Deberían ser las tres de la madrugada, cuando ella se despertó.
Estaba en un sueño profundo y sintió los dedos cálidos de él pellizcando sus
pezones, pensando que estaba soñando. Ella se quedó allí disfrutando la
sensación de hormigueo que recorría su cuerpo, mientras salía con suavidad de
su sueño.
Más pellicos, cada vez más fuertes y más duros y llenaban su
cuerpo de una profunda satisfacción. Sin embargo, la dejaban con un hambre por
más, más voraz. Aún no estaba lo suficientemente despierta como para decir algo
y, de espaldas a él, instintivamente, empujó
su trasero hacia éste. Continuó pellizcándola y tirando de su pezón y todo lo
más que podía hacer, era gemir y sollozar, ese sollozo que él sabe ahora
explicarle. “Más, por favor.”
Ella siguió empujando más hacia él, retorciéndose de placer,
desafiándole, burlándose y, entonces, de repente, sintió su control. Cuando,
inesperadamente, la cogió de sus cabellos. La respiración de él era cada vez
más dificultosa y ella sabía que el sádico estaba a punto de hacer su gran
entrada. Uhmmm… ella ya empezaba a amar a su sádico. Su maravilloso y delicioso
sádico.
Justo, cuando estaba a punto de darse la vuelta, sintió sus
poderosas manos agarrando los cabellos
de su media melena rubia. A la vez que la empujaba hacia atrás con tal ímpetu que incrustó su
cabeza sobre la almohada, se subió sobre ella, una mano tirando de sus cabellos
y la otra cogiendo sus mejillas y la levantó mientras ella le susurraba:
“Quiero que te corras ahora mismo dentro de mí, esta noche.” Él decidió que no
hubiera más conversación. Iba a ser como él quisiera. Realmente, él tiene una
manera especial de actuar sin palabras.
Ahora, ella estaba despierta, presente y siendo usada. “¡Oh,
cómo me gusta cuando me utiliza!” se decía a sí misma. Él la penetraba con
vigor, con toda su energía. La presionaba con toda la fuerza de su cuerpo
dentro de ella y jadeaba y gruñía como un animal. Ella sentía su poder, la tomó
como su presa y, a su vez, se sentía flotando en una felicidad profunda,
sabiendo que sólo le importaba complacerle durante toda esa noche.
Esa noche era para él, solamente para él y no se disculpó al
respecto. Solo empujando, golpeando, el hombre de las cavernas penetraba a su
puta incondicional. La pellizcaba, la mordía, tiraba de sus pelos y la
penetraba. Él se corrió, se bajó de su cuerpo, se dio la vuelta y se durmió.
Hacía calor y ella se sentía como él. Para que la usara, para que abusara de
ella. No en vano, era su tesoro. Ya era de él.
La sumisa siempre debe buscar el bienestar de su Señor. Ahora se volverá a dormir, feliz, de haber complacido a su Amo.
ResponderEliminarAsí es y así, será...
EliminarFeliz día