Cuando Él la azota, a ella, le dan ganas de hacerle una felación.
El domingo pasado salieron a un club de mujeres sumisas. Pasaron una tarde hermosa con amigos, que incluyó café, pasteles y unos buenos azotes. Tienen su potro favorito para azotar que es básicamente como una cama curvada y acolchada sobre la que se acuesta la sumisa y le levanta el trasero. Él usó en ella una variedad de implementos, comenzando las ramas de abedul, luego, un látigo de cola única que hace un crujido sorprendente, seguida de dos varas diferentes de policarbonato. En un momento dado, estaba usando los dos implementos simultáneamente. Un poco, como baquetas sobre sus nalgas. Luego, fue el turno de las varillas metálicas, que son tan ruidosas que le atraviesan el cuerpo, lo cual parece que siempre la humedece mucho. Finalmente, Él dejó a un lado todos los implementos malignos y sólo usó sus manos. Para entonces, ella estaba feliz flotando en un mar de endorfinas y su trasero se sentía caliente, palpitante, en carne viva, hormigueante y malditamente feliz.
A ella, le encanta cuando la lleva allí. Al principio, todo duele mucho y su cuerpo lo combate. Ella se gira y retuerce basjo sus armas elegidas, gimiendo por lo duro que es con ella, lo mucho que duele, y protestando por todo.
“¿Por qué tiene que doler tanto?” le pregunta y siempre le dice que no es tan severo. Ella necesita relax y concentrarse y si quiere las marcas, tiene que ser buena. Y sabe que Él tiene razón y, sin embargo, su cuerpo ignora todo esto y grita de dolor. Pero, Él sabe seguir adelante, sabe ignorar sus gemidos y la anima a seguir. Le dice que respire. Le acaricia la espalda y el pelo. Él se detiene de vez en cuando y pasa la punta de sus dedos por su piel regañándola. Cambia los implementos picantes por los ruidosos, y viceversa y, gradualmente, el cuerpo de ella deja de luchar con tanta fuerza, mientras la química de su cuerpo entra en acción y enmcascara el dolor. Con el tiempo, ella se pierde en eso y, a veces, termina riendo o incluso llorando. No porque duela, sino porque hay una avalancha de sentimientos embriagadores que abruman.
Él guarda las cosas en la maleta y ella yace en el potro.
“¿Me harás sangrar?” ella susurra.
“¿Ahora? Si hago eso ahora, no habrá más sesión esta tarde”
Ella considera sus palabras durante un momento.
“Sí, por favor, Señor. Ahora”
Él hace una pausa y ella sabe que está ponderando si dejarla conseguir lo que quiere o no.
Él coge el rastrillo del jardín. Lo arrastra sobre la piel caliente y magullada de ella, y luego, lo levanta para golpearla. Ella siente eso y grita, pero Él la hace callar y coloca una mano en la parte baja de su espalda para mantenerla en su sitio. Justo, cuando ella cree que no puede soportarlo más, se detiene y lleva una de las manos de ella hacia su trasero.
Cuando ella ve la sangre en sus dedos, puede sentir una ráfaga de calor y líquido entre sus muslos. Quiere tantas cosas en ese momento. quiere su polla en su boca. Quiere masturbarse con sus dedos ensangrentados. Quiere que la penetre por detrás para que vea lo que le ha hecho y lo que ha recibido por Él.
Sin embargo, no es el momento ni el lugar. Podrían ir a buscar una habitación privada, pero deciden no hacerlo. Ambos están hambrientos y sedientos. No obstante, salen al pasillo y se hacen una foto.
Más tarde, esa misma noche, cuando suben al coche, ella le dice cuánto lo ha disfrutado, que su trasero está aún caliente y dolorido, pero que faltaba una cosa.
“No pudiste chuparme la polla,” Él le dice.
“Sí, ¿cómo lo sabes?”
“Porque siempre quieres chuparme la polla cuando te azoto. De hecho, lo que realmente quieres, es chuparme la polla mientras te azoto”
“Y tienes razón,” ella afirmó.
A la mañana siguiente, tienen la casa para ellos solos. Ella se arrodilla a su lado en la cama, su trasero se vuelve hacia su cabeza y lo beso mientras Él clava sus dedos en los tiernos moretones que infligió amorosamente el día anterior y orgasma en su boca con un glorioso gruñido.
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