El otro día, un dominante me
hablaba de su chica. Me dijo que la había encontrado testaruda y sentía que
necesitaba unos azotes como una forma de doblegar su obstinación. Yo no estaba
de acuerdo. Uno no puede azotar a una mujer para someterla.
Esto trajo a mi mente un
ensayo que leí hace algún tiempo y que decía, más o menos, así. No recuerdo el
autor.
“¿Qué es el castigo?” El
autor, en una primera presentación de un razonamiento circular, define el
castigo como el acto de castigar. “Investigaciones posteriores llegaron a la siguiente
conclusión: ‘Imponer una sanción por una falta, una ofensa o una violación.’ La
palabra clave aquí es “sanción.” La característica común de todas las penas es
que debe imponer un sufrimiento sobre la parte que está siendo castigada.”
¿Cuál es la naturaleza del
mal? ¿Por qué una persona es castigada? Si la característica común es la pena,
entonces ¿cuál es su causa? La “falta, la ofensa o la violación” de aquel autor
es tristemente tan clara como el barro (aunque, al menos, cubre el suelo). De
hecho, se pueden utilizar un amplio y extenso abanico de factores para
justificar la sanción. Su extensión abarca prácticamente todos los ámbitos de
la interacción humana, incluyendo la religión, la política y el comercio.
Por ello, cabe concluir que
el castigo es un componente universal de la condición humana y considera la
discusión cerrada (que tal vez, ustedes la desearán en el momento en que
lleguen al final de este documento). Pero, me parece que esta respuesta brinda
poca información, particularmente cuando se considera la relación
Dominante/sumisa (D/s). ¿Qué papel desempeña el castigo en la interacción entre
un dominante y una sumisa?
A medida que la relación evoluciona,
es natural que el dominante desarrolle un profundo sentido de responsabilidad
hacia la sumisa. El control sin responsabilidad no es nada más que un juego y,
en el peor de los casos, una crueldad potencialmente injusta. Para realmente
poder satisfacer su deseo de dominar, el dominante debe aceptar su
responsabilidad por el bienestar de la sumisa. Como mínimo, cuando estén juntos
y, en la mayoría de los casos, a tiempo completo.
Si el poder es el dominio principal
del dominante, entonces, el reino del servicio pertenece a la sumisa. Más allá
del abandono sexual y la libertad de las ataduras, la esencia de una sumisa es
desear servir, realizar actos que ayuden. Las sumisas sienten una gran alegría
y satisfacción con la propia realización de sus obligaciones, con la seguridad
de saber que están contribuyendo al beneficio, el bienestar y la satisfacción
de su dominante.
¿Por qué a las sumisas les
motiva servir? No hay una respuesta fácil. Algunos pueden reclamar la genética,
otros la socialización. Otros pueden hablar de una educación abusiva, mientras
que algunos pueden hablar de la religión y la fe. En mi opinión, la causa
seminal de esta necesidad no es material. Hay una larga tradición de servicio
en todas las sociedades. Por ejemplo, muchos hombres y mujeres que sienten la
necesidad de servir, tradicionalmente han entrado en la vida religiosa. Su
motivación apenas es cuestionada. Sin embargo, no todas las sumisas se adaptan
bien a una vida de castidad o pobreza, a pesar de que la obediencia no supone
un problema. Hay ciertos placeres al servir a un dominante de carne y hueso
que, generalmente, no suelen estar disponibles en una deidad distante y
desconocida. Por fortuna, es la naturaleza de los dominantes la que hacen
aceptar estas clases de servicios.
Siendo así el caso, entonces,
¿por qué un dominante debería castigar a una sumisa?
El castigo, incluso la
amenaza de un castigo, nunca debería ser usado para forzar a una sumisa a
servir. La sumisa sirve partiendo de su necesidad interior. Es una ofensa
forzar sus servicios de tal manera, y aquellos que realizan tales actos son
injustos. El servicio no consensuado, aunque sea real o fantasía erótica, en
verdad, es una cosa vil.
La necesidad de castigar
puede parecer contraproducente al principio, especialmente si el amor es
también un componente en la relación. ¿Cómo puede un hombre azotar a la mujer
que ama? ¿Cómo puede hacerla sufrir? La respuesta yace dentro de la
responsabilidad que un dominante debe tener siempre hacia su sumisa.
Irónicamente, su responsabilidad por su bienestar requiere que ella sea
castigada.
Para comprender por qué esto
es así, uno debe antes comprender el proceso del perdón.
Cuando alguien comete un
error, una equivocación, un pecado, incluso un daño no intencionado, hay tres
etapas de resolución. La primera es el reconocimiento. Se requiere que la
persona reconozca la naturaleza de su infracción y el daño que ha causado. La
segunda parte es la restitución. Se requiere que se haga alguna reparación,
alguna manera de enmendar el mal. La etapa final es la redención o el perdón de
la parte perjudicada y de la propia persona. Esto es común para todo el mundo,
no solo para aquellos de las relaciones Dominante/sumisa. Sin embargo, cuando
una sumisa en una relación D/s comete un error, es el dominante quien debe
perdonarla.
La sumisa requiere una
estructura en la cual servir. Esto está reflejado en el conjunto de los
protocolos y disciplinas que el Dominante le da a su sumisa. Si ella necesita servir,
es para estar satisfecha, luego debe entender claramente lo que se requiere
para agradar a su dominante. Aunque
algunas pueden sentir que estas normas son una restricción injustificada
y no deseada de su libertad, la sumisa se realizará en ese entorno. Si la
estructura es deficiente, la sumisa buscará otro que se la pueda proporcionar.
Una de las reglas más básicas
que una sumisa aprende, es que un fallo tiene sus consecuencias. Si el
dominante no la castiga por su fallo, entonces, esto indica que, en primer
lugar, la disciplina no era realmente importante. Además, indica que al
dominante no le afecta lo suficiente el fallo para hacer algo al respecto. Esto
socava la propia naturaleza de la relación y deja a la sumisa en un estado de
duda. Porque si una disciplina no es importante, tal vez otras no lo sean
tampoco, o todavía peor, ella sospecha que su dominante no se preocupa lo
suficiente en molestarse un poco por hacer cumplir sus normas. En muchos casos,
tal fracaso, a menudo, marca el inicio del declive de la relación en su
conjunto.