domingo, 24 de febrero de 2013

Amordazada


Él está sentado en un sillón. Ella permanece de pie ante él, llevando una camiseta blanca usada por donde destacan sus pezones grandes y duros, desnuda por debajo de la cintura.

“Voy a ponerte sobre mis rodillas,” dice él. “Lo necesitas.”

“Sí, señor,” contesta ella. Es verdad. Ella ha estado últimamente de mal humor, discutiendo con él por asuntos triviales. Ha habido un poco de malas caras, aunque siempre a espaldas de él e, incluso, metafóricamente, algún pataleo por parte de ella.

“Necesitas un buen y sonoro azote con la mano.”

Sí, ella necesita sentir la presión de su peso bajo su regazo, su culo, desnudo y tenso, el hormigueo en su piel. Ella necesita sentir la mano de él sobre trasero, “educándola.”

Y entonces, dice a ella: “Cuando te  haya calentado, voy a azotarte fuerte, muy fuerte. Primero con la palmeta de madera y luego, con la caña. Voy a dejarte mi marca.”

En el ambiente, existe esa mezcla familiar de la emoción, el miedo y el deseo. Va a ser malo. Pero, su coño se cerrará y apretará con fuerza.

Antes de empezar, él la dice: “Tráeme el paquete que viste en el cajón superior del aparador.  

Ella va hacia el cajón del aparador. Dentro hay una caja. Está todavía en su envoltorio de celofán. Vuelve y se lo entrega.

“No tenemos que hacer mucho ruido,” dice él, mientras desenvuelve el paquete, “voy a tener que amordazarte.”

Las mordazas siempre tienen el mismo efecto. Es como, con el poder de la palabra quitada, todas las partes activas de su carácter se eliminaran también. Ella está totalmente pasiva, parece despersonalizada. Y, profundamente sumisa. Ella tiene ya la mordaza en su boca, algo así como una bola redonda de goma roja que llena su boca y está  abrochada por detrás de su cabeza. En otros momentos, él también lo intentó con una mordaza similar a las que se les ponen a los caballos, atada a una especie de herradura. “El único problema con una mordaza,” dijo él, “es que no puedes chupar mi polla mientras la tienes puesta.” Actualmente, pensaba ella, se puede con más o menos maña. Ella ha visto esos aparatos de metal que usan los dentistas para mantener la boca abierta. Pero, no le impediría hablar, gritar o gemir de la forma que se consigue con una mordaza.

“La mejor mordaza de todas es una enorme polla dura,” dijo él una vez. Esto es innegable. Pero esto no es lo que está en la caja, pensó ella.

O, ¿es? Él abre la caja y aparece un artilugio como una máscara por la parte más baja de su cara. En el interior de la máscara  hay un grueso dildo de goma negra en cuclillas con la forma de un pene. La máscara tiene una correa a cada lado.

“Arrodíllate,” le dice a ella.

Él presiona el consolador en su boca. Lo siente enorme. Abrocha las hebillas por detrás de su cabeza. En todos los sentidos, ella está muda e inclina su cabeza.

“Ahora, sobre mis rodillas,” dice él.

Él la empuja hacia abajo. Se toma su tiempo para prepararla, con una mano acariciando su nuca mientras murmura palabras de ánimo, la otra mano, acariciando su trasero, amasándolo, acariciándolo. Ella flotando en alguna parte del espacio.

Sin avisar, le azota la nalga derecha de su culo. Ella gime por detrás de la mordaza y se retuerce un poco. Él la coge por los pelos para ponerla en su sitio y su mano baja con dureza contra su otra nalga. ¿Cómo es este Amo que siempre se las ingenia para que los azotes sean más difíciles de lo que ella espera? Tal vez, piensa ella, es porque recuerda lo bien que le sientan cuando se termina, no lo mucho que duele al principio. Él establece un ritmo lento, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Su culo está picando. Ella está gimiendo un poco, al menos, ella piensa que es ella, pero no grita mucho. Su culo empieza a brillar. Ella no tiene ni idea de cuánto tiempo ha pasado, ni cuantos azotes ha recibido cuando él se detiene, acariciando ahora su ardor trasero con una mano porque seguramente le está picando muchísimo.

“Ahora que he conseguido calentarte, voy a ir en serio,” dice él. “¿Estás preparada para ello?”

Cualquiera que sea el ruido que ella haga con su boca amordazada, no es inteligible.

“Voy a tener que considerarlo como un sí,” le dice a ella. 

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