Antes
de salir, ella recibe unas instrucciones por parte de él. No le permite hablar,
no sólo con él, sino con cualquier otra persona. Tampoco tiene autorización
para mirarle a los ojos. Posteriormente, seguirán otras instrucciones.
La
camarera les lleva a su mesa y les entrega la carta. Hay varios menús en la lista
que a ella no le gustan. Tiene la sensación de que podría no disfrutar alguno
de ellos. Sin duda, esta noche está a plan.
La
camarera vuelve para tomar nota de los platos elegidos. Él elige una entrada
tentadora, luego, un plato principal que era uno de los que ella pensaba
elegir.
“¿Y
para la señora?” pregunta la camarera.
“Ella
no va a comer,” contesta él.
“¿Qué?”
En absoluto. Piensa ella.
Ella
mira hacia abajo de la mesa. ¿Piensa la camarera que ella tiene algún trastorno
alimenticio o, de alguna manera, sospecha la verdad o algo por el estilo? Con
sólo pensarlo, ella empieza a ruborizarse.
“¿Algo
para beber?” pregunta la camarera.
“Una
copa de vino para mí y un vaso de agua para la señora,” le dicta a la camarera.
“¿Ni
siquiera una bebida adecuada para ayudarla a salir de este trance? Esto es puro
sadismo,” ella piensa.
Llega
el primer plato. Ella lo mira mientras él empieza a comer. Nunca ha sentido
tanta hambre en su vida. “Tal vez,” piensa ella, agarrándose a un clavo
ardiendo, “que él la dará algo de su plato.” Pero, él continua claramente
disfrutando de su cena. Charla con ella de esto y de lo otro. No es como si
ella pensara que la ignoraba. Simplemente, no tiene ni voz ni voto sobre el
tema.
Cuando
ya, casi había acabado con su plato, puso un trozo de comida sobre el mantel.
“Cómetelo,”
le dice a ella: “Sin las manos.”
Ella
mira alrededor. El restaurante estaba completamente lleno. Es posible que
alguien la mirase si hace esto. No es una conducta aceptable en un sitio
público. Ellos han estado anteriormente en este restaurante y es posible que
quieran volver otra vez. ¿Qué pensará la gente? Pero, ella está tan desesperada
por comer algo que, rápidamente, inclina la cabeza y se apodera del bocado de
comida. Él limpia la boca de ella con su servilleta y, luego, termina con el
resto de su plato.
Él
toma un sorbo de vino y luego comenta sobre su calidad. Es desagradable
frotarle la copa, sabiendo con certeza que es justo el vino que ella hubiera
elegido para sí misma. “Puedes beber un poco de agua,” le dice. “Y voy a ser
muy amable. Puedes utilizar las manos.”
“Una
gran cosa,” piensa ella. No hay la menor duda de que ella será obediente, pero
ahí, también hay un poco de resentimiento, aunque, tal vez, esta sea una
palabra demasiado fuerte. Una leve urgencia, hasta ahora contenida, insta a
rebelarse. Sin duda, él piensa que esto es divertido, pero ella se está encontrando
con una prueba dura y teme que lo peor está por venir. Ella tiene razón.
“Ahora,”
dice él, “escucha con atención: Ve al aseo de mujeres. Quítate las bragas.
Sécate las entrepiernas, porque sé que estás ya mojada. Te vienes a la mesa,
vuelve las bragas del revés y las doblas para que la protección esté a la
vista. Quiero ver si están manchadas. Las colocarás cuidadosamente sobre la
mesa, al lado de mi plato. Luego, vuelve a tu asiento.
“De
acuerdo,” piensa ella, “no puedo hacer
esto si pienso sobre ello.”
Ella se levanta. No pierde el tiempo,
centrándose en el trabajo de la mano. Esta es la parte más dura y difícil, ella
piensa mientras vuelve. “¿Hay alguien mirando?” Pone las bragas junto al plato
de él. La mancha de humedad en el centro es ampliamente visible. Por lo tanto, “que
sea lo que sea,” piensa ella. “Él sabe que estoy mojada. Parece que siempre
estoy mojada cuando estoy a su lado.”
Tan
pronto como ella tomó su asiento en la mesa, la camarera se acercó con su plato
principal. Ella debe ver las bragas sobre la mesa mientras le pone su plato.
Son de satín negro con encaje púrpura en los ribetes. Son casi obscenamente
visibles sobre el mantel blanco.
Él
empieza a comer. La comida desprende un olor delicioso. Su estómago ruge. “Shhhh…,”
dice él. Ella ríe con sofoco. ¿Lo contaría mientras habla, si ella lo hiciera?
¿”Quieres
comer un poco?” le pregunta. Ella asiente con la cabeza. Él sigue comiendo como
si no hubiera notado la respuesta de ella. Él casi ha terminado con el plato. “Por
favor,” piensa ella, “solo unos bocaditos. Necesito mantenerme con fuerzas.”
Él
coloca una pequeña porción de comida sobre el mantel. La comida se desparrama,
pero es lo que menos le preocupa a ella.
“Come,”
le dice a ella.
Esta
vez, no se molesta en mirar alrededor, ella se burla de él. Este pone otro
pequeño bocado sobre el mantel, el cual desaparece también con rapidez.
“¡Qué
buena eres!” dice él. “¿Quieres un sorbito de vino?”
Ella
mira otra vez alrededor. Aquella pareja, la de allí, ¿se habrán dado cuenta de
lo que está pasando en nuestra mesa? Pero, sólo pensarlo, hace que el vino se
convierta en agua en su boca. Ella inclina su cabeza, levanta la copa hasta sus
labios, luego lo tira antes de que pueda aspirar en la medida que quiere.
La
camarera vuelve, limpia su plato y le entrega el menú de los postres. Normalmente,
él no come postre. Pero, ¿quizás esta vez? ¿Por favor?
Él
pide algo tan delicioso que ella piensa que, si no lo prueba, llorará por la
frustración. Justo cuando la camarera se está yendo, la llama por su espalda.
“Dos
cucharas, por favor,” él dice. Aleluya.
El
postre lo coloca enfrente de él. Ella nunca ha tenido un deseo tan intenso por
el chocolate.
“Ahora”
– dice él – “como te has portado muy bien, estoy dispuesto a darte una
recompensa. Pero, mientras lo disfrutas, deberás tener en cuenta que cuando
volvamos voy a usarte con dureza. Con mucha dureza. ¿Comprendes?”
Ella
asiente entusiasmada. Como si no hubiera tenido una opción en estos temas.
“Voy
a hacerte daño,” dice él. “Espero que me hayas entendido bien.”
Ella
asiente de nuevo. Involuntariamente, se desplaza en su asiento, como si su
trasero estuviera registrando lo que le va a suceder cuando salgan. Ella mira
hacia el postre. Vale la pena la forma en que ella siente en este momento,
quiere que le haga daño. Cuanto más, mejor. Mentalmente, ella está inmersa en
el subespacio, donde el dolor se transmuta en placer.
“Coge
tu cuchara y come,” le dice a ella. “Usted puede tenerlo todo, si quiere. Y
primero, un sorbo de vino.“
No hay comentarios:
Publicar un comentario