Él ha
atado las manos de ellas a la parte superior de la cama. Hay almohadas bajo su vientre
y su trasero, levantado. Él empieza a azotarla. Primero con su mano y luego,
cuando su mano empieza a picar, usa su cinturón. Contra más fuerte la azota,
más dura se pone su polla. Hace una pausa y se arrodilla al lado de ella en la
cama.
“Mira,”
él dice.
Ella
gira su cabeza y ve el contorno de su pene presionando firmemente contra sus
pantalones. Él reanuda los azotes. Luego, hace una pausa de nuevo. Esta vez,
baja la cremallera y se quita los pantalones. Ella se queda mirándole. Él
presiona hacia adelante hasta que está a un par de dedos de su nariz. Él tira
hacia atrás de su prepucio.
“Huélelo,”
le dice.
Ella
lo huele con delicadeza captando su olor acre por los orificios de su nariz. Su
vagina se aprieta.
Él
deja su pene al descubierto y reanuda los azotes. En la siguiente pausa, él
cepilla la punta de su polla ligeramente contra los labios de ella.
Instintivamente, ésta abre su boca para recibirla dentro.
“No,
todavía no,” él dice.
Él
usa la pesada tawse de cuero contra ella. Ha sido una buena idea que ella esté
atada, porque, de lo contrario, ella no confiaría en sí misma para intentarlo y
protegerse contra la insistente picadura de la tira de cuero. Le duele y jadea,
mientras se retuerce un poco, pero sus ataduras son firmes. Ella visualiza su
polla todavía expuesta, permaneciendo tan dura como las “bofetadas” de la tawse
contra su trasero. Él hace una pausa y la acaricia apretando, y sintiendo el
calor.
Él se
arrodilla de nuevo al lado de ella. “Abre tu boca,” le dice.
Presiona
con la punta del pene contra la boca de ella, sólo un par de centímetros.
“No
chupe,” le dice.
Ella
tiene un impulso terrible por envolver sus labios alrededor del pene y alimentarse del mismo. Él lo pasa por el lado
de su boca y lo frota contra su lengua. Luego, introduce su vástago
longitudinalmente a través de sus labios.
“Te
dejaré que la chupes todo lo que quieras, si antes aceptas que te azote con la fusta,”
él dice.
Ella
le tiene pánico a la fusta. Corta, muerde y duele como un diablo.
“¿Cuántos?”
ella murmura, con la polla entre sus labios.
“No
voy a negociar con usted,” le dice. ”Todos los que me plazcan.”
Ella
duda. Siente la pesada verga contra su boca. Nunca había estado tan hambrienta
de ella. Asiente con la cabeza, los que sean necesarios. Él coge la fusta,
golpea ligeramente contra el rojo e inflamado trasero. Ella se tensa y respira
profundamente.
Puffff... Este texto me hace despertar. La diferencia entre un chaval común y un hombre no vainilla.... Ahora la aprecio más. Es una pena que aún no haya dado con la persona que sepa demostrarme cuán real puede llegar a ser algo así.
ResponderEliminarMe hace reflexionar.
Un juego muy sagaz!!
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