miércoles, 27 de febrero de 2013

Más sobre la vergüenza


He recibido algunos comentarios sobre mi anterior artículo, titulado “La vergüenza” que, creo, merece la pena volver al tema. En particular, dos puntos captaron el interés de mis lectores que parecen haber llegado al tema desde dos direcciones diametralmente opuestas. Por un parte, yo (o quizás, debería decir “él”, el personaje de la historia) era castigado casualmente al ofrecer una mujer sumisa a otro hombre, de tal manera que parecía desconsiderado, incluso sin corazón (estoy parafraseando, pues creo que este era el peso de la carga). Por otra parte, se agrava la ofensa por su disposición a entregarla a un hombre que, incluso no era un miembro integrado plenamente en el estilo de vida de la D/s y, por lo tanto, alguien que no la trataría con el respeto que ella se merece.

Pero, otro lectora reconocía que nada de esto tenía que ver con la vergüenza. Ella (supongo que es ella) afirmaba que la vergüenza es una emoción negativa que resulta del acto que comete una persona sabiendo que es indigno de sí misma. Mientras que la mujer de mi historia, que está siendo usada como sumisa, quiere ser exactamente eso. Ella se está comportando justo como su dominante quiere. ¿Dónde está la vergüenza en esto?

Estoy intentando dejar claro en este escrito que la esencia de este pequeño episodio es la humillación que la mujer experimenta al ser tratada solo como un objeto o un juguete. Nadie le consulta sobre lo que ella quiere. Nadie le pregunta cómo se está sintiendo. Cuando ella aparece para protestar, es inmediatamente silenciada. Tiene claro que su dominante hará exactamente lo que a él le plazca y que la parte que le agrada a él, es demostrar a otro hombre, un hombre con el que ella no tiene ninguna implicación emocional, de que puede disponer de ella como le plazca. Y que esto, puede involucrar el tener que ser penetrada por el culo por este otro hombre, un acto que para este hombre no será una experiencia profunda o significativa pero, sí, algo casualmente disfrutado. Una emoción barata, si lo desea.

Puedo comprender por qué algunos lectores encuentran esto impactante. Lo que hace diferente la explotación de un ser humano por otra persona, es que el intercambio de poder permite todo tipo de actos abusivos ante los ojos de la gente vainilla, de hecho, se basa en el mutuo respeto, incluso con amor. Entonces, ¿cómo se puede tratar a alguien, al parecer, de una manera, tan irrespetuosa, entregándolo a otro sin pensarlo dos veces?

Sin embargo, yo no hubiera escrito ese artículo de la manera que lo hice, a menos que,  hubiera sabido por un hecho real de que algunas mujeres son positivamente, incluso violentamente, excitadas por el tipo de tema que estaba intentando describir. Su sumisión, a veces, las lleva a desear la humillación, para ser tratadas como suciedad, si le gusta, si eso es lo que le da placer a su dominante. Ellas no quieren ser respetadas. Por supuesto que, realmente, al final, les gustan pero no al margen de la angustia de sus más oscuras fantasías. Ellas quieren ser tratadas como putas poco comunes, cuyos propios deseos no son tenidos en cuenta para nada. Ser entregada a un hombre que no comprende la naturaleza de su sumisión hace que la experiencia sea aún más humillante para ellas, porque no pueden auto consolarse ellas mismas con el pensamiento de que el otro hombre que las está follando respeta sus razones por ser usadas de esta manera. En cuanto concierne a Juan, ella puede ser solamente una pequeña vagabunda barata. Al menos, existe una posibilidad real de que es lo que ella piensa, y esto es, por lo tanto, doblemente humillante.

Aquí, se está jugando peligrosamente. Sé por propia experiencia que la mujer camina por el filo de un cuchillo con sus fantasías más profundas, entre la participación de una manera realmente emocionante y, a la vez, sintiendo, en algún momento, que ella es de una moralidad barata y vagabunda poco convencional. El dominante necesita trabajar duro para reforzar los sentimientos positivos de ella sobre esta experiencia. Pero, si funciona, ello puede ser sumamente excitante, tanto para el dominante y como para su sumisa.

Pero, lo que el lector se pregunta es ¿por qué ella debe sentir vergüenza de todo esto? ¿No es justo divertirse haciendo lo que el dominante quiere hacer? ¿Por qué ella debe avergonzarse de esto? Creo que esto es, más bien, perder de vista el norte. Mi creencia es que, por muy profundamente que una mujer esté en el estilo de vida de la D/s, por mucho que ella ame a su dominante para hacer con ella como a él le plazca, - ella nunca puede despojarse de la sensación de ser usada como una puta poco común -, es algo bastante humillante y, realmente, lo quiere y al ser consciente de que él sabe que ella lo quiere, es más humillante todavía. Si esto fuera así, no sería tan excitante. Si está a disposición de todo y cada uno está desprovisto de culpa y vergüenza, la mujer no conseguirá que la sacudida del deseo sexual provenga de tener todas las opciones y la dignidad despojada. Cuando entrego una mujer a otro hombre, quiero que ella se sienta humillada, usada e incluso abusada y sé que esto es lo que ella anhela. Estas son las palabras que las mujeres han empleado cuando me hablan de tales cosas. Yo no he puesto las palabras en sus bocas.

domingo, 24 de febrero de 2013

Amordazada


Él está sentado en un sillón. Ella permanece de pie ante él, llevando una camiseta blanca usada por donde destacan sus pezones grandes y duros, desnuda por debajo de la cintura.

“Voy a ponerte sobre mis rodillas,” dice él. “Lo necesitas.”

“Sí, señor,” contesta ella. Es verdad. Ella ha estado últimamente de mal humor, discutiendo con él por asuntos triviales. Ha habido un poco de malas caras, aunque siempre a espaldas de él e, incluso, metafóricamente, algún pataleo por parte de ella.

“Necesitas un buen y sonoro azote con la mano.”

Sí, ella necesita sentir la presión de su peso bajo su regazo, su culo, desnudo y tenso, el hormigueo en su piel. Ella necesita sentir la mano de él sobre trasero, “educándola.”

Y entonces, dice a ella: “Cuando te  haya calentado, voy a azotarte fuerte, muy fuerte. Primero con la palmeta de madera y luego, con la caña. Voy a dejarte mi marca.”

En el ambiente, existe esa mezcla familiar de la emoción, el miedo y el deseo. Va a ser malo. Pero, su coño se cerrará y apretará con fuerza.

Antes de empezar, él la dice: “Tráeme el paquete que viste en el cajón superior del aparador.  

Ella va hacia el cajón del aparador. Dentro hay una caja. Está todavía en su envoltorio de celofán. Vuelve y se lo entrega.

“No tenemos que hacer mucho ruido,” dice él, mientras desenvuelve el paquete, “voy a tener que amordazarte.”

Las mordazas siempre tienen el mismo efecto. Es como, con el poder de la palabra quitada, todas las partes activas de su carácter se eliminaran también. Ella está totalmente pasiva, parece despersonalizada. Y, profundamente sumisa. Ella tiene ya la mordaza en su boca, algo así como una bola redonda de goma roja que llena su boca y está  abrochada por detrás de su cabeza. En otros momentos, él también lo intentó con una mordaza similar a las que se les ponen a los caballos, atada a una especie de herradura. “El único problema con una mordaza,” dijo él, “es que no puedes chupar mi polla mientras la tienes puesta.” Actualmente, pensaba ella, se puede con más o menos maña. Ella ha visto esos aparatos de metal que usan los dentistas para mantener la boca abierta. Pero, no le impediría hablar, gritar o gemir de la forma que se consigue con una mordaza.

“La mejor mordaza de todas es una enorme polla dura,” dijo él una vez. Esto es innegable. Pero esto no es lo que está en la caja, pensó ella.

O, ¿es? Él abre la caja y aparece un artilugio como una máscara por la parte más baja de su cara. En el interior de la máscara  hay un grueso dildo de goma negra en cuclillas con la forma de un pene. La máscara tiene una correa a cada lado.

“Arrodíllate,” le dice a ella.

Él presiona el consolador en su boca. Lo siente enorme. Abrocha las hebillas por detrás de su cabeza. En todos los sentidos, ella está muda e inclina su cabeza.

“Ahora, sobre mis rodillas,” dice él.

Él la empuja hacia abajo. Se toma su tiempo para prepararla, con una mano acariciando su nuca mientras murmura palabras de ánimo, la otra mano, acariciando su trasero, amasándolo, acariciándolo. Ella flotando en alguna parte del espacio.

Sin avisar, le azota la nalga derecha de su culo. Ella gime por detrás de la mordaza y se retuerce un poco. Él la coge por los pelos para ponerla en su sitio y su mano baja con dureza contra su otra nalga. ¿Cómo es este Amo que siempre se las ingenia para que los azotes sean más difíciles de lo que ella espera? Tal vez, piensa ella, es porque recuerda lo bien que le sientan cuando se termina, no lo mucho que duele al principio. Él establece un ritmo lento, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Su culo está picando. Ella está gimiendo un poco, al menos, ella piensa que es ella, pero no grita mucho. Su culo empieza a brillar. Ella no tiene ni idea de cuánto tiempo ha pasado, ni cuantos azotes ha recibido cuando él se detiene, acariciando ahora su ardor trasero con una mano porque seguramente le está picando muchísimo.

“Ahora que he conseguido calentarte, voy a ir en serio,” dice él. “¿Estás preparada para ello?”

Cualquiera que sea el ruido que ella haga con su boca amordazada, no es inteligible.

“Voy a tener que considerarlo como un sí,” le dice a ella. 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Usted no puede castigar físicamente a una masoquista, ¿verdad?


“No, yo no he hecho nada malo porque, realmente, soy buena…sobre todo…” (Es probable que él no estuviera de acuerdo), le decía ella.

Él usa el castigo en su relación con ella y no se confunde ni lo solapa con los azotes ni con el castigo de la sesión. Si ha de ser castigada, eso significa que le ha desobedecido o desagradado de tal manera que ella no podría haberlo hecho mejor. No le gusta ser castigada y este es su problema…no es algo que ella quiera o que se porte mal o adrede para conseguirlo.

Ella no suele ser castigada muy a menudo y, ciertamente,  no tanto como antes, porque le gusta hacer tal como él la dice. A ella, le gusta complacerle, pero su boca incontrolada hace que se meta en problemas. Tiene la perniciosa costumbre de no pensar antes lo que habla y suele ser poco respetuosa. Lo cual hace que, definitivamente, se gane más castigos, bien porque sea muy gruñona o porque algo no ha ido como a ella le gustaría.

Ella recuerda que el primer castigo físico que recibió, fue uno que no olvidará jamás. Su Amo le dijo que serían unos pocos azotes con la fusta y que no debería preocuparse mucho y, menos, cuando le anticipó que solo serían seis.

“En serio, serán como unas palmaditas cariñosas dadas por mí sobre tu culo…” le dijo.

La fusta era el implemento de castigo preferido por ella y luchaba contra algunos inconvenientes, como el no podía recibir unos azotes muy largos y fuertes con ella. Por lo cual, posiblemente, no tendría que preocuparse mucho. Incluso, ella era un poco arrogante al respecto.

La diferencia fue inmediata y notable antes de que, incluso, hubiera levantado la fusta. Para empezar, el comportamiento de él – ella fue la primera en decir que podría ser cruel y duro – ni siquiera estaba decidido ni tampoco, centrado. Desde luego, no estaba juguetón, pero tampoco estaba, como ella solía decir, con un talante sádico.

Entonces, presintió que esto iba a ser algo diferente, el pánico se apoderó de ella cuando, después de atarla a las patas de la mesa, fue derecho a por la fusta. Siempre, antes de azotarla, siempre le había dado un calentamiento previo, tanto si era con la mano, la paleta, el cinturón o la fusta. Siempre se aseguraba de que ella su trasero lo suficientemente caliente para azotarla muy fuerte con la fusta. Los azotes los iba construyendo siempre gradualmente, aumentando la dureza poco a poco. Ella recuerda que le preguntó por el precalentamiento y le replicó:

“Esto es un castigo, no vas a recibir solo uno. Por lo tanto, deberás contar cada golpe.”

Y, como el primer azote llegaría con toda su fuerza…ella detestó contarlo  y la hizo besar la fusta antes de que empezara…esto era nuevo en él.

“¡Maldita sea! Sin sufrir ningún daño o dolor, todo sería un eufemismo,” pensaba ella.

Estaba muy segura de que no iba a sobrevivir a otros cinco golpes. Es más, ni siquiera estaba segura de cómo iba a tener aliento para gritar: “Uno…dos…”

Cuando los azotes hubieron terminados, le preguntó si ella quería más (una especie de petulancia por parte de él). Ella era consciente que lo comentaba con referencia a su anterior y arrogante actitud y al hecho de que en la mayoría de los azotes, por lo general,
cuando le gustaban y hacia una pausa más larga entre golpe y golpe, ella solía pedir algunos más. Ya que, a veces, cuando él se detenía, ella pedía algunos más. Esta vez, no, no estaba pidiendo ninguno más.

Ella reconoce que es una mujer masoquista. El dolor, en un ambiente controlado, la excita y le puede proporcionar una intensa gratificación sexual. Estos azotes con la fusta la excitaron pero, bajo ninguna circunstancia, eran agradables, a pesar de que su cuerpo respondía de una manera diferente. Todavía sigue temiendo a los azotes con la fusta sin precalentamiento para que el castigo sea eficaz para ella. Sin embargo, lo más importante era el aspecto mental. Él le trazó una línea muy clara entre el dolor como juego erótico y el dolor como castigo.

domingo, 17 de febrero de 2013

Diez minutos de ficción: La violación


Por motivos que no vienen al caso, me he llevado bastantes días sin escribir. Así que hoy domingo por la mañana, me despierto con las últimas cuatro líneas de una historia en mi cabeza. No sabía si debería levantarme para escribirlas o perderlas. Así que,  me he levantado a las siete y media de la mañana, encendí mi portátil y las escribí. Desayuné y luego me puse a escribir el resto de esta historia.

La violación se desarrolla en una serie de actos, como un drama muy conocido, cuyo final es predecible y, aun así, mantiene la atención con la repetición de cada nueva violación

En el primer acto, ella es abducida. Su realidad es eliminada y reemplazada por una de su propia invención. En este nuevo lugar, no hay nada más que comodidades, nada que no sea familiar. No hay seguridad.

En el segundo acto, ella es secuestrada. Las cuerdas, usadas para obligarla. Las esposas, para mantenerla como rehén. Ella está inclinada y conformada en una posición que le agrada, pero la aterroriza. Ella está abierta, con las piernas separadas, expuesta y vulnerable. Ella no tiene fuerza para resistir, se siente impotente. Él hará lo que quiera.

En el tercer acto, él comienza con sus placeres. La atormenta y se burla de ella. Le coloca el antifaz, robándole su visión. No puede predecir donde el látigo puede caer, donde la cera puede gotear, donde el cuchillo puede cortar. La tensión de su cuerpo es como la cuerda tensa de un instrumento. Él juega con ella y esta grita y sus gritos son música para sus oídos.

En el cuarto acto, el uso de su cuerpo, penetrando sus agujeros y lamiendo y comiendo sus intimidades. Algunas veces, embistiéndole el mismo, otras veces, dedicándole su tiempo, él se deleita en su placer y, al final, en su dolor. Ahora, sus gritos ondulan, insaciables, hasta que logra su propia liberación. Este es siempre el punto culminante.

En el quinto y último acto, ella se siente libre, situada en su antigua realidad, una realidad que cambió para siempre.

El diálogo de esta obra es mínimo. Órdenes simples y duras. Sin embargo, incrustadas en un hilo común que teje su camino a través de los actos. Solo dos palabras, que ella repite una y otra vez. A veces, quejándose, otras gritando. Las palabras son: “Por favor.”

El resto del mundo escucha esto y piensa que es un motivo para la misericordia, un deseo de libertad, un escape del tormento.

Él las oye y sabe lo que, realmente, son y significan, una solicitud de permiso, un oscuro deseo de más.

El resto del mundo le llama violador, sádico y cosas peores.

Ella, simplemente, le llama, “Señor.”

sábado, 16 de febrero de 2013

Taponada


Cuando ella sale del cuarto de baño, él está sentado en un sillón. En la mesa que está a al lado de él, hay un plug grande y negro y un tubo de lubricante. Ella siente una prisa repentina por volver al cuarto de baño y cerrar la puerta.

“Ven aquí,” le dice.

Cuando él habla en ese tono, sus piernas se vuelven gelatina. El vuelo se hace imposible. Ella se dirige tambaleándose hacia él, temblándole las rodillas.

“Bájate las bragas,” le ordena. Es otra de esas órdenes, dichas con un tono de total autoridad, que ella encuentra totalmente convincente. Es como si ella estuviese hipnotizada o drogada.  Se levanta la falda y se baja las bragas saliendo de ellas lo más elegantemente que puede. No sabiendo lo que hacer con ellas, las mantiene fuera. Él las coge y las huele delicadamente. Por nada del mundo, le gusta que él haga eso. Luego, él se las guarda en el bolsillo.

“Ahora, ponte sobre mis rodillas,” le ordena a ella.

Ella se pone boca abajo sobre su regazo, sus pies tocando justamente el suelo, sus manos agarrándose a las patas de la silla para apoyarse. Él levanta la falda para exponer su culo, que frota durante un momento.  Su turbación interior, la hirviente masa de humillación, el miedo y la excitación se suavizan con el tacto de su mano. Luego, ella escucha el leve ruido del lubricante que se lo echa sobre su dedo. Con su mano libre, él separa las nalgas de su trasero. Ella está muy contenta porque su rostro no está a la vista de él y no puede ver el rubor de su cara. Siente la frialdad del lubricante en su pequeño y apretado agujero. Le introduce su dedo, luego lo saca y pone más lubricante. Gradualmente, su culo se mancha y se pone más resbaladizo y, a pesar de su vergüenza, ella puede sentir ahora que está siendo dilatado.

Ella siente el plug presionando suavemente contra su ano. Lo contrae en el sentido de la presión, tal como él le ha enseñado. Pero, ella sabe que es un ajuste muy apretado. Piensa que es una cosa enorme y su esfínter es muy estrecho y pequeño. “Por favor, tenga cuidado,” le insinúa ella.

Muy despacio, él introduce el plug dentro de ella, dilatando su ano, el dolor es casi insoportable. Ciertamente, ella piensa que no puede más. Entonces, de pronto, se desliza hasta el fondo y ella se siente llena, casi a rebosar, le parece. Ahora que está taponada por completo, la sensación es muy buena. Estar abierta, ser lo que él quiere que ella sea, consciente de su culo taponado para él, justo de la manera que él quiere y desea. Ella hará cualquier cosa por él.

“Ahora, quiero que gatees por la habitación, parándote de vez en cuando para mover tu culo taponado ante mí,” le dice.

“Oh, Dios, cualquier cosa menos eso,” piensa ella en su interior. Pero, ¿qué opción tiene ella ahora? Obedientemente, ella se pone en marcha para gatear, sintiendo los ojos de él sobre su culo, su culo penetrado y su culo taponado.

viernes, 1 de febrero de 2013

La vergüenza


Una de las cosas que me encanta de la D/s, es observar los impulsos contradictorios en la mente de la sumisa. Nada me da más placer que presionarla contra los límites de lo que ella piensa que hará, mientras que avivo su deseo, persuadiéndola de que lo impensable no está, después de todo, tan lejos de esa posibilidad. Me gusta conocer que ella quiere salir corriendo y esconderse y, sin embargo, es incapaz de resistir.

Sin embargo, las mujeres sumisas altamente sexuadas, con frecuencia, suelen ser muy tímidas. Un límite importante para muchas de ellas es la presencia de un tercero. Las cosas que pudieran permitirse en privado, son casi imposibles si un hombre está presente. Y, sin embargo, tapadas bajo la timidez y la vergüenza, existe a menudo una pequeña puta que alardea de sí misma si se le ordena que lo haga, si ella siente que la autoridad del dominante es lo suficientemente fuerte y si él puede despertarle su deseo de complacer. He tratado de trabajar sobre esto en los siguientes escenarios.

Él la desnuda y la inclina sobre el apoya brazos del sofá.

“No te atrevas a moverte, a menos que yo te lo diga,” dice él. “¿Comprendes?”

“Sí, señor.”

Ella se pregunta qué es lo que va a ser esta vez. ¿Dolor, placer o humillación? O ¿las tres cosas?

Él separa las nalgas de su trasero, luego la lubrica y, con cuidado, inserta su plug. Ella se siente dilatada, abierta y bastante llena. Él la deja en esa posición y se va a la habitación contigua. Le oye hablando por teléfono, pero no puede entender lo que habla. El tiempo pasa. A ella le gustaría poner la mano entre sus piernas para sentir lo húmeda que está. Pero, no se atreve a arriesgarse.

Él vuelve a la habitación. “Juan va a venir a tomarse una copa rápida con nosotros,” dice.

¿Qué?” pregunta ella. “No.”

“¿He dicho que podías hablar?”

Ella se calla.

“Recuerda, no te muevas.”

Ella está al borde de un ataque de pánico. Juan no solo sabe qué clase de relación existe entre ellos, sino que también la han discutido con él una o dos veces, pero,  nunca los vió en acción. “Yo no estoy preparada para esto, piensa ella.” Pero, sabe que su protesta caería en oídos sordos.

Suena el timbre de la puerta. Él va a abrirla. Ella piensa en subir corriendo al dormitorio y cerrar la puerta con llave. Pero, no se atreve. Él vuelve a la habitación con Juan. Ella tiene su cabeza enterrada entre los cojines, se está ruborizando de vergüenza. Dos hombres hablando de temas intrascendentes, sentados en el otro lado de la habitación. Ella está siendo aparentemente ignorada. “Esto me conviene,” piensa ella.

Ella oye como escancian las bebidas. La conversación fluye. Luego, hay una pausa.

“Ven y echa un vistazo a la chica,” dice él.

Ella oye como los dos hombres se acercan.

“La estoy entrenando,” le dice a Juan. “Por el momento, tiene su culo bien apretado. Es muy agradable para mí, pero sería mejor para ella, si estuviera un poco más relajado. El problema es que el plug lo dilata, ¿cuánto tiempo dura el efecto? No estoy seguro si es permanente.”

Ella siente que él ha cogido el plug y lo gira despacio en el interior de su ano. Si a ella le hubieran preguntado, hace unas semanas, si hubiera podido soportar este tipo de objetificación, dos hombres discutiendo las dimensiones de su ano de esta forma, ella hubiera resoplado de incredulidad.

Poco a poco, él le saca el plug. Extraña lo mucho que ella lo echa de menos cuando lo ha sacado.

“Ya estás viendo cuánto ha sido dilatado,” dice él. “Introduce tu dedo y comprueba lo dilatada que está.”

Ella piensa, “¿puede una morirse de vergüenza?” Ella siente un dedo y, luego, lo que pudieran parecer dos o tres presionando en el interior de su ano.

“Sí,” dice Juan. “Ya lo veo.”

“Me consta que no estás en este mundo de la D/s,” dice él, “pero te gusta follarte a las mujeres por el culo, ¿verdad?”

“Por supuesto, “ Juan se ríe. “¿Quién no?”

“Tal vez, cuando yo haya acabado el entrenamiento, te dejaré que lo hagas y me podrás decir cómo está ella,” dice él.

“Eso me gustaría,” dice Juan, “pero me tengo que ir ahora.”

Le muestra a Juan la puerta. Ella permanece inclinada sobre el sofá mientras oye que vuelve. “¿Qué será lo próximo?” piensa ella. No puede ser tan malo como la última media hora. Y no puede negar que nunca ha estado más mojada que en estos momentos.