Él había estado trabajando toda la mañana con su ordenador. Le había
dicho a ella que estuviera de pie junto a él, en su lado izquierdo. Ella vestía
solamente una camiseta, con su pecho desnudo y unos calcetines de algodón
blanco. De vez en cuando, mientras él trabajaba, alargaba una mano y casi
siempre distraídamente la acariciaba por detrás, mientras él miraba
intencionadamente a la pantalla. Ella sabía sin que se lo dijera que no estaba autorizada a decir una palabra.
Algunas veces, él cambiaba las cosas acariciándola por el interior de sus
muslos, pero se quedaba muy cerca de su sexo. Luego, después de una hora, él puso
su mano entre sus piernas y apretaba suavemente su coño. Ella se movió un poco al
abrir sus piernas para él.
“Estáte quieta,” la espetó.
Él apartó su mano y ella permaneció sin moverse, preguntándose cuándo
la volvería a acariciar de nuevo. Él sentía cómo sus jugos empezaban a
filtrarse fuera de su coño. Ella miraba a la pantalla, leyendo lo que él estaba
escribiendo, admirando su facilidad con las palabras. Pero, lo que estaba
escribiendo no tenía nada que ver con ella, solo era la parte de un libro que
tenía que entregar. Ella no comprendía que no le quisiera hablar. Lo que
ansiaba ahora, era sentir su tacto de nuevo.
Él extendió la mano y empezó, una vez más, a acariciar su trasero. Era
suave, agradable, incluso estimulante. Pero, ella quería algo más que eso.
Después de un rato, mientras él leía la página que acababa de escribir, otra
vez, puso su mano entre las piernas de ella. Esta vez, acarició suavemente los
labios de su coño antes de introducir un dedo dentro de ella. Esta contuvo la
respiración, luego dejó escapar un suspiro mientras su dedo se deslizaba fácilmente
hacia dentro y hacia fuera.
De nuevo,
empujó su dedo profundamente, luego lo sacó y lubricó su clítoris con su propio
flujo. Ella gimió en voz baja.
“¿Qué
dices?” preguntó él.
Ella no se movió.
Sentía que no había nada que ella pudiera decir que no le provocara.
“Quiero silencio,”
dijo él. “Silencio y tranquilidad.”
“¿Por qué estás tan
húmeda?” preguntó él.
Ella se sonrojó.
Podía sentir cómo estaba de resbaladiza. Incluso podía “oler” lo mucho que ella
estaba deseando.
“Maldita putita,”
dijo. “Tienes que mojarte cuando yo te diga, no antes.”
“Lo siento, Señor,” dijo susurrando.
Esto parecía solo para incitarle a la acción. Agarrándola, la puso
encima de sus rodillas y le retorció un brazo por detrás de ella. Empezó a
azotarla con la palma de su mano, fuerte, azotes picantes, primero en un nalga,
luego en la otra. Ella quería interponer la mano libre en su trasero, frotarlo
para aliviar su picar, pero ella sabía que ese gesto estaba prohibido. Él
continuaba azotándola, haciendo un crujiendo sonoramente cada vez que su mano
aterrizaba en su tierna carne. Ella podía sentir cómo el calor de su trasero
aumentaba. Sabía que este debería estar, a estas alturas del azote, de un color
rosa brillante.
Al final, él se detuvo y le soltó su brazo.
“Vete y ponte contra la pared,” dijo él. “Las manos en la cabeza.”
Ella hizo tal como él le había dicho. Él salió de la habitación.
Rápidamente, ella se frotó su trasero. El calor del spanking se le había
extendido entre sus piernas. Estaba sintiéndose peor que nunca. No se atrevía a
poner su mano entre sus piernas por temor de que entrara. Subrepticiamente,
apretaba su ingle contra la pared. Sentía frío en su cuerpo caliente, pero era
intenso y le gustaba. Se inclinó sobre sus rodillas, tratando de pegar su
clítoris contra pared.
Ella no sabía cuánto tiempo él había allí de pié, pero, de repente,
sintió que estaba detrás de ella. Esta se giró y gritó levemente.
“¿Qué estás haciendo?”con voz muy serena, preguntó él.
“Nada,” dijo ella. “Realmente, nada.”
La agarró por sus
cabellos y la arrastró hasta la mesa que estaba contra la pared. Le inclinó su
cara contra la misma. La madera presionaba contra los huesos de su cadera.
“No te muevas,” la
espetó. “No te atrevas a moverte ni un centímetro.”
Él salió. Cuando volvió, ella le miraba con el rabillo del ojo. Tenía en su
mano una fusta, que agitaba de un lado a otro. Luego, salió nuevamente de la
habitación y retornó con un vaso de vino blanco y su teléfono. Se sentó en la
silla enfrente de su ordenador y llamó por teléfono. Ella miraba la fusta.
“Hola, Fran ,” dijo él.
“Me estoy tomando
una copa. He estado trabajando bastante esta mañana.”
Hubo un prolongado
silencio, luego, habló una vez más. “He conseguido que la chica se incline
sobre la mesa. Va a ser castigada. Estaba muy necesitada y exigente y tú sabes
que eso no lo puedo permitir.
Apoyada sobre la
mesa, ella estaba considerando sus palabras. “¿Necesitada?” Sí, sin lugar a
dudas que era eso.
Pero, de verdad,
¿ha sido exigente? Ella solo podía recordar un pequeño suspiro, un gemido en
voz baja. ¡Ah! claro, sí, al frotarse ella misma contra la pared. No podía
negar que se mereciera el castigo.
Él no dejaba de
hablar por teléfono, diciendo a Fran
que estaba decidido a entrenarla en la obediencia. Fue humillante oírle hablar
de ella como si fuera una pequeña colegiala que no hubiera hecho sus deberes.
Ella quería que si la iba a castigar que se pusiera mano a la obra. Después de
un buen rato, colgó el teléfono, pero no hizo intención de coger la fusta. Su
trasero aún se estremecía del azote. Oyó el teclear mientras él escribía de
nuevo. Después de varios minutos, se levantó y se puso de pie detrás de ella.
Puso su mano entre las piernas de ella, metiéndole el dedo en su interior.
“Sigues mojada,”
dijo él. “Pequeña y sucia puta.”
Él cogió la fusta y
atacó el centro de su trasero. Ella gritó, tanto de la sorpresa como del dolor.
Aunque le dolió, dolía muchísimo.
“Dije que quería
silencio,” dijo él.
Él la golpeó de
nuevo, exactamente en el mismo sitio. Luego, otra vez. Ella apretó sus
dientes. Bajo la fusta y puso su manos entre las piernas de ella. Casualmente,
rozó su clítoris varias veces con su dedo. Ella se agarró al borde de la mesa,
intentando permanecer quieta.
“Te demostraré
quién está a cargo de tu coño,” dijo. Luego, se volvió a sentar ante su
ordenador.
Sin duda, esto era
sadismo puro. Él debía saber que contra más se portó de esta manera, a veces
estimulándola, a veces forzando su control, ignorándola (o pretendiéndolo, ella
sabía que su mente estaba sobre ella, incluso si el mostraba indiferencia), se
pondría más excitada. Entonces, ¿cómo podía dejar de estar más húmeda entre sus
piernas? Pues esto, solo provocaba más
castigo que, a su vez, la dejaba con más deseo. Era un círculo vicioso, al cual
ella no veía su final, solamente un trasero cada vez más dolorido y un coño que
le cosquilleaba de una manera insoportable.
Ella intentaba
mantenerse tranquila y quieta. Pero, entonces, la dijo que se acercara.
“Ponte sobre mis
rodillas, boca arriba y con las piernas separadas,” le dijo.
Era torpe y estuvo
a punto de caerse antes de ponerse cómoda. Él se arqueó por encima de ella y
continuó escribiendo en su ordenador. Ella se preguntaba qué estaba
planificando él. Por alguna razón, este la había colocado de esa posición.
Él dejó de teclear
y se echó hacia atrás en su silla, mirándola impasiblemente. Ella no podía
sospechar lo que él estaba pensando. Este puso su mano entre sus piernas,
acariciándola. Luego, sin avisar, abofeteó su coño. Ella dio un grito de
asombro.
“Shiii…” dijo él, y
la abofeteó de nuevo. Luego sacó su mano y movió un dedo sobre su clítoris. El
efecto fue eléctrico. Su cuerpo se apartó.
“No te muevas, qué
inquieta,” dijo él.
Él acarició su
clítoris un poco más. Ella se mordía los labios tratando de mantenerse quieta. Estaba
sentado allí, sin mirarla, observando la pantalla del ordenador, sorbiendo su
bebida con una mano y acariciando el pobre clítoris de ella con la otra. Ella
sentía que, en cualquier momento, se podría correr de forma espontánea. Pero,
ella sabía que el castigo por un orgasmo no regulado era severo. Un brillo de
sudor se había formado en su frente. Estaba a punto de pedir clemencia para
aliviarse. Salvo que fuera peor, ¿no
estaría bien permanecer en silencio después de tantas órdenes?
“Ve y ponte contra
la pared como antes,” dijo él.
Decepcionada, se
fue y se puso de pie tocando la pared, sintiendo el frío contra su vientre. Él
hizo un par de llamadas a socios comerciales mientras que paseaba por la
habitación, mirando por la ventana. Cogió la fusta de la mesa y mientras se
acercaba a ella, la agitó y la azotó a
través de sus nalgas. Ella dio un salto. Estaba tan sensible
ahora. Ella no sabía mucho de este casual e impredecible tormento que estaba
recibiendo. Ella deseaba que acabara de azotarla brutalmente si quería acabar
con este tormento de una vez por todas.
Y luego, con suerte la follaría.
Terminó de hablar por teléfono y se puso al lado de ella. Le cogió la
barbilla y le giró la cara para que le mirara.
“¿Estoy terminando contigo?” preguntó él.
Ella asintió con la cabeza. Con su otra mano acarició su cara.
“¿Segura?”
“Sí,” dijo ella. “En serio.”
Abofeteó de nuevo su cara. “Así lo espero,” dijo él. Le dio una
tercera bofetada en su rostro.
“Esta noche, antes de irte a dormir, voy a azotarte,” dijo. “Asegúrate
que has aprendido la lección. Hasta entonces, sé una buena chica para mí. ¿Lo
serás?”
“Lo seré, señor,” dijo ella humildemente, bajando su cabeza. “Lo
prometo.”
Ella estaba temblando. Puso sus manos alrededor de ella y la abrazó
acariciándole su pelo, besando su mejilla.
“Buena mujer,” dijo una y otra vez. “Buena mujer.”
...procuraria porque nunca acabe esa secuencia;
ResponderEliminar...procuraria porque fuera como miel en la boca;
seria fantastico una vivencia de semejante magnitud...
siempre es un Honor leerle Sr
mis respetos a Usted
sumisa Argentina
No puedes negar tus profundas raíces de mujer sumisa...me alegro que hayas captado el mensaje de este post...
ResponderEliminarFeliz día,
Ben Alí
...gracias Sr por cada uno de sus post; por permitirme escribirle; por cada una de sus respuestas;
ResponderEliminargracias por la atencion q me dedica, su tiempo...
dede mi lugar, humildemente, gracias
sumisa Argentina