viernes, 28 de septiembre de 2012

Libertad para dejarme caer


Recuerdo un día, cuando yo apenas tenía siete años, que había subido a un árbol y no podía bajarme. Me las ingenié para hacerlo por mí mismo hasta la mitad, pero, al final, me encontré colgando de mis manos con todo un camino para subir. No tenía fuerzas ni para mover mis pies y mis brazos temblaban por el esfuerzo.

Finalmente, decidí tirarme y solté mis manos de la rama en la que estaba colgado. Nunca olvidaré la sensación de libertad y dejarme ir mientras sentía cómo la rama se escapaba de mis manos. Tomé la decisión de dejarme caer y, a pesar de que al toparme el suelo, me golpeé y me lastimé el coxis, todavía recuerdo la inmensa sensación de libertad de los latidos de mi corazón mientras me estaba cayendo.

Yo me había soltado y no tenía nada más que hacer. No tenía ningún sentido que me preocupara por lo que sucediera, ya que iba a pasar al margen de lo que yo pensara. Ha habido muy pocas veces en mi vida en las que me haya sentido tan libre.

Desde tu interior más profundo, siento el deseo de la misma sensación de libertad; donde las preocupaciones prometen ser vencidas, donde los propósitos y las metas son palabras vacías, donde tu alma, como una hoja en la tormenta, gira hacia la salvación al final del túnel.

Permíteme acariciar la hoja en mis manos. Permíteme soplar suavemente sobre ella y reír de alegría a medida que gira alrededor de mi cabeza. Permíteme ser lo suficientemente fuerte, vigilante, confiado para mantenerla a salvo.

Sí, recuerdo la sensación de libertad que vislumbré cuando yo era un crío.

Recuerdo.

Y, sin embargo…

Y, sin embargo, elijo en permanecer erguido en medio de la tormenta, enfrentándome a los truenos ensordecedores y a la nieve cayendo como agua nieve. Elijo coger tu mano con la mía y mantenerte caliente.

Porque, cada vez que me sonríes, vislumbro esa misma libertad en tus ojos.

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