miércoles, 1 de mayo de 2013

Desde la perspectiva del Dominante


Sé que a las mujeres sumisas les gustan saber y leer lo que pasa en la cabeza del dominante. Por lo tanto, voy a tratar y describir algunos de mis sentimientos cuando estoy siendo “cruel.”

A un observador externo, desde mi actitud y tono de voz, podría parecerle que soy un hombre sin emociones. Si le digo a ella que voy a ponerle una pinza en su pezón con tono mesurado de voz, es un hecho material más que expresivo. Cuando le pregunto si le duele, no es una especie de regodeo. Pero, tampoco es solícito. Se trata simplemente de una pregunta informativa. Si le duele un poco, eso dictará una manera de actuar. Si le duele mucho, otra.

Quiero dejarlo claro. No me preocupa lo más mínimo que a ella le duela. Por supuesto, tengo un respeto general por su bienestar. Ella lo sabe. Pero, cuando se retuerce, se queja, lloriquea e, incluso, solicita liberarse, yo no estoy pensando en: “Pobrecita, cómo está sufriendo.” Ni siquiera estoy pensando en todo. ¿No es maravilloso hacer esto por mí? Cuánto la admiro y aprecio por estar dispuesta a hacer esto por mí. Por supuesto, sí creo en esas cosas, las creo con intensidad. Sin embargo, tienden a ser después. Por el momento, existen pensamientos y sentimientos bastantes fuertes en mi cabeza.

No se equivoquen, no soy indiferente a lo que está pasando. Todo lo contrario. ¿Por qué hacerla desnudarse, incluso atarla si va a ser realmente malo y aplicar clavijas y pinzas en sus pezones o, en cualquier otra parte de su cuerpo, si no tengo muchas ganas de hacerlo? Esto es locamente excitante para mí, no te equivoques. Pero es una especie de emoción muy particular. En ese momento, cuando se está llevando a cabo la aplicación de las pinzas, no tengo un deseo muy urgente de follarla. Es una especie de emoción desapasionadamente extraña. Incluso, mi polla pudiera llegar a no ponerse dura, aunque, en algún momento, probablemente se ponga

Así pues, ¿qué clase de excitación es? Como yo digo, no lo siento por ella, incluso aunque gima de dolor. Del modo que yo la veo, ella quiere esto. Es verdad que no lo quiere a un cierto nivel. Ella quiere que sea más. Ella quiere tenerlo hecho, pero no quiere estar haciéndolo. Y, sin embargo, sé que ella lo hace de verdad. Yo no haría estas cosas crueles a menos que  estuviera seguro de que ella las quisiera. Estoy seguro de que está dispuesta a sufrir por mí, pero ella quiere hacerlo activamente. Ella quiere ofrecerme, libremente y con entusiasmo casi todo lo que yo le pida. Ello no es siempre evidente. Algunas veces es demasiado y ella trata de escapar. Pero, en el fondo, sé que no solamente quiere ofrecerme su dolor. Ella espera a que yo se lo pida. Este es el tema al que estoy tratando de llevarla. Este es el objetivo de todo lo hablado y el entrenamiento, para conseguir llevarla al punto donde ella quiere que yo le ordene hacer todas las cosas de modo que se encoja de la humillación, las cosas dolorosas que la hacen temblar y hacen que se humedezca.

Así que, cuando yo pongo una pinza o retuerzo una que está ya colocada y ella hace muecas, me siento tranquilo. No sufro con ella, porque sé que la estoy ayudando a que dé lo que ella quiere darme. Es su mayor placer, agradarme. Por lo tanto, estoy contento viendo su dolor. Le hago preguntas, no porque yo me vaya a detener si ella dice lo mucho que duele, sino porque necesito la información para calibrar cuánto dolor me está ofreciendo y luego calcular cuánto más pienso que puede darme. Yo estoy en el control, ¿no lo ves? Y eso es lo que ella necesita. Ella no quiere un Dominante que la permita liberarse fácilmente, que se compadezca en cuanto aparezcan sus lágrimas. Ella quiere un Dominante que sea tranquilo, meticuloso e implacable, un Dominante que sepa cómo sacar lo mejor de ella.

“Cinco minutos más y luego se las quito.”

“Gracias, señor.”

“Pero, solamente, si eres buena. Si no te quejas.”

“No, señor.”

Y cuando se las quita, se las pone nuevamente después de cinco minutos. Durante el tiempo que yo diga.

Puedo ver que ella está luchando con esto.

“¡Qué buena sumisa eres!” le digo.

“¿Lo ves? No soy inhumano.” Le doy crédito donde es debido.

2 comentarios:

  1. Una manera muy poética y pasional de relatar ese momento, antes de la eclosión. Me quedo con el párrafo: “Y si eres lo suficientemente afortunado para estar ante una mujer dispuesta a recibir esa erección…”
    Sin duda, el momento es mágico.

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  2. marita, creo que has tenido un despiste. Tu comentario se refiere a mi anterior post "Cuando ese último latido..."

    De todas maneras, gracias por opinar y feliz día...

    Ben Alí

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