martes, 6 de agosto de 2013

La humillación

Me he estado preguntando, por qué siento como una patada en las espinilla el humillarla. Realmente, no necesito saber la respuesta. Tales escenarios me ofrecen un gran placer y al saber ella que me gusta tanto, también obtiene una gran satisfacción. Funciona a la perfección. Así que ¿por qué trocear la pregunta para buscar la razón? Sin embargo, no puedo resistir la especulación sobre los motivos. Si hay algo que pueda ser conocido, quiero saberlo.

La mejor manera de llegar a una respuesta pudiera ser ensayar un ejemplo típico. Una de las cosas que provoca sentimientos de humillación en ella, es cuando se ve obligada a enfrentarse a su propio puterío, frotarse su nariz contra el hecho de que ella es una mujer caliente impulsada por su necesidad sexual. Ella conseguirá estar muy húmeda durante un episodio sexual de esta naturaleza o, incluso mucho antes, solo con anticipar lo que le va a suceder.

Así que yo podría decirle que se pusiera delante de mí y se levantara la falda y tirara hacia abajo de sus bragas y abriera sus piernas y sacara su pelvis hacia adelante para  yo poder examinarla. La miraría a sus ojos, tal vez, la cogería por sus pelos y le tiraría hacia atrás para que su cara se elevase hacia la mía. A continuación, pondría mi dedo en su coño y lo giraría en su interior. Por supuesto, ella estaría húmeda y le preguntaría el por qué, para conseguir que verbalizara su excitación.

Una vez comprobado que está sexualmente necesitada (parece ser que esa es una forma de estar la mayor parte del tiempo), podría empezar a explorarla. Sacaría mi dedo de su coño y, arrogantemente, lo secaría en su mejilla. Luego la preguntaría si necesita correrse. Pregunta tonta, estando mojada por completo. Ella asentaría o, tal vez, susurraría: “Sí, señor.” Y luego, me sentaría justo enfrente de ella y extendería mi mano con el dedo paralelo al suelo y le diría: “Puta, frota tu clítoris contra mi dedo y vamos a ver lo necesitada que estás.” O, tal vez, le diré que puede correrse, pero sólo si hace todo el trabajo sola por sí misma. Literalmente, no voy mover un dedo. Y ella no puede usar sus manos. Así que se vería un poco desconcertada y frustrada también. Le he dado permiso para que se corra, pero, le he negado los medios para conseguirlo. “Por lo tanto, frótate contra algo,” le diré. “Presiona tu coño contra la esquina de la mesa y córrete por tí misma.”

Tal vez, ella lo pueda hacer, tal vez, no. Pero voy a disfrutar viendo cómo lo intenta. O, tal vez, le diga que me quite los zapatos y calcetines. Luego, ella tiene que tumbarse en el suelo y abrir sus piernas y coger mi pie y ponerlo entre sus piernas. “Folla mi dedo,” la digo.

Sé que ella se siente vulnerable e, incluso, que es degradante. Cuando me pide que ponga mi dedo en su culo, mientras lo hace, es inútil tratar de permanecer en su dignidad. Pero, ha llegado al punto de dejar de preocuparse demasiado sobre si esto es bueno para ella. Ésta consigue un inmenso placer de esto y esta es toda la justificación que ella necesita. ¿Puede ser tan malo para sentirse tan bien? Y supongo que ella confía en mí.

No todos los escenarios de humillación están directamente relacionados sobre forzarla para que admita su necesidad sexual. Algunas veces, se trata de romper tabúes. He hablado con ella sobre el control del esfínter. Quiere huir y esconderse. Pero, sabe que llegará tarde o temprano. Y lo teme, pero se pone húmeda con solo pensarlo.

Tal vez, usted piense que todo esto es bastante burdo, incluso, un poco confuso. Tal vez, pensabas que yo era una pareja más sofisticada. Pero, si, en realidad, quieres humillar a una mujer, ponla cara a cara contigo para decirle lo necesitada y ansiosa que está por el sexo. Tienes que bajarte y hablarle groseramente de vez en cuando. Por lo tanto, la pregunta ahora es, ¿Qué saco de ello al obligarla a hacer estas cosas? (Para disipar toda duda, las hará, si se las digo. Ella se acurrucará en su vergüenza interior, pues se siente muy bien más allá del punto en me puede decir que no.)

Una cosa que, sin duda, siento es una sensación de poder. Siento un subidón de adrenalina sexual al conseguir que ella haga estas cosas. Si quieres, puedes llamarlo sadismo. Es un placer para mí ver lo lejos que puedo presionarla, la cantidad de energía que realmente tengo para hacer que ella haga cosas de las que se avergonzaría. Pero, yo no las disfrutaría, a menos, que yo supiera lo excitado que yo estaba mientras ella las hace. Ella se sonroja, se muere de vergüenza, pero se pone húmeda y muy mojada. No es solo que ella quiera complacerme, sino que ese deseo está siempre muy fuerte y latente en su cuerpo. También la excita el haberse despojado de sus inhibiciones, al verse forzada a enfrentarse a sus bajos deseos. Porque, por mucho que ella diga que hace lo que hace para complacerme, no hay duda de que existe una necesidad básica, un deseo profundo en su interior por el mero placer físico del sexo. Ella es una puta y lo sabe, pero, algunas veces, necesita un empujón antes de que se atreva a admitirlo.

Admito que hay una cierta circularidad en esta descripción. Ella se excita, porque sabe que lo que hace me excita. Me excita porque sé que al hacer ella estas cosas, la excita. Ella quiere saber dónde empieza y si es recíproco, no está demandando la paridad cuando lo que ella quiere es ser sumisa. Yo la tranquilizo. Soy quien toma la iniciativa. Soy el único que dicta el guión. Y si, alguna vez, se trata de hacer una elección entre lo que realmente quiero y lo que ella desea, vamos a hacer lo que yo quiero. Ella lo sabe. Es lo que quiere. ¡Oh, Dios! Aquí vamos de nuevo a…

1 comentario:

  1. Para la sumisa el placer de su Amo es siempre lo primero, y con las escenas descritas aquí, como no humillarse ante usted Señor!

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