sábado, 8 de marzo de 2014

Anatomía de un orgasmo en solitario

Una sacudida.

Una, una sacudida solitaria y ella sabe que está en camino. Sabe lo que está a punto de empezar a suceder y la tensión se apodera de cada poro de su piel, de cada folículo de su vello, de cada nervio, poco a poco, como la niebla descendente.

Un ligero movimiento. Sus ojos cerrados experimentan durante un segundo, un segundo más largo de lo normal, una sensación de pesadez en respuesta a los cambios de su cuerpo.

La respiración profunda, contenida…contenida para aumentar la tensión, contenida para concentrarse, contenida para ayudarla a controlarse a sí misma…tal vez…

Su propia estimulación directa y constante por los lados de su clítoris, tan fácil hacerlo para ella y, por lo tanto, tan gratificante. Y claro, como mujer actual, tiene juguetes eróticos, con montones de cosas que hacer y maneras de ayudarse, pero algunas veces, quiere que su cuerpo se conduzca por sí mismo.

Su mano libre se pasea. No está desnuda – nunca desnuda para esto -, porque tampoco es inaccesible. Se muerde el dedo. Probablemente, puede parecer ridículo, pero le encanta cómo lo siente. Su mano se detiene en su pezón, mientras lo aguanta ligeramente hacia abajo. Siente que sus nervios empiezan a arder, respondiendo lentamente, reaccionando, anticipando…

Al acariciar su pezón de una forma rápida, parpadea, rígido, la fricción. Eso conecta. ¡Dios, le gustan sus tetas! ¿Lo ha mencionado antes? Las toca y siente que están conectadas directamente con su vagina. No tiene la menor duda de ello.

Siente cómo sus nervios se van calentando. Cualquier cámara de detección del calor vería una bola de luz sentándose encima de su pubis, que viene de un lugar fabuloso, muy adentro, de donde viven los orgasmos.

Un tópico. Pero, cierto. Ahí es donde moran los que son realmente buenos.

No existe tal cosa como un mal orgasmo, ella lo da por asentado y, por consiguiente, tampoco para ella. Pero, los olvidadizos, los que se liberan rápidamente, los estornudos de la entrepierna que viven fuera de su coño y que hacen cosquillas por el camino recorrido, le gustan, pero salen como cuando se echa agua en una hoguera, duran un segundo y se van al siguiente.

Personalmente, le gusta hacer estallar el fuego. Una vez que las grandes llamas se apagan, las brasas brillan y, algunas veces, se rehacen y brillan de nuevo, cuando menos te lo esperas y, vaya, si esas llamas lamen alto.

El resplandor quema intensamente durante unos pocos segundos, mientras todas las sensaciones salen hacia los músculos. Creo que ha tenido muchos de estos y casi que ella podría dibujar un mapa de su viaje. Y se siente muy mal al navegar bajo cualquier otra circunstancia.

Ese resplandor es el mismo borde, el punto de inflexión, el final. Lo poco que sigue es el éxtasis. Esa estimulación casi quema por dentro, el espasmo de los músculos y, para ella,  todo su cuerpo se convulsiona de sacudidas. Gime. Un sonido extraño y gutural que no reconoce como que sea de su cuerpo. El intenso placer viaja en ondas e instintivamente quiere acurrucarse como en una pelota, protegerse, proteger a ese sentimiento.

Sus párpados se sienten pesados, tal como ella siente toda la humedad que se difunde a través de su coño, llevando ese tórrido resplandor con ella. A veces, se siente energizada por ella, a menudo, quiere más y no es suficiente. Algunas veces, con mucha frecuencia, lo siente en el borde de ese placer durante un tiempo bastante largo.

A veces, los orgasmos se arrastran hacia arriba cuando no los espera. Aquellos son especiales, no pueden ser evitados y son como cambiar de los fuegos artificiales a bolas de cañón, como un método de celebración.

Pero entonces, lo sutil es sobrevalorado.

1 comentario:

  1. Señor, admiro la capacidad que tiene de transformar cada momento en poesía!

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