sábado, 29 de diciembre de 2012

Ayer la azoté


No se trataba del dolor.
Se trataba de sensaciones.
Se trataba de la entrega.
Se trataba de echarse sobre mis piernas.
Se trataba de gritar.
Se trataba de llorar.
Se trataba de sollozar.
Se trataba de lagrimear.
Se trataba de risas.
Se trataba del picor, que sentía en mis manos.
Se trataba del sudor sobre mi frente.
Se trataba del calor procedente de su trasero.
Se trataba del esfuerzo necesario para que no se girara.
Se trataba del tiempo que pasé con ella.
Se trataba de la energía que me dió, que era toda mía.
Se trataba de la emoción que me dió, que era toda mía.
Se trataba del desbordamiento de los pensamientos.
Se trataba del desbordamiento de la pasión.
Se trataba de vaciar su mente, cada vez que mi mano se conectaba.
Se trataba del abrazo cuando terminamos.
Se trataba de la liberación.
Se trataba de la libertad.
Se trataba del control, que ella renunció para dármelo.
Se trataba de las “muchas gracias,” que ella me dio.

No se trataba del dolor.
Se trataba del deseo y de la experiencia.

martes, 25 de diciembre de 2012

¿Dominante o sádico?


Durante mucho tiempo, pensé que yo necesitaba una masoquista que no fuera sumisa para conectar con ella, para alimentar al sádico que hay dentro de mí. Yo, ni siquiera, estaba buscando a una sumisa y, sin embargo, las rechazaba, diciéndoles que no eran de mi misma especie.

 

Siempre, he encontrado mujeres sumisas atractivas y deslumbrantemente hermosas, pero pensaba que estaban fuera de mi reino. No había manera de que yo infligiera dolor a una criatura tan hermosa y mágica; necesitaba comunicarme con una mujer de mi misma especie. También, hermosa y mágica, pero con la diferencia de que  no se convirtiera en cenizas debajo de mí.

 

Entonces, una mujer maravillosa y hermosa apareció en mi vida. Una sumisa de pura raza; inteligente, cálida, atenta y sin atracción por el dolor. Ella y yo nos escribíamos y, aunque, ella subrayaba cada párrafo manifestando que no le gustaba el dolor y le decía que ella  era lo que yo necesitaba, no pudimos dejar de comunicarnos.

 

Durante el tiempo que estuvimos juntos, me enseñó una profunda lección. Una después de otra; me mostró la belleza sensual de la sumisión y la entrega y me dio una idea interior de mí mismo y cuán dominante he llegado a ser instintivamente en presencia de una mujer sumisa. Antes, yo nunca le había prestado atención a esa parte de mí, pero ella se convirtió en un espejo para mí y a través de ella, veía que existía mucho más para mí que la oscuridad del poeta sádico y romántico. En verdad, también soy un dominante.

 

El dominante que soy es tan crudo y sin refinar como el sádico que soy. Estoy seguro de que mi personalidad esencial sale en mi escritura y especialmente en mi poesía; una gloriosa ausencia de sutilezas, brutalmente honesta, una saludable falta de tacto, egoísta, arrogante y un romántico empedernido. Sin embargo, no se puede negar el hecho de que soy lo suficientemente arrogante como para decirle a una hermosa mujer sumisa lo que hacer y, luego, simplemente cogerla.

 

Sin embargo, no me etiqueto como dominante. Yo, de hecho, discuto con la gente que entiende que lo soy. Sospecho que la etiqueta que llevo conmigo tiene ciertas connotaciones que me hacen estar a la altura.

 

No soy frío ni distante; soy agresivo e invasivo con ella. No me voy a alejar de tí por mí mismo. Invadiré tu cuerpo, tu alma y te morderé y lameré tus lágrimas y profundizaré en lo que te hace gritar de dolor. Yo no estoy al mando; no voy a decirle que se arrodille, clavaré mis dedos en su clavícula y haré que se arrodille por sí misma. No estoy buscando su obediencia y no voy a parar hasta que se rinda.

 

Sin embargo, dicho esto, la razón principal por la que elegí la etiqueta sádica, es simplemente porque es la parte de mí que colorea todo lo que soy. La empatía, la irresistible urgencia a diseccionar a la persona con la que estoy hablando con el fin de aprender lo que la motiva, la condenada necesidad de hacerme real a través de la respuesta de ella  en todo lo que está siempre presente. Así que, la simple verdad es que soy un sádico con personalidad dominante. No es que la distinción tenga mucho peso en mí; cuando me miro en el espejo, todo lo que veo, soy yo.

 

Bajo mi contexto, he tenido la ocasión de pensar en la distinción entre una masoquista y una sumisa, de cómo estos aspectos en una potencial pareja se adecuan de acuerdo con quien soy y lo que soy.

 

Sé que necesito a la masoquista; es fundamental para mí. La alimentación de una sumisa que solamente soporta el dolor como un gesto de sumisión hacia mí, sinceramente, no es tan satisfactorio. Por otro lado, la alimentación de una sumisa que anhela el dolor tanto como yo anhelo infligirlo, se convierte en una relación simbiótica donde ella también me alimenta. Ser masoquista es tan esencial como ser mujer.

 

Por otra parte, he notado que mi corazón responde poderosamente a la sumisa. Contra más necesito a la masoquista, más me enamoro de la sumisa. Todavía tengo que averiguar por qué. Justo, porque sé que es verdad. Sinceramente, no puedo evitarlo. El deseo de agradar, obedecer y seguir, un poco de timidez y la chispa en sus ojos cuando ella me mira, desmontan mis defensas antes de darme cuenta de que estoy sintiéndome poseído. Y el tercer contacto, es que todavía estoy moviendo mi cabeza, mientras trato de comprender la gravedad que “una mujer” ejerce sobre mí. No es la edad o el juego del rol de papá y la niña, sino que me gusta saborear el sentimiento de protección y consuelo cuando lo siente un poco, cuando quiere esconderse y sentirse segura durante un tiempo. Tal vez, eso me pueda convertir en un dominante tierno algún día; solo sé que me sienta muy bien cuando ella busca refugio entre mis brazos.

 

Por lo tanto, he pasado de pensar que las masoquistas no sumisas eran mis únicas compañeras posibles, hasta llegar a darme cuenta de cuánto  voy a ganar en mi propio viaje. También, he percibido que las sumisas masoquistas con una niña en su corazón, son puras criptonitas para mí.

 

La única cosa, incluso la más peligrosa para mi corazón, sería una sumisa masoquista con una  niña pequeña en su corazón, llevando un vestido suéter de Cashemira.

 

Me desmayo…


viernes, 21 de diciembre de 2012

Follar


Para la gente vainilla, el acto de follar es en lo que se centra todo. Es revelador que, otras cosas, como la felación o el cunnilingus, sean llamados juegos previos, justo como precursores del acto principal. Si no follas, en realidad, no has tenido sexo, como la memorable declaración de Clinton. Por otra parte, para la gente de la D/s, la penetración no es necesariamente la meta hacia la cual se dirige todo. Los diversos tipos de juego que los dominantes y las sumisas realizan, pueden o no pueden terminar en el coito e, incluso, no concluir con la eyaculación o el orgasmo. El otro día, una sumisa y yo tuvimos una interacción sexual online. Al final de la misma, le dije que podía correrse si lo deseaba. Pero, ella lo declinó diciendo que la experiencia que yo había tenido con ella, fue una satisfacción suficiente.

No es que yo tenga algo en contra del coito, ¿entiendes? Es algo extremadamente excitante y, generalmente hablando, si estoy con una mujer sumisa, llego al punto de querer follarla. Es que otras cosas son muy agradables por sí mismas y no solo como un aperitivo antes del plato principal. El juego de la D/s es capaz de casi infinitas variaciones y puede durar tanto como tú quieras que dure. No muchos hombres pueden decir honestamente que pueden follar durante horas y horas (siempre y cuando su circulación sanguínea siga funcionando), o se pasen todo el día entrenando a su sumisa como si fuera un cachorro, azotándole y pegándole una y otra vez. En la D/s, se  dice basta cuando la mente se cansa

Dicho esto, el follar es muy agradable. Y si tienes una relación D/s, hay cientos de diferentes maneras para hacerlo. No estoy hablando soólo de las variadas posiciones, aunque, por supuesto, quieras probarlas todas a su debido tiempo. Mi posición favorita es la de la perrita, arrodillado o, incluso mejor,  estando de pie detrás de ella. En esta postura, no sólo consigues ver su delicioso trasero, sino que también puedes azotarla, introducirle un dedo o algo más que tengas a mano y, en esta posición, el dominante tiene el control físico y total sobre ella. Puedes indicarle el ritmo del acto, puedes penetrarla todo lo profundo que quieras o mofarte de ella con la punta de tu pene u obligarla a que ella haga todo el trabajo, quedándote inmóvil mientras ella se mueve hacia adelante y hacia atrás.

Pero, además de las diferentes posiciones y, por supuesto, de los otros orificios por los cuales puedes penetrarla, el dominante tiene la opción de penetrarla de diferentes modos. He hablado antes sobre los placeres del sexo duro, pero usted también se puede divertir bastante gastando bromas. La penetración por detrás, estilo perrita, es buena para esto. Algunas veces, me gusta sacar mi polla del todo y luego la dejo quieta descansando el glande entre los labios de su coño. Y, hasta tal vez, le pregunte si quiere que se la introduzca un poco más y si es así (no puedo decir que yo sabía lo que hacer si me dice que no), le daré de comer un par de centímetros, más o menos, y luego, cuando mi pene esté enterrado profundamente, dejo de moverme, dejándolo absolutamente quieto.

Lo que ella quiere, es sentir la polla entrando y saliendo de su cuerpo. Manteniéndola quieta, ella puede ponerse un poco histérica esperando a que haga esto. Y luego, después de un rato, flexiono los músculos entre las piernas de ella para hacer que mi verga se retuerza en interior de su cuerpo, justo para recordarle que está ahí, pero que no va a hacer nada hasta que yo lo decida. O, algunas veces, me gusta follar con mi polla fuera de su vagina, frotándola arriba y abajo contra sus labios, una especie de frotación. Supongo que a las mujeres, lo que realmente les gusta es la penetración y si, como dominante puedes conseguir más fijándola por ti mismo, puedes pasar un buen momento disfrutando de su frustración. Quizás, consigas que te lo ruegue. “Por favor, Señor, fólleme, por favor.” Me gusta oír eso.

Supongo que, en cierto modo, esto es follar. Por lo tanto, que nunca se diga que no me gusta follar. Pues, la penetración, en el estilo de la D/s,  no tiene que ser necesariamente de una manera directa.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Su primer azote


Después de haberla arrodillado en sumisión, la hizo gatear hacia donde él estaba sentado y puso su cabeza sobre su regazo. Él le acarició la nuca.

“¿Sabes lo que va a pasar ahora?” pregunta él.

“Creo que sí, señor,” contesta ella

“¿Qué?”

“Usted me va a azotar, Señor.” Ella levanta la vista para confirmar si tiene razón.

“Es correcto,” dice él. Mientras su Amo acaricia su mejilla, le comenta: “Pero, primero tengo que decirte por qué voy a hacerlo.”

La coge fuertemente por los pelos y le gira su cara para que le mire. “Voy a hacerlo porque puedo. Me dará mucho placer azotar tu culo y puedo hacer contigo cualquier cosa que me guste, ¿no es así?”

“Sí, Señor.”

Quiero dejar tu pequeño culo picante y bonito. Y luego, rosa y, quizás, en algunas zonas, de color púrpura. E, incluso, finalmente, negro y azul.”

Ella no dice nada. Está pensando en lo que su trasero parecerá cuando él haya terminado y en el tiempo que le durarán las marcas.

“Pero, también voy a hacerlo porque lo necesitas,” añade él.

“No lo necesito, como si necesitara un vaso de agua o, incluso, porque necesite correrme, Señor. Esto es necesario en el sentido de que los azotes serán buenos también para usted,” dice ella

¿Podría explicar por qué?”

“Si usted quiere, señor.”

“Una mujer sumisa necesita sentir la mano firme de su dominante sobre ella. Necesita sentirse conectada a él, necesita una manifestación física de su poder sobre ella. Su mano firme sobre su culo la hace sentirse segura y centrada. Ella sabe dónde ella misma está y lo que ella es. ¿Comprende usted?” le comenta a ella.

“Así lo creo, Señor.”

“Los azotes que vas a recibir no tienen nada que ver con el castigo. No es porque seas una chica mala vas a ser azotada. Al contrario, eres una mujer buena, me lo has demostrado ya. Pero, los azotes te harán una mujer mejor, una mujer que realmente quiere agradar y servir.”

Sí, Señor,” dice ella.

Pero, a pesar de que no es un castigo, te va a doler. Lo sabes, ¿verdad?”

“Sí, Señor.”

“No es un juego. Y no es una sentencia de un número limitado de azotes, como si fuera  un castigo. No pararé hasta que yo haya decidido que has recibido los suficientes.

Hace algún tiempo, antes de este primer encuentro, ella le preguntó: “¿Qué pasa si usted es demasiado duro conmigo, qué pasa si yo no soporto todas las cosas que usted quiere hacerme? Y él le contestó que era su trabajo saber cuántos azotes ella necesitaba y que confiara en él. Y esto es lo que ella está intentando hacer ahora, confiar en él para saber cuál es la medida que ella necesita para valorar lo que es justo para ella. Pero, incluso así, ella se siente muy aprehensiva. ¡Cuánto de bien la conoce!

“¿Estás preparada?”

Tan preparada como yo pueda estar, se dice a sí misma: “Sí, Señor,” le contesta.

“Échese sobre mis piernas, boca abajo,” le dice.

Ella hace tal como le ordena. A continuación, él levanta su falda hasta su cintura. Debajo lleva puesta las bragas negras de satin que él le había prescrito. Pasó su mano a través de ellas. Ella se alegra de que él no pueda ver su cara que ha enterrado entre los cojines. Justo en este momento, ella se siente muy tímida.

“Son unas bragas muy bonitas, me gustan,” dice ella.

Él las acaricia un poco más, disfrutando del tacto sensual y suave del tejido.

“Pero, me temo que deben estar bajadas,” dice él. “Sabes bien que solamente te azotaré si tu trasero está desnudo.”

Él baja sus bragas hasta la mitad de sus muslos. Él acaricia su culo, disfrutando del toque de su piel suave, blanda y blanca, todavía sin manchar.”

“No debes retorcerte indebidamente y no debes tratar de autoprotegerte con tus manos. ¿Entiendes?”

“Sí, Señor.”

“Tampoco me importa si gimes, lloras o gritas de una manera razonable.”

Él levanta la mano y la deja caer fuerte sobre su nalga derecha. Realmente, pica y ella chilla. De alguna manera y, como siempre, ella esperaba que empezara con un calentamiento previo. Él hace una pausa. Está mirando a las líneas de su mano impresas en el trasero de ella. Levanta su mano y deja la marca correspondiente en la otra nalga. Ella se retuerce un poco. A continuación, la azota de nuevo otra vez. Y otra y otra vez. Realmente, le duele, duele mucho. Pero, entonces, la siguiente reflexión pasa por la mente de él: “¿Cuál sería el problema si no doliera?”

jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Qué consigue el sádico de todo esto?


¿Cree usted que yo expreso afecto y amor al infligir dolor?  ¿Qué hacer para que sus gritos y entrega a los torrentes de emoción que moran dentro de ella sean un acto de cariño y aprecio?

 

Aunque no soy tan desinteresado como parezco, me excita cuando ella se encoge y lucha por mantenerse en su sitio durante mi ataque. Si ella trata de escapar, me provoca un impulso felino para jugar con mi presa. Ese impulso, por sí mismo, no es para hacerle daño sino para divertirme con ella, a su expensa. ¿Cruel o no? No estoy tan seguro de que sea tan significativo.

 

Sin embargo, se trata principalmente de calmarme a mí mismo. Si usted es o ha sido fumador, sabe de la ansiedad y de los nudos que se sienten cuando está en un proceso de desintoxicación; imagine la tensión por relajarse que presiona sobre usted después de varios días. Eso es lo que se siente, respirar de su dolor. Y no tiene que ser elaborado o prolongado; subrepticiamente pellizco su pezón en público y con ello, bloqueo sus ojos y veo su cambio de expresión desde lo lúdico a lo referente al deseo de morderse su labio para ahogar su grito. Esto puede ser más que suficiente.

 

E imagine que aprieto su pecho con su mano en vez de tratar de arrancárselo. Imagine que sin decir palabra, le pido más, aceptando de todo corazón, nadando contra la corriente del instinto que le dice que se aleje del dolor. ¿Cómo puede cualquier cuerpo quedarse tan frío con tal aceptación?

 

Me gusta pensar en mi ataque como constructivo más que destructivo. Por lo menos, sin nada más, mi ataque es para apreciar la belleza más que para estropearla. Mi ataque es para comunicarme con ella, conectar con ella, para apropiarme de su expresión de cómo yo la impacto. Para quererla, para mostrarle mi aprecio por todo lo que ella se está obligando para liberar su mente y su corazón, para que ella sea libre de sentir y percibir todo lo que ella es capaz. Controlar su experiencia y dejarla volar aunque ella, incluso, esté en mis manos.

 

En términos de un sádico, creo en su análisis y evaluación y trato de predecir su reacción en el control de su cuerpo, y a través de él, de su mente. Como sádico, no creo tanto en términos de liderarla y presionarla para que se realice para mí; pienso más en cómo asumir el control de sus emociones y aceptarlas, usarla y devorarla.

Los pezones

Arriba, en la habitación del hotel, la digo que se quite la camisa. Y el sujetador.

Me siento en la cama y la tengo de pie en frente de mí. Me cepillo ligeramente mis dedos sobre sus pezones. La acaricio con suavidad, los pellizco con delicadeza entre mi dedo índice y el pulgar. Desabrocho su falda y la dejo caer al suelo. Ahora, solo lleva puesta su ropa interior negra y unos zapatos de tacón alto. Juego con sus pezones un poco más, me burlo de ella, los pellizcos un poco más fuertes, retorciéndolos ligeramente. La atraigo hacía mí y primero lamo un pezón, luego el otro. Cuando están húmedos, soplo sobre ellos gentilmente. Luego, cojo un pezón con mi boca, lo succiono con fuerza mientras pellizco el otro.

“Sabes que quiero hacerte daño,” le dice en voz baja.

Ella asiente con la cabeza.

“Este momento va a ser malo. ¿Estas preparada?”

Ella duda durante un instante. ¿Cuánto es de malo? Pero, ella sabe que tiene que confiar en mí. Asiente con la cabeza de nuevo.

Me levanto y voy hacia el cajón de la mesa. Vuelvo con un par de esposas de acero para dedos pulgares

Pon las manos detrás de tu espalda,” le digo.

Hago clic con las esposas. Ahora, ella está indefensa. La conduzco hacia una silla con respaldo recto y toma su asiento. Del cajón saco un par de pinzas de acero para  los pezones unidas por una cadena. Ella las mira con nerviosismo.

Se las enseño. “Como puedes ver,” le explico, “son ajustables.” Tienen unos pequeños tornillos en cada una. Si los giro, las pinzas muerden más. Al principio, son muy suaves. Ajustadas con toda su fuerza, son angustiosas.

Ella me mira como apelándome para que no las usara con toda su fuerza. Incluso apretadas ligeramente, pueden ser terribles.

“Por lo tanto, vamos a intentarlo,” digo. “Quizás una media vuelta a la tuerca.”

Ella mira con nerviosismo mientras le ajusto las pinzas. Cojo un pezón entre mi dedo pulgar e índice, tirando de él hacia fuera, luego presiono la pinza para abrirla y la pongo. Ella aspira fuerte. No es insoportable, pero es evidente que no es suave.

Puse la otra pinza con la misma fuerza. Cogí la cadena que las une y tiré ligeramente para ver si las pinzas estaban bien sujetas. Ella cortó su respiración. No es que duela tanto, aún no, pero ella es muy consciente de lo vulnerable que es, la facilidad con la que ahora podría hacerle mucho daño.

“Quizás un poco más apretado,” digo. Quito las pinzas, lo cual no es una cosa confortable para ella. Mira muy nerviosa como se las ajusto una vez más, otra media vuelta de la tuerca.

“¿Preparada?” pregunto.

No, piensa ella, no estoy preparada. Esto va a ser malo. Pero, después de una ligera vacilación, ella asiente con la cabeza.

Pongo las pinzas de nuevo. Su agarre es notablemente mucho más firme. Las pinzas le están doliendo ahora, sus mandíbulas de acero poco ajustadas mordían con fuerza alrededor de sus duros pezones. Las mandíbulas tienen unos pequeños dientes de sierra.

“Ponte de pie,” le digo.

Ella se levanta. La cojo por la cadena que une a ambas pinzas.

“Ven conmigo, le digo.” Tiro de la cadena, con ligereza, pues, ella no tiene otra opción que seguirme. Mientras camino alrededor de la habitación, le doy pequeños tirones de la cadena, disfrutando de la sensación del control absoluto que me da. Me detengo y me quedo de pie delante de ella, muy cerca. Beso su boca.

¡Qué buena sumisa eres! digo. Levanto mi mano, tirando de la cadena hacia arriba. Ella tiene que ponerse sobre la punta de sus pies para aliviar la presión, pero sigo tirando más hacia arriba. Ella gime de dolor.

“Duele, ¿verdad?” Pregunto.

“Sí,” susurra ella.

Suelto la cadena.

“Siéntate,” digo.

Le quito las pinzas. “¿Estás dispuesta a sufrir un poco más?” Le pregunto.

Ella necesita pensar sobre esto. ¿Cuánto más exactamente? Ella no ha llegado a su límite, pero piensa que podría ser muy pronto.

“Si usted lo desea…” dice ella.

“Lo deseo,” le respondo. “Lo quiero hacer.”

Ajusto las pinzas una vez más, esta vez con una vuelta completa del tornillo.

“Esta vez será muy doloroso,” digo. “Pero, tú quieres que yo te haga daño, ¿verdad?”

Ella duda. Ahora tiene un poco de miedo. Tal vez no me detenga cuando sea demasiado.

“Sí,” dice ella, con una voz tan baja que apenas se oye.

Pongo una de las pinzas en su pezón izquierdo. Duele como el infierno. Ella grita. Rápidamente, pongo la otra pinza en su pezón derecho. Ella gime. Es como si una aguja al rojo vivo hubiera atravesado sus pezones. No sabe si puede soportar esto. Todos sus otros pensamientos han sido expulsados de su cerebro. No es solo el mordaz y penetrante dolor de las pinzas clavándose en sus pobres pezones. Bueno, tal vez, hay algo más. A pesar del dolor, ella es vagamente consciente de que algo está también  pasando entre sus piernas. Su coño se estremece. Sabe que pese a sí misma, se está humedeciendo.

De nuevo, levanto su pie tirando de la cadena. Su coño se aprieta. La paseo alrededor de la habitación, tirando de vez en cuando, cada vez dando un gemido. La siento en el sofá y le quito las pinzas. Al quitárselas, parece que le producen el peor dolor de todos. Creo que su piel está pegada a los dientes crueles de las pinzas, los cuales dejan unas marcas en su piel de color rosáceo.

La beso en la boca. “Estoy encantado contigo,” le digo. “Eres una mujer valiente y muy sumisa. Esto es exactamente lo que yo quiero que seas.”

Ella despliega una sonrisa.

“Pero, no he terminado,” le digo.

Ella me mira implorante. No piensa que pueda aguantar más.

“Quiero que desees sufrir un poco más, solo por mí,” le digo.

Ella baja la cabeza. No sabe si puede. Sus pezones están rígidos. No le duelen, pero le están hormigueando con anticipación.

“Quiero que me pidas que te ponga de nuevo las pinzas,” le digo. “Quiero que me pidas que te duelan aún más.”

Se produce un silencio. Espero pacientemente. Ella respira profundamente. Su conciencia parece centrada en sus pezones, dos puntos de sensaciones. Cuando ella habla es muy bajito, como si estuviera muy lejos.

“Por favor, póngame las pinzas otra vez, Señor. Quiero que me duelan incluso más, porque sé que ello le agrada.”

¡Qué buena sumisa eres! le digo. Acaricio su mejilla y su cuello. “Respira profundamente.”

Le pongo una pinza. Ella grita de dolor. La otra a continuación.

“Duele,” dice ella. “Duele muchísimo.”

Una vez más, la paseo por la habitación tirando de sus pezones. Cada vez que tiro de la cadena gime. La siento en el sofá.

“¿Quieres que te las quite ahora, verdad?”

Ella asiente con la cabeza.

“Pídelo con amabilidad,” le digo

“Por favor, Señor, ¿puede quitarme ahora las pinzas?”

Le doy un pequeño tirón de la cadena. “¿Eres muy buena mujer?” pregunto.

“Sí, Señor, siempre,” me dice.

“¿Te gustaría sufrir más por mí?”

“Sí, señor.”

Rápidamente, le quito las pinzas. Ella suspira de dolor. Le quito también las esposas y la llevo hacia el dormitorio. Los dos nos metemos desnudos bajo las sábanas. La sujeto y muy suavemente alivio el dolor de sus pobres pezones, los besos y los chupo. Luego la penetro despacio. Trato de hacer que dure un buen tiempo, pero, estoy demasiado excitado para seguir adelante y me corro violentamente y con alegría. Más tarde, la ayudo a correrse también, al tiempo que de nuevo empiezo a chupar sus pequeños pezones.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El momento mágico


Quiero hacerle daño. Quiero hacerle mucho daño. Es posible que mi deseo de infligirle dolor sea más grande que su capacidad de absorberlo. No lo sé, porque apenas hemos empezado este camino. Creo que estamos a muchos kilómetros de alcanzar cualquier límite. Estoy preocupado porque si eventualmente hay un límite y me dice que esto es mucho más de lo que puede recibir, ella pueda sentirse decepcionada conmigo al pensar que yo quiera ir más lejos y ella no pueda. Necesito estar absolutamente seguro de que ella sepa que este no es el caso. No me siento lo más mínimamente preocupado porque ella me vaya a decepcionar. Estoy feliz y agradecido porque ella esté dispuesta a sufrir cualquier clase de dolor bajo mis manos. Es una sensación increíble que una mujer me permita hacer las cosas que ya he hecho y las que hemos hablado de hacer. No sólo está dispuesta a permitírmelo, sino que también acepta el placer de los azotes de una manera positiva. Quiero que ella sepa lo mucho que valoro lo que me quiere dar. Me siento muy afortunado.

Siempre me he preguntado por qué este anhelo de querer infligir tanto dolor. Está claro que es una de las cosas fundamentales en mi urgencia por dominar sexualmente y, porque, con toda seguridad, soy capaz de trabajar para llevar a cabo lo que me motiva. Ella me dice, “¿por qué preocuparse? ¿Por qué no disfrutar del hecho de que quieras hacerme daño y yo quiera que tú me lo hagas?”

Y, por supuesto, ella tiene razón en el sentido de que no quiero dejar que mi intento de analizarlo interfiera en nuestro disfrute.

De todos modos, tengo curiosidad. No estoy tratando de averiguar los orígenes de este deseo. No estoy tratando de descubrir la causa del por qué soy como soy. Esto se pierde en las brumas del tiempo y en los  vórtices de mi ADN. Simplemente, quiero comprender mejor sobre cómo los mecanismos de mi cabeza, que vinculan la causa del dolor con la excitación sexual, funcionan. Cuando yo empiezo a hacerle daño, incluso cuando se lo estoy haciendo online, puedo sentir que mi pene empieza a moverse. Es una cosa curiosa, ¿verdad? En mi vida ordinaria, yo no le haría daño ni a una mosca. No disfruto viendo sufrir a las criaturas ni a nadie. De hecho, mi corazón es bastante blando y aprehensivo. Pero, si tengo a una mujer atada y desnuda ante mí  y tengo algunas pinzas a mano, la idea de aplicárselas a sus pezones es increíblemente demasiado excitante.

Lo que me gusta más de todo en el momento en que siempre estoy trabajando, es el punto donde realmente le está empezando a doler un poco. Ya se trate de las pinzas en sus pezones o una cinturón de cuero contra su trasero o, mejor todavía, la vara, lo que estoy buscando es el momento cuando puedo decirle que está llegando a su límite. Ella se ha dejado llevar con tranquilidad, tal vez, sudando un poco, respirando profundamente. En realidad, no sabe si puede aguantar más. Entonces, es cuando le digo que es una buena sumisa, que estoy encantado con ella, que soy consciente de que duele mucho pero, creo, que puede resistir un poco más, sólo para mi, ¿no? Y ella gime, porque quiere aguantar más, pero, realmente, no está segura si puede y acaricio su trasero o la parte de atrás de su cuello o su mejilla y le susurro en su oído lo contento que estoy, de lo valiente que es, de lo orgulloso que me siento de ella y, entonces, le digo, “¿solo un poquito más?” Y ella asiente con la cabeza. Ese es el momento mágico.

Me doy cuenta que no he dicho nada útil acerca de por qué creo que todo esto me excita tanto. Ya sé que se trata todo del poder, el control, etc. Esto es evidente. Pero, ¿por qué el deseo de poder tenerla de esta manera? ¿Por qué no atarla o tenerla desnuda para mí u ordenarla que se arrodille y me haga una felación? Me gustan todas estas cosas y más. Pero nada de todo esto es como el momento mágico, cuando siento ese tremendo poder que surge mientras la estoy llevando más allá de sus límites, donde el dolor es realmente fuerte, pero el placer de ella sometiéndose es todavía mayor y más intenso.

jueves, 6 de diciembre de 2012

El deseo de agradar


Una lectora que es tan perspicaz como encantadora, se ha tomado la molestia de describirme un elemento clave de su sumisión, como es el deseo de agradar. Ella quiere ayudar a su dominante a realizarse siendo y haciendo lo que él quiere. Porque ella necesita saber si él quiere que ella se lo dé. Y lo que él quiere es su sumisión entregada libremente. Él quiere que haga exactamente lo que él quiera y quiere que ella quiera hacer eso mismo que él quiere.

Y así, todo el mundo contento. Salvo que ella dice que no es tan simple como parece. Su imaginación sexual no es una tabla rasa para sugerir esto. Es verdad que, ella es muy responsable a mis iniciativas. Recientemente, ambos hemos estado inventando una fantasía muy elaborada (que puede ser que la describa aquí en el momento oportuno). Más de una vez, me ha reafirmado que la fantasía que yo sueño es la que realmente me excita. Ella dice que si es algo que sólo está diseñado para estimularla, en lugar de expresar mis propios deseos, entonces, realmente, no funcionará para ella. Esta necesita sentir que la estoy induciendo a algo que realmente me gusta, a algo con lo que ella pueda agradarme participando.

Creo comprender este estado mental. Con frecuencia, me parece que las mujeres sumisas quieren ser cogidas en algún lugar donde generalmente no suelen ir o estar, en una tierra de extrañas ideas e imágenes, una tierra que ella imaginó pero que nunca se atrevería a dar un paso en la realidad, lo cual es, si no miedo exactamente, al menos, una sorpresa inesperada y que pudieran ser impactantes. A ella le gusta sentir una cierta aprehensión, una sensación de que las cosas pueden chocar por las noches. Si la dejas en su zona de confort, ella nunca conseguirá esa excitación especial que se produce como cuando después de haber cruzado la frontera hacia otro país, ella tiene que cumplir otras normas.

Pero y, sin embargo, aquí está mi punto de vista. Ella quiere complacer siendo succionada por mis fantasías (y estaría muy contento si lo hace) y viene con algunos programas ya descargados. No puedo escribir cualquier cosa que yo quiera en su pantalla. Como ella dice ciertas cosas no se pueden calcular. Ella está programada para disfrutar algunas cosas más que otras. Y admite que en algunas de las cosas que me gustan, ella no está demasiado interesada. Algunas veces, tengo fantasías de humillación pública, pienso en una mujer que está teniendo que permanecer desnuda en un rincón y, tal vez, invitar a mi amigo a visitarnos y sentarse y hablar, ignorando lo que es obvio, que hay una mujer desnuda por allí (sería descortés referirse a ella con el elefante en la habitación, pero usted ya sabe a qué me refiero). Y luego, pudiera ser que después de un rato, nos diéramos cuenta y le invitara a echarle una mirada a ella, hacerle una inspección y, eventualmente, le dijera que podía hacer algo más que echarle esa mirada. Bueno, no voy a seguir (yo podría seguir y seguir), pero, ya me entiendes. Aparentemente, este escenario no va mucho con ella (aunque me pregunto…).

Bien. No tengo problema con esto, porque estas son muchas y muchas de las cosas que me gustan hacer y pienso sobre ellas y ya hemos establecido que a esta mujer le gustan muchas de ellas. Parte de la diversión, para un dominante, es averiguar lo que está en su cabeza, a lo que ella más responde. Ella me sugirió que hay un núcleo interior en su ser que es inmutable. No vale cualquier cosa que yo quiera que ella sea si ello entra en conflicto con ese núcleo. Y me alegro por ello. No creo que un dominante realmente quiera a una sumisa como una mera plastilina en sus manos, para ser moldeada exactamente como a él le plazca. Este quiere que haya algo con que trabajar. Algunas veces, incluso él disfruta sintiendo su resistencia. Por parte de ella, le gusta bastante la idea de que él sea lo suficientemente habilidoso para persuadirla de que algo que ella nunca había pensado atrayente, pudiera, después de todo, despertarla y excitarla.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Brusquedad

Algunas veces, deseas prescindir de los preliminares, las sutilezas, los rituales. Solo quieres ponerla contra la pared, levantar su falda y penetrarla. Tal vez, ni siquiera te molestes en quitarle sus bragas, sino sólo en echárselas a un lado. Si se ensucian con lo que va a suceder, mucho mejor. Puede llevarlas durante el resto del día, llevando tu aroma con ella.

O tal vez, prefieras ponerla boca abajo sobre el apoyabrazos del sofá o inclinarla sobre una mesa y cogerla por detrás, follándola sin descanso hasta que te corras, teniéndola todo el tiempo cogida por los pelos y tirando de su cabeza hacia atrás o azotando su culo.

Una de las mejores cosas de la D/s es que no tienes que pedir disculpas por tu brusquedad. Al contrario, esto le gusta a un montón de mujeres sumisas (una y otra vez, y otra vez y otra). Incluso  las mujeres vainillas, en ocasiones, han sabido disfrutar de estos actos bruscos y primarios. Les encantan ver a sus hombres abrumados de lujuria por ellas. Porque, simplemente, no pueden esperar a tenerlos.

A veces, el sexo puede ser un poco complicado y cerebral, especialmente, entre la gente de la D/s, que están acostumbrados a analizar y reflexionar. Hay un animal al acecho en todos nosotros que, a veces, necesita ser dejado fuera de la jaula.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Su necesidad, por delante


Días atrás, le pregunté a una amiga masoquista que me contestara a la siguiente pregunta: ¿Qué haría ella para conseguir satisfacer sus necesidades como masoquista?

He aquí su respuesta: 

No es una respuesta suficiente ni el sacudirme las lágrimas signifique que mi corazón se hinchará con el reconocimiento  ni con la emoción. Quizás no sea la respuesta más profunda ni un pensamiento provocador que, de pronto, pudiera convertirse en un flash lumínico en algunas otras pobres mujeres tratando desesperadamente de comprender y controlar su propio intestino desgarrándose por la necesidad de dolor. De hecho, incluso, puede no ser lo que usted pensaba o esperaba escuchar como resultado de mi persistente lucha interior durante los últimos días con este tema.

En cualquier caso, será la respuesta más honesta que pueda ofrecerle.

Voy a utilizar todos los medios de que pueda ser capaz para satisfacer mis necesidades, cuando esté ante la presencia de un hombre que yo sienta que sea capaz de facilitarme esa liberación. Con toda mi honestidad, me comprometeré con lo que se necesite. Lo que yo sea capaz de justificar en mi mente como algo necesario para crear la situación en la cual, yo sea capaz de tener mis necesidades satisfechas. Ya sea pidiéndoselo, mendigándoselo, llorándole o cualquier otra forma de manipulación. Tan pronto como el resultado sea el que estoy buscando en mi mente, lo habré logrado.

El entrenamiento para follar, el protocolo para follar, la integridad y la moral para follar. Todo esto, estoy dispuesta a sacrificarlo.

¿Me siento culpable? No. ¿Me arrepiento de ser así? No.

Yo soy exactamente quien soy y lo que soy, como mujer, masoquista y como una puta.”

Simplemente, ella no encaja en una caja.