“Quítate
la falda,” le dice.
Ella
no está preparada para esto, pues ya se había corrido antes y esperaba que la
sacara a cenar. No obstante, ella obedece y, de todos modos, lo hace.
“Ahora,
tus bragas.”
Ella
las deja caer al suelo.
“Ven
y siéntate frente a mí en el sofá,” él dice, acariciando el asiento. “Gírate
hacia mí con las rodillas dobladas y las piernas abiertas.”
Ella
lo hace, no sin una cierta timidez. Él se queda mirando su expuesta
entrepierna.
“Te
sientes incómoda, ¿verdad?” le pregunta.
Ella
asiente con la cabeza.
“¿Por
qué es eso?, me pregunto.” Él reflexiona. “Ya se lo he visto todo antes.”
De
alguna manera, no parece que conseguirlo sea más fácil.
“Es
porque no estás segura de tu coño, ¿verdad? No estás segura de que te guste.
Tampoco estás segura de que me guste.”
Ella
no puede mirarle. Sólo siente que está ruborizada.
“Pero,
en gran medida, me gusta mucho,” le dice.
“Usted
no cree,” ella dice, encontrando por fin su voz, “que podría ser un poco
menos…”
“No,”
él dice. “Es perfecto.”
Ella
absorbe esto, tratando de creerle, no por primera vez.
“Para
mí, es una fuente de interminable fascinación,” él dice. “Y una cosa de la
belleza.” Se acerca y la acaricia un momento.
“Sé
que te gusta tocártelo,” le dice. “Tócatelo.”
Ella
pone su mano allí. Lo nota muy suave.
“¿Cuándo
te masturbaste por primera vez?” le pregunta.
Ella
empieza a ruborizarse de nuevo. Sabe que él esperará hasta que ella conteste.
“Esta
mañana,” le responde.
“¿Mientras
estabas tranquila en la cama?”
Ella
asiente con la cabeza.
“¿Con
tu mano?”
Ella
asiente de nuevo.
“Demuéstramelo,”
le dice. “Demuéstrame cómo lo hiciste.”
“No
sé si puedo hacer eso,” ella piensa.
“Quiero
verlo,” le ordena.
Ella
sabe que no puede ganar y empieza a tocarse adrede ella misma. Sus dedos
deslizándose sobre sus labios, tanteando, explorando e introduciéndolos hacia
su interior. Ella cierra sus ojos para concentrarse, pero también porque no quiere
ver cómo la observa.
“Muéstrame
tu clítoris,” le dice. “Echa hacia atrás los labios y enséñamelo.”
Lo
hace y puede sentir los ojos de él encima de ella.
“Parece
un poco hinchado,” él dice. “Mímalo.”
Ella
frota su dedo contra su clítoris, de la manera que a ella le gusta.
“Sigue
tocándote y díme lo que piensas mientras lo haces,” le dice.
Le cuesta
trabajo hablar. Ella tiene que esforzarse para que salgan las palabras. “Hay
hombres, montones de hombres.”
“¿Follándote?”
“Todo.
Todos encima de mí. Abusando de mí.”
“¿Eran
brutos?”
“Un
poco. Un poco.”
“¿Te
cogieron el culo?”
“Sí.”
“¿Y
tu boca?”
“Sí.”
“¿Se
corrieron en ti?”
“Sí,
muchos de ellos.”
“¿Te
mancharon con su semen?”
“Sí,”
ella dice susurrando.
“Córrete
ahora,” le dice, “tan pronto como puedas.”
Cuando
se ha acabado, le dice que se vista. Ahora, ella se siente ahora más audaz.
“¿No vas a follar conmigo?” Ella pregunta.
“Después
de la cena.”
“¿Promesa?”
Él la
besa. “Puedes contar con ello.”
Es lo que tiene vivir con un Dom ardiente e imaginativo, que los días están llenos de sorpresas, de las buenas claro. Afortunada la sumisa de la historia.
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