Sus
ojos se mueven para encontrar su mirada, una súplica silenciosa escudriñando en
la tímida desesperación. No se necesitan palabras.
“Por
favor, hágame daño”
Tira
de ella hacia él y la sostiene en sus brazos. Ella siente que exhala. Apoya su
cabeza sobre su pecho y su cuerpo se relaja. Sus dedos se enredan ligeramente
en su cabello, levantando su cabeza para mirarle a sus ojos. Ve la familiar
sombra oscura al acecho, justo debajo de la superficie, mientras empieza
lentamente con su mirada. Ve su hambre, su necesidad visceral, nubes de una tormenta
perfecta. Ella busca consuelo desesperadamente, con seguridad, alguna medida de
misericordia. No ve nada de eso en él y todo ello, al mismo tiempo, sus ojos
parpadeando.
“Por
favor, hágame daño”
Gira
su cara con una ligera inclinación y la sonrisa de él es su única advertencia. Ella
cierra sus ojos y siente que su mano aprieta con más fuera su larga melena. El
picor de su otra mano contra su mejilla la hace jadear. Por un momento, él acaricia
su cara suavemente y repite las bofetadas una y otra vez. Una, en una mejilla y
otra, en la otra, aguantando su cabeza con su mano opuesta en cada bofetada. Sus
rodillas se doblan ligeramente y su cuerpo tiembla. Ella abre sus ojos para
permitir que sus lágrimas caigan y las besa a distancia, saboreando cada una
como un regalo inapreciable.
“Por
favor, hágame daño”
La
pone de rodillas y la mira fijamente a sus ojos húmedos y enrojecidos. La observa
cómo se eleva a través de las nubes oscuras de su tormenta perfecta y le sonríe
antes de envolver su cuello con su mano. Ve su miedo, la anticipación y cómo el
deseo puro la consume. Gime profundamente, mientras él acerca sus labios hacia
los de ella. inhalando cada respiro que se escapa de los esfuerzos meticulosos
de su mano, apretando más y más fuerte. La mira de cerca mientras las manos de
ella se agarran a su brazo, su instinto de respirar luchando contra su
necesidad de escaparse. Los ojos de ella se abren abogando por la fuerza y él
se la da. Su propia necesidad conquista el instinto de ella e inhala su último
aliento, mientras se desliza en la calidez de la oscuridad.
Los
simples segundos pasan ante sus ojos abiertos y él está ahí y la sostiene. La
mira a sus ojos vidriosos, una sonrisa hambrienta en sus labios y ella respirando
febrilmente.
“Por
favor, hágame daño”
La
pone de pie y, en primer lugar, empuja su cara contra la pared. Con una mano en
su pelo y con la otra, agarrando su cadera, presiona su cuerpo contra el de
ella y le susurra en su oído. Ella nota el hambre en su voz y siente el calor
que irradia su carne. No se mueve mientras él se aleja de ella.
“¡Por
favor!”
Oye
el silbido de la fusta detrás de ella. Se queda ahí, quieta, apoyando su frente
contra sus manos sobre la fría superficie de la pared, esperando…
Admiro a las sumisas de sus historias, llenas de ímpetu y un fuego interior que no cesa. Sin miedo a pedir lo que desean, a dejarse llevar por el placer de la sumisión, alejándose de un mundo al que no pertenecen.
ResponderEliminarnayadi, es lo que harías tú o cualquier sumisa que se precie por su Dominante...
ResponderEliminarDesgraciadamente, no todas se entregan con la misma generosidad...
Feliz día