sábado, 27 de septiembre de 2014

De una correa

“Mira lo que he comprado para tí,” él dice.

Por una parte, es un collar. No es bonito, no es una de esas cosas pequeñas de color rosa con campanitas. Está hecho de un cuero negro y grueso, de unos treinta milímetros de ancho, un objeto que usted podría comprar para un mastín, no es para un perro faldero. Está decorado con clavos de acero.

Por otra parte, es una correa pequeña con una cadena de acero con una empuñadura de cuero en un extremo. Ella mira estas cosas fascinada y, ligeramente, horrorizada.

“Quítate la ropa.”

Ella reacciona de una manera pavloviana. Ya no podía desobedecer tal orden procedente de él, nada más que escapándose por el aire. Ella se desnuda.

“Arrodíllate,” le dice.

Le pone el collar en su cuello y cierra la hebilla. Lo nota pesado y áspero. Ella tiene una breve visión de sí misma encadenada en el patio. Toda la noche. Ella se estremece. Esperanzadoramente, cree que no llegará a eso. Por supuesto, que no.

Él engancha la correa al collar y tira del ella, atrayéndola hacia él.

“Vamos a hacer un poco de entrenamiento,” dice. “Presta atención a mis órdenes.”

Ella nunca ha hecho esto. Por supuesto, lo había pensado. En teoría, había pensado sobre esto y sobre cosas peores. Pero, esto no era teoría. Es real. La realidad nunca es la misma que la imaginada. Esto es, ¿qué es exactamente? Es vergonzoso. Ella se siente incómoda. Incluso estúpida. De acuerdo, es un tema solo de ellos dos. Pero, en realidad, es de tres, porque ella está fuera de sí misma, viendo y pensando. No puede sentirse agraciada gateando por el suelo. No puede ser ni sentirse la criatura de la elegancia que le gustaría ser.

Él se pone a caminar por la habitación a buen ritmo, tirando de la correa. Ella se esfuerza por mantener el ritmo. De repente, él da un tirón fuerte de la correa,  sacudiendo la cabeza hacia atrás.

“El talón,” él chasquea.

Ella se detiene.

“Sentada,” le ordena.

Ella se pone en cuclillas sobre sus piernas, esperando que esta sea la posición correcta. Él tira con fuerza de la correa y empieza de nuevo. Ellos se paran, ellos empiezan. Luego, él se sienta. Ella también se sienta en el suelo sobre los talones.

“Perdón,” dice él.

“¿Qué? ¿Cómo?”

“Las patas hasta el hombro, la cabeza erguida.”

“¿Las patas? Esto es una tontería.” Pero, ella lo hace.

“La boca abierta.”

Ella lo hace. Él arroja un trozo de chocolate hacía ella. Ésta consigue atraparlo con la boca.

“Buena chica,” él dice. Ellos hacen el truco de nuevo. Él le arrasca suavemente detrás de la oreja.

“Ahora,” dice, “quiero oírte ladrar.”

“No,” ella piensa. “No es posible. No, no y no.”

Hay una larga pausa.

“Estoy esperando,” él dice. Ella conoce ese tono de voz.

Otra pausa. “No, realmente, no,” piensa ella. “No puedo. No lo haré.”

“Sabes que, al final, lo harás,” dice él. “Por lo tanto, ¿por qué no ahora?”

domingo, 21 de septiembre de 2014

Azótame

“Azótame,” ella dijo.

Era media noche. Encendí la luz. Yo, siempre caballero, decidí obligarla. Me senté en la cama, tire de ella hacía mi regazo y me puse a trabajar con mi mano. Ella estaba ya desnuda, lo cual siempre ahorra tiempo, aunque existe algo muy placentero en el ritual de levantar su falda y deslizar sus bragas hacia abajo. Pronto, su trasero era una deliciosa mancha roja.

Ya que ella ha tenido la temeridad de pedírmelo, decidí algo más contundente de lo que me pidió. La hice arrodillarse sobre la cama y fui a buscar mi tawse de cuero. Unos pocos golpes con la misma. Pronto, la hice saltar de una rodilla a la otra, acompañado de pequeños chillidos. Para mantenerla quieta, tuve que agarrarla del pelo y retorcerlo fuerte con mi mano. Su trasero se puso de un tono rojo mucho más oscuro. Seguí azotándola, pero de la manera que estaba arrodillada, podía ver su coño haciéndome guiños y me di cuenta que era algo que yo quería hacerle, incluso, con más urgencia de lo que quería azotarla. Por lo tanto, puse la tawse aparte.

Luego, más tarde, cuando yo estaba abrazándola, conseguí preguntarme. ¿Era ella una mujer sumisa? Al menos, eso era lo que decía. Pero, ¿debe una mujer sumisa pedir que la azoten? ¿No debería ella esperar hasta que yo quiera azotarla? ¿No es esto la vieja treta de trepar desde abajo? Por otra parte, era bueno saber que ella lo quería y lo deseaba tanto, hasta el extremo de correr el riesgo de pedirlo. Aunque ello pudiera traerle problemas. ¿Acaso el dominante no quiere saber lo que pasa por la cabeza de ella? ¿No es el propósito de todo dominante entrar en la cabeza de su sumisa y hacer que las cosas sucedan?

Es una especie de combate de la D/s. La mujer que quiere un buen azote y lo pide, es la única que, por encima de todo, no deberá recibirlo porque las mujeres sumisas no deben tomar la iniciativa. La mujer que no lo pide es la única que deberá conseguirlo. Pero, si ella no lo pide, ¿cómo puedes estar seguro de que ella lo desee? Para mí, no hay placer en hacer las cosas que las mujeres no quieren hacer. No es como si yo quisiera que ellas no lo quieran (aunque una demostración inicial de renuencia pueda añadir un poco de saber a las actuaciones). Por el contrario, cuanto más sé que ella realmente lo quiere, más agradable lo es. Pero, si ella no lo pide, ¿cómo puedo estar seguro? ¿Acaso soy un lector de mentes?

Así pues, ¿debería ella pedirlo? Dicen que quien no pide, no lo consigue. Pero, ¿qué pasa si aquellas que no piden tampoco lo consiguen? ¿Qué tendría que hacer una mujer? Algunas veces, pienso que debe ser duro para las mujeres sumisas girar sobre estas contradicciones. Y entonces, pienso, ¿qué hace que sea tan difícil para ellas? Los hombres como yo. Por lo tanto, siento que debo ser comprensivo con su situación. Al menos, yo lo entiendo.

Con todas estas interrogantes, es una maravilla que exista la posibilidad de que haya lugar a unos azotes. Pues, parece que existen, y muchas. No aquí, no ahora, pero quizás, pronto. Y cuando sucedan, ella no necesitará pedirlos. Sucederá lo quiera o no. Incluso, ¿si no lo quiere? Ella no estaría aquí si no lo quisiera.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Ajustado a su propósito

Ella está sobre el sofá leyendo un libro. Él está sentado en el otro extremo con un libro que ha escrito. Se acomoda y lo deja en el suelo.

“¿Está tu coño adaptado a tu propósito?” él pregunta.

Ella está un poco sorprendida por la pregunta. “Espero que sí,” dice ella.

“Voy a hacer una inspección,” dice. “Ven y échate sobre mi regazo.”

Ella hace lo que le pide. Boca arriba. Él levanta su falda y se queda mirando a su ropa interior durante un momento. Luego, se la quita.

“Dobla tus rodillas y abre las piernas,” él dice.

Ella está mirando al techo. Sabe que se está ruborizando y que no se atreve a mirarle a los ojos. Pone su mano entre las piernas de ella, ahuecando su palma, luego la mueve un poco alrededor.

“Es un coño bien hecho,” dice. “Me gusta.”

Ella está contenta con eso, a pesar de que aún se está haciendo a la idea de lo que él va a hacer a continuación. Pone ambas manos sobre ella, separando los labios exteriores de su vagina.

“Te has dejado un par de vellos,” dice. “La próxima vez aféitate con más cuidado.”

Ella se queda muda y avergonzada. ¿Podría haber algo más vergonzoso? Él introduce su dedo índice entre los labios.

“Parece que estás un poco húmeda,” él dice. “¿Por qué es esto?”

Ella no puede pensar en ninguna respuesta que sea aceptable. Él desliza su dedo dentro y fuera varias veces.

“A pesar de que has sido follada mucho, estás todavía bastante cerrada,” le dice.

“Gracias,” ella dice. “Supongo que es algo bueno, ¿no?”

“Sí. Con frecuencia, las mujeres se preocupan por estar más dilatadas. Quizás, por un exceso de uso. Pero realmente, la vagina es muy elástica.”

Ella no responde a este comentario. Él pone ahora dos dedos, moviéndolos por su alrededor.

“Apriétame,” le dice. “Vamos a ver si los aprietas.”

Ella contrae los músculos todo lo que puede. Él saca sus  dedos sin comentarios. Ella no sabe si lo hizo bien o no. ¿Era una especie de prueba?

“Date la vuelta,” dice. “Voy a inspeccionar ahora tu ano.”

“¡Oh, Dios!” ella piensa. “Esto es insoportable.” Al menos, ahora, ella puede ocultar su rubor en un cojín. Él separa sus nalgas con las manos. Ella casi siente su mirada clavada, penetrante, invasora. Él lame su dedo y lo introduce en el interior de su ano.

“Esto está demasiado estrecho,” él dice. “Algunas veces, me preocupa que vaya a hacerte daño cuando te encule.”

Ella no se atreve a usar esa palabra. Sólo oírla, la hace temblar.

“Voy a dilatarte un poco,” dice. “Pero antes, voy a follar tu culo. Para ver si hay alguna diferencia.”

En verdad, a ella no le importa si algunas veces le duele un poco. Si, de verdad, lo desea suficientemente. Y ella sabe que él lo hace. Le gusta que la use tal como a él  le plazca.

Él coge un plug, un tamaño grande de silicona negra. Lo lubrica y trabaja lentamente en su ano. Es extraño cómo ella nunca sabe cuán vacía está hasta que él la ha llenado.  Se siente muy abierta y llenada al mismo tiempo.

Pasa media hora jugando con ella. Pellizcando sus pezones, follándola con un dedo, succionando su clítoris, azotando su culo, introduciendo su pene a lo largo de su garganta hasta que casi se ahoga. Luego, es el momento para follarla.

“Pídemelo,” él dice. “Pídeme con amabilidad que te sodomice.”

Así, lo hace ella, aunque, en voz muy baja. Después de que lo ha hecho, le pregunta cómo le ha ido. Él dice que ella se sintió más relajada ante él. ¿Es esa la forma que ella lo experimentó?

“Tal vez,” dice ella. “Pero, me gustaría estar un poco más estrecha para usted. Para ajustarlo a su propósito.”

jueves, 11 de septiembre de 2014

La noche del collar

Me encontré con ella en el hall del hotel. Nos dirigimos al restaurante. Nos sentamos. Un poco de vino. Comimos algo y le pregunté cómo se sentía sobre el tema de imponerle el collar y hablamos un buen rato sobre este tema.

Subimos hacia la habitación. Me paré ante la puerta, me di la vuelta y la dije que se arrodillara en el pasillo, mientras yo entraba. Volví a salir y presioné su cabeza contra mi entrepierna. La dije que entrara, que viera lo que había en la mesa para ella, que se desnudara y arrodillara en el suelo de  cara a la ventana. Y que me pusiera un mensaje cuando ella estuviera preparada. Entonces, me fui.

Ella entró en la habitación y, sobre la mesa, había un ramo de flores, una tarjeta y un par de cajas pequeñas de bombones. Abrió la tarjeta y se sonrió con lo que estaba escrito. Al colocar la tarjeta en la mesa, se desnudó, se arrodilló en el centro de la habitación, me envió el mensaje y esperó.

Un momento después le contesté:

“Pon una música relajante… ¿has completado las tareas?”

“Sí, Señor, justo acaba de empezar a sonar,” me contestó con un mensaje.

“Pues ahora, haz lo siguiente:”
1 “Date un baño.”
2 “Enciende las velas con las cerillas que te he dejado.”
3 “Echa las sales en la bañera.”
4 “Métete en ella.”
5 “Tienes veinte minutos para relajarte y reflexionar.”

Ella se introdujo en el agua caliente y respiró el vapor, rodeada de velas encendidas y los acordes de violín de Lindsay Stirling, pensando sobre la conversación que acababa de tener conmigo. Las sales de baño que había dejado para ella, le dejaron la piel muy suave al tacto y tiñeron el agua de una sombra de color púrpura. Cuando entré, le hice algunas fotos en el agua y le dije que se secara y me siguiera.

Me senté en el sofá y ella se arrodilló ante mí. Me hablaba, mientras yo le acariciaba su pelo y luego, cogí una caja que estaba a mi lado, la abrí y le puse el collar. Ella estaba eufórica, embriagada por la sensación, completamente emocionada y honrada. Era absolutamente hermoso. De oro, rojo y brillantes. Este acto ha sido muy emotivo. A ella, le recordaba una puesta del collar a una amiga que presenció como invitada.

Me levanté, le dije que me abriera la cremallera de mis pantalones. Los bajó y le ordené que chupara mi polla. Luego, empecé a darle instrucciones, detallándole exactamente cómo quería que lo hiciera.

“Esto es lo que ibas a hacer cuando te hablaba de adorar a mi falo, justo en el mismo orden y forma que te he dirigido,” le dije.

Poco después, empezamos a prepararnos para la cena. Le hice algunas fotos con su collar y, luego, nos fuimos a cenar.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Auto respeto de la puta

Algunas veces, una mujer sumisa teme que si su Dominante supiera todas las  cosas sucias que están en su mente, no la volvería a respetar más. Él sólo piensa que ella es una puta poco viciosa. Personalmente, no hay nada que me guste tanto como una puta poco viciosa, pues nunca me ha dejado de dar todo el respeto que quiere. Pero, ¿qué pasa si es lo contrario? ¿Qué pasa si el dominante está tan impresionado por ella, que piensa que es tan maravillosa que él no puede conseguir que deje de hacer cosas malas? ¿Qué pasa si él quiere ponerla en un pedestal, en vez de ponerla sobre sus rodillas? Esto es muy malo para ella, ¿no es así?

Sospecho que algunas de las cosas, a las sumisas pueden parecerles demasiado extremas, incluso, chocantes, especialmente, cuando están al principio de la relación con su dominante.

Pues, en este tema, a nosotros nos gusta ser francos y voy enumerar unas pocas. Creo que cualquier dominante novato, fuera de aquí, debería saber lo peor. No sé si hay necesariamente alguna chica que quiera todas estas cosas, pero me consta que, por lo menos, una quiere. Por lo tanto, mire hacia otro lado ahora, si usted tiene ilusiones acerca de la pureza y la altura de miras de las mujeres.

Ella quiere que la pongan en un rincón con el culo desnudo y que la hagan esperar hasta que él la reprenda por su tozudez, su descaro y sus bravuconadas. Hasta que él la hable de la necesidad de obedecer. Hasta que él la castigue por hablar fuera de turno o por sus malas costumbres (jugar con su coño, cuando ella no tiene derecho a hacerlo). Hasta que él decida azotar su obstinación.

Ella quiere que ser llamada con los siguientes nombres: zorra sucia, puta, asquerosa, juguete de follar, coño.

Ella quiere ser postrada en el suelo, retorciéndose de lujuria insatisfecha, su coño palpitante y babeando, gimiendo y pidiendo la liberación, alegando que él la permita que se corra. Y luego, ella quiere que se lo deniegue. O, al menos, la mitad de ella lo pide.

Ella quiere ser su chica pequeña y querida, su dulce chica, su niña traviesa.

Ella quiere ser depravada, degradada, deshonrada, envilecida y abusada.

Ella quiere ser exhibida ante cualquier persona a la que él quiera mostrarla. Ella quiere ser examinada e inspeccionada, pinchada y probada. Ella quiere tener su pudor ultrajado y sus vergüenzas desnudadas.

Ella quiere ser enculada. Quiere que su culo sea penetrado, invadido, dilatado y violado. Quiere que su culo sea golpeado por una polla grande y dura. Ella quiere ser su pequeño culo de puta para él.

Quiere ser atada de tal manera, que no pueda moverse, y luego, interferida y sometida a toda clase de indecencias.

Ella quiere ser abofeteada y pellizcada y ahogada y herida hasta que le duela todo su cuerpo.

Ella quiere que él la folle en su cabeza.

Pero, aquí está el problema. Hay otra cosa que yo sé con seguridad que todos quieren, no en lugar de las anteriores, sino al igual que ellas. Ellos quieren ser abrazados y besados y respetado y valorados. En esto, no veo una paradoja. Al contrario.

Espero que sea lo que el Dominante también quiere. Quiere una mujer que desee esas cosas morbosas que he enumerado anteriormente, pero, quién tiene el propio respeto, quién es independiente y se pone de pie por sí misma y no recoge la mierda de los hombres y sabiendo lo mucho que vale la pena. Él no quiere un felpudo, porque ¿dónde está la diversión en la degradación de una mujer que realmente piensa que ella es inútil? Pero, él no quiere que tampoco sea una diosa atrapada en un pedestal. Una de las razones por las que la respeta, es porque no tiene miedo de admitirle lo que ella es y lo que ella quiere. De hecho, él quiere que se sienta orgullosa de ello. Orgullosa de ser una puta que se precie.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Los ositos de peluche

Los osos son sexy. Es difícil decir por qué. Puede ser por eso de las pieles. Algunos animales tiene poder erótico: por ejemplo, los perros y los gatos y hay todo un ensayo para ser escrito sobre el tema de los caballos y el sexo. No estoy hablando sobre la bestialidad, sino sobre el aura antropomórfica sexual que tienen algunos animales. Todos sabemos las connotaciones del coño, las putas, los espárragos (cuelgan como lo de un caballo). Algunos homónimos también son muy sugestivos: piel de oso/piel desnuda. Yo siempre pensaba que la historia de Ricitos de Oro y los Tres Osos tenía connotaciones obvias. Quiero decir, ¿qué pasa con las ansias por las gachas de avena, una sustancia blanquecina y cremosa por la que ella tiene tanto apetito?

Los osos de peluche, como generalmente son conocidos, derivan su nombre del presidente de los Estados Unidos Teddy Roosevelt (cuyo lema cuando dominaba el escenario mundial, era hablar con suavidad y llevar un garrote. ¿Un buen consejo para los dominantes de todo el mundo?). Fueron muy populares durante más de un siglo. Pero, me he dado cuenta que ahora hay un conjunto de un mini subgénero del porno de corazón blando, alrededor de fotos de chicas con sus osos de peluche. Chicas jóvenes, realmente muy crecidas, que pretenden ser pequeñas. Sin lugar a duda, mi gusto por estas fotos se basa en mi interés por el juego de la edad, que ya he hecho referencia en algunos de mis posts anteriores, pero que nunca he sido muy explícito. Es un tema atrevido y demasiado proclive a malinterpretarse. Sea como fuere, he conseguido con mucha rapidez una pequeña biblioteca de tales fotos. Permítaseme describir un par de tales imágenes y, entonces, ustedes podrán saber por qué son atractivas.

En una foto, una chica rubia muy guapa (claramente, muy por encima de la edad legal) agarra a su osito de peluche contra su pecho, mientras mira inocentemente a la cámara. El acto de sostener a su osito ha provocado que su corto vestido se subiera, justo hasta el punto que podemos ver que ella no lleva ropa interior. Su expresión parece mostrar una cierta inconciencia de esto (¡oh! seguro, he oído que dicen los cínicos). Por supuesto, ella está afeitada. Sé que hay mucha discusión acerca de la moda actual de despojar a las partes pudendas, es una manera de infantilizar a las mujeres. Vamos a poner eso de lado por un momento. Lo que uno puede decir, es que la imagen no funcionaría también si ella no estuviera afeitada, porque el espectador, entonces tendría dificultades para mantener la tensión entre los modos gemelos que se movilizan: la inocencia infantil y el encanto erótico de la madurez. Sería demasiado obvio que una mujer crecida se vistiera como una chica joven; la ambigüedad (admitámoslo ligeramente) burlona sería eliminada.

He conseguido algunas fotos que son bastantes más explícitas, por ejemplo, la de los ositos de peluche con correas de complemento portándose mal. Hay una de un osito de la D/s con una mirada de complicidad, sentado en el suelo y próximo a una chica, manteniendo una cuerda larga que ha sido usada para atar los tobillos de la chica. En otra, una chica está aparentemente siendo follada por ositos de peluche. Hay un toque hábilmente divertido como el de un peluche, mucho más pequeño, que está mirando por la esquina de la puerta, viendo lo que está pasando con una expresión de preocupación.

En todas estas fotos, las mujeres están desnudas o casi, o al vestir ropas muy sugestivas, faldas cortas, sujetadores diminutos, calcetines altos hasta casi los muslos y, con frecuencia, mostrando su ropa interior o la ausencia de las mismas. No creo que les atraigan a los pedófilos. En realidad, no se podría pensar que son menores de edad. Lo que ellas están mostrando es una cierta inocencia superficial. Sospecho que es el síndrome de la Lolita. ¿son ellas chicas jóvenes sexualmente súper desarrolladas o chicas mayores jugando a vestirse (o desnudarse) como ninfas? Tengo bastante claro que es esto último.

Pero, hay algo más en juego. A menudo, las chicas miran a sus ositos de peluche con una expresión de adoración. Es como si, en realidad, prefirieran un juguete de peluche a un hombre de verdad (¿es este el amor al que ellas no se atreven a decirle su nombre?). Por eso, creo que estas imágenes no son necesariamente para el consumo  masculino o, al menos, no de forma exclusiva. Empiezo a preguntarme acerca de ¿por qué una chica prefiere un peluche a un hombre vivo y real? Un reflexión aleccionadora para un Dominante.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Negociación

“¿Puedo verlo?”

“¿Alguna razón por la que deberías?”

“Me gustaría.”

“¿Por qué?”

“Me gustaría mirarlo. Y quiero ver si es grande.”

“¿Por qué?”

“¡Oh! no lo sé. Es sólo curiosidad.”

“¿Y si no lo es? ¿Qué, pues? ¿Es eso importante para tí, y si es grande?

“Quizás. Un poco, supongo.”

“¿Por qué?”

“No sé, sería una especie de homenaje.”

“¿Y si no lo es? ¿Sería un anti homenaje?”

“Tal vez. Si no lo es, yo podría hacerlo así.”

“Contesta a la pregunta.”

“Hummm. Si no lo fuera, me preguntaría si había una razón.”

“¿Porque no era grande?”

“Sí.”

“Podrías estar equivocada.”

“¿Para preguntarme?”

“Sí.”

“¿Por qué estaría yo equivocado?”

“El hecho de que no sea grande, no quiere decir que no me interese.”

“Quiero decir que, ¿estás interesada?”

“Yo siempre estoy interesada.”

“Todavía me gustaría echar un vistazo.”

Pausa.

“Creo que por fin hablaste alto.”

“Entonces, déjeme verlo.”

Pausa

“Muéstreme el suyo y yo le mostraré el mío.”


Risas.