domingo, 1 de marzo de 2015

Una fuente de interminable fascinación

“Quítate la falda,” le dice.
Ella no está preparada para esto, pues ya se había corrido antes y esperaba que la sacara a cenar. No obstante, ella obedece y, de todos modos, lo hace.
“Ahora, tus bragas.”
Ella las deja caer al suelo.
“Ven y siéntate frente a mí en el sofá,” él dice, acariciando el asiento. “Gírate hacia mí con las rodillas dobladas y las piernas abiertas.”
Ella lo hace, no sin una cierta timidez. Él se queda mirando su expuesta entrepierna.
“Te sientes incómoda, ¿verdad?” le pregunta.
Ella asiente con la cabeza.
“¿Por qué es eso?, me pregunto.” Él reflexiona. “Ya se lo he visto todo antes.”
De alguna manera, no parece que conseguirlo sea más fácil.
“Es porque no estás segura de tu coño, ¿verdad? No estás segura de que te guste. Tampoco estás segura de que me guste.”
Ella no puede mirarle. Sólo siente que está ruborizada.
“Pero, en gran medida, me gusta mucho,” le dice.
“Usted no cree,” ella dice, encontrando por fin su voz, “que podría ser un poco menos…”
“No,” él dice. “Es perfecto.”
Ella absorbe esto, tratando de creerle, no por primera vez.
“Para mí, es una fuente de interminable fascinación,” él dice. “Y una cosa de la belleza.” Se acerca y la acaricia un momento.
“Sé que te gusta tocártelo,” le dice. “Tócatelo.”
Ella pone su mano allí. Lo nota muy suave.
“¿Cuándo te masturbaste por primera vez?” le pregunta.
Ella empieza a ruborizarse de nuevo. Sabe que él esperará hasta que ella conteste.
“Esta mañana,” le responde.
“¿Mientras estabas tranquila en la cama?”
Ella asiente con la cabeza.
“¿Con tu mano?”
Ella asiente de nuevo.
“Demuéstramelo,” le dice. “Demuéstrame cómo lo hiciste.”
“No sé si puedo hacer eso,” ella piensa.
“Quiero verlo,” le ordena.
Ella sabe que no puede ganar y empieza a tocarse adrede ella misma. Sus dedos deslizándose sobre sus labios, tanteando, explorando e introduciéndolos hacia su interior. Ella cierra sus ojos para concentrarse, pero también porque no quiere ver cómo la observa.
“Muéstrame tu clítoris,” le dice. “Echa hacia atrás los labios y enséñamelo.”
Lo hace y puede sentir los ojos de él encima de ella.
“Parece un poco hinchado,” él dice. “Mímalo.”
Ella frota su dedo contra su clítoris, de la manera que a ella le gusta.
“Sigue tocándote y díme lo que piensas mientras lo haces,” le dice.
Le cuesta trabajo hablar. Ella tiene que esforzarse para que salgan las palabras. “Hay hombres, montones de hombres.”
“¿Follándote?”
“Todo. Todos encima de mí. Abusando de mí.”
“¿Eran brutos?”
“Un poco. Un poco.”
“¿Te cogieron el culo?”
“Sí.”
“¿Y tu boca?”
“Sí.”
“¿Se corrieron en ti?”
“Sí, muchos de ellos.”
“¿Te mancharon con su semen?”
“Sí,” ella dice susurrando.
“Córrete ahora,” le dice, “tan pronto como puedas.”
Cuando se ha acabado, le dice que se vista. Ahora, ella se siente ahora más audaz. “¿No vas a follar conmigo?” Ella pregunta.
“Después de la cena.”
“¿Promesa?”
Él la besa. “Puedes contar con ello.”

1 comentario:

  1. Es lo que tiene vivir con un Dom ardiente e imaginativo, que los días están llenos de sorpresas, de las buenas claro. Afortunada la sumisa de la historia.

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