Ella
me contaba que había pasado mucho tiempo de su vida tratando de rescatar
relaciones aparentemente rotas. La habían enredado en tantas justificaciones
que la dejaron completamente ciega ante lo que era justo para ella. En cada
relación fallida, no importa cuál, cuando se preguntaba si necesitaba
permanecer o trabajar en ella o dejarla, su respueta siempre era “quédate.”
Cuando amaba a alguien, nunca quería dejarlo ir. De hecho, pocas mujeres lo
suelen hacer. El hecho de renunciar no suele estar en los genes de las mujeres,
y esto exactamente no ayuda.
Ella
buscaba en el lugar equivocado sus respuestas. No debería buscar fuera sobre
cómo poder hacer nuevamente feliz a su pareja, sino hacia dentro, en su propia
alma. Ella necesitaba preguntarse: “¿Cómo mi relación hace sentirme?” Su
respuesta era “no lo suficientemente bien.” Y esa era una una señal roja
brillante de que su relación no era lo suficientemente buena. Fin de la
historia.
Una
vez que dejó de preguntarse quién tenía razón y quién estaba equivocado, pudo
concentrarse en lo que realmente importaba. ¿La hacía feliz esa relación? Sí,
no y ambas partes no eran capaces de reconocer su culpabilidad en la
destrucción, era el momento de seguir adelante. Tratar de ser correcto y feliz es el error del tonto en las relaciones
tóxicas, ya que, por lo general, tiene que elegir el uno o el otro. La
felicidad siempre tiene que venir primero. Puedo ser feliz como persona sola,
pero seguro que jodiendo no puede ser feliz en una relación fallida. No hay
nada más solitario que despertarse para encontrarte solo con una pareja que ya
tiene un pie fuera de la relación.
Ella
se estaba desmoronando lentamente y le parecía casi imposible conjurar la suficiente
autoestima para sentir que se merecía el tipo de relación que quería: Una relación
de amor arraigada en la confianza y el respeto. Una vez que comenzó a valorar otra
vez su felicidad, descubrió una cantadidad enorme de negación oculta debajo de los
escombros de su relación tóxica. No le llevó mucho tiempo para que el momento “ya”
descendiera, cuando vió cuánto dolor había sufrido por quedarse.
Al
final del día, si no tenía la suficiente compasión y empatía para tratarse como
si tuviera un valor real, nadie podría salvarla. Esta vez eligió la felicidad. Ya
esperaba elegirla cada vez. Elegir el amor y si no lo conseguía con su pareja, necesitaría
encontrarlo en sí misma.
Ella me
preguntó: “¿Soy guapa?” “¡Jolines! Claro que sí,” le respondí.
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