Admito que
ella estaba nerviosa por el dolor que iba a sufrir. Le dije que serían unos
azotes muy fuertes. Justo en cuanto yo llegara. Esta era la parte más difícil
para ella. Por experiencia, ella sabía que las cosas siempre dolían más después
de que yo llego.
La gente
habla sobre el precalentamiento. Empezar despacio, con cuidado, para llegar a
la parte más dura del dolor. Pero, mis calentamientos no son físicos. La llevo
a ese lugar con mis besos, mis caricias y mis palabras. Y luego, cuando la
azoto, justo con dos o tres buenos cachetes en cada una de sus pálidas nalgas,
de modo que ella pueda sentir la fuerza del impacto. Pero, no llega el
suficiente dolor que pretendo a su trasero.
Aunque
hoy, no habrá preparación. Me sentaré en una silla y la inclinaré para que se
ponga atravesada sobre mis piernas. Admiraré sus nalgas, suaves, redondas y
pálidas y vulnerables. Y luego, empezaré a azotarla con la mano. Un largo, duro
y deliberado azote, por la única razón de mi placer.
Pero
entonces, mientras iba para su casa, donde ella me esperaba para recibir mis
azotes, empecé a enviarle SMS sobre cómo servir mejor a mi polla con su mano.
Mis mensajes volaban hacia ella. Como consecuencia de los juegos previos que
inicié ayer, se sentía asustada y
excitada a la vez.
“Entonces,
¿estás preparada?” Le escribí.
Sospecho
que está frase la provocó y la envió a ese estado de excitación y temor.
“Sí,
Señor,” me respondió. A ella, le constaba que esto iba a ser como yo quiero que
sea.
Temblor y
nostalgia.
“Mi boca
se hace agua, Señor. La boca de mi coño y mi boca que también es coño.”
“Soy
sensible, Señor. Sensible, caliente y vulnerable.” Me escribió.
Ella sabe
que así es como yo la quiero.
“Así es
como soy, Señor. Así es como era. Usted me puso en esta situación con tres
frases cortas.” Ella le escribió.
Y, cuando
yo llegué, ella estaba en esa posición de entrega tan profunda que, incluso,
ese primer golpe fuerte con la palma de mi mano sobre la tierna carne de su
culo, no acusó el dolor que debería haber llegado con ese primer golpe. La
azoté una y otra vez. Tal vez, cinco, seis o siete veces sobre una de sus nalgas
antes de cambiar a la otra. Luego, una pausa para unas palabras de admiración y
los azotes continuaron con un solo grito ocasional de: “Señor, me está haciendo
daño.”
Sin
intentos automáticos para retorcerse, sin patadas inconscientes para desviar su
dolor…este último llegó más tarde, cuando la puse sobre el colchón que era de
cuando yo la azotaba con la hebilla de mi cinturón o con la palmeta de madera o
cuando yo usaba la fusta. No creo que los azotes con la fusta llegaran mucho
después, aunque no con muchos azotes, mientras ella me chupaba la polla. Los
detalles se han difuminados.
El
cinturón le dolía. Aunque no tanto como yo sospechaba. Y la fusta… aunque me
esforzaba bastante para auto controlarme. No tenía mucha intención por usarla.
Me sentía como una bestia cuando la cogía con mi mano, aunque era capaz de
controlar mi brazo, a ella le dolía lo suficiente. Sólo lo suficiente.
Pero, la
mayor parte del tiempo, lo pasaba besándola. Me ofrecía su boca suave, húmeda y
receptiva para que yo me regocijara de placer. Y la cadena apretada alrededor
de su cuello y ella se sentía totalmente adueñada y poseída por mí. Y ella era
consciente de que yo era su dueño y ella estaba flotando y sirviendo y todavía
sintiéndose muy excitada, excepto ahora que, realmente, puede decir que su culo
le duele muchísimo y marcado con franjas de ronchas de la desagradable palmeta
de madera y del cinturón.
Y cada
golpe era un beso. Y horas después, todavía se sentía en ese estado de
excitación.
“¡Qué
suerte tengo, Señor!” me dijo.
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