martes, 18 de marzo de 2014

Necesitada



Él se quita los zapatos de un tirón y se acuesta a lo largo del sofá. Ha estado tonteando con ella toda la tarde. Algunas veces ella ha estado sentada sobre sus rodillas recibiendo besos y abrazos, otras veces, echada sobre él con su cabeza sobre su regazo mientras le acariciaba su nuca, la espalda o sus nalgas. Gradualmente, sus ropas se las había quitado y ahora ella estaba abajo en bragas. Ambos están empapados. Él pone sus manos en ella y desliza dos dedos en su coño hasta que encuentra su punto G. Presiona sobre el mismo, relaja la presión, vuelve a presionarlo.

“Quiero su polla,” ella le susurra.

“No,” dice él.

Ella pone mala cara. Se supone que no tiene que preguntar eso, por lo tanto, sufre un brote de desesperación. “¿Estoy siendo castigada?”

“Por supuesto que no. No has hecho nada malo.”

“¿Entonces, por qué usted no quiere follarme?”

“Creo que lo sabes.”

Ella considera esto. “¿Por qué me lo deniega si le apetece? ¿Porque  es una cuestión de poder, le gusta mostrar lo que puede hacer conmigo?”

“Más o menos,” dice él.

“Pero, yo sé que usted quiere hacerlo. No se estará cortando la nariz a pesar de su cara, ¿verdad?”

“No te preocupes por mí,” la dice. “Puedo asegurarte que no estaría haciendo esto si yo no quisiera.”

Por un momento, ella guarda silencio. La mano de él está todavía dentro de sus bragas, trabajando.

“¿Usted cree que se puede morir de frustración sexual?” pregunta ella.

“No. Recuerda el dicho: ‘Cuando los hombres mueren y los gusanos se los comen, nunca ha sido por amor.’ En cualquier caso, yo no te denegado que te liberes.”

“¿Entonces, puedo masturbarme?”

“Bajo dos condiciones. Una, tengo que verte. Dos, no puedes usar las manos.”

Ella piensa en esto. “Pero, si me frotara contra usted, entonces, en el último momento, usted se movería y no me correría.”

“¿Te apetece frotarte un poco? No sería justo si yo te parara,” dice él.

Ella piensa algo más. “Usted no es siempre justo,” dice ella.

“Tendrás una oportunidad.”

“En vez de hacerlo yo, ¿quiere usted bajarme las bragas?” ella le pregunta. “¿Por favor? ¿Más por favor?”

Él le baja las bragas hasta sus tobillos. Ella se agacha y saca uno de los calcetines de él con los dientes. Él, juntando sus manos detrás de la nuca, avanza su pie y ella se impala, apretando el dedo gordo del pie de él y un par de los otros dedos en su coño. Ella empieza a fastidiarle, sin mirarle, mientras él la observa. “¿No es esto algo más que una humillación por estar tan necesitada?” Piensa él.

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