Me gusta la ropa interior
de las mujeres. La lencería, los volantes, los encajes, los lacitos, el satín y
la seda y, cómo no, la licra y el algodón. Inmencionables. ¿Ropa íntima? Así es
como la llaman en los grandes almacenes, un término de pasión-muerte, si alguna
vez lo hubo. En cuanto a mí, me encanta la palabra “bragas.” Así es como las
llama un vendedor amigo mío de unos grandes almacenes, uno de mis favoritos
dispensadores de tales prendas.
Esto
es llamar a las cosas por su nombre. Sé que para los oídos de los americanos la
palabra tiene diferentes connotaciones, pero para los españoles es una palabra
que recuerda a lo que sucede en el dormitorio y a lo que pueda suceder allí. Es
un término un poco obsceno, no es totalmente educado. Supongo que si quieres
ser neutral y no levantar expectativas de malicia, puedes llamarlas panties,
como hacen los americanos. Pero, yo nunca lo haría.
Ella
me envió un par de bragas. Le pregunté por ellas. Fui muy específico: un par
que la hubieran hecho sentirse realmente sexy y que las hubiera llevado puestas
durante todo el día. Yo sabía que las humedecería y las mancharía. Le dije que
se las quitara al final del día, cuando se hubiera sentido impregnada de su
olor. Que las pusiera en una bolsa de plástico para preservar el olor y que me
las enviara. Las pondría frente a mí mientras escribo. La etiqueta en la parte
posterior de las bragas dice: “Juego de pasión.” Ya lo creo. Son de color
negro. Fabricadas de una gasa tan especial que no me importaría buscarle un
nombre para ellas.
En mí
diccionario de sinónimos, hay más de doscientos nombres para tipos de tejidos.
(¿Percoline? ¿Jaconet? ¿Miedo Salvaje? Sus bragas están fabricadas con el mejor
“Miedo Salvaje.” Hummm). Tal vez, se trate de gasa, “material fino, semi
transparente.” Sin duda, son eso.
Cuando
las envuelvo alrededor de mi mano, no se esconden demasiado. Incluso puedo ver
mis huellas dactilares. En realidad, no son del todo transparente, solo un poco
más de cuatro quintas partes. Por supuesto, están reforzadas en la zona del
escudete, pero es solo una pequeña franja de cinco centímetros de opacidad que
solamente sirve para hacer que la transparencia sea, en otro lugar, mucho más
patente. Alrededor de la parte frontal, en la cintura, hay un volante y más
adornos por las piernas que por la parte trasera, lo que me pareció encantador.
El efecto general es de frivolidad y provocación. Estas bragas están hechas
para ser vistas. Vistas por un hombre. Absolutamente, no hay ningún punto
contrario a ellos. No las mantendrán calientes o decentes.
En el
interior del escudete, hay algunas manchas leves, la evidencia de un ser vivo,
la chica que respiraba estaba en ellas, una mujer que se humedeció. Espero que
pensando en mí. Sé que ella se va a sonrojar cuando lea esto, pues me envió sus
bragas manchadas y perfumadas con sus secreciones. Pero, era exactamente lo que
yo quería.
Supongo
que tengo un fetiche con las bragas. No me importa admitirlo. Es un pasatiempo
inofensivo. Yo no voy robando por ahí la ropa interior de las mujeres o
intentando observar las bragas de una mujer cuando no he sido invitado a ello.
Soy bastante civilizado. Pero siempre es una gran ventaja para mí, si una mujer
entiende realmente de estas cosas. Si se da cuenta del efecto tan maravilloso
que la ropa interior femenina tiene para mí.
Cómo
me deleito con la seda y el satín, en rosa, negro, rojo y púrpura. Desde el
principio, shy tiene un montón de puntos coincidentes conmigo, porque el
sujetador y las bragas hacen juego (excepto ahora que ella solo lleva un sostén
de gasa negra, pues no usa bragas…). A veces, me gustan las blancas de algodón,
cuando ella se comporta como una mujer buena y la mantequilla nunca se le
derretiría en su boca.
Al
pensar sobre ello un poco más y, por qué me gusta tanto, una de las razones
pudiera ser porque cuando una mujer se agacha hasta sus bragas, normalmente
solo hay un camino a seguir. Pues, mientras ella todavía las lleva, tú tienes
el placer de la anticipación. Con esperanzas, una mujer en bragas es una mujer
que irá desnuda pronto.
Yo no
diría que es mejor viajar con suerte que llegar. Yo siempre quiero conseguir
que, al final, se las quite. Pues hay un placer especial al saber que existe
otro escenario donde ir, que es el placer que tienes ahora, no hay un placer
mayor que cuando ella se las quita. Cuando yo era niño, siempre me comía las
costras primero para poder guardar hasta el final la parte blanda del pan y
untar la mitad con mermelada. Es un hábito que todavía conservo.
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