“Necesito el dolor. Mucho dolor. Necesito su puño en mi pelo, tirando de mi cabeza hacia atrás. Necesito sus uñas y dientes. En todas partes, clavándose en mi piel. Necesito su brazo alrededor de mi garganta, lo suficientemente apretado para ver las estrellas. O, hasta que me desmaye. Necesito su mano abierta para abofetear mi cara, mi pecho, mi muslo y mi culo. Necesito que presione hacia abajo mi clavícula, sujetándome contra la cama. Porque, entonces, no tengo que pensar.
Puedo tener sexo vainilla. En realidad, puedo. Puedo hacerlo suavemente. Pero, por lo general, no estoy en un espacio superior para disfrutarlo. Mi cabeza me da vueltas y el diálogo mental es interminable. Me preocupo demasiado por si voy a tener un orgasmo, si mi pareja lo tendrá. ¿Está disfrutándolo? ¿Estoy dándole placer? Así, una y otra vez.
Cuando se agrega el dolor, se agrega un punto de interés. Disfruto el dolor por sí mismo, pero también me hace pensar. Me mantiene en ese momento. No creo que mi mente se apague. Sólo puedo sentir y responder con mi instinto primario, dando patadas. Ambos nos volvemos más reales y viscerales. No tengo que preocuparme y concentrarme ni por la voluntad de mi orgasmo a existir, porque lo rasga de mi cuerpo indefenso. No tengo que preocuparme por complacer. El gruñido que sale de lo más profundo de mi garganta es una validación suficiente.
Así que, úseme. Azóteme. Muérdame. Aráñeme. Hágame moratones. Ahógueme. Tire de mi pelo. Quiero sentirle mañana en mis huesos, mis músculos y mi piel. Porque, incluso, cuando estemos separados, quiero tener los recuerdos, para que durante un momento, las únicas cosas que existan en el mundo, seamos usted y yo…”
Me escribió ella…
Impresionante... No puedo dejar de leerle
ResponderEliminarPerdona que mi comentario te llegue tarde... pero me alegra mucho que me sigas...
ResponderEliminarQué pena que te refugies en un Anónimo...