domingo, 9 de febrero de 2014

Una cena inolvidable

Antes de salir, ella recibe unas instrucciones por parte de él. No le permite hablar, no sólo con él, sino con cualquier otra persona. Tampoco tiene autorización para mirarle a los ojos. Posteriormente, seguirán otras instrucciones.

La camarera les lleva a su mesa y les entrega la carta. Hay varios menús en la lista que a ella no le gustan. Tiene la sensación de que podría no disfrutar alguno de ellos. Sin duda, esta noche está a plan.

La camarera vuelve para tomar nota de los platos elegidos. Él elige una entrada tentadora, luego, un plato principal que era uno de los que ella pensaba elegir.

“¿Y para la señora?” pregunta la camarera.

“Ella no va a comer,” contesta él.

“¿Qué?” En absoluto. Piensa ella.

Ella mira hacia abajo de la mesa. ¿Piensa la camarera que ella tiene algún trastorno alimenticio o, de alguna manera, sospecha la verdad o algo por el estilo? Con sólo pensarlo, ella empieza a ruborizarse.

“¿Algo para beber?” pregunta la camarera.

“Una copa de vino para mí y un vaso de agua para la señora,” le dicta a la  camarera.

“¿Ni siquiera una bebida adecuada para ayudarla a salir de este trance? Esto es puro sadismo,” ella piensa.

Llega el primer plato. Ella lo mira mientras él empieza a comer. Nunca ha sentido tanta hambre en su vida. “Tal vez,” piensa ella, agarrándose a un clavo ardiendo, “que él la dará algo de su plato.” Pero, él continua claramente disfrutando de su cena. Charla con ella de esto y de lo otro. No es como si ella pensara que la ignoraba. Simplemente, no tiene ni voz ni voto sobre el tema.

Cuando ya, casi había acabado con su plato, puso un trozo de comida sobre el mantel.

“Cómetelo,” le dice a ella: “Sin las manos.”

Ella mira alrededor. El restaurante estaba completamente lleno. Es posible que alguien la mirase si hace esto. No es una conducta aceptable en un sitio público. Ellos han estado anteriormente en este restaurante y es posible que quieran volver otra vez. ¿Qué pensará la gente? Pero, ella está tan desesperada por comer algo que, rápidamente, inclina la cabeza y se apodera del bocado de comida. Él limpia la boca de ella con su servilleta y, luego, termina con el resto de su plato.

Él toma un sorbo de vino y luego comenta sobre su calidad. Es desagradable frotarle la copa, sabiendo con certeza que es justo el vino que ella hubiera elegido para sí misma. “Puedes beber un poco de agua,” le dice. “Y voy a ser muy amable. Puedes utilizar las manos.”

“Una gran cosa,” piensa ella. No hay la menor duda de que ella será obediente, pero ahí, también hay un poco de resentimiento, aunque, tal vez, esta sea una palabra demasiado fuerte. Una leve urgencia, hasta ahora contenida, insta a rebelarse. Sin duda, él piensa que esto es divertido, pero ella se está encontrando con una prueba dura y teme que lo peor está por venir. Ella tiene razón.

“Ahora,” dice él, “escucha con atención: Ve al aseo de mujeres. Quítate las bragas. Sécate las entrepiernas, porque sé que estás ya mojada. Te vienes a la mesa, vuelve las bragas del revés y las doblas para que la protección esté a la vista. Quiero ver si están manchadas. Las colocarás cuidadosamente sobre la mesa, al lado de mi plato. Luego, vuelve a tu asiento.

“De acuerdo,” piensa ella,  “no puedo hacer esto si pienso sobre ello.”

 Ella se levanta. No pierde el tiempo, centrándose en el trabajo de la mano. Esta es la parte más dura y difícil, ella piensa mientras vuelve. “¿Hay alguien mirando?” Pone las bragas junto al plato de él. La mancha de humedad en el centro es ampliamente visible. Por lo tanto, “que sea lo que sea,” piensa ella. “Él sabe que estoy mojada. Parece que siempre estoy mojada cuando estoy a su lado.”

Tan pronto como ella tomó su asiento en la mesa, la camarera se acercó con su plato principal. Ella debe ver las bragas sobre la mesa mientras le pone su plato. Son de satín negro con encaje púrpura en los ribetes. Son casi obscenamente visibles sobre el mantel blanco.

Él empieza a comer. La comida desprende un olor delicioso. Su estómago ruge. “Shhhh…,” dice él. Ella ríe con sofoco. ¿Lo contaría mientras habla, si ella lo hiciera?

¿”Quieres comer un poco?” le pregunta. Ella asiente con la cabeza. Él sigue comiendo como si no hubiera notado la respuesta de ella. Él casi ha terminado con el plato. “Por favor,” piensa ella, “solo unos bocaditos. Necesito mantenerme con fuerzas.”

Él coloca una pequeña porción de comida sobre el mantel. La comida se desparrama, pero es lo que menos le preocupa a ella.

“Come,” le dice a ella.

Esta vez, no se molesta en mirar alrededor, ella se burla de él. Este pone otro pequeño bocado sobre el mantel, el cual desaparece también con rapidez.

“¡Qué buena eres!” dice él. “¿Quieres un sorbito de vino?”

Ella mira otra vez alrededor. Aquella pareja, la de allí, ¿se habrán dado cuenta de lo que está pasando en nuestra mesa? Pero, sólo pensarlo, hace que el vino se convierta en agua en su boca. Ella inclina su cabeza, levanta la copa hasta sus labios, luego lo tira antes de que pueda aspirar en la medida que quiere.

La camarera vuelve, limpia su plato y le entrega el menú de los postres. Normalmente, él no come postre. Pero, ¿quizás esta vez? ¿Por favor?

Él pide algo tan delicioso que ella piensa que, si no lo prueba, llorará por la frustración. Justo cuando la camarera se está yendo, la llama por su espalda.

“Dos cucharas, por favor,” él dice. Aleluya.

El postre lo coloca enfrente de él. Ella nunca ha tenido un deseo tan intenso por el chocolate.

“Ahora” – dice él – “como te has portado muy bien, estoy dispuesto a darte una recompensa. Pero, mientras lo disfrutas, deberás tener en cuenta que cuando volvamos voy a usarte con dureza. Con mucha dureza. ¿Comprendes?”

Ella asiente entusiasmada. Como si no hubiera tenido una opción en estos temas.

“Voy a hacerte daño,” dice él. “Espero que me hayas entendido bien.”

Ella asiente de nuevo. Involuntariamente, se desplaza en su asiento, como si su trasero estuviera registrando lo que le va a suceder cuando salgan. Ella mira hacia el postre. Vale la pena la forma en que ella siente en este momento, quiere que le haga daño. Cuanto más, mejor. Mentalmente, ella está inmersa en el subespacio, donde el dolor se transmuta en placer.


“Coge tu cuchara y come,” le dice a ella. “Usted puede tenerlo todo, si quiere. Y primero, un sorbo de vino.“

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