jueves, 24 de noviembre de 2011

Someterse físicamente

Habían hecho planes para reunirse en la casa de ella, bloqueando todo para estar toda la tarde juntos. Los dos sabían lo que estaban planeando, pero ella no tenía ni idea de lo que pudiera pasar.
Una vez que estuvieron en el dormitorio y con las ropas quitadas, ella se quedó asombrada de la belleza del cuerpo de su dominante. Delgado, fuerte y tonificado, la forma de su cuerpo era la cosa más agradable y hermosa que ella hubiera visto jamás. El color de su piel tostada, tan bella como la arena de la playa, suave y lisa al tacto de la yema de sus dedos. Por lo general, ella era bastante tímida, según su apariencia, puesto que había tenido sobrepeso un tiempo atrás. Tenía miedo de que él pudiera sentirse incómodo con lo que viera, pero, a su vez, él estaba contento. Su placer la hizo llevarla al cielo con el deseo, mientras él acariciaba su piel y hundía su lengua en la boca de ella.
Las cinco horas se desdibujaron orgasmo tras orgasmo, con su pene profundamente mentido dentro de ella y su lengua y dedos sumergiéndose en cada orificio, sondeando y buscando. La penetró por todas partes, a voluntad, y ella cedió voluntariamente, la sorprendió. Su placer era insoportable. Cuando él agarró las piernas de ella, las puso sobre su cabeza y su cara se incrustó en su coño, ella no podía respirar. Ella gritaba de placer, una y otra vez, faltándole el aliento entre los orgasmos. Ella quería más y más, ser cogida, ser lamida, ser penetrada y sometida a su propio éxtasis.
Él sabía lo que ella necesitaba, incluso cuando ella misma no lo sabía. Él sabía lo que le gustaba, incluso aunque él no lo hiciera por esta razón. Él cogía el cuerpo entero de ella para su propio placer. Lo probaba, lo penetraba, lo follaba, lo lamía, lo hacía correrse repetidamente, todo para su propio placer. Ella era su orquesta y él estaba escribiendo la sinfonía. Cada nota que ella golpeaba con sus lamentos, cada gemido que emanaba de su garganta, cada bocanada de aire, todo era música para sus oídos. Ella era el instrumento, él era el compositor y el músico.
Ser complacida de tal manera era totalmente nuevo para ella, descubrió que una vez que alguien entra en la Tierra Prometida, no hay manera de que la deje por voluntad propia. Ahora, ella era esclava de sus deseos. Ver su sonrisa, saber que, de alguna manera, le había complacido, consolarle, apoyarle, protegerle, ser de su propiedad, ceder ante él, ser dirigida por él, ser entrenada por él, trabajar para él, ser derribada y reconstruida por él, ser tocada por él, tanto física, emocional y espiritualmente, todas estas cosas constituían la razón de su ser. Esto es todo lo que ella anhelaba, todo lo que deseaba. A este reino es donde ella pertenece.
Una vez, érase una mujer que luchaba contra todos y contra todo. Una yegua salvaje que era inquebrantable. No podía encontrar lo que había estado buscando toda su vida, porque no sabía lo que era. Al viajar por la carretera equivocada después de un mal camino, sólo llegó a callejones sin salida. Hasta que le conoció. Ser derribada era su gran deseo. Ella no podía ser derribada hasta que pudiera confíar. Toda su ternura, su amor, su bondad le enseñó a confíar. Entonces, su dominación la derribó. Nunca había sido más feliz.




1 comentario:

  1. Hace dos dias q estoy alimentandome de Sus palabras...me toco entre mis piernas y pienso:
    Es real...

    Mis respetos a Usted, Sr....

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