“No, yo no he hecho nada malo
porque, realmente, soy buena…sobre todo…” (Es probable que él no estuviera de
acuerdo), le decía ella.
Él usa el castigo en su
relación con ella y no se confunde ni lo solapa con los azotes ni con el
castigo de la sesión. Si ha de ser castigada, eso significa que le ha
desobedecido o desagradado de tal manera que ella no podría haberlo hecho
mejor. No le gusta ser castigada y este es su problema…no es algo que ella
quiera o que se porte mal o adrede para conseguirlo.
Ella no suele ser castigada muy
a menudo y, ciertamente, no tanto como
antes, porque le gusta hacer tal como él la dice. A ella, le gusta complacerle,
pero su boca incontrolada hace que se meta en problemas. Tiene la perniciosa
costumbre de no pensar antes lo que habla y suele ser poco respetuosa. Lo cual
hace que, definitivamente, se gane más castigos, bien porque sea muy gruñona o
porque algo no ha ido como a ella le gustaría.
Ella recuerda que el primer
castigo físico que recibió, fue uno que no olvidará jamás. Su Amo le dijo que
serían unos pocos azotes con la fusta y que no debería preocuparse mucho y,
menos, cuando le anticipó que solo serían seis.
“En serio, serán como unas
palmaditas cariñosas dadas por mí sobre tu culo…” le dijo.
La fusta era el implemento de
castigo preferido por ella y luchaba contra algunos inconvenientes, como el no
podía recibir unos azotes muy largos y fuertes con ella. Por lo cual,
posiblemente, no tendría que preocuparse mucho. Incluso, ella era un poco
arrogante al respecto.
La diferencia fue inmediata y
notable antes de que, incluso, hubiera levantado la fusta. Para empezar, el
comportamiento de él – ella fue la primera en decir que podría ser cruel y duro
– ni siquiera estaba decidido ni tampoco, centrado. Desde luego, no estaba
juguetón, pero tampoco estaba, como ella solía decir, con un talante sádico.
Entonces, presintió que esto iba
a ser algo diferente, el pánico se apoderó de ella cuando, después de atarla a
las patas de la mesa, fue derecho a por la fusta. Siempre, antes de azotarla, siempre
le había dado un calentamiento previo, tanto si era con la mano, la paleta,
el cinturón o la fusta. Siempre se aseguraba de que ella su trasero lo
suficientemente caliente para azotarla muy fuerte con la fusta. Los azotes los
iba construyendo siempre gradualmente, aumentando la dureza poco a poco. Ella
recuerda que le preguntó por el precalentamiento y le replicó:
“Esto es un castigo, no vas a
recibir solo uno. Por lo tanto, deberás contar cada golpe.”
Y, como el primer azote llegaría
con toda su fuerza…ella detestó contarlo
y la hizo besar la fusta antes de que empezara…esto era nuevo en él.
“¡Maldita sea! Sin sufrir
ningún daño o dolor, todo sería un eufemismo,” pensaba ella.
Estaba muy segura de que no iba
a sobrevivir a otros cinco golpes. Es más, ni siquiera estaba segura de cómo
iba a tener aliento para gritar: “Uno…dos…”
Cuando los azotes hubieron terminados,
le preguntó si ella quería más (una especie de petulancia por parte de él).
Ella era consciente que lo comentaba con referencia a su anterior y arrogante
actitud y al hecho de que en la mayoría de los azotes, por lo general,
cuando le gustaban y hacia una
pausa más larga entre golpe y golpe, ella solía pedir algunos más. Ya que, a
veces, cuando él se detenía, ella pedía algunos más. Esta vez, no, no estaba
pidiendo ninguno más.
Ella reconoce que es una mujer
masoquista. El dolor, en un ambiente controlado, la excita y le puede
proporcionar una intensa gratificación sexual. Estos azotes con la fusta la
excitaron pero, bajo ninguna circunstancia, eran agradables, a pesar de que su
cuerpo respondía de una manera diferente. Todavía sigue temiendo a los azotes
con la fusta sin precalentamiento para que el castigo sea eficaz para ella. Sin
embargo, lo más importante era el aspecto mental. Él le trazó una línea muy
clara entre el dolor como juego erótico y el dolor como castigo.
El verdadero control reside más en lo psicológico que en lo físico, sorprender a la sumisa de esta manera demuestra la maestría del Amo.
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