lunes, 16 de enero de 2012

Flotando por encima del dolor

Admito que ella estaba nerviosa por el dolor que iba a sufrir. Le dije que serían unos azotes muy fuertes. Justo en cuanto yo llegara. Esta era la parte más difícil para ella. Por experiencia, ella sabía que las cosas siempre dolían más después de que yo llego.
La gente habla sobre el precalentamiento. Empezar despacio, con cuidado, para llegar a la parte más dura del dolor. Pero, mis calentamientos no son físicos. La llevo a ese lugar con mis besos, mis caricias y mis palabras. Y luego, cuando la azoto, justo con dos o tres buenos cachetes en cada una de sus pálidas nalgas, de modo que ella pueda sentir la fuerza del impacto. Pero, no llega el suficiente dolor que pretendo a su trasero.
Aunque hoy, no habrá preparación. Me sentaré en una silla y la inclinaré para que se ponga atravesada sobre mis piernas. Admiraré sus nalgas, suaves, redondas y pálidas y vulnerables. Y luego, empezaré a azotarla con la mano. Un largo, duro y deliberado azote, por la única razón de mi placer.
Pero entonces, mientras iba para su casa, donde ella me esperaba para recibir mis azotes, empecé a enviarle SMS sobre cómo servir mejor a mi polla con su mano. Mis mensajes volaban hacia ella. Como consecuencia de los juegos previos que inicié ayer,  se sentía asustada y excitada a la vez.
“Entonces, ¿estás preparada?” Le escribí.
Sospecho que está frase la provocó y la envió a ese estado de excitación y temor.
“Sí, Señor,” me respondió. A ella, le constaba que esto iba a ser como yo quiero que sea.
Temblor y nostalgia.
“Mi boca se hace agua, Señor. La boca de mi coño y mi boca que también es coño.”
“Soy sensible, Señor. Sensible, caliente y vulnerable.” Me escribió.
Ella sabe que así es como yo la quiero.
“Así es como soy, Señor. Así es como era. Usted me puso en esta situación con tres frases cortas.” Ella le escribió.
Y, cuando yo llegué, ella estaba en esa posición de entrega tan profunda que, incluso, ese primer golpe fuerte con la palma de mi mano sobre la tierna carne de su culo, no acusó el dolor que debería haber llegado con ese primer golpe. La azoté una y otra vez. Tal vez, cinco, seis o siete veces sobre una de sus nalgas antes de cambiar a la otra. Luego, una pausa para unas palabras de admiración y los azotes continuaron con un solo grito ocasional de: “Señor, me está haciendo daño.”
Sin intentos automáticos para retorcerse, sin patadas inconscientes para desviar su dolor…este último llegó más tarde, cuando la puse sobre el colchón que era de cuando yo la azotaba con la hebilla de mi cinturón o con la palmeta de madera o cuando yo usaba la fusta. No creo que los azotes con la fusta llegaran mucho después, aunque no con muchos azotes, mientras ella me chupaba la polla. Los detalles se han difuminados.
El cinturón le dolía. Aunque no tanto como yo sospechaba. Y la fusta… aunque me esforzaba bastante para auto controlarme. No tenía mucha intención por usarla. Me sentía como una bestia cuando la cogía con mi mano, aunque era capaz de controlar mi brazo, a ella le dolía lo suficiente. Sólo lo suficiente.
Pero, la mayor parte del tiempo, lo pasaba besándola. Me ofrecía su boca suave, húmeda y receptiva para que yo me regocijara de placer. Y la cadena apretada alrededor de su cuello y ella se sentía totalmente adueñada y poseída por mí. Y ella era consciente de que yo era su dueño y ella estaba flotando y sirviendo y todavía sintiéndose muy excitada, excepto ahora que, realmente, puede decir que su culo le duele muchísimo y marcado con franjas de ronchas de la desagradable palmeta de madera y del cinturón.
Y cada golpe era un beso. Y horas después, todavía se sentía en ese estado de excitación.
“¡Qué suerte tengo, Señor!” me dijo.

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