Una sacudida.
Una, una sacudida solitaria y
ella sabe que está en camino. Sabe lo que está a punto de empezar a suceder y
la tensión se apodera de cada poro de su piel, de cada folículo de su vello, de
cada nervio, poco a poco, como la niebla descendente.
Un ligero movimiento. Sus ojos
cerrados experimentan durante un segundo, un segundo más largo de lo normal,
una sensación de pesadez en respuesta a los cambios de su cuerpo.
La respiración profunda,
contenida…contenida para aumentar la tensión, contenida para concentrarse,
contenida para ayudarla a controlarse a sí misma…tal vez…
Su propia estimulación directa y
constante por los lados de su clítoris, tan fácil hacerlo para ella y, por lo
tanto, tan gratificante. Y claro, como mujer actual, tiene juguetes eróticos,
con montones de cosas que hacer y maneras de ayudarse, pero algunas veces,
quiere que su cuerpo se conduzca por sí mismo.
Su mano libre se pasea. No está
desnuda – nunca desnuda para esto -, porque tampoco es inaccesible. Se muerde
el dedo. Probablemente, puede parecer ridículo, pero le encanta cómo lo siente.
Su mano se detiene en su pezón, mientras lo aguanta ligeramente hacia abajo.
Siente que sus nervios empiezan a arder, respondiendo lentamente, reaccionando,
anticipando…
Al acariciar su pezón de una
forma rápida, parpadea, rígido, la fricción. Eso conecta. ¡Dios, le gustan sus
tetas! ¿Lo ha mencionado antes? Las toca y siente que están conectadas
directamente con su vagina. No tiene la menor duda de ello.
Siente cómo sus nervios se van
calentando. Cualquier cámara de detección del calor vería una bola de luz
sentándose encima de su pubis, que viene de un lugar fabuloso, muy adentro, de donde
viven los orgasmos.
Un tópico. Pero, cierto. Ahí es
donde moran los que son realmente buenos.
No existe tal cosa como un mal
orgasmo, ella lo da por asentado y, por consiguiente, tampoco para ella. Pero,
los olvidadizos, los que se liberan rápidamente, los estornudos de la
entrepierna que viven fuera de su coño y que hacen cosquillas por el camino
recorrido, le gustan, pero salen como cuando se echa agua en una hoguera, duran
un segundo y se van al siguiente.
Personalmente, le gusta hacer
estallar el fuego. Una vez que las grandes llamas se apagan, las brasas brillan
y, algunas veces, se rehacen y brillan de nuevo, cuando menos te lo esperas y,
vaya, si esas llamas lamen alto.
El resplandor quema intensamente
durante unos pocos segundos, mientras todas las sensaciones salen hacia los
músculos. Creo que ha tenido muchos de estos y casi que ella podría dibujar un
mapa de su viaje. Y se siente muy mal al navegar bajo cualquier otra
circunstancia.
Ese resplandor es el mismo borde,
el punto de inflexión, el final. Lo poco que sigue es el éxtasis. Esa
estimulación casi quema por dentro, el espasmo de los músculos y, para ella, todo su cuerpo se convulsiona de sacudidas.
Gime. Un sonido extraño y gutural que no reconoce como que sea de su cuerpo. El
intenso placer viaja en ondas e instintivamente quiere acurrucarse como en una
pelota, protegerse, proteger a ese sentimiento.
Sus párpados se sienten pesados,
tal como ella siente toda la humedad que se difunde a través de su coño,
llevando ese tórrido resplandor con ella. A veces, se siente energizada por
ella, a menudo, quiere más y no es suficiente. Algunas veces, con mucha
frecuencia, lo siente en el borde de ese placer durante un tiempo bastante
largo.
A veces, los orgasmos se
arrastran hacia arriba cuando no los espera. Aquellos son especiales, no pueden
ser evitados y son como cambiar de los fuegos artificiales a bolas de cañón,
como un método de celebración.
Señor, admiro la capacidad que tiene de transformar cada momento en poesía!
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