“Mira
lo que he comprado para tí,” él dice.
Por
una parte, es un collar. No es bonito, no es una de esas cosas pequeñas de
color rosa con campanitas. Está hecho de un cuero negro y grueso, de unos
treinta milímetros de ancho, un objeto que usted podría comprar para un mastín,
no es para un perro faldero. Está decorado con clavos de acero.
Por
otra parte, es una correa pequeña con una cadena de acero con una empuñadura de
cuero en un extremo. Ella mira estas cosas fascinada y, ligeramente,
horrorizada.
“Quítate
la ropa.”
Ella reacciona
de una manera pavloviana. Ya no podía desobedecer tal orden procedente de él,
nada más que escapándose por el aire. Ella se desnuda.
“Arrodíllate,”
le dice.
Le pone
el collar en su cuello y cierra la hebilla. Lo nota pesado y áspero. Ella tiene
una breve visión de sí misma encadenada en el patio. Toda la noche. Ella se
estremece. Esperanzadoramente, cree que no llegará a eso. Por supuesto, que no.
Él
engancha la correa al collar y tira del ella, atrayéndola hacia él.
“Vamos
a hacer un poco de entrenamiento,” dice. “Presta atención a mis órdenes.”
Ella
nunca ha hecho esto. Por supuesto, lo había pensado. En teoría, había pensado
sobre esto y sobre cosas peores. Pero, esto no era teoría. Es real. La realidad
nunca es la misma que la imaginada. Esto es, ¿qué es exactamente? Es
vergonzoso. Ella se siente incómoda. Incluso estúpida. De acuerdo, es un tema
solo de ellos dos. Pero, en realidad, es de tres, porque ella está fuera de sí
misma, viendo y pensando. No puede sentirse agraciada gateando por el suelo. No
puede ser ni sentirse la criatura de la elegancia que le gustaría ser.
Él se
pone a caminar por la habitación a buen ritmo, tirando de la correa. Ella se
esfuerza por mantener el ritmo. De repente, él da un tirón fuerte de la
correa, sacudiendo la cabeza hacia
atrás.
“El
talón,” él chasquea.
Ella
se detiene.
“Sentada,”
le ordena.
Ella
se pone en cuclillas sobre sus piernas, esperando que esta sea la posición
correcta. Él tira con fuerza de la correa y empieza de nuevo. Ellos se paran,
ellos empiezan. Luego, él se sienta. Ella también se sienta en el suelo sobre
los talones.
“Perdón,”
dice él.
“¿Qué?
¿Cómo?”
“Las
patas hasta el hombro, la cabeza erguida.”
“¿Las
patas? Esto es una tontería.” Pero, ella lo hace.
“La
boca abierta.”
Ella
lo hace. Él arroja un trozo de chocolate hacía ella. Ésta consigue atraparlo
con la boca.
“Buena
chica,” él dice. Ellos hacen el truco de nuevo. Él le arrasca suavemente detrás
de la oreja.
“Ahora,”
dice, “quiero oírte ladrar.”
“No,”
ella piensa. “No es posible. No, no y no.”
Hay
una larga pausa.
“Estoy
esperando,” él dice. Ella conoce ese tono de voz.
Otra
pausa. “No, realmente, no,” piensa ella. “No puedo. No lo haré.”