La tienda no tiene ventanas: no puedes ver nada desde fuera. Y para
poder entrar, hay que pulsar un timbre. Mientras esperan a entrar, ella tiene
un fuerte deseo de huir. Al ver esto, él la coge de la mano, en parte para
tranquilizarla y, en parte, para mantenerla cerca.
En el interior de la tienda, hay ropa fetiche, de goma, cuero y látex.
Hay una estantería llena de palas de madera y látigos y un expositor, tipo
recipiente para paraguas, lleno de canes y fustas para azotar. Hay mordazas de
todas clases, de bolas rojas, azules y amarillas, mordazas como las que llevan
los caballos, mordazas en forma de pene. Hay pinzas para los pezones que
parecen malvadas y, tal vez, aún para partes tiernas. Esposas de todas clases
están expuestas para la venta: Esposas para las muñecas, parejas pequeñas de
acero para los pulgares, esposas de cuero para las muñecas y los tobillos,
barras distanciadoras para mantener las piernas separadas. Y luego, están los
butt plugs. Tampones de silicona, caucho, acero y cristal. Algunos tan grandes
que ella se estremece con solo mirarlos.
Un vendedor joven y bien parecido, con una camiseta negra ajustada, se
acerca. Ella no está segura si es gay, pero piensa que es atractivo.
“¿Puedo ayudarle?” él pregunta.
“¿Creo que tienen un servicio de asistencia personal para los butt
plugs?” Dice su dominante.
“Sí, señor. Lo tenemos,” responde el vendedor.
Ella se sonroja con un color rojo brillante. El asistente los
introduce en una cabina pequeña, corriendo las cortinas detrás de ellos. Hay un
banco con la parte superior acolchada.
“¿Le importaría a la señora levantarse la ropa?” insinúa cortésmente
el vendedor.
Ella duda. Su dominante le pone la mano en la nuca y la dirige con
firmeza hacia el banco, poniéndola boca abajo sobre el mismo. Cuando ella está
colocada, él levanta su falda hasta la cintura. Siguiendo las instrucciones de
su Dominante, no lleva ropa interior. Ella se sonroja todavía más, cuando se
imagina al hombre joven mirando su trasero desnudo. Sin duda, él está pensando,
“¿qué clase de chica va por ahí sin bragas?”
“En primer lugar, voy a tomar medida,” dice el vendedor.
Él fabrica un dispositivo curioso, un tubo pequeño dividido por la
mitad, las dos mitades unidas por muelles. Al final, unido al mango, hay una
esfera pequeña.
Todos nuestros equipos y muestras de plugs han sido cuidadosamente
limpiados y esterilizados,” él dice.
Saca un par de guantes de látex, coge un tubo de lubricante y derrame
un poco en sus dedos. Suavemente, introduce un dedo en su ano. Su tacto es
firme y seguro. Aún así, se siente mortificada al estirarse hacía fuera delante
de un desconocido y ser invadida de esta manera. Después de sacar el dedo, él
lubrica el dispositivo y lo inserta. Ella lo nota frío, pero no incómodo. El
vendedor comprueba la lectura en el dial.
“Aprieta,” dice él.
Sonrojándose todavía más, ella contrae los músculos alrededor del
dispositivo.
“Como yo pensaba,” dice. “Ella no es muy mayor. Necesita el plug más
pequeño de la escala.”
Él sale. Su dominante acaricia su nuca. “Tranquila, mujer,” le dice.
El asistente vuelve pronto, trayendo una bandeja con tres butt plugs
de silicona negra en orden ascendente de tamaño. El primero es
tranquilizadoramente pequeño. Lo lubrica hacia arriba y rápidamente lo
introduce en el ano de ella.
“Usted ha visto cómo se ha introducido fácilmente,” dice.
“Ciertamente, ella puede aceptar un tamaño más grande.”
“Bueno, lo que su cuerpo pueda o admita,” dice su dominante.
El asesor saca el primer plug e inserta el segundo. Lo siente
notablemente mayor, aunque todavía no le incomoda.
“¿Tal vez, un tamaño todavía mayor?” El vendedor pregunta.
“Definitivo,” dice su dominante.
El vendedor inserta el plug más largo de los tres. Ella gruñe mientras
se lo introduce. Siente que la están dilatando, llenándola. La sensación es
buena a pesar de la vergüenza de que un hombre extraño lleve a cabo un acto tan
íntimo. Su dominante se apodera del plug y lo gira con suavidad. Luego, lo
presiona un poco más adentro. “Este es el adecuado,” ella piensa. “Me siento
muy abierta, soy consciente de su presencia.”
“Un ajuste perfecto,” dice el vendedor.
“La cosa es,” dice su dominante, “que ella necesita uno realmente
grande. Si es demasiado cómodo, no hace bien su función. Idealmente, debería
doler un poco al introducirlo. Por lo tanto, ella debe ser dilatada hasta el
límite. Estoy entrenándola para que se adapte a un pene muy grande.”
Ella se encoge de vergüenza. Quiere que la tierra se abra.
“Ya veo,” dice el hombre joven. Él mira hacia la entrepierna de su
dominante, como si fuera a preguntar: “¿Es esa polla grande en cuestión la
suya, señor, o la de otro hombre?”
Su dominante ignora la pregunta implícita. “Por favor, tráigame una
talla mayor y también el formato superior a ese,” le dice.
Ella se queda con el mayor de los tres plugs clavado en su ano. El
vendedor vuelve pronto con dos plugs envueltos en celofán.
“¿Me permitiría el señor probarlos en ella?” le pregunta.
“No va a ser necesario,” dice su dominante con firmeza. “Los insertaré
yo mismo una vez que estemos en casa.”
Ella vuelve la cabeza y mira fijamente a los plugs en la mano del
vendedor. El más grande tiene un tamaño aterrador. De ninguna manera, ella se
meterá tal cosa, se dice a sí misma. Absolutamente imposible. Sería partirla en
dos. Incluso el más pequeño da miedo. Su dominante le envía una leve sonrisa,
pero no es una expresión de tranquilidad. Más bien, esa sonrisa es una espera
hasta que llegue a casa.
Con habilidad, el vendedor saca el plug de su trasero. Le alarga un
pañuelo para secarse. Ella consigue con cautela ponerse de pie. Al final, su
falda cae hacia abajo y se recompone modestamente. Pero, no puede mirar al
vendedor por vergüenza.
“¿Algo más, señor?” pregunta el vendedor.
Esta vez, no,” dice su dominante.
Puede decirse que está ansiosa por llegar lo antes posible a su casa.
Su trasero se estremece al pensarlo y ella se sonroja una vez más mientras
salen de la tienda con los dos enormes plugs metidos en sus bolsillos.