domingo, 8 de febrero de 2015

Sobre la tentación

No es ningún secreto que me encantan las mujeres inteligentes, bellas y con talento que constantemente llevan el control en sus horas de trabajo y vida normal. Cuando acepto a una mujer de este tipo para una relación D/s, hago todo lo posible para imponer respeto, protocolo y ritual en el camino que tenemos por delante. Después de muchas y sinceras discusiones y exploraciones, descubro sus deseos, necesidades, esperanzas, miedos, apetitos y consigo un buen conocimiento de por dónde ella necesita ir. Una vez que tengo esta visión interior de ella, actúo con convicción.
Una vez, le hice una sencilla pregunta a una sumisa particularmente hermosa cuando empezábamos nuestro viaje.
“¿Qué te apetece?”
Ella contestó sin vacilar:
“Me apetece que me cojas y me saques de aquí. Me lleves a un lugar donde estar bajo control, el poder y el tomar decisiones ya no sea una opción para mí. Hay libertad en eso y eso es lo que yo quiero de usted.”
Empezamos nuestro camino y pronto la introduje en mi exigencia de no tocarse sin permiso. Esta misma chica, que ansiaba abandonar el poder y el control, retrocedió y me respondió dijo bruscamente:
“¿Qué?”
Yo sonreí y le expliqué cómo ahora su placer procedía de mí, al igual que sus orgasmos. Ella protestó, diciendo que sería imposible para ella cumplirlo, pues su propio placer era una parte muy importante de ella.
Sonreí de nuevo y le conté cómo ella había caído en una vida solitaria de auto placer y le describí cómo eso se había convertido en un acto mecánico. Le dije que conocía el camino más eficiente para llevarla al climax, sentir como si hubiera llegado al borde. Su silencio era mi reconocimiento.
Me imploró que cediera y le permitiera algunas libertades. Me reivindicó que el tocarse era como un acto reflejo en los momentos de deseo, mientras yacía en la cama o duchándose. Me habló de su alta libido y su insaciable apetito  sexual. Yo escuchaba con atención cada punto cuidadosamente articulado y le dije:
“No te puedes tocar sin permiso.”
Mujeres como ésta no están acostumbradas a que le digan “no.” Con su belleza, ella podía tener a cualquier hombre que deseara. No había duda de que ella había hecho una mini carrera atrapando a los hombres alrededor de su dedo meñique. Me preguntó por qué yo estaba siendo tan cruel con cada parte de su encanto persuasivo que podía reunir.
Le respondí con sencillez:
“Usted necesita dejarse llevar con el fin de apreciar por completo la satisfacción con mi mano. Cada vez que usted se abstiene, aumentará su deseo por el placer que yo le doy. Si lo hace, experimentará conmigo unos orgasmos muy intensos, siempre que yo le permita que se toque u orgasme para mí. No hay alternativa, usted respetará mis deseos y conseguirá que me sienta orgulloso de su sacrificio.”
Ella replicó:
“¿Cómo sabe usted que puedo hacer esto? ¿Cómo sabe usted que no voy a darme placer cuando usted no esté aquí y yo no se lo diga?”
Y le contesté:
“Sencillamente, lo sé porque se lo he requerido. Yo te elegí. Confío en usted y sé que usted cumplirá.”
Ella se quedó en silencio, como un francotirador que acaba de quedarse sin munición.  No hablamos más del tema. Y nuestra relación floreció creciendo más rica y profunda con cada día que pasaba.
Una noche, después de que ella se hubiera corrido cuatro veces en el lapsus de dos minutos con escalofrío, temblores y gritos desgarradores, la acogí contra mi pecho. Escuché cómo su respiración disminuía, sentí los golpes de su pecho volviendo a la normalidad y le susurré al oído.
“¿Te acuerdas cuando te pregunté por qué tenías que resistir la tentación?”
Ella sonrió, se acurrucó más profundamente en mi pecho, y dijo:
“Sí, me acuerdo. Nunca he sentido un placer tan increíble como el que he sentido a su lado, para usted, sólo para usted.”
“Me encanta esta danza,” le contesté.


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