viernes, 18 de octubre de 2013

Una mano amiga



Después de una o dos horas, la digo que quiero ver cómo se corre. Ella no decía nada, pero sé que lo presentía.

“Sé que eres tímida,” le digo. “Este es el problema. Por esto, es lo que yo quiero verlo.”

Ella lo pensaba. Pero, no había forma de seguir adelante. ¿Acaso no me dijo, hace media hora, que iba a hacer cualquier cosa que yo quisiera? “¿Cualquier cosa?” Ella había asentido. Y esta era mi primera petición. Ella no iba a caer en el primer obstáculo.

Le había dicho que trajera su vibrador, así que fui a buscarlo. Se sentó en la cabecera de la cama y me puse frente a ella. Abrí bien sus piernas. Apretó el vibrador contra ella y escuché el suave zumbido mientras yo observaba su cara. Me miraba, pero no sabía lo que estaba viendo; ella tenía una especie de mirada perdida. Después de un rato, empezó a emitir pequeños gemidos, exactamente, no eran palabras, sino “¡Oooh!” Luego, otro “Oooh.” Y, entonces, otro más. Yo me preguntaba lo que ella estaría pensando, pero no quería seguir hablando para no interrumpir su concentración. Había una fina capa de sudor sobre su frente y su rostro estaba enrojecido. Yo miraba entre sus piernas, a la pequeña máquina rosa presionando  su clítoris. Los gemidos venían ahora un poco más seguidos. Entonces, de repente, ella dijo susurrando: “¿Por favor, quiere poner un dedo sobre mí?” Y, así, lo hice, presioné con un dedo su coño. Y otro, en su culo, por si acaso. No pasó mucho tiempo después de esto. Los sonidos “Oooh” aumentaron de volumen y frecuencias y ella empezó a tembar y su cabeza se inclinó hacia atrás.

Sé que ella se va a ruborizar cuando lea esto. Pensé que era lo mejor que yo había visto nunca.

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