jueves, 31 de octubre de 2013

El castigo



Él abre la puerta y la introduce en su piso. Es su primera visita. Ella mira por los alrededores preguntándose si él va a enseñarselo antes de que comience la sesión de entrenamiento.

“Ven aquí,” le dice a ella.

Esta conoce el tono de su voz y su corazón le da un vuelco. Con cautela, se le acerca. La gira y la agarra por su cola de caballo, tirando de ella hacia abajo y levantando su cara hacia arriba.

“Tenemos algunos asuntos pendientes,” dice él.

Ella sabe lo que él está pensando. Tenía bastantes esperanzas de que lo hubiera olvidado.

“¿Sabes de lo que estoy hablando?”

“Supongo que sí,” dice ella.

Sin previo aviso, la abofetea en sus mejillas, dos bofetadas punzantes. Ella se lleva la mano a su cara.

“Supongo que sí, Señor,” dice ella.

“Sí, Señor, “ responde ella obedientemente.

“Pudiste pensar que era una cosa trivial, una simple negligencia, el olvidar hacer lo que te dije.”

“No, Señor,” ella dice.

“Pero, de todos modos, es una desobediencia.”

“Sí, Señor.”

“¿Sabes lo que le pasa a las mujeres desobedientes?”

“Creo que sí, Señor.”

“Primero, tienen que reconocer su ofensa, luego, ser castigadas y, al final, perdonadas.”

“Sí, Señor.”

“Por lo tanto, repite detrás de mí estas palabras: ‘Por favor, Señor, castígueme como me merezco y haga de mí una mujer mejor.”

Ella repite sus palabras. Tira con fuerza de sus cabellos, llevándola hacia la esquina de la habitación. Allí, la empuja contra la pared.

“Pon las manos en tu cabeza,” le dice.

“Ella cruza sus manos en la parte superior de su cabeza. Él se agacha y tira del borde de su falda hacia arriba, metiéndola por la cintura. Luego, tira de sus bragas hasta la mitad de sus rodillas. Ella se está sintiendo horriblemente expuesta y su trasero al descubierto.

“No te muevas y no hagas ningún ruido a menos que te yo te lo diga,” le dice. “Reflexiona sobre tu desobediencia.”

Él golpea con mucha fuerza sobre la nalga izquierda de su trasero. A continuación y, con la misma intensidad, en su nalga derecha. Ella contiene la respiración, casi gritando. Se tensa a sí misma preparándose para recibir más azotes, pero, en lugar de eso, le oye que se aleja.

Se oyen ruidos en la cocina. El tiempo pasa, quizás, diez o quince minutos. Sus brazos empiezan a dolerle. Él entra de nuevo en la habitación. “Ahora estoy a favor de esto,” piensa ella. Pero, en lugar de eso, él se sienta en el sofá y escucha el ruido de las hojas del periódico cuando lo coge para leerlo.

Pasa más tiempo; sus brazos le duelen tanto que pronto tendrá que pedir socorro, a pesar de que le está prohibido hablar. Entonces, por fin, él se levanta y se coloca detrás de ella, su boca contra su oído.

“¿Vas a ser ahora una buena chica?” le pregunta.

“Sí, Señor,” ella contesta con presteza.

“¿Has aprendido tu lección?”

“Sí, Señor.”

Él sabe que ella es sincera. Su corazón se derrite.

“Muy bien,” dice él. “Baja tus manos.”

Agradecidamente, ella las baja y se frota los brazos.

“De rodillas,” le dice él.

Ella se pone a cuatro patas. Él se agacha y, una vez más, se apodera de su cola de caballo.

“Ahora, vamos a la habitación,” dice él. “Voy a desnudarte por completo y, luego, voy a vestirte, por completo, desde la cintura hasta arriba. Sabes que he comprado una cosa nueva para tí, algo muy especial.”

“Sí, Señor.”

La verguenza de tenerlo insertado, luego, el tenerse que arrastrarse apoyada en sus manos y rodillas exhibiéndolo ante él, será insoportable, pero solo pensar en ello, la ha humedecido durante toda la semana.

“Vamos a tener dos horas de riguroso entrenamiento,” le dice. “Y creo que puedo garantizar que, al final del mismo, sabrás algo más sobre obediencia.”

“Estoy segura de que sí, Señor.”

Él tira de su pelo, la introduce en el dormitorio. Ella estará a cuatro patas durante el resto de la tarde, era su mascota

“Ahora, me llamarás Amo,” la dice él

domingo, 27 de octubre de 2013

Cuando te miro



Miro a tus preciosos ojos oscuros. Tus ojos llenan mi campo de visión. En este momento, son mi mundo entero. Nuestros rostros están tan juntos que se respiran y exhalan el uno al otro, aunque tu respiración se convierta en rápidos jadeos y gemidos.

“¡No parpadees!” Silbo. “Mírame a mis ojos. Solamente a mis ojos.” A través de ellos, lo que puedo sentir es un gran esfuerzo de voluntad, tus ojos se centran en recuperarme y un sordo “ummmm…,” es todo lo que se te escapa.

No veo mis manos en tu cuerpo desnudo. No es necesario. Ni tampoco necesito ver los efectos que mis manos han hecho sobre tí, puedo oler la mezcla de placer y dolor que emanan de tus poros. Puedo respirar profundamente el dulce aroma de tu agotamiento, tu deseo de apagar y dejar que la experiencia se haga cargo. Para relajarte y dejar que la ola de emociones te engulla. Pero, no te defraudaré. Esto es una tortura para tí, y yo lo sé.

Involuntariamente, tus párpados empiezan a cerrarse espasmódicamente otra vez. Tu rostro está cubierto de un ligero brillo por tu penosa experiencia. Estás tan radiantemente bella cuando te tengo en ese momento. Ahora no se trata de mí. Sino de tí y, una vez más, antes de dejarte que te corras.

Sin dejar el contacto con tu piel, mis manos viajan arriba y abajo de tu cuerpo. Los dedos de mi mano izquierda tejen tu sedoso y largo pelo y los nudillos de mi mano derecha, en la parte superior de tu pecho izquierdo. Entonces, simultáneamente, mi mano izquierda echa tu cabeza hacia atrás, mientras yo sigo tu rostro con el mío para que mis ojos estén, justo, en frente de los tuyos y mi mano derecha pellizque tus pezones con todas sus fuerzas.

“¡Eres mía!” Yo hablo con una voz reprimida, incluso sorprendente, considerando mi deseo por tí. Tus ojos y tu boca se abren, sorprendidos, y tu cuerpo empieza a temblar. Mientras, cubro tus labios con los míos que retuercen tu cara en una mezcla de placer y dolor, dejando escapar un grito quejumbroso hacia mis pulmones. Te sostengo para que lo disfrutes, mientras tu cuerpo golpeado y tus brazos azotados, te estás corriendo y cayendo en la más y más profunda oscuridad. A medida que te corres, retuerzo y giro tu pezón, disfruto en mi sádico interior y hago todo lo que puedo para alimentar los cables de la luz de fuego que yo imagino y que puedo ver entre tu pezón, tu clítoris y tu corazón.

Por último, tu cuerpo deja de tener espasmos y tu respiración irregular está dando paso a un ritmo constante y lento. Dejo de pellizcar tu pezón y acaricio tu cabeza con ternura para que descanse en la almohada que está debajo. Durante un momento, observo la belleza de tu cuerpo devastado ante mí. Y mientras te quedas dormida, tranquilamente me desnudo, cojo mi verga que ha estado muy dura durante mucho tiempo y que se siente adormecida y le doy unos golpecitos un poco fuerte. ¡Oh, está tan preparada!

Con mucho cuidado, me coloco para que mi pene se dirija justo a la entrada entre tus muslos abiertos, de color crema. Tu pecho está un poco agitado en la suave y confiada tranquilidad del sueño. Tus pechos están empezando ya a mostrar los moratones de mis anteriores castigos y está cubierto con el mismo delicioso brillo de su cara relajada.

Acerco mi cuerpo a unos centímetros del suyo y puedo sentir el calor que desprende tu parte íntima sobre la punta de mi pene. Puedo sentir los pliegues sedosos de sus partes que me dejan penetrarla. Tengo la intención de dejar de escuchar tu respiración, una vez más, pero mi cuerpo me traiciona. Ha decidido que hay un cuerpo de mujer esperando a darme la bienvenida en su interior y antes de darme cuenta, siento que mis músculos abdominales se contraen y empujo hacia ella con toda mi fuerza.

Aspiras fuertemente una bocanada de aire y tus ojos se abren de par en par, mirando directamente a los míos.

“Ahora es mi turno,” te informo con voz ahogada, antes de inclinarme para morder tu labio hasta que pueda probar la dulzura de tu boca.

sábado, 26 de octubre de 2013

Masoquismo



He estado leyendo un libro titulado “La defensa del masoquismo,” de Anita Phillips. O releyéndolo, porque lo leí cuando se publicó hace muy pocos años. Es un trabajo muy interesante, lleno de ideas e intelectualmente muy agradable. El caso básico que Phillips expone es que la masoquista no es una víctima, sino una persona que busca llevar a su pareja hacia su visión del erotismo para impregnar su imaginación. Por lo general, en su opinión, es la masoquista quien inicia la actividad masoquista y trata de hacerla atractiva a su pareja.

Phillips tiene una visión muy positiva del masoquismo. Argumenta que las mujeres (por supuesto, también hay hombres masoquistas) que son más atraídas por el masoquismo, son aquellas que han conseguido, en gran medida, su autoafirmación en el mundo real. Mujeres que tienen éxito, que lo han conseguido, que han vuelto al masoquismo para volver a promulgar la humillación y la sumisión que ellas ya no están obligadas a soportar, pero que les recuerda a sí mismas de las realidades de la situación de las mujeres en el mundo real.

Sin duda y, de acuerdo con mi experiencia, las mujeres que son más sumisas son las que frecuentemente son más asertivas en sus vidas diarias, confidentes y exitosas en su trabajo y en otros papeles. También, es cierto, que hay mujeres que son menos sumisas y modestas y que también anhelan ser dominadas. Creo que yo no las he encontrado porque no me siento atraído por ellas.

He discrepado algo con shy con respecto a sobre si ella es o no es masoquista. Lo que es cierto, es que ella se siente excitada cuando le digo que la voy a infligir un cierto dolor, como por ejemplo, ponerle unas pinzas de madera para la ropa en sus pezones. Normalmente, ella disfruta al amedrentarse por sí misma con sólo pensar que la puedo azotar con la cane cuando la llame, lo cual digo que puede ser en breve. Pero, sostiene que una masoquista es alguien que anhela el dolor por su propio gusto. Su postura es que quiere recibirlo porque lo disfruto cuando se lo inflijo y que su placer real procede, no del dolor en sí mismo, sino de saber lo mucho que disfruto. Es porque es sumisa a mí y quiere hacer lo que yo quiero, que ella sufra dolor.

No estoy seguro de estar de acuerdo con esto. Más de una vez, he tenido la sensación de que ella está tratando de que yo le haga cosas o me espera para que se las haga con más dureza o durante más tiempo. Por supuesto, que podría responder, sí, esto es porque sé que ella lo disfrutará más. Todavía tengo la sensación de que la dinámica viene, al menos, en parte de su propio disfrute del dolor. Acepto que, en general, es su deseo de agradar lo que motiva su disposición a soportarlo. Aunque, no creo que esto sea todo.

Algunos podrían decir que esto suena sospechosamente, puesto que el sujeto superior depende del sujeto inferior – en este caso, el dominante de la sumisa -  y, a su vez, porque la visión de Phillips de las masoquistas, como provocadoras, es un ejemplo clásico de este síndrome. Personalmente, no me importa si es o no es. Cualquier dominante con experiencia sabe que esto pasa siempre, que la sumisa nunca es meramente pasiva, que ella está siempre comprometida en una interacción de doble dirección. Si, en alguna ocasión, shy parece estar incitándome, ¿quién soy yo para quejarme?

Una de las razones por las que Phillips es tan positiva sobre el masoquismo, es que lo ve esencialmente involucrado en una relación. El masoquismo no es algo que practique por sí misma. Ella puede tener fantasías de ser raptada, encarcelada y encadenada en un calabozo solitario. Pero, su captor es siempre consciente de ella, su soledad es solo una imposición temporal y pronto volverá a imponer nuevos dolores. El masoquismo puede ser creativo y profundamente satisfactorio, porque siempre hay una conexión con otra persona, una conexión personal. La masoquista está profundamente comprometida con la pareja que la atormenta.

Hasta cierto punto, se trata de una cuestión de definiciones. Shy entiende el masoquismo como una voluntad inquebrantable y solitaria por el dolor. Por otra parte, la sumisa no desea nada para sí misma, excepto la satisfacción de agradar a su dominante. Pero, según Phillips, entiendo el término más bien como una descripción de la mitad de una dinámica sexual en la que la pareja, aparentemente subordinada, es tan influyente en lo que sucede como el supuestamente más dominante.

Debo confesar que mi parcialidad al libro de Phillips se debe, en parte, a su conocimiento de la pesada carga que nosotros, los pobres dominantes, tenemos que soportar y que no es, quizás, siempre apreciada, incluso por aquellas personas que están en mejores condiciones para beneficiarse de nuestros esfuerzos. Ella escribe: “Es una tarea difícil el conseguir una satisfacción sexual correcta – si vas demasiado lejos, tu pareja se siente devastada y si no vas lo suficientemente lejos, se siente defraudada. La dominación es menos popular de lo que generalmente se piensa – conlleva muchas responsabilidades.” He bocetado este tema a la atención de shy…

miércoles, 23 de octubre de 2013

Entrenar a una sumisa



Este tema siempre ha sido para mí un poco delicado. Sobre todo, porque la noción del “entrenamiento de las mujeres o la sumisa” se dice o usa de una manera casual o sin pensar y, muy a menudo, con connotaciones que no evitan el pensar en un proceso, que no es más que enseñar a un animal irreflexivo para realizar trucos, según se le ordene.

Si esta es tu particular manera de llevar el tema, a cada uno lo suyo. Pero, tengo que decir que, en absoluto, va conmigo. Puede que tenga algún sentido en el que la conducta de la sumisa pueda ser y, de hecho, hasta cierto punto, modificada de una manera similar a la que usa un domador o entrenador cuando trabaja con un perro o un caballo, por ejemplo. Sin embargo, siento con estupor que aquellos que se limitan a este camino, están perdiendo algo mucho más profundo y yo diría que casi todo.

Sí, somos creaturas de la tierra, por así decirlo, tanto el Dominante como la sumisa estamos sujetos a nuestras lujurias y pasiones, al igual que los otros animales que nos gusta tildar como “inferiores.” Pero, ninguno de nosotros es tan simple como aquellos y esto es algo tan obvio que no puedo pensar que realmente necesite explicarlo.

Así que, por supuesto, usted puede pensar en tratar a su sumisa como al “perro de Pavlov” y, posiblemente, hacer algunos avances, ver cómo se sienta y ladra bajo una orden, ver cómo hace algunas cabriolas para llamar su atención, verla chupar la polla como la mascota que ella es. ¡Qué gran cosa! Pero, si esto es todo lo que usted busca para que lo tenga en cuenta, usted no conseguirá nada.

La verdadera obediencia de una mujer, que vive y respira como ser humano, nunca puede ser entrenada en ese sentido, no puede ni debe ser obligada ni manipulada para conseguirla. Su confianza y su entrega sólo puede ser ganada.

La entrega real es una respuesta de orden superior que fluye del alma humana y no se inspiró para responder a la llamada de un tirano profundo o un “dominante” narcisista con un látigo, que nunca mira más allá de las recompensas fáciles de acción y reacción y parecen pensar y tratar a las sumisas como si ellas fueran creaturas inconscientes o sin alma.

Sin duda, ellas van con frecuencia a las sesiones de una manera que evocan ese aspecto de sus naturalezas, animales dentro de ellas. Así que, en ese contexto, ella puede ser reducida en esos momentos a un nivel animal, en función del mutuo acuerdo. Pero, el hecho es que, en un sentido mucho más amplio, ella nunca es menos de lo que fue siempre. Todo un ser humano de igual valor.

Así pues, la formación real debe apelar a ese otro nivel, a la mente que piensa, al corazón que ama, al alma que duele para unirse con la tuya.  Ello debe llegar a su interior profundo. Hablando con seducción a todo lo que ella es, si es para conseguir cualquier tipo de verdad o como una obediencia duradera.

Por lo tanto, entrenar la sumisa en el sentido que pienso, es algo que se muestra con cuidado y con respeto. De cómo la sumisa pueda encontrar en tí un lugar seguro para hacer realidad sus inclinaciones naturales, un hogar donde la obediencia quiere fluir desde su corazón para ser valorada y utilizada por alguien que realmente sepa con exactitud qué es lo que tiene en sus manos.

Luego, entonces, no hay necesidad de entrenar al perro. Usted lo tendrá todo de la única manera que realmente importa: El regalo de una vida, de un corazón a otro, la entrega de su alma, entrega pura y honesta, tan libre como las mariposas que solo quieren la luz en tu dedo, cuando la llamas a casa.