viernes, 29 de junio de 2012

Por fin


Él la desnuda despacio, deliberadamente, tomándose su tiempo. Después de que quita cada prenda, da un paso hacia atrás y le echa un vistazo. Ella mantiene sus ojos bajos. Esto es algo que lo está haciendo adrede. Tal vez, ella sea cómplice en esto, pero no es activa. Sea lo que sea, no sabe cómo va a salir esto, pero él tiene un plan definido, ella puede presentirlo.

Cuando está completamente desnuda, le dice a ella que permanezca ahí de pie y que no se mueva. Él vuelve con unas esposas de dedo y bloquea sus manos juntas en su espalda con las esposas. Luego, le coloca alrededor de su cuello un collar grande, pesado, hecho de cuero negro con unas hebillas de acero. Cuando es cerrado por delante, engancha una cadena de acero a una argolla en la parte delantera con un candado. Él tira fuerte de la cadena, haciendo que ella se ponga de rodillas y haciendo que gatee hasta la ventana, bajo la cual hay un radiador. Hace un bucle con el otro extremo de la cadena alrededor de la tubería del radiador en la parte inferior y la asegura con un candado. Guarda las llaves de los candados en su bolsillo, luego, cruza la habitación y coge un libro.

De acuerdo, ella piensa que este es el hombre del juego: paciencia. Ella se arrodilla, poniéndose lo más cómoda que puede. Mira hacia el exterior por la ventana que está sobre el radiador. Su habitación está en un piso superior. Ella puede ver otro hotel que está a sólo cincuenta metros de distancia. Detrás de una de las ventanas, ella puede ver unas figuras moviéndose, pero algunas de ellas son blancas. ¿Hay alguien en algunas de esas habitaciones que la esté mirando? ¿Qué verían ellas? Solo la cabeza y los hombros de una mujer. Necesitarían muy buena vista para ver si tenía un collar.

Ella le mira sentado en su sillón. Pasa una página, luego, otra. Aparte de esto, solo hay silencio.

“¿Puedo hablar?” pregunta ella.

“No,” dice él.

Para pasar el tiempo, ella se imagina que está secuestrada en una mazmorra medieval, encadenada a una pared, a la espera de su destino, que indudablemente será peor que la muerte. Tal vez, sea una virgen recién casada y el señor de la casa reclama su derecho de pernada. En cualquier momento, la puerta de la mazmorra se abrirá y él entrará a despojarla de su inocencia. Tal vez, será peor. Él puede dejar que sus amigos la disfruten también. Ella se imagina siendo violada por todos y cada uno.

Ella cambia de posición, la cadena rechina contra el radiador. Él deja su libro en el suelo y cruza la habitación. De pie, sobre ella. Sin decir una palabra, le coge sus pezones entre sus pulgares y los dedos índices y los retuerce con fuerza. Ella corta su respiración, luego gime mientras él lo hace con más vehemencia clavándole las uñas.

Ha pasado una semana desde que él la folló. Ella sabe que él ha estado construyendo una cosa u otra. Ella no comprende lo que es, por lo tanto, consigue que, al final, la folle. Ella lo necesita. Es lo peor de esto, él lo sabe. Y le gusta usarlo contra ella, a tomarle el pelo con su deseo. Ella sabe que él tiene siempre muchas ganas de penetrarla, pero siempre parece ser capaz de contenerse, lo mejor para su tormento.

Una vez más, se vuelve para seguir leyendo su libro. Ella mira por la ventana. Se imagina que está en un reformatorio, una de esas instituciones penales para las jóvenes malas. Ha sido sorprendida incumpliendo las normas. Probablemente, masturbándose. ¿Tal vez una masturbación mutua con otra chica? Ella aprieta sus muslos pensando en ello. Era una chica muy caliente que conoció en la fiesta de anoche.

Ella era consciente de que él había apartado el libro y la estaba mirando. No se atreve a mirar hacia atrás. Teme que ello le provoque. Se mantiene mirando por la ventana. Él vuelve a su libro. Ella está esperando a ser castigada por el director, un hombre vicioso y viejo que goza azotando los traseros de chicas jóvenes. Ha sido amenazada con la vara si es cogida otra vez en la cama con otra chica. Ella se pregunta, perezosamente, que sería como de abedul. Ha leído las historias de Fanny Hill, donde azotar con la vara parece rutinario, pero ella nunca la ha probado. No quiere ni pensarlo. Piensa que, realmente, le dolería muchísimo. Probablemente, demasiado.

Una vez más, él pone en el suelo su libro y se acerca a ella. Abre el candado de la parte inferior del radiador. Durante un momento, ella piensa que tal vez la cogerá aquí. Pero, en vez de ello, hace que se ponga de pie, luego cierra el candado en la parte superior del radiador, de modo que su cabeza está presionada hacia abajo mientras ella está inclinada delante de la ventana.

Desde atrás de ella, oye un silbido, testigo de que él se está quitando el cinturón. No tiene ningún motivo para castigarla. Él quiere azotarla. Algunas veces, cuando ella piensa después del evento sobre esta frialdad, esta objetificación, donde ella es simplemente un cuerpo encadenado y azotado, se pregunta si es deshumanizante. Pero, cuando se está haciendo, la excita más de lo que ella admite, simplemente por ser utilizada sin ninguna consideración por su estado mental. Él ni siquiera se molestó en construir un escenario, como uno de los que ella había estado imaginando en su cabeza. De hecho, ese es el escenario, el de una chica que solo existe para satisfacer los deseos de él.

El cinturón pica y ella grita. De alguna manera, duele incluso más que la cane. Él no está muy seguro con el cinturón. Algunas veces, las terminales del látigo la rodean y se enroscan en su cadera o serpentean maliciosamente entre sus nalgas, estrellándose contra el sitio más sensible de todo su cuerpo. Otras veces, no es la parte plana del cinturón la que aterriza en su trasero sino el filo, y corta su piel cruelmente. Ella sabe que cuando él está en este estado de ánimo puede llorar tan fuerte como le plazca, no habrá ninguna diferencia. Sabe lo lejos que puede llegar haciendo daño real y es mucho más de lo que ella piensa que puede recibir, pues siempre termina, de una manera u otra, recibiendo.

A ella le gusta verse después las marcas, el rojo lívido y los rojos púrpuras en el centro de su trasero. Le gusta sentir la contusión cuando se sienta. Le gusta saber qué placer tan intenso le proporciona él al hacerla gritar. Pero, en este preciso momento, ella no está realmente disfrutando de los latigazos. Son severos e implacables. Inmediatamente antes, el solo pensarlo es siempre excitante y es excitante oír el ruido del cinturón al sacarlo por las trabillas de los pantalones. Después le encanta tomar el sol con el cálido resplandor de un culo bien azotado. Pero, ahora duele y duele como un infierno.

La flagelación continúa. Ella mira por la ventana. ¿Es que alguien está mirando por detrás? No puede estar segura. ¿Pueden ellos estar viendo a un hombre detrás de ella, blandiendo un cinturón? ¿Qué pasaría si pudieran? Ella espera que les de placer.

Él deja caer la correa y la agarra por los pelos, girando su cara hacia él. Este saca su polla y bruscamente fuerza sus labios con ella. La folla por la boca durante un rato, luego, la saca de nuevo. Se vuelve y se sienta en el sillón. Seguramente, él no va a seguir leyendo su libro, pero lo hace. ¿Puede ser que esté leyendo un tema interesante?, piensa ella.

Muy cuidadosamente, intenta no llamar la atención, ella presiona su ingle contra el radiador. Consigue situarse sobre uno de los salientes muy bien colocado contra el lado de su clítoris y empieza a moverse rítmicamente. Tiene miedo de que él vaya a verla. Sabe que la haría algo, si realmente la sorprende. Pero, ya no puede contener su lujuria.

Ella observa una cortina recogida en una de las ventanas de enfrente. ¿Qué verían ellos si estuvieran mirando? Una mujer desnuda hasta la cintura, sus manos detrás, moviéndose lentamente contra un radiador.

Ella le oye poner el libro en el suelo y se pone de pie. Ella se queda de piedra. ¿Se ha dado cuenta de lo que ella estaba haciendo? Se levanta y se pone delante de ella y la fuerza a abrir su boca, presionando con los dedos en su garganta hasta que casi se ahoga. Luego se sitúa detrás de ella. Siente que se desabrocha la cremallera. Por fin. A ella no le importa donde la polla entre, en cualquier puerto es una tormenta.

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