Es la primera vez. Durante un tiempo ha estado entrando, pero ella
trataba de demorarlo. “Dame tiempo” - dice ella. Y para ser justo, él se lo
dio, pero ella sabía que no podría posponerlo indefinidamente. Él tenía su
camino planificado.
Ella no se atreve a mirar a la pantalla y cuando habla, apenas es un
susurro. Él habla con ella durante un rato sobre esto y aquello. Sabe que él
está intentando ponérselo fácil. Pero, todo lo que ella puede pensar es que, en
cualquier momento, puede empezar. Solo de pensarlo, le produce pánico.
“Quítate la camiseta”, dice él. Hay un cambio muy sutil en su tono de
voz; difícil de ponerle su dedo encima, pero inconfundible. Y no puede ser
negado. Ella no puede rechazar lo que vuela en el ambiente. En una especie de
trance, ella saca su camiseta blanca por su cabeza y se sienta allí en
sujetador. Es llanura blanca, nada de fantasía. Nada que le pudiera llamar la
atención por sí misma. Excepto que ella puede sentir sus ojos sobre sí misma,
casi como si estuvieran aburridos.
Durante un tiempo, hay un silencio sepulcral. Ella no va a ser la
primera en romperlo. No tiene nada que decir, absolutamente nada. Ella está en
un espacio vacío, esperando que sus palabras lo llene.
“Ve y trae unas pinzas para la ropa,” le dice. “Diez.”
Su cabeza nada. ¿Debe ser eso? Sí, por supuesto, debe ser. ¿Qué espera
ella? Va hacia la cocina, retorna con las pinzas y las pone sobre la mesa
delante del ordenador.
“Eres muy buena,” dice él.
Normalmente, ella hubiera sonreído con esas palabras. Pero, su cara se
sintió congelada. Ella mira a las pinzas, esperando las instrucciones que le
diera a continuación.
“Quítate el sujetador,” dice.
Así pues, por fin, ha llegado el momento que ella tanto estaba temiendo.
Exactamente, ¿es la palabra temor? ¿No ha sentido ella, cuando ha anticipado
esto, una punzada de excitación en su plexo púbico? ¿Una contracción en su
coño? Si él dijera: “No, después de todo, no lo haremos hoy, prefiero en otro
momento” ¿Qué sentiría ella? ¿Alivio o decepción?
Ella aproxima sus manos hacia su espalda y desabrocha el sujetador. Se
siente ruborizada. Ella quiere,
torpemente, mantener sus pechos entre sus manos, protegiéndose a sí misma de
sus ojos curiosos. Pero, sabe que él no aceptará eso. Y si quiere que él los
vea, ¿por qué no se quitó el sujetador desde el primer momento?
Hay una pausa muy larga, luego él habla nuevamente. “¿Sabes lo que
viene ahora?”
En silencio, ella asiente con la cabeza.
“Buena chica,” dice él.
Ella intenta sonreír. “Debe parecerle como una mueca,” piensa ella.
“Trae unos cubitos de hielo,” dice él.
No es exactamente lo que ella esperaba. Piensa que él siempre tiene un
cierto refinamiento. Nunca son iguales dos veces seguidas. Por lo general, ella
disfruta de su ingenuidad. Pero, ahora, piensa que prefiere acabar de una vez y
sin grandes lujos.
Ella vuelve con un bol con cubitos de hielo. Sus pezones se han
“despabilados” anticipadamente. “Siempre me traicionan,” piensa ella.
Simplemente, les encantan ser expuestos, mostrarse. Con solo mirarlos al
sentarse, tienen ganas de hacerse notar. Y el dolor, también les gustan. Están
orgullosos de lo mucho que pueden recibir.
Ella se siente muy susceptible entre sus piernas. Sabe que se está
humedeciendo, incluso aunque tenga un nudo en su estómago. La última vez que él
le hizo daño fue terrible. Y después, le dijo que pudiera ser incluso peor que
la última vez. Ella puede sentir que su corazón se desboca.
“Ponte el hielo en tus pezones, primero en uno, luego, en el otro,”
dice él.
Ella coge un cubito de hielo y lo pone contra su pezón derecho. El
hielo empieza a derretirse, bajando hacia su vientre. Ella coge otro cubito y
lo pone contra el otro pezón. Siempre duelen más cuando están fríos, ella lo sabe.
Ella mira a la pantalla, para ver sus ojos fijos en sus pezones. Ahora
estaban grandes, rígidos e inflamados. Dolían un poco por el hielo y la
anticipación.
“Usted sabe exactamente dónde van las pinzas, ¿verdad?
Ella asiente con la cabeza.
“Cuatro alrededor de cada pezón, como los puntos de una brújula.
Cuando yo te lo diga.”
Ella guarda silencio.
“Y, luego, sólo existe un sitio para la quinta pinza, ¿no?
De nuevo, ella asiente con la cabeza.
“Pídeme que te duelan,” lo ordena él.
“¿Debo pedirlo? Sí, supongo que debo,” piensa ella. “Pero, no estoy
segura si puedo.”
“Estoy esperando,” dice él. Este mantiene todavía su tono de voz.
“Quiero que usted me haga daño,” dice ella susurrando.
“Pídeme que te haga más daño,” dice él.
Ella aspira profundamente. “Por favor, ¿Quiere hacerme más daño, Señor?
“Sí,” dice él. “Te lo haré.”
Hay muchas formas de sentir placer, de ofrecerlo, de dominar los miedos, qué mejor que con la guía de quien de ella cuida, la redacción es lenta, suave, armoniosa.
ResponderEliminarUn saludo Caballero
Cualquier momento es bueno para dar y sentir placer...el placer se manifiestas en miles de formas...es cuestión de entrega y sensibilidad...
ResponderEliminarFeliz día