jueves, 13 de diciembre de 2012

Los pezones

Arriba, en la habitación del hotel, la digo que se quite la camisa. Y el sujetador.

Me siento en la cama y la tengo de pie en frente de mí. Me cepillo ligeramente mis dedos sobre sus pezones. La acaricio con suavidad, los pellizco con delicadeza entre mi dedo índice y el pulgar. Desabrocho su falda y la dejo caer al suelo. Ahora, solo lleva puesta su ropa interior negra y unos zapatos de tacón alto. Juego con sus pezones un poco más, me burlo de ella, los pellizcos un poco más fuertes, retorciéndolos ligeramente. La atraigo hacía mí y primero lamo un pezón, luego el otro. Cuando están húmedos, soplo sobre ellos gentilmente. Luego, cojo un pezón con mi boca, lo succiono con fuerza mientras pellizco el otro.

“Sabes que quiero hacerte daño,” le dice en voz baja.

Ella asiente con la cabeza.

“Este momento va a ser malo. ¿Estas preparada?”

Ella duda durante un instante. ¿Cuánto es de malo? Pero, ella sabe que tiene que confiar en mí. Asiente con la cabeza de nuevo.

Me levanto y voy hacia el cajón de la mesa. Vuelvo con un par de esposas de acero para dedos pulgares

Pon las manos detrás de tu espalda,” le digo.

Hago clic con las esposas. Ahora, ella está indefensa. La conduzco hacia una silla con respaldo recto y toma su asiento. Del cajón saco un par de pinzas de acero para  los pezones unidas por una cadena. Ella las mira con nerviosismo.

Se las enseño. “Como puedes ver,” le explico, “son ajustables.” Tienen unos pequeños tornillos en cada una. Si los giro, las pinzas muerden más. Al principio, son muy suaves. Ajustadas con toda su fuerza, son angustiosas.

Ella me mira como apelándome para que no las usara con toda su fuerza. Incluso apretadas ligeramente, pueden ser terribles.

“Por lo tanto, vamos a intentarlo,” digo. “Quizás una media vuelta a la tuerca.”

Ella mira con nerviosismo mientras le ajusto las pinzas. Cojo un pezón entre mi dedo pulgar e índice, tirando de él hacia fuera, luego presiono la pinza para abrirla y la pongo. Ella aspira fuerte. No es insoportable, pero es evidente que no es suave.

Puse la otra pinza con la misma fuerza. Cogí la cadena que las une y tiré ligeramente para ver si las pinzas estaban bien sujetas. Ella cortó su respiración. No es que duela tanto, aún no, pero ella es muy consciente de lo vulnerable que es, la facilidad con la que ahora podría hacerle mucho daño.

“Quizás un poco más apretado,” digo. Quito las pinzas, lo cual no es una cosa confortable para ella. Mira muy nerviosa como se las ajusto una vez más, otra media vuelta de la tuerca.

“¿Preparada?” pregunto.

No, piensa ella, no estoy preparada. Esto va a ser malo. Pero, después de una ligera vacilación, ella asiente con la cabeza.

Pongo las pinzas de nuevo. Su agarre es notablemente mucho más firme. Las pinzas le están doliendo ahora, sus mandíbulas de acero poco ajustadas mordían con fuerza alrededor de sus duros pezones. Las mandíbulas tienen unos pequeños dientes de sierra.

“Ponte de pie,” le digo.

Ella se levanta. La cojo por la cadena que une a ambas pinzas.

“Ven conmigo, le digo.” Tiro de la cadena, con ligereza, pues, ella no tiene otra opción que seguirme. Mientras camino alrededor de la habitación, le doy pequeños tirones de la cadena, disfrutando de la sensación del control absoluto que me da. Me detengo y me quedo de pie delante de ella, muy cerca. Beso su boca.

¡Qué buena sumisa eres! digo. Levanto mi mano, tirando de la cadena hacia arriba. Ella tiene que ponerse sobre la punta de sus pies para aliviar la presión, pero sigo tirando más hacia arriba. Ella gime de dolor.

“Duele, ¿verdad?” Pregunto.

“Sí,” susurra ella.

Suelto la cadena.

“Siéntate,” digo.

Le quito las pinzas. “¿Estás dispuesta a sufrir un poco más?” Le pregunto.

Ella necesita pensar sobre esto. ¿Cuánto más exactamente? Ella no ha llegado a su límite, pero piensa que podría ser muy pronto.

“Si usted lo desea…” dice ella.

“Lo deseo,” le respondo. “Lo quiero hacer.”

Ajusto las pinzas una vez más, esta vez con una vuelta completa del tornillo.

“Esta vez será muy doloroso,” digo. “Pero, tú quieres que yo te haga daño, ¿verdad?”

Ella duda. Ahora tiene un poco de miedo. Tal vez no me detenga cuando sea demasiado.

“Sí,” dice ella, con una voz tan baja que apenas se oye.

Pongo una de las pinzas en su pezón izquierdo. Duele como el infierno. Ella grita. Rápidamente, pongo la otra pinza en su pezón derecho. Ella gime. Es como si una aguja al rojo vivo hubiera atravesado sus pezones. No sabe si puede soportar esto. Todos sus otros pensamientos han sido expulsados de su cerebro. No es solo el mordaz y penetrante dolor de las pinzas clavándose en sus pobres pezones. Bueno, tal vez, hay algo más. A pesar del dolor, ella es vagamente consciente de que algo está también  pasando entre sus piernas. Su coño se estremece. Sabe que pese a sí misma, se está humedeciendo.

De nuevo, levanto su pie tirando de la cadena. Su coño se aprieta. La paseo alrededor de la habitación, tirando de vez en cuando, cada vez dando un gemido. La siento en el sofá y le quito las pinzas. Al quitárselas, parece que le producen el peor dolor de todos. Creo que su piel está pegada a los dientes crueles de las pinzas, los cuales dejan unas marcas en su piel de color rosáceo.

La beso en la boca. “Estoy encantado contigo,” le digo. “Eres una mujer valiente y muy sumisa. Esto es exactamente lo que yo quiero que seas.”

Ella despliega una sonrisa.

“Pero, no he terminado,” le digo.

Ella me mira implorante. No piensa que pueda aguantar más.

“Quiero que desees sufrir un poco más, solo por mí,” le digo.

Ella baja la cabeza. No sabe si puede. Sus pezones están rígidos. No le duelen, pero le están hormigueando con anticipación.

“Quiero que me pidas que te ponga de nuevo las pinzas,” le digo. “Quiero que me pidas que te duelan aún más.”

Se produce un silencio. Espero pacientemente. Ella respira profundamente. Su conciencia parece centrada en sus pezones, dos puntos de sensaciones. Cuando ella habla es muy bajito, como si estuviera muy lejos.

“Por favor, póngame las pinzas otra vez, Señor. Quiero que me duelan incluso más, porque sé que ello le agrada.”

¡Qué buena sumisa eres! le digo. Acaricio su mejilla y su cuello. “Respira profundamente.”

Le pongo una pinza. Ella grita de dolor. La otra a continuación.

“Duele,” dice ella. “Duele muchísimo.”

Una vez más, la paseo por la habitación tirando de sus pezones. Cada vez que tiro de la cadena gime. La siento en el sofá.

“¿Quieres que te las quite ahora, verdad?”

Ella asiente con la cabeza.

“Pídelo con amabilidad,” le digo

“Por favor, Señor, ¿puede quitarme ahora las pinzas?”

Le doy un pequeño tirón de la cadena. “¿Eres muy buena mujer?” pregunto.

“Sí, Señor, siempre,” me dice.

“¿Te gustaría sufrir más por mí?”

“Sí, señor.”

Rápidamente, le quito las pinzas. Ella suspira de dolor. Le quito también las esposas y la llevo hacia el dormitorio. Los dos nos metemos desnudos bajo las sábanas. La sujeto y muy suavemente alivio el dolor de sus pobres pezones, los besos y los chupo. Luego la penetro despacio. Trato de hacer que dure un buen tiempo, pero, estoy demasiado excitado para seguir adelante y me corro violentamente y con alegría. Más tarde, la ayudo a correrse también, al tiempo que de nuevo empiezo a chupar sus pequeños pezones.

5 comentarios:

  1. Que sutileza con la que a muchas nos hace viajar, sus letras son embriagadoras y adictivas...

    ana.

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  2. Muchas gracias por asomarte por esta ventana...

    Buen fin de semana

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  3. Siento admiración por Su sumisa. Ojala pudiera yo ser tan valiente.
    Saludos

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  4. No es cuestión de valentía, gcg, sino de voluntad y decisión de tu Amo por someterte de esa manera...
    Buen día

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