Después
de haberla arrodillado en sumisión, la hizo gatear hacia donde él estaba
sentado y puso su cabeza sobre su regazo. Él le acarició la nuca.
“¿Sabes
lo que va a pasar ahora?” pregunta él.
“Creo
que sí, señor,” contesta ella
“¿Qué?”
“Usted
me va a azotar, Señor.” Ella levanta la vista para confirmar si tiene razón.
“Es
correcto,” dice él. Mientras su Amo acaricia su mejilla, le comenta: “Pero,
primero tengo que decirte por qué voy a hacerlo.”
La
coge fuertemente por los pelos y le gira su cara para que le mire. “Voy a
hacerlo porque puedo. Me dará mucho placer azotar tu culo y puedo hacer contigo
cualquier cosa que me guste, ¿no es así?”
“Sí,
Señor.”
“Quiero dejar tu pequeño culo picante y bonito. Y
luego, rosa y, quizás, en algunas zonas, de color púrpura. E, incluso,
finalmente, negro y azul.”
Ella no dice nada.
Está pensando en lo que su trasero parecerá cuando él haya terminado y en el
tiempo que le durarán las marcas.
“Pero, también voy a hacerlo porque lo necesitas,” añade él.
“No lo necesito,
como si necesitara un vaso de agua o, incluso, porque necesite correrme, Señor.
Esto es necesario en el sentido de que los azotes serán buenos también para
usted,” dice ella
¿Podría explicar
por qué?”
“Si usted quiere, señor.”
“Una mujer
sumisa necesita sentir la mano firme de su dominante sobre ella. Necesita
sentirse conectada a él, necesita una manifestación física de su poder sobre
ella. Su mano firme sobre su culo la hace sentirse segura y centrada. Ella sabe
dónde ella misma está y lo que ella es. ¿Comprende usted?” le comenta a ella.
“Así lo creo, Señor.”
“Los azotes que vas a recibir no tienen nada que ver con el castigo. No es porque seas una chica mala vas a ser azotada. Al contrario, eres una mujer buena, me lo has demostrado ya. Pero, los azotes te harán una mujer mejor, una mujer que realmente quiere agradar y servir.”
“Sí, Señor,” dice ella.
“Pero, a pesar de que no es un castigo, te va a doler. Lo sabes,
¿verdad?”
“Sí, Señor.”
“No es un juego. Y no es una sentencia de un número limitado de
azotes, como si fuera un castigo. No
pararé hasta que yo haya decidido que has recibido los suficientes.”
Hace algún
tiempo, antes de este primer encuentro, ella le preguntó: “¿Qué pasa si usted
es demasiado duro conmigo, qué pasa si yo no soporto todas las cosas que usted
quiere hacerme? Y él le contestó que era su trabajo saber cuántos azotes ella necesitaba
y que confiara en él. Y esto es lo que ella está intentando hacer ahora,
confiar en él para saber cuál es la medida que ella necesita para valorar lo que
es justo para ella. Pero, incluso así, ella se siente muy aprehensiva. ¡Cuánto
de bien la conoce!
“¿Estás
preparada?”
Tan preparada
como yo pueda estar, se dice a sí misma: “Sí, Señor,” le contesta.
“Échese sobre
mis piernas, boca abajo,” le dice.
Ella hace tal
como le ordena. A continuación, él levanta su falda hasta su cintura. Debajo
lleva puesta las bragas negras de satin que él le había prescrito. Pasó su mano
a través de ellas. Ella se alegra de que él no pueda ver su cara que ha
enterrado entre los cojines. Justo en este momento, ella se siente muy tímida.
“Son unas bragas muy bonitas, me gustan,” dice ella.
Él las acaricia un poco más, disfrutando del tacto sensual
y suave del tejido.
“Pero, me temo que deben estar bajadas,” dice él. “Sabes
bien que solamente te azotaré si tu trasero está desnudo.”
Él baja sus bragas hasta la mitad de sus muslos. Él
acaricia su culo, disfrutando del toque de su piel suave, blanda y blanca,
todavía sin manchar.”
“No debes retorcerte indebidamente y no debes tratar
de autoprotegerte con tus manos. ¿Entiendes?”
“Sí, Señor.”
“Tampoco me importa si gimes, lloras o gritas de una
manera razonable.”
Él levanta la mano y la deja caer fuerte sobre su
nalga derecha. Realmente, pica y ella chilla. De alguna manera y, como siempre,
ella esperaba que empezara con un calentamiento previo. Él hace una pausa. Está
mirando a las líneas de su mano impresas en el trasero de ella. Levanta su mano
y deja la marca correspondiente en la otra nalga. Ella se retuerce un poco. A
continuación, la azota de nuevo otra vez. Y otra y otra vez. Realmente, le
duele, duele mucho. Pero, entonces, la siguiente reflexión pasa por la mente de
él: “¿Cuál sería el problema si no doliera?”
Se puede percibir el temor y nerviosismo que hay en ella, al entregar su cuerpo virgen, sin azotes, sin moretes...
ResponderEliminarSin embargo, la nobleza y la disposicion de servir, son palpables, es muy grato como se le informa el motivo de los azotes, para que sepa que no ah sido merecedora de algun castigo..
Definitivamente no hay cosa mas deseada para una sumisa, que las manos calientes se su Amo sobre su trasero, sentirlo piel con piel, como van frotandose y calentandose ambas pieles al unisono de los azotes..
Es una posicion en la cual como mujer sumisa, me sentiria amada, valorada, protegida, sobre todo eso, protegida... podria pasar el dia entero en el regazo de mi Amo... ofreciendo el culo tal cual su puta...
La conversacion entre amos es envidiable para muchos, y orgullo para quien lo protagoniza...
Como siempre Usted merecedor de mi admiracion, es tan dulce y picante... y como la ultima pregunta, cual seria el problema si no doliera?... lo creo tan simple tal cual, el problema seria la ausencia del dolor, de la entrega de ese sentir que TODO le pertenece a su Amo... independientemente dela necesidad fisica de la sumisa, el complacer a su Señor seria un viaje galactico...
ana.
No puede haber ausencia de dolor, sólo a través de este, ella avanzará como sumisa y descubrirá hasta donde es capaz de sentir, de esa forma conectará 100% con su Señor y la evolución entre Amo y sumisa será imparable.
ResponderEliminarmarita
Buen artículo Señor.. :)
ResponderEliminarNo puede describirse.
ResponderEliminarNo hay otro lugar donde quisiera estar, conectada a él.
Saludos.
Feliz navidad.
Un artículo precioso. Gracias..
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