sábado, 14 de junio de 2014

Por favor, hágame daño

Sus ojos se mueven para encontrar su mirada, una súplica silenciosa escudriñando en la tímida desesperación. No se necesitan palabras.

“Por favor, hágame daño”

Tira de ella hacia él y la sostiene en sus brazos. Ella siente que exhala. Apoya su cabeza sobre su pecho y su cuerpo se relaja. Sus dedos se enredan ligeramente en su cabello, levantando su cabeza para mirarle a sus ojos. Ve la familiar sombra oscura al acecho, justo debajo de la superficie, mientras empieza lentamente con su mirada. Ve su hambre, su necesidad visceral, nubes de una tormenta perfecta. Ella busca consuelo desesperadamente, con seguridad, alguna medida de misericordia. No ve nada de eso en él y todo ello, al mismo tiempo, sus ojos parpadeando.

“Por favor, hágame daño”

Gira su cara con una ligera inclinación y la sonrisa de él es su única advertencia. Ella cierra sus ojos y siente que su mano aprieta con más fuera su larga melena. El picor de su otra mano contra su mejilla la hace jadear. Por un momento, él acaricia su cara suavemente y repite las bofetadas una y otra vez. Una, en una mejilla y otra, en la otra, aguantando su cabeza con su mano opuesta en cada bofetada. Sus rodillas se doblan ligeramente y su cuerpo tiembla. Ella abre sus ojos para permitir que sus lágrimas caigan y las besa a distancia, saboreando cada una como un regalo inapreciable.

“Por favor, hágame daño”

La pone de rodillas y la mira fijamente a sus ojos húmedos y enrojecidos. La observa cómo se eleva a través de las nubes oscuras de su tormenta perfecta y le sonríe antes de envolver su cuello con su mano. Ve su miedo, la anticipación y cómo el deseo puro la consume. Gime profundamente, mientras él acerca sus labios hacia los de ella. inhalando cada respiro que se escapa de los esfuerzos meticulosos de su mano, apretando más y más fuerte. La mira de cerca mientras las manos de ella se agarran a su brazo, su instinto de respirar luchando contra su necesidad de escaparse. Los ojos de ella se abren abogando por la fuerza y él se la da. Su propia necesidad conquista el instinto de ella e inhala su último aliento, mientras se desliza en la calidez de la oscuridad.

Los simples segundos pasan ante sus ojos abiertos y él está ahí y la sostiene. La mira a sus ojos vidriosos, una sonrisa hambrienta en sus labios y ella respirando febrilmente.

“Por favor, hágame daño”

La pone de pie y, en primer lugar, empuja su cara contra la pared. Con una mano en su pelo y con la otra, agarrando su cadera, presiona su cuerpo contra el de ella y le susurra en su oído. Ella nota el hambre en su voz y siente el calor que irradia su carne. No se mueve mientras él se aleja de ella.

“¡Por favor!”

Oye el silbido de la fusta detrás de ella. Se queda ahí, quieta, apoyando su frente contra sus manos sobre la fría superficie de la pared, esperando…

“A que usted me haga daño.”

2 comentarios:

  1. Admiro a las sumisas de sus historias, llenas de ímpetu y un fuego interior que no cesa. Sin miedo a pedir lo que desean, a dejarse llevar por el placer de la sumisión, alejándose de un mundo al que no pertenecen.

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  2. nayadi, es lo que harías tú o cualquier sumisa que se precie por su Dominante...

    Desgraciadamente, no todas se entregan con la misma generosidad...

    Feliz día

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