Siendo como es, a la
mujer masoquista, le encanta el dolor. La inmensa mayoría de ellas nunca lo habían
pensado ni habían analizado qué significaba esa inclinación hacia el dolor.
Pero, al leer blogs de otras personas, comentarios, artículos de prensa,
literatura, etc., le han ayudado siempre a considerar que al decir que son masoquistas es sólo un
término de la D/s en su conjunto. Por lo tanto, al pensarlo, esto es lo que ser
una mujer masoquista significa para ellas.
Ellas erotizan el
dolor. Les produce una sensación muy impactante en las sesiones, ya se trate de
una flagelación o los azotes con las paletas o el cinturón. Sólo piensan que
estas actividades, puede soliviantar sus respuestas sexuales. Les gustan el
picor más que el ruido sordo y llegan a pensar que es una cosa rara. Así pues,
mucha gente con la que he hablado, cuando les pregunto si les gusta el picor,
siempre interpretan que el ruido sordo es una especie de sonido sin relevancia.
Pero es curioso que, con todas las que he hablado, me han dicho que les encanta
la sensación de un látigo corto de varias colas contra sus espaldas, pero la
masoquista que hay en ellas prefiere el picor y se alimentan del mismo.
Consiguen su mayor placer en una mezcla de picor y ruido sordo. Les gusta
intenso y constante, una vez que se ha realizado en ese sitio feliz.
El dolor constante,
como las pinzas en los pezones o la hinchazón de las zonas mientras el flujo
sanguíneo se interrumpe, es otro dolor delicioso, pero es uno contra el que la
mayoría de ellas tienden a luchar en contra. En esto, saben que les gusta la
lucha, la sensación de que no pueden resistir ni un minuto más y, sin embargo,
se prueban a si mismas una y otra vez. Le gustan temblar mientras las
endorfinas se agarran y le gustan la sensación que sienten cuando el dolor ha
alcanzado el umbral. Traspasar ese umbral es justo dolor, en absoluto, es
placer. Con el dolor constante, presionándolas justo en el límite, las hacen
sentirse fuera de sí mismas.
De cómo ellas procesen
el dolor, depende de cómo hayan entrado en la sesión. Lo más difícil para ellas
es gemir y suspirar, dejando que su cuerpo se exprese por sí mismo y de la
manera que ellas puedan. Ellas tienden a moverse y luchar contra ello y, luego,
contra el dolor. Para espaciarlo un poco, tienen que refugiarse en el silencio y la aceptación.
Cuando el dolor producido por un implemento de azotar se difumina con el placer
y es más moderado, no importa cuán fuerte sea, es cuando ellas pueden encontrar
esa zona que les encanta para sentarse y, probablemente, durante varias horas.
Es catártico y, de alguna manera, se siente la curación.
Otra manera de cómo a
algunas sumisas les gustan procesar el dolor es llorando. El llorar, sollozar y
dejar que salga la expresión natural del dolor es una liberación para ellas.
Empiezan con suavidad y pueden llegar a llantos y fuertes gritos. En este
estado, creo que podrían conseguir del dolor la satisfacción más personal.
Sienten que pueden esforzarse más allá de las lágrimas y luego resulta que lo
han conseguido a un nivel más allá de lo que pensaban haber alcanzado.
Una sumisa me escribió
hace pocos días: “Ha sido recientemente cuando mi Amo ha estado de acuerdo en
hacerme llorar. Lo cual acostumbraba a ser un punto y aparte para él. No hace
falta decir que yo me bloqueaba si él paraba en aquellos momentos. Nada más empezar
a llorar, él dejaba de azotarme, porque pensaba que mi reacción era negativa
más que positiva. Después de muchas conversaciones posteriores, empezó a
aceptar que yo debería decir “rojo”, si yo había terminado.”
“Otra de las maneras
más embarazosa que yo comunico el placer en el dolor es riéndome. Me sale esta
manera de expresión en muchas más ocasiones que de las que podría contar. Él
podía estar azotándome con la paleta y tan dolorosamente que yo me reiría y
reiría. No sé si era más difícil para mi Amo aceptar esto que el llanto, pero
sé que todavía tengo problemas cuando me río. Me siento fuera de lugar. Para
nada, me estoy burlando de las sesiones, lo juro. Lo siento tan condenadamente
doloroso que, de alguna manera, tengo que permitírselo.”
“Así pues, ser masoquista
es mi propia definición personal de la traducción del dolor. No sufro por no
recibir dolor con frecuencia, pero cuando tengo esa necesidad, no me importa
decirle a mi Amo que necesito algo. De esta manera, estamos abiertos a hablar
de nuestras necesidades. Desde que mi Amo se ha crecido en su papel, nos
encontramos mucho mejor al satisfacernos el uno al otro lo que necesitamos en
el momento adecuado.”
Yo alimento sus sueños
de masoquista y ella alimenta mis deseos sádicos.
Creo que el dolor y el placer se convierten en un coctel deliciosamente explosivo cuando lo mezcla hábilmente un experimentado dominante, que hace que la sumisa se asombre de su propia excitación y sensaciones.
ResponderEliminarMe da a mí que usted es uno de esos dominantes!!