Ella no sabe
exactamente por qué es, pero, algunas veces, necesita que su Dominante le haga
daño. A veces, esto sucede. Ella se encuentra a sí misma híper rebelde e incapaz de centrarse en su Dominante. A
menudo, él se da cuenta antes que ella y esta le dice con esa sonrisa socarrona
y sabihonda que “es hora de dar unos azotes.” La primera vez que pasó, su
Dominante y ella estaban teniendo sexo y le pidió que torturara su coño. Antes
de eso, los azotes de su coño eran temibles y el castigo más efectivo.
Esta mañana, él arrascó
su espalda y los costados con sus uñas, la mordió, apretó y retorció sus
pezones, abofeteó y golpeó sus pechos, clavó sus uñas en la espalda de
ella…casi todo lo que pudiera pensarse para provocar la mayor liberación de
dolor, pero, sin el ruido del impacto del juego.
“Realmente, es
increíble que usted me dé todo lo que necesito, sobre todo cuando no sé lo que
es,” le dijo ella.
Su sumisa nunca se ha
identificado como una mujer masoquista y, en el inicio de la relación con su
Dominante, la posibilidad de aceptar el dolor como un juego y no como castigo, la aterrorizaba. No era algo que la
atrajese hacia él, ni al estilo de vida de la D/s ni, incluso, al
sadomasoquismo. Ella nunca se había auto provocado dolor, ni estaba
constantemente causándose dolor por
accidente, como tampoco tuvo un momento para pensar: “Oh, me gusta esa
sensación. Voy a hacerlo a propósito.” Ella le había pedido a sus parejas
anteriores que la tiraran de los pelos. Pero para ella, se trataba solo de la
sensación de ser dominada y de hacer algo para alguien, más que por sentir su
cabello dolorosamente retorcido.
Esto le había llevado a
creer que el contenido, cada vez más masoquista de las sesiones con su
Dominante, se debía a algo más que a la propia sensación por sí misma. Existían
varias posibilidades.
1ª- Su Dominante era la
primera persona en la que había confiado por completo y, por eso, era la única
a la que había sido capaz de dejar que le hiciera daño.
Esta era una opción
viable. Nunca había confiado en nadie tanto como confiaba en su Dominante, ni
nunca había querido agradar a nadie en demasía. El simple acto de confíar lo
suficiente en alguien, le permitía sentirse dolorida si la relación D/s era muy
potente, lo cual podía explicar el por qué salía ahora con tanto dolor. Porque
le estaba ofreciendo a él su cuerpo para su placer, que podía o no podía
involucrar el propio placer de su
sumisa.
Sin embargo, esto no
explica por qué actualmente había llegado a disfrutar de la sensación de dolor
por sí misma y, a su vez, anhelarlo, lo cual la lleva a la segunda posibilidad.
2ª Él era la primera persona en
la que había confiado lo suficiente para mostrarle su lado masoquista. También
otra posibilidad. Todos sabemos que no nos gustan las cosas hasta que las
probamos y, aunque, ella estaba dispuesta al juego del dolor con su Dominante,
no era con la intención de disfrutarlo. Ella estaba abierta y preparada al
mismo, junto con su Dominante, en la medida que su masoquismo lo requiriera.
3ª Su Dominante la había entrenado para que le gustase el dolor
vinculado con el placer. “Los perros de Pavlov,” claro y simple. Un par de
cosas con una recompensa las veces que fueran necesarias y la cosa por sí misma
provoca la reacción a la recompensa. Él empezaba acariciándola con sus dedos
cuando la azotaba, moviéndose hacia arriba para crear el ambiente entre sus
piernas, mientras le torturaba sus pezones y casi cada sesión de dolor después
de la primera, consistía en el placer.
4ª A ella le gustaba el dolor porque a su Dominante le gustaba
producírselo. Esto no podía ser la única cosa en juego aquí, porque existen
otros ejemplos donde su Dominante le hace daño y no le gusta, incluso si
existe. También hay casos donde su Dominante no disfruta haciéndole daño hasta
que ella le muestra signos de disfrutarlo. Él no es un sádico en el sentido
estricto de la palabra (bueno, algunas veces, sí lo es), por lo tanto, hacerle
daño, no siempre le da placer.
5ª Una combinación de todo eso, además del desarrollo de un espacio
del dolor, que es similar al subespacio, pero diferente. El cual es provocado
por una sobrecarga de los receptores sensoriales en el cerebro y resulta ser
una mezcla de señales de dolor y placer. Esto es lo más probable, según mi
opinión.
En cuanto al dolor inducido a los orgasmos del cuerpo entero de la
mujer, la conjetura de cualquier otra persona es tan buena como la mía. No
tengo ni idea, ni siquiera de cómo describirlos. Sospecho que forma parte del
maravilloso misterio del sadomasoquismo.
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