y ambas personas deben ser felices con la relación. Si este no es el caso, deben hacerse los ajustes correspondientes. Una sumisa no tiene nada que ganar con un Dominante infeliz y un Dominante debería sentirse insatisfecho si su sumisa no es feliz en su rol.

Si el rol del Dominante es presionar a la sumisa hasta sus límites y, si todo está bien, va a encontrar los desafíos muy edificantes y emocionantes. Algunas veces, la mujer sumisa no se sentirá cómoda del todo al tener sus límites presionados y, si este es el caso, obviamente, su malestar alcanzará a su Dominante. Su ansiedad será evidente, a pesar de todos sus esfuerzos, por mantener está situación por si misma y aparentar que está alegre. Lo más probable, es que ella continuará tratando de cumplir sus deseos, pero su angustia se mantendrá justamente en su interior.

El Dominante inteligente sabe que hay que efectuar cambios en la relación. Él se autopreguntará si está haciendo lo mejor para su sumisa. ¿Debería hacer ajustes en su relación, él recular un poco y cerrar el tema un poco más adelante? No debe existir ningún requisito para llegar a la meta con tiempo determinado. El Dominante inteligente debe ajustar su agenda para resolver los problemas a lo largo del camino. Para un buen Dominante, los ajustes forman parte y partida de quién es él y de lo que él hace. La rigidez en la relación es el camino que conduce al abismo.

El Dominante tiene el poder a su disposición para hacer lo que él quiera, pero, si hace lo que quiere sin pensar en cómo le afectará a su sumisa, su poder se puede evaporar. En absoluto, es divertido (o no debería serlo) liderar a una sumisa que está descontenta con su liderazgo.

En una relación de poder, las dos personas – Dominante y sumisa – deben ser felices, estar satisfechas y en paz. No puede haber ni vencedor ni vencida. El intercambio de poder opera en la más alta moralidad y base ética. ¿No es esto magnífico?