Las manos.
Mis manos alrededor de su
cuello, su lugar favorito para lo que sea. Ellas aprietan y le duele. Es el
tipo de dolor que su corazón sufre una y otra vez. Y luego, vuelvo a empezar.
Las palabras.
Las palabras que susurro en su
oído. Palabras que desgarran su alma. Palabras que desgarran las paredes que ha
tardado tanto en construir alrededor de sí misma. Todo está abierto, ella está
abierta y quiere que se detengan, pero tiene que seguir escuchando. ¿Cómo
puede, la cosa que más le gusta, ser la única cosa que la impide escapar de este
torrente de palabras?
Se quema.
Se quema con el fuego interior.
Está enojada y herida y quiere que esto pare, pero mi voz es hipnótica y mis
manos tienen el control sobre ella. Teniéndolas ahí, con esa misma fuerza
detrás de ellas, está satisfecha y es una mujer fuerte en un momento de
debilidad. Un momento de lujuria, deseo y sexo, mezclados con las palabras que
rasgan su interior.
Grita.
Porque no quiere oír las
palabras. Quiere que se detengan, pero que se queden las manos. Quiere esa
sensación reconfortante que la rodea en la nada, mientras trata de reconstruir
los muros que la protegen a su alrededor. No quiere ser vista, no quiere que
nadie la vea así. No puede permitir que la vean de esta manera, porque si la
ven, entonces, es que yo la tengo. Y no puede dejar que yo coja esas partes de
ella y las mantenga, ¿qué pasaría si no se las devuelvo? ¿Qué pasaría si la
dejo, desaparecida, queriendo y necesitando, pero nunca teniendo?
Rompe.
Rompe en la nada las paredes
finales, que se hacen añicos. Siente mi cuerpo fuertemente presionado contra el
de ella y el calor de mis manos que nunca aflojan su control. Todo está fuera,
todo está a la luz, veo las partes de ella que han pasado tanto tiempo
escondidas, pero ya no está enfadada conmigo. Mis palabras se transforman en
las palabras que ella necesita oír, pero la cortan aún más profundamente.
Llora.
Llora porque es vista. Es amada
y querida y necesitada. Es amiga, es valiente y, sobre todo, es digna. Llora
porque la pongo en la oscuridad, la presiono alrededor y le hago daño con mis
palabras, sólo para traerla de vuelta a la luz. A una luz diferente a la que
vió antes. Ésta es más intensa y caliente y hecha de las cosas que, a menudo,
estaba ciega para verlas. Le duele el corazón al oír estas cosas, el que yo vea
estas cosas en ella. Le duele su corazón
al ser presionado tan violentamente en la oscuridad, que no tiene más remedio,
que enfrentarse a las cosas que más teme, porque vienen a la luz después de
haberlas sentido.
Le duele.
Le duele su corazón, su alma,
su cuerpo y su mente. Le duele cada fibra de su ser, pero siente consuelo con
este tormento. Existe un consuelo enfermizo en las palabras que estaban llenas
de malicia y, de una mayor comodidad, en las palabras que ahora le hablan directamente.
Mis manos se sueltan y ella se siente libre. Golpea sus puños contra mi pecho. Le
duele y me hace daño. Me duele dejar a alguien en esta profundidad, sin
importarme lo que mucho que lo necesita. Esto no detiene al dolor. No le impide tener miedo, hasta que la deje
ir…
Se deja ir.
Se deja ir, respira
profundamente e intenta dejar de llorar. Se deja llevar por el miedo, el odio y
la ira. Se deja llevar por todo lo que se construye dentro de ella. Se deja ir
y convertirse en limpia de nuevo. Ella mira a la cara de esta persona que la
sostiene. Mira a los ojos sonrientes de alguien que ve casi todo de nuevo por
primera vez. Mis manos secan los restos de las últimas lágrimas que permanecían
en sus mejillas. Manos que ya no la tienen confinada, sino que se aferran a las
suyas.
Ella camina.
Ella se aleja, no más rota,
necesitada o queriendo. Se aleja toda, no más dolor o daño. Se aleja…
Sí, porque no había manera de
que pudiera resistirlo más.