miércoles, 21 de abril de 2021

El regalo

Otra vez, habían estado separados tanto tiempo que ella se sentía desesperada por sentir su tacto, pues hasta ese momento, se lo había negado. La había hecho esperar. La cena fue deliciosa. Habían caminado cogidos de la mano durante la calurosa noche de verano y sentía un gran alivio al estar de vuelta finalmente a su lado. Pero él, la estaba impacientando. Ella lo deseaba. En el ascensor, sus besos eran urgentes, codiciosos, sus manos tiraban de su ropa y debajo de sus labios podía sentir sonrisa. Él sabía lo que ella quería.

 

Mientras la llevaba a la cama, él se sacó el antifaz de su bolsillo. Y se lo pone a ella.


“Ahora, siéntate ahí, tengo que preparar algunas cosas.”


Un escalofrío recorre su espalda, mientras le escucha moverse por la habitación. Ella odia no poder ver, y sin siquiera saberlo, se le escapa un leve gemido de su boca.


“Ahora, silencio, puta.”


Su voz es suave y gentil, apenas por encima de un susurro. La calma momentáneamente, pero luego escucha el ruido del metal contra el metal y necesita todo su autocontrol para no quitarse el antifaz de la cara. Sus dedos tiran nerviosamente del dobladillo de su vestido en un intento de mantenerlos ocupados. La necesidad de ver es casi abrumadora. Justo cuando cree que ya no puede soportarlo, el ruido se detiene. Ella agudiza el oído para escuchar, pero nada.


Paciencia, piensa para sí. Justo sentada y esperando, como también le dijo. Aspirando profundamente, ella se compromete a hacer precisamente eso. Pero entonces, un momento más tarde, está alargando la mano ante sí misma, deslizándola hacia el borde de la cama, buscando espacio frente a ella con sus propias manos. No tiene idea de por qué, o lo que está esperando encontrar. Piensa que debe parecer cómica, encaramada a los pies de la cama y los brazos extendidos sintiendo el vacío en frente de ella.

 

Ahora, sabía que él estaba, de hecho, parado allí, justo frente a ella, mirándola dar vueltas. Podía imaginar la sonrisa en su rostro, mientras veía a su puta desobedecerlo. Cuando se acercó a él, suponía que no pudo contenerse por mucho tiempo y el repentino agarre firme por su muñeca la hizo saltar. “Jolines, me asustaste… yo… ummmm… no sabía que estabas ahí, pensaba que me habías dejado, yo… ummm. Sé que estoy divagando, nerviosa por haber sido cogida. No hay excusa para no sentarme como me dijiste, pero eso no parece impedir que busque una.”


“Shhhhh, puta,” es todo lo que ella escucha como respuesta. Pero no son sus palabras las que la hacen detenerse, es la sensación de las esposas de cuero que le coloca en cada muñeca, y luego la desnuda. En unos minutos, está parada ante él desnuda, aparte del antifaz en los ojos, las esposas y el collar.

 

 “Por favor, Señor…” ella llora.

 

“Por favor, ¿qué?, ¿qué quieres?”

 

“Yo… ummm… Señor, ¿por favor?”

 

“Ven conmigo, mi sucia y mala puta, es hora de que conozcas tu presente.”

 

La lleva a través de la habitación hacia el baño, ella cree. Lo siguiente que sabe es que cada una de sus muñecas están atadas a algo sobre su cabeza. Está suspendida, indefensa, vulnerable, expuesta para que él haga lo que le plazca.

 

Mientras él se mueve detrás de ella, la gira y gira, tirando de sus ataduras y bailando en el sitio. La anticipación de lo que podría suceder a continuación hace que su respiración se acelere. “¡Nooooo!” ella grita cuando el látigo golpea su trasero. Pero él no se detiene y le muerde y pellizca el trasero una y otra vez, mientras ella se mueve, baila, se retuerce y suplica.

 

“Si quieres tu regalo, puta, entonces tendrás que comportarte, dejar de luchar y quedarte quieta. No voy a parar hasta que estés sin moverte, calmada y lista correctamente para mí.”

 

Cuando termina su frase, él empuja lo que tiene entre sus muslos e inserta dos dedos dentro de ella.

 

“¡Qué coño tan húmedo! Aquí, pruébate a ti misma,” dice mientras ahora él introduce sus dedos humedos en su boca.

 

Ella se esfuerza, se queda quieta, ofreciéndose a él, y su gruñido de aprobación es todo lo que necesita oír, para saber que le ha complacido. El látigo la golpea de nuevo, pero, esta vez, ella se muerde el labio, los músculos de sus piernas se contraen mientras lucha por mantener su cuerpo bajo control. Todos sus nervios le están diciendo a su cerebro que se mueva, corra, se proteja, pero se niega a dejar que ganen y mantengan su posición, incluso, cuando él pronuncia las palabras que ella teme…

 

“¡El último!”

 

Cuando el látigo muerde, ella deja escapar un aullido y su resolución se rompe, sus piernas se doblan, y lo único que impide caer de rodillas son sus muñecas encadenadas al techo.

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