lunes, 28 de septiembre de 2015

Esperando

Ella tiene un consolador de cristal. Es una cosa muy larga, fría y elegante. Le digo que quiero una foto de ella con el consolador en su culo. Sé lo mucho que ella puede recibir. Estoy seguro que el consolador no la dilatará hasta su límite. Pero, ella todavía vacila. Creo que sé por qué. No es el temor de que esa cosa sea demasiado grande para ella. Es el sentido de la vergüenza que ella siente. Por supuesto, hay algunas cosas que me excitan más que una mujer sonrojándose.
“No hay prisas,” digo. “Soy un hombre paciente.
No le doy una fecha límite. Trabajando entre nosotros dos, necesitamos que ella consiga un estado de ánimo adecuado para hacerlo tal como se lo he dicho. Necesita comprender que nunca le pediré lo imposible, pero tampoco le voy a exigir nunca que haga las cosas fáciles. ¿Cuál sería el punto? Si no es una prueba de su obediencia, o de su nivel de puta, o su amor por los límites o cosas perversas, entonces, ¿cuál es el propósito?  Necesita ser presionada para sentir que hay una voluntad que es mucho mayor que la suya. Cuando ella sepa esto, hará lo que la pida.
Se va hacer una foto preciosa y hermosa de su trasero con un juguete tan exquisito. Yo puedo esperar. Aunque mi paciencia no es infinita.
(Más tarde). Ella es una mujer buena y obediente. Finalmente, hizo lo que le pedí. Son unas imágenes preciosas. Las ha hecho muy bien. Ahora, estoy pensando cuál debería ser su siguiente tarea. Más imágenes de la penetración, creo.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Follada

Ella gime.
Está gimiendo porque ese “¡Oh, Dios, duele!” es un tipo de forma de amar que no es claramente placer ni un motivo evidente de dejarlo y desistir. Ella ni siquiera está segura de sí misma.
“¿Es eso mucho?” Él le pide a ella que ponga sus manos en sus espaldas para cogerla por sus muñecas y usar su cuerpo contra ella misma, apalancándola para cerrar su culo de golpe con su verga, de una manera profunda y fuerte.
“No,” ella gime. Cada embestida es más rápida y abrasadora a través de su cuerpo.
“Alegría buena,” es su respuesta brillante, mientras él aumenta el tiempo, sus caderas discordantes contra el cuerpo de ella, los testículos golpeando su vagina empapada con cada embestida.
“Mentí,” ella murmuró incoherentemente, cayendo en el lugar de en medio, donde demasiado nunca es suficiente. Cuando el placer viene pulido y en abundancia al estar tan lejos, es agradable y se puede disfrutar.
Él no se detiene.
Los hombros de ella tensos, y queman a medida que tratan de mantenerlos en órbita. Las nalgas apretando involuntariamente contra su polla, que la invade brutalmente a pesar de sus mejores esfuerzos para que no se relaje. Mientras la respiración de ella es forzada a bocanadas que exhala cada vez que su cuerpo choca contra el de ella y la cara de ésta… su cara aplastada firmemente contra el colchón, frotando. Frotándola a un lado y otro, como si quisiera borrar sus características, su personalidad, a ella misma, erosionando a la niña y dejando sólo…
Otro lavado de sudor. La humedad se desliza por el interior de los muslos de ella, mientras esa noción se arraiga. Parece que él también lee mentes.
“Sólo un agujero… el de ella.” Sus palabras tienen un rastro de diversión y, sin embargo, detrás de eso, una pizca de su propio placer al tenerla inmovilizada.
Ella se está hundiendo con rapidez, cayendo rápidamente hacia abajo, “en el no importa lo que es, por favor, cógelo. Sólo quiero que la cojas.”
Él está hablando. Ella no quiere contestar, no puede. La mente de ella está flotando en su propio coño, vacío, burlándose con enjundias reflexivas. Ella puede sentir su propia angustia lamiéndola en círculos perezosos alrededor de su clítoris. Su dolor y humillación rizándose dentro para acariciar y frotar en ese punto dulce de su polla que tan a menudo encuentra. Primero, uno y luego, dos de los hinchados. Los pezones tensos, aderezados por un pellizco y chupados desde la base.
Él la está follando. Está follando la mente de ella.
Ellos están follándose en una nihilidad estimulante y él está disfrutándola. Disfrutando, no gozando y, sin embargo, disfrutándolo todo.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Pasando la prueba

La chica de los ojos marrones es de un humor extraño, está cavilando sobre algo.
“¿Qué te pasa? ¿Qué quieres?” pregunto.
Ella duda. “Quiero ser azotada,” finalmente, dice.
Alguna vez, el caballero, estoy más que dispuesto a complacerla. Tiro de ella y la pongo sobre mis rodillas y levanto su falda. Tiro hacia debajo de sus bragas, y me pongo a trabajar azotando su pequeño trasero con vigor. Ella chilla y se retuerce. Agarro su pelo y lo giro para mantenerla quieta. Ella continúa protestando. Parece que los azotes la han cogido por sorpresa. Son más fuertes de lo que ella esperaba.
Los azotes van ahora en serio, golpes fuertes y picantes que la obligan a retorcerse de uno a otro lado. Ella hace un esfuerzo decidido para evitarlos. Yo la mantengo hacia abajo forzadamente con mi mano izquierda y la azoto más fuerte que nunca con la derecha. Después de un rato, las protestas se apagan. Ella se queda en silencio y su cuerpo quieto. De vez en cuando, detengo los azotes y acaricio su trasero. Ahora, de color rosa brillante y muy caliente al tacto. Luego, los reanudo.
Al final, mi mano está dolorida. De nuevo, hago una pausa y mientras la acaricio, le explico que, aunque ella lo esté pidiendo, no es quién para decidir cuán fuerte serán los azotes o cuando terminarán. Pararé cuando yo crea que ella ha recibido lo suficiente. Le pregunto si comprende esto.
“Sí,” ella dice con una voz tan baja que apenas puedo oírla.
La digo que se desnude por completo y se ponga boca abajo en la cama. Voy a buscar el flogger. Sigo por arriba y a lo largo de su espalda, sobre su parte inferior roja y picante, por la parte posterior de sus muslos. Entonces, me pongo a azotarla con fuerza, llevando el flogger con fuerza hacia abajo a través de sus nalgas. El ruido sordo del flogger provoca que ella jadee y gima, pero ya no lo hace. Intenta escapar. Finalmente, cuando estoy satisfecho y he llegado a mi punto, pongo el flogger sobre la cama y toco entre su entrepierna. Ella está completamente mojada.
Más tarde, la chica de los ojos marrones me dice que su ex spanker la azotaba una o dos veces, pero siempre se detenía, si ella mostraba algún tipo de resistencia. Esto es peor e inútil para una chica sumisa. Si ella tiene la temeridad de pedir unos azotes, es que necesita conseguir más de lo que esperaba. Ella no llega a imponer condiciones.
“A diferencia de él, usted no para,” ella le dice. “Usted prosiguió más fuerte que nunca. Usted pasó la prueba.”

viernes, 18 de septiembre de 2015

Inventario de los implementos: El cinturón

El cinturón es simplemente un tira de cuero. Como tal, puede dar un golpe de una fuerza variable, dependiendo de cómo se ejerza y también del grosor del cuero. Sin duda, es capaz de impartir un dolor intenso, pero usado juguetonamente, puede producir un ligero picor.
Y, sin embargo, es más que eso, mucho más. Para muchas mujeres sumisas, el cinturón es un implemento de propiedades casi místicas. Porque no es simplemente un instrumento en las manos de un dominante para intentar hacer una impresión contundente sobre el trasero de la sumisa. El cinturón tiene una conexión muy personal con su dueño. Parece estar imbuido con una parte de su personalidad. Después de todo, los hombres elegimos los cinturones de acuerdo con la imagen de vestir de nosotros mismos. Si usted es una persona de estar al aire libre y que cultiva una imagen de macho, buscará uno algo pesado, incluso, puede ser hasta largo. Tal vez, hasta con una gran hebilla de estilo campestre grabada con un diseño lujoso. Si le gustan las motos, su cinturón puede ser de relieve con clavos de acero, que me imagino que pudiera hacer temblar a alguna mujer. Si usted es de ciudad y sofisticado, le gustaría algo más delgado y elegante. Cualquiera que sea su inclinación, el cinturón es ciertamente para mostrar algo de su carácter. Es mucho más personal de lo que pudiera ser una cane o una tawse.
Así que, cuando él se quita el cinturón para ella, la sumisa siente que esto es la parte más íntima de los azotes, que él está empleando algo de sí mismo para impartir dolor en su trasero. Pero todavía, hay algo más que eso. Para azotarla con su cinturón, primero, él debe quitárselo. Algunas mujeres experimentan un escalofrío especial con ese sonido suave y silbante, mientras se desliza hacía fuera, a menudo, acompañado de un tintineo metálico cuando la hebillas se libera.
He oído hablar de dominantes que usan la propia hebilla para azotar el culo desnudo. No puedo decir que yo haya hecho eso. Es probable que usted provoque una herida con sangre y eso es un límite muy alto para mí. Pero, hay otras opciones que deben tomarse sobre cómo usar el cinturón. Primero, ¿Lo usas largo o corto? ¿Lo doblas por la mitad y dejas que todo el largo entre en juego? O ¿lo  doblas alrededor de tu mano un par de vueltas, para reducir la longitud y, tal vez, sacrificar un poco la fuerza potencial, pero ganando en precisión? En mi opinión, la precisión cuenta mucho en los azotes. Quieres crear un patrón agradable, no una mescolanza de trallazos de golpes que van en todas direcciones. Y esto no es sólo una cuestión de estética. Centrar sus golpes dentro de un margen estrecho asegura que tengan el máximo efecto.
Una manera de garantizar una potencia extra, es doblar el cinturón. Esto ofrecerá una carrera descendente más pesada y con mucha más fuerza sobre el objetivo y esto es muy recomendable si quieres dar una impresión muy contundente y unas marcas que duren.
Una cosa más. Los cinturones tienen otros usos en la mente inventiva del dominante. En primer lugar, puedes atar a una mujer. No es muy eficaz para restringir las manos, pero haciendo un lazo alrededor de sus tobillos y luego subiendo la hebilla es muy fiable para inmovilizar sus pies. Y un cinturón es también muy efectivo como collar con correa en el cuello de la sumisa, enrollándolo alrededor del cuello y tirando de la correa.
Asegúrese que mientras usted esté haciendo todo esto, los pantalones no se caigan. La risa de una sumisa sería una afrenta a la dignidad del dominante.

martes, 15 de septiembre de 2015

Para hacerte mía

El viento que sopla tu pelo hacia atrás, me tira hacia a tí a través de estos cientos de kilómetros. Las mismas moléculas que te tocan en este mismo momento, mientras estás leyendo mis palabras, me tocan también a través del tiempo y el espacio.
Como una exhalación, las palabras flotan y golpean, ligeras, graciosas e inesperadamente. Se mueven a través del espacio y la distancia sin cuidado. Brillan y retozan juntas mientras nosotros dormimos, penetrando más profundamente que cualquier ser humano pueda hacerlo. Nuestra lengua es la existencia pura. De las palabras dispuestas adecuadamente, las ideas caen como gotas de agua pesada, salpicando todo de vida nueva y crecimiento.
Quiero afirmártelo con mis palabras. Llévalas a ti en una noche tranquila, dispuestas en las páginas de  tal manera que te acaricien como ninguna otra cosa. Quiero contarte historias, mientras te amo ferozmente con la pasión loca y desenfrenada que muy pocos conocen íntimamente.
Mi secreto es simple. Bailo con el viento que respiras y lo llamo que venga a mi casa. Cuando ese viento te acaricia, saboreo la gasa mágica que anima tu existencia. A cambio, diseño historias que te llenan de esperanzas y anhelos. En mis ojos, puedes ver el nacimiento de otra aventura.
Sueñas. Respiras. Esperas. Yo escucho. Oigo. Envío las palabras por tu camino. Tu corazón es mi papel. Mi mente es su pluma. En algún lugar, nuestra historia está a la espera de nacer para que pueda crecer en un cuento al que otros se aferran en la oscuridad, cuando no queda nada más que la danza de las letras.
Un día no seremos más que historias. Unas series improbables de circunstancias. Una explosión gloriosa de lujuria loca. Deseos insatisfechos chocando los unos contra los otros como trenes de carga descontrolados. Olas de esperanza corriendo hacia la orilla y reordenando la arena que pisamos, cambiando nuestro destino, juntándonos.
¿Puedes sentirme tirando de tí con cuerdas de una perversidad ordenada y exigencias audaces? ¿Sabes que yo mando en las tormentas, reyes y sueños? Puedo envolverlos a tu alrededor con más o menos suavidad, según mi voluntad. Puedo rasgar, abrir y ver a través de tí. Puedo reparar las heridas que otros te han hecho y que llevas.
Déjate fluir hacia mí a través del viento, arrastrada por este hilo de palabras. Cuando llegues, te tiraré en las páginas de la historia para que mires en las partes más profundas de tu ser. Para hacerte mía.
Cierra tus ojos y sueña. Estoy en el viento que sopla tu pelo hacia atrás, llamándote. A la espera de que vuelvas a casa y ser envuelta entre líneas, negras y blancas, a lo largo del curso de estas páginas.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Límites difíciles

Estamos hablando sobre límites muy exigentes. Ella me dijo que tenía unos pocos. En su mayoría, eran irreprochables. Yo no tendría ningún problema en respetarlos. Si algo le hubiera molestado, no lo volvería hacer. No es un placer para mí verla sufrir. Quiero hacerle cosas que ella quiera hacer, incluso si ella piensa que, tal vez, no debería hacerlas (demasiado sucia, las mujeres elegantes no las hacen), o incluso, si piensa que no quiere hacerlas, pero que, de hecho, descubre que después lo hará todo (todas las clases de desviaciones están en la mente de una sumisa).
De vez en cuando, un poco de resistencia se suma al placer del dominante para forzar sus deseos. Pero, hay que tener cuidado para averiguar la verdadera naturaleza de la resistencia. Una vez, ella dijo que tenía un límite alto porque involucraba algo de humillación. Cuando lo indagué, resultó que lo que la preocupaba era su vanidad. Ella pensaba que cuando realizara dicho acto, no se vería elegante.
“Pareceré fea,” dijo.
Por lo tanto, le contesté: “Es la vanidad lo que te hace resistirte.”
“Sí,” ella dijo, “pero las mujeres somos de esta manera, ¿no?”
Le dije que la vanidad no era una buena razón para no seguir las instrucciones.
“Pero, me sentiré incómoda si tengo que hacer algo que me haga parecer torpe y tonta,” dijo.
Me parece que, a veces, hay que insistir, hay que romper a través de la reticencia, porque el orgullo y la modestia y la vanidad están todas muy bien, pero lo que el dominante quiere, es que ella le dé todo sin vuelta atrás. Si está siempre mirándose al espejo cuando se está trabajando sobre ella, no está centrada en satisfacerle. Y eso tiene que ser tratado.
Creo que puedo decir si ella está realmente molesta o si está intentándolo. Y yo no me desanimo con facilidad. Pero, después de esta conversación, ella se había alejado un poco. Dijo que tal vez, era muy mala sumisa y que me aburriría o cansaría de ella, si no se sometía antes. Desde siempre, he oído estas cosas de las sumisas. A menudo, carecen de confianza (lo cual es por eso que ellas lo intentan y se echan para atrás). Ellas no piensan que son lo suficientemente buenas para sus dominantes.
Yo no permito ese tipo de pensamiento. Mi respuesta es: “Te he elegido. ¿Cómo te atreves a pensar que iba a elegir a alguien que no mereciera la pena?” Es pensar con mucha ligereza sobre la opinión de tu dominante. Si ella no tiene la confianza suficiente, es parte del trabajo del dominante inculcárselo, hacerla sentir que es la mejor y más adecuada. A veces, se oye hablar de los dominantes que insultan a sus sumisas, llamándolas inútiles, etc. Yo nunca haría eso. Quiero que ella se sienta bien y que es sumamente valiosa para mí.

martes, 8 de septiembre de 2015

Esta noche eres mía

Guarda tus dulces atardeceres y las cenas con velas, porque esta noche, te encontrarás con un curso intensivo de lujuria.

No quiero tus rosas ni tus dulces poemas de amor susurrados en mi oído. Si quieres gozar del buen comer y buen vino, llama a un hombre joven o a un taxi, pero no a mí. 

Si eres mía esta noche, te reivindicaré lo que deseo y, ahora mismo, mi deseo eres tú.

Si no es mi nombre el que es gritado o “Sí, Señor,” entonces, ahórrate el aliento. Lo vas a necesitar para la primera embestida que yo intente para darle rienda suelta a tu cuerpo.

Voy a saborear cada centímetro de tu sabrosa carne, trazando el contorno de mis intenciones sobre tu piel reluciente.

Voy a dejar notas de amor grabadas en tu cuerpo y un recordatorio de a quién perteneces. Por lo tanto, no trates de resistirte.

No trates de luchar contra lo inevitable. La oscuridad es mi guarida. La luna arroja un resplandor pálido en mi reino nocturno. Mi oscuridad contiene muchos placeres. De hecho, nadie los ha tomado, sólo se los he dado.

Grito en voz alta, pues tu placer excita mi furia. ¿Siempre felizmente e incluso, alguna vez?

Olvídate del cuento de hadas de esta noche.

Esta noche, de una manera que nunca olvidarás, tirones de pelo, azotes en tu culo, mordiscos en tu piel, tus pezones retorcidos, tu humedad, saboreada y engullida, sexo volátil y contundente que te dejará temblando en un charco de desenfreno, a la vez que pides más. 

Te lo advertí y fuiste avisada

Prepárate para tener Dueño esta noche.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Un inventario de mis implementos: La tawse

La clásica tawse es una tira de cuero de unos ocho centímetros de ancho. Un extremo tiene forma de mango y el otro, está cortado por la mitad hasta un tercio de su longitud. No soy capaz de precisar el motivo de la hendidura. He leído que esa raja permite el paso del aire en el momento del impacto. Aire que, de otra forma, actuaría como un cojín amortiguante y así mitigar la fuerza del golpe. Pero, no estoy del todo seguro de que esto sea técnicamente plausible y la raja pueda ser sólo una característica del diseño, cuyo propósito original se ha perdido en las brumas del tiempo.
Ciertamente, la tawse tiene una historia venerable, tradicionalmente favorecida por los maestros de escuelas escocesas de la vieja usanza, cuyo lema decía: “La letra con la sangre entra” (un dicho que recientemente he descubierto que procede directamente de la Biblia, esa fuente infinita de tantos pecados y castigos). Sea como fuere, es un implemento que aprecio. Una de las razones por las que me gusta tanto, es por el sonido que hace. Una tawse correctamente aplicada ofrece un solo picor en el lugar adecuado, pero también, un ruido fuerte y claramente definido. Es un ruido bastante diferente del que se obtiene con el cinturón, un látigo o una cane, muy centrado, una roncha clara que creo que causa un efecto excelente tanto en el Spanker como en la persona azotada. Para esta última, creo que puede inducir una sensación de que ella está siendo azotada justo un poco más fuerte de lo que realmente es el caso, aumentando así el efecto del propio golpe.  Si es muy sonoro, realmente, debe doler mucho.
Otra cosa que me gusta de la tawse, es que hace marcas muy buenas. Si quiero asegurarme que mi sumisa tenga el trasero bien marcado al día siguiente e, incluso, una semana después, yo no usaría la tawse o, al menos, me gustaría complementarla con algo más. Para hacerle realmente una marca, se necesita una cane o una fusta. Pero una tawse producirá un tono rosado más agradable, convirtiéndose en rojo si es aplicado durante un tiempo suficiente. Un cinturón o un flogger harán lo mismo, pero la tawse asegura una mancha de color más difusa que puede ser estéticamente gratificante.
El dolor que una tawse produce, obviamente depende de la fuerza con la que se aplica. Pero, también depende del espesor del cuero. En la actualidad, la mía es más fina, lo que significa que crea un sonido más agradable e incluso, un color encantador. Pero, no me parece que le duela tanto a una sumisa como ella necesite. Es perfecta para un precalentamiento, pero si no quiero decepcionarla, tengo que seguir con algo más contundente. Tal vez, para Navidad, voy a conseguir un modelo más robusto. Creo que uno no tiene que tener demasiados implementos de corrección.

jueves, 3 de septiembre de 2015

"¿Lista para saborear el sabor de mi pecado?"

El silencio de mis palabras perfora la tranquila soledad del aire de la noche, enviando escalofríos que la barren a través de su piel.
Su respiración vacilante, en picado y acelerada. Sabe que lo inevitable está cerca. Mi respiración calienta la parte posterior de su cuello y su cuerpo se estremece en un placer delicioso.
La calma, antes de la tormenta. Mis dedos se deslizan a lo largo de sus brazos, a lo largo de su espalda y acarician su mejilla suavemente.
Ella lo quiere, lo anhela.
Mis palabras cuelgan como aliento helado en un día de invierno, persistentes, mientras invaden su alma.
Mis manos copando sus pechos y paciendo en sus pezones, forzando un gemido silencio de sus labios.
Brillando y sudando, mientras  su cuerpo inmóvil se deleita en mi mirada, en mi caricia.
Ella quiere más, pero no puede.
Se ha entregado por completo a mi voluntad.
Su boca babea, mientras la rodeo para besar con delicadeza sus labios expectantes.
Una sola palabra se escapa de su boca.
“Por favor.”
Con una sonrisa malvada, la despojo de su sujetador y lo tiro sobre la mesa y presiono su cuerpo.
Tiro de su pelo y me inclino sobre ella con una sonrisa pícara.
Mientras hablo, gruño forzadamente.
“Pídemelo de nuevo y te dejaré mojada y sin sentido. Sé una mujer buena y te mostraré las estrellas hasta que tu voz deje de gritarme tan fuerte.”
Le arrancaré sus bragas y temblará con su deseo.
Gruño una vez más.
“¿Estás preparada para saborear el placer de mi pecado?”
Con un empujón, y un gemido, todo se desvanece en el camino hacia la oscuridad…