Estamos
acostados en la cama por la mañana.
“Quiero que
hoy seas una buena chica para mí,” digo. “Cuando te hayas duchado, voy a llevar
a cabo una inspección de tu cuerpo, antes de que te pongas cualquier ropa.”
Me ducho y
afeito primero, me visto y preparo el café. Estoy sentado leyendo el periódico
hasta que ella sale del cuarto de baño. Tiene una toalla retorcida alrededor de
su cabello húmedo y otra alrededor de todo su cuerpo.
“Ven aquí,”
le digo señalando un punto enfrente, justo de donde estoy sentado.
Miro hacia
ella. Alargo mi mano y tiro de la toalla más baja. Instintivamente, mueve sus
manos para tratar de cubrir su desnudez.
“Las manos
a los lados,” le digo.
Me pongo de pie y
camino lentamente alrededor de ella. “¿Has completado tu aseo?”
“Sí, señor,” dice
ella.
“¿Te has
lavado por detrás de las orejas?”
“Sí, señor.”
“Abre tu boca,” digo.
Miro por
dentro, me aseguro que sus dientes han sido cepillados. Miro en sus oídos,
poniendo mi dedo meñique en cada uno para ver si están todavía mojados.
“Levanta
tus brazos,” digo.
Acaricio
sus axilas para comprobar si se ha rasurado. Su piel está suave.
“Enséñame
las uñas,” le digo.
Extiende sus manos. Las uñas están cuidadas y limpias y pintadas.
“¿Están tus
piernas suaves?”
Ella pone
una mano en mi hombro para sostenerse, luego levanta una pierna. La acaricio con mi mano arriba y abajo. Luego levanta la otra y hago
lo mismo. Todo es satisfactorio.
“Abre tus piernas,” digo.
Ella baja sus ojos mientras hace lo que le he dicho. Pongo mi
mano entre sus muslos para ver si su coño afeitado está suave, puesto que se lo
requerí. Introduzco un dedo dentro. Está húmedo
pero no con ese mojado resbaladizo.
“Gírate y
tócate las puntas de tus pies,” le digo.
Ella lo
hace. Separo sus nalgas y le hecho una vistazo al pequeño agujero entre ellas.
Pongo mi dedo contra el mismo. Está muy limpio, pero todavía humedecido por la
ducha. Cojo una toallita de papel y lo seco.
“De
acuerdo,” digo, “sécate tu pelo y vuelves luego.”
“Sí, señor,”
dice ella, y se va de inmediato. Reanudo la lectura del periódico. Cuando
volvió, me encantó ver que no había cubierto su cuerpo con una toalla. Está todavía desnuda.
“Acércame tres juegos de ropa interior para elegir,” digo.El primer
par que me muestra es blanco, satén con encaje, elegante y casto. El segundo
conjunto es rojo rosa, semi diáfano, con una cinta roja más oscura por los
filos. Las bragas eran muy pequeñas aunque no llegaban a ser una tanga. El
tercer conjunto era de algodón blanco, de un corte modesto, con pequeños
corazones estampados. Me decido por este último conjunto. Le extiendo las
bragas para que introduzca los pies por ella, luego las subo hasta sus caderas.
Giro alrededor de ella, meto sus brazos a través de las tirantas del sujetador
y las copas del sostén contra sus pechos. Abrocho las presillas por detrás.
“Búscame
una falda,” le digo.
Rechazo la
primera que me trae, que es negra, estrecha y alargada. La segunda me gusta
más. Es más corta, acampanada, de color rosa. Elijo una camiseta blanca en
juego con ella.
“Vamos a
mirar los zapatos,” digo.
Selecciono
un par de sandalias blancas. Miramos en su joyero y elijo unos pequeños
pendientes azules para sus orejas. Abrocho su collar alrededor de su cuello,
que tiene una pequeña etiqueta de plata. Hay un número en la etiqueta.
Solamente ella y yo sabemos lo que significa.
Le digo que
se haga una cola de caballo con su pelo. “Luego, te maquillas. No mucho.”
Ya que ella
ha terminado, he llegado al final del periódico. Hago que se gire hacia mí.
“Perfecto,”
digo. ¡Qué mujer más buena eres!
Ella sonríe.
Para mi es un especial deleite siempre leer sus textos más personales, todos los son, pero me gustan especialmente este tipo, cuando describe echos, momentos, lugares y personas.
ResponderEliminarUn saludo.