Él se sienta en el borde de la cama y la observa, mientras ella se seca el pelo. Está ya vestido, preparado para empezar el día. De vaqueros y una camisa. Por otro lado, ella está envuelta en su bata de lana negra, reflexionando todavía sobre qué ropa se va a poner. Es consciente de que Él la está mirando. Sabe que está esperándola. Por un momento, se siente tentada a reducir el ritmo, tomarse un poco más de tiempo de lo habitual con el cabello, pero inmediatamente descarta la idea. Jugar ahora sólo empeoraría la situación.
“Después de nuestra ducha, voy a azotarte,” le dijo esta mañana mientras le servía el café.
La tentación de responder con: “Oh, ¿estás ahora?”, burbujeó en su mente haciéndola sonreír.
“¿Algo que quieras compartir?” Él le había preguntado.
“No, nada,” ella replicó, lo que le provocó un “Hummm” como respuesta.
Ahí estaban ahora y Él estaba esperando cumplir su promesa anterior.
Mientras ella vuelve a colocar el secador del pelo en la repisa, Él vuelve a sentarse en la cama. Una maniobra inocente en alguna mirada, pero ella sabe exactamente lo que Él tiene ahora en su mente. Cuando se gira para mirarle, este le da una palmada en su regazo.
“¿Debo quitarme la bata?”
“Quítatela, pero déjala ahí.”
Cae abierta en el momento en que la desabrocha el cinturón. Él la sonríe. Es una mirada de satisfacción feliz por su elección.
“Ahora,” dice, y cuando ella continúa dudando, la agarra por la muñeca y en un movimiento rápido, la tira hacia abajo, sobre su regazo. Moviéndose ligeramente, agarra la parte de atrás de su cuello y clava su cabeza y hombros en la cama. Con su mano libre, pasa la parte de atrás de su bata por sus piernas y sobre su trasero, dejándolo expuesto. Hace un pequeño ruido mientras tiernamente pasa su mano de un lado a otro por sus nalgas. No es un suspiro, ni un gemido, sino una combinación de los dos, que hacen que los músculos interiores de su coño se contraigan.
El primer golpe llega, un golpe punzante que la hace gritar y retorcerse. Hace una pausa. Solo más tarde, ella descubre que está admirando la vista de una perfecta marca roja de mano floreciendo en su trasero, dando la bienvenida a la pausa y la oportunidad de recuperarse antes.
Él le roba la oportunidad cuando le aplica unas series de azotes firmes y fuertes en el trasero, primero en una nalga y luego, en la otra. Dispersándolos alrededor, como un patrón no distinguible, haciendo que la mente de ella saltara y se tambaleara, a la vez que el dolor y la anticipación y el no saber, se forman en un apretado nudo de resistencia que la hace apretar los músculos y patear con las piernas. Sin embargo, Él no se detiene. Pero, una vez más, su agarre en la parte posterior de su cuello se aprieta, es tanto una advertencia como un consuelo. El ruido de la mano de su dominante, encontrándose con su carne, llena la habitación y ella se concentra en eso, buscando y encontrando un ritmo que la ayude a asentarme. En el momento que lo hace, todo cambia. Donde había dolor y lucha, ahora sólo hay calor y ruido. De repente, ella es muy consciente de él, la sensación del tejido áspero de sus pantalones vaqueros frotando contra su vientre y pechos, el impacto de su mano enviando ondas discordantes de calor punzante a través de su carne. Ella está siendo azotada. No hay nada más que esto.
Luego, cuando termina, Él desliza la punta de sus dedos sobre la carne al rojo vivo de su trasero. Toques ligeros como plumas, que se sienten más como un papel de lija que como plumas. Es una sensación que ella adora, esa dolorosa ternura la humedece. Quiere ser follada así, con su trasero caliente y crudo, rojo y palpitante, para que cada embestida le recuerde cada golpe punzante. Ella empuja sus caderas hacia su regazo. Se ríe, pero puede sentir que está dura.
“Por favor,” ella gime.
“No. Quizás más tarde, pero no ahora.”
Y ella se levanta de su regazo y me sienta sobre la cama junto a él.
“Pero, ¿por qué no?” ella lloriquea. “La tienes dura, he podido sentirla.”
“¿Sabes por qué te he azotado?” pregunta.
“Porque has querido,” ella le murmura.
Sí, porque yo quería, porque tenías ganas, porque ponerte sobre mi rodilla te hace sentir indefensa y vulnerable, traviesa y expuesta, y débil, y sobre todo, mía, y ahora, haciéndote esperar, haciéndote pasar el resto del tiempo. Un día sentada con ese trasero dolorido imaginando qué es lo que quieres, significará que, cuando finalmente nos vayamos a la cama y te ofrezca mi regazo de nuevo, no cometerás el mismo error de hacerme esperar de nuevo.
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