viernes, 6 de junio de 2014

La evolución de un sádico

Creo que siempre ha sido un parte de mí. Un poco de una parte oculta mía. Algo que me negaba a reconocer. Cuando miro hacia atrás, honestamente, puedo decir que he disfrutado al infligir dolor, físico o mental, durante la mayor parte de mi vida. Sin embargo, me han llamado sádico y me he sentido ofendido.

En mis inicios como dominante, tuve una relación con una chica y ambos éramos muy morbosos.  Pero, hubo momentos durante el sexo en  que me gustaba profundizar más y ella jadeaba o gritaba. Yo le preguntaba si estaba de acuerdo. “Es un buen dolor,” me replicaba. Y me metía más profundamente en ella y con más fuerza hasta que me pedía que me detuviese. Hubo los cachetes ocasionales en su culo y los pellizcos en sus pezones, mordiscos y arañazos, pero nada más allá de eso. La típica pareja vainilla pensando que estaban haciendo cosas pervertidas de vez en cuando. Pero, yo disfrutaba mucho más del sexo cuando le infligía un “buen dolor.”

Este tema corrió a través de la mayoría de mis relaciones. La perversión suave y el dolor provocado por la habilidad para jugar a las palmaditas en su cuello uterino. Cada vez que yo tenía una pareja la disfrutaba con ese dolor e intentaba provocarlo intensamente. No solamente para ella, sino porque era mejor para mí. Por supuesto, en ese entonces, me negué a creer que me gustaba mucho. Era “erróneo” hacer daño a alguien. Yo solamente lo hacía porque le gustaba a ella.

 

Una noche, yo estaba con una mujer y me pidió de plano que la hiciera daño. Diseñé la única experiencia práctica que yo había tenido de causar algún dolor real arañándole su espalda. Dejé marcas a lo largo de la misma, de su trasero, muslos y brazos. Fue excitante. Mientras arañaba su piel, me convertía en más agresivo. Una vez más, me convencí que sólo lo estaba haciendo por ella. Aunque todas las señales físicas indicaran lo contrario.

 

Incluso en este caso, si lees algunos de mis primeros escritos, yo proclamaba que no era sádico. No sentía ningún placer al hacer daño a alguien. Esto lo hacía para ella, pero no conseguía nada de la experiencia, aparte de estudiar sus reacciones. Lo cual es parcialmente verdad. Me encantan las reacciones. ¡Oh cómo me encantan las reacciones!

 

Una noche, después de azotar a esa chica con mi cinturón, me eché una copa de champán y, en broma, le dije: “Yo podría ser un poco más sádico.”

 

“¿Sólo un poco?” Exclamó ella.

 

Su respuesta sacudió algo en mí. Por primera vez, asumí que me gustaba mucho hacerle daño a ella, no es que la lastimara, puesto que ella lo disfrutaba.

 

Desde esa noche, he estado explorando este lado de mi personalidad, permitiéndome dar el placer que yo encontraba en sus jadeos, gemidos y gritos. Al darme cuenta que el sexo es mejor para mí cuando ella trata de rasgar la cama, agarrándose a las sábanas con fuerza para alejarse de mí, y yo tenía que arrastrarla de nuevo hacia mí, diciéndole: “No te estoy follando todavía.” Me reí cuando ella se levantó y trató de coger cualquier cosa con la que la estaba azotando y golpeando. Disfruté del miedo en sus ojos y de su nerviosismo en su “sí, Señor,” cuando mi voz disminuyó y se calmó, mientras yo gruñía en voz baja lo que la iba a hacer esa noche.

 

Me encantaba hacerle daño, me encantaba asustarla, me encantaba follarla en su mente y en su cuerpo. Me encantaba, no solo porque ella quería que le hiciera esas cosas, sino porque yo disfrutaba haciéndole esas cosas.

2 comentarios:

  1. No lo calificaría a usted como sádico Señor, o quizás es que esa palabra se les haya ido un poco de las manos a los "expertos" que califican el sadismo como una enfermedad psiquiátrica y meten a todos en el mismo saco. Usted disfruta infringiendo dolor, pero sabe con quien puede jugar y también sabe hasta donde llegar, y eso lo convierte en un "sádico" muy especial.

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    1. Me sorprendes con tu comentario, porque me das la sensación de que me conoces bastante bien, aunque no nos conozcamos personalmente. Estoy totalmente de acuerdo con tu comentario. Me considero un sádico y dominante responsable con una buena dosis de erotismo – según dicen. El mismo que impregno al dolor que inflijo. . Esto hace que la sumisa o la masoquista "vuele" en la palma de mi mano hacia el nivel de placer que busca o aspira a través del dolor y de su entrega y sólo su sádico le puede aportar.

      Feliz día

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