“No me gustas… hmmmm, tal vez, eso no sea estrictamente cierto, pero no me gusta tu aspecto. Pareces tacaño y malvado, no hay nada hermoso en tí, no fluyes ni acaricias como el flogger, eres todo recto, firme, malo y desagradable, y sin embargo…
Odio tu mordisco contra mi piel, el aguijón que inunda mis sentidos y me hace gritar. Por eso, te odio, pero… es ese ruido que haces. Un siseo suave mientras viajas hacia mí y, una vez que el impacto inicial se ha disipado y mi piel comienza a enrojecer por tu atención repetida, ese picor, que tanto te gusta, empieza a disminuir y fluye más profundamente en mi carne, llenando mis músculos con un calor progresivo. Mi cuerpo empieza a liberarse. La tensión que se apodera de mis músculos, cuando me tocas por primera vez, se va eliminando gradual y rítmicamente. Al cerrar mis ojos, me concentro en ese calor, en el ruido y dejo que la lucha siga. No quiero luchar contigo, incluso cuando lo hago. A veces, mi cuerpo reacciona antes de que mi cerebro pueda actuar y controlarlo. No quiero que te detengas, no quiero que termines y, sin embargo, no puedo esperar a que termines, porque entonces, podré ver tu verdadera belleza: Las marcas que me dejas, ronchas furiosas y cálidas debajo de las cuales persisten las manchas oscuras de los moretones.
Tú y yo tenemos una relación verdadera de amor y odio. Te odio por tu aguijón venenoso y tus líneas mezquinas, pero debajo de ese odio, hay un amor apasionado por ti y todo lo que dejas atrás a tu paso.”
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