Ella tuvo que dar una vuelta alrededor de
la manzana antes de recobrar fuerzas
para llamar a la puerta. Incluso, después de que lo hubiera hecho, hubo una
fracción de segundo en el que estuvo a punto de irse. Pero, ella había acordado
esto. Era la única manera que había encontrado para eximirse a sí misma de
culpa y sabía que se auto despreciaría a sí misma si no lo llevaba a cabo.
También sabía que la opinión que él tenía de ella se reduciría. Y eso era
insoportable de contemplar.
Un hombre de unos cuarenta y pocos
años, vestido elegantemente con traje
oscuro y corbata sombría, abrió
rápidamente la puerta. La invitó a entrar y la condujo por el pasillo hacia una
habitación grande, decorada y bien iluminada. En el sofá, estaba sentado otro
hombre, bastante más mayor, quizás, ya en los sesenta. También, muy bien
vestido.
“Por favor, tome asiento,” le dijo el joven
señalándole un sillón.
Ella se sentó. El hombre le echó agua en un
vaso de cristal y se lo entregó. Esta hubiera preferido algo más fuerte. Quizás
haberse tomando una copa en el camino, sólo para calmar sus nervios.
“¿Comprendes por qué estás aquí?” Le preguntó el hombre mayor.
“Supongo que sí,” contestó ella.
“¿Entiendes o no?” El hombre replicó. Este no
había levantado su voz, pero su tono era firme y autoritario. “Conteste sí o
no.”
“Sí,” dijo ella.
“Nuestras instrucciones son claras, aunque
los detalles se dejen a nuestra discreción.” El hombre continuó. “Vas a ser
castigada vigorosamente, aunque no con severidad. Después de esto, a cambio de
nuestros servicios, estamos autorizados a usarte a nuestro placer.”
“Sí, ya lo veo,” dijo ella. ‘Vigorosamente,
¿qué significa eso?’ Ella trató de pensar en las medidas disciplinarias
anteriores que su amante había llevado a cabo. En aquel momento, ella sintió,
sin lugar a duda, que eran suficientemente fuertes e innegablemente vigorosas.
Se alegró que no fueran severas, por lo que estas cuestiones eran relativas. Su
idea de la indulgencia parecía ser bastante draconiana. En cuanto a ser usada,
había algo un poco desagradable en este término, implicando la objetividad,
incluso de frialdad. Y sin embargo, la estudiada formalidad de la ocasión
incluía una especie de ritual, la sugerencia de una ceremonia solemne tenía su
propio erotismo.
“Muy bien,” dijo el hombre. “Vamos a proceder.”
El hombre más joven se acercó a ella. Se
agachó y la agarró por los pelos por detrás de su cabeza.
“Ponte de pie,” dijo. Su mano le retorció
el pelo y tiraba de ella.
Ella se puso de pie y se dejó guiar hacia
el otro hombre hasta que estuvo de pie delante de él. Le extendió la mano y la
cogió, tirando de ella hacia abajo, mientras que el hombre la agarraba de su
pelo y la forzaba también hasta que fue puesta sobre las rodillas del hombre
del sofá. Entonces, el segundo hombre se puso al lado y se apoderó de las
muñecas con firmeza, poniéndola en posición. El otro, levantó su falda.
“Me alegro de ver,” dijo el hombre más
joven, dirigiéndose al otro, “que ella tenga una ropa interior tan bonita.”
Ella se sentía aliviada de elegirla
cuidadosamente. Sus bragas de blanco satén estaban cortadas estilísticamente y
terminaban con los bordes adornados con encajes.
“Sí,” dijo su acompañante. “La lencería
nunca ha sido más glamorosa y lujuriosa que hoy día. Pocas jóvenes se toman la
molestia de vestirse adecuadamente interiormente.”
“Así es,” dijo el otro. “Y estoy seguro de
que nos encontraremos con el sujetador a juego.”
“Desde luego que lo espero. Ahora vamos a
ver si su trasero es tan atractivo como la prenda que lo cubre.”
Ella sintió que sus bragas estaban siendo
bajadas por la parte inferior de su culo, a la mitad de sus piernas. Se sentía
muy expuesta y aunque era bueno escuchar los elogios hacia sus ropas, esto no
impidió su vergüenza por hablar de esta manera íntima. Sintió que una mano
acariciaba su trasero.
“La piel es suave, los músculos firmes y la
forma perfecta,” dijo el hombre mayor. “Perfecto para ser azotado”.
Hubo una pausa. La mano del hombre cesó el
contacto con la piel de ella. Esta contenía su respiración. De pronto, el
hombre llevó su mano elegantemente hacia su nalga izquierda. Inmediatamente,
repitió la acción sobre su nalga derecha. Antes de haberse recuperado del
impacto de los azotes, él la azotaba de nuevo, una vez en cada nalga y luego,
otra vez. Los cachetes dolían más de lo esperado. El hombre empezó a azotarla
con un ritmo constante. El dolor no era insoportable, pero sus nalgas picaban.
Ella tenía una necesidad urgente de poner sus manos en su trasero para
protegerlo, pero su muñeca fue sujeta con rapidez. La mano seguía azotando en
los mismos sitios, izquierdo, derecho. Ella intentó zafarse un poco para
disipar la fuerza de los azotes.
“En este momento, tienes una elección,”
dijo él. “Vamos a proceder con la correa de cuero o con la fusta.”
“No te muevas,” dijo ásperamente el hombre
de más edad.
Ella había experimentado ambas cosas en el
pasado. La correa, aplicada con fuerza suficiente, tenía el poder de penetrar
profundamente en la carne con golpes picantes. Ella sabía que no podría
soportar más de una docena de azotes. Sin embargo, la fusta, era peor. De
hecho, ella la odiaba. Su mordedura era cruel, sin remordimientos.
“No, la fusta, no, por favor,” dijo ella.
Muy bien,” dijo el hombre. “Prepárate.”
Ella respiró profundamente. La correa
aterrizó sobre su culo con un sonoro crack. Ella dió un pequeño grito. Otro
golpe siguió casi inmediatamente. Una vez más, el hombre estableció un ritmo
regular. Ella quería que fuese más deprisa, para acabar de una vez. Pensaba que
él tenía en su mente dar un número de azotes, aunque no los estaba contando y
mientras más pronto llegara al final, mejor. Pero, él parecía aplazar
deliberadamente cada golpe hasta que los efectos del anterior se hubieran
disipados. No pasó mucho tiempo antes de que ella se estuviera acercando a sus
límites de resistencia. Sus gritos se hacían más fuertes, aunque parecían no
tener efecto. Trataba de zafarse de la postura, pero el hombre que la azotaba
tenía un brazo alrededor de su cintura, sosteniéndola con fuerza, presionándola
hacia abajo con su cuerpo sin dejar de azotarla.
Por fin, se detuvo. Ella respiraba
pesadamente, gimiendo un poco.
“Recibimos unas instrucciones detalladas,”
dijo el hombre.
“¿Y ahora, qué?” Ella no respondió.
“Vamos a terminar con seis golpes de cane.”
“Por Dios,” dijo ella, aumentando su ira. “¿No
ha hecho usted ya lo suficiente?”
“Muy bien,” dijo el hombre. “Ahora serán
ocho azotes.”
Los azotes continuaron. Cada vez con más
severidad. Su trasero estaba muy caliente. Se preguntó cuánto tiempo más iba a
continuar. Ella hubiera preferido un descanso, tal vez un vaso de agua.
De repente se detuvo. Poco a poco
acariciaba en círculos su trasero para suavizar el escozor de la carne.
“Creo que ahora está bien caliente,” dijo
el más joven. “Listos para el castigo de verdad”.
¿Calor? Ella estaría muy feliz de que se
detuviera allí. El aspecto de su culo era rojísimo. Se preguntaba si tenía
moratones.
El hombre más joven la cogió nuevamente por
los pelos y la puso a sus pies. La llevó al extremo del sofá y la empujó hacia
abajo, sobre el apoyabrazos, de manera que su rostro estuviese oculto entre los
cojines. Se sentó junto a su cabeza y una vez más, cogió sus muñecas. El otro
hombre estaba detrás de ella y sintió como sus manos la acariciaban.
Ella quería gritar para protestar, pero
había algo en su voz que intuía una nueva escalada si se resistía. Se mordió los
labios y murmuró en voz baja:
“Agárrala fuerte,” le dijo el hombre mayor
a su compañero. “Este le va a doler.”
Y lo que le ha hecho, ¿ya no le dolía? Ella
quería dejar escapar su desafío, pero no se atrevía. En cambio, apretó los dientes
y esperó. Gracias a Dios, él administró los azotes con la cane rápidamente, una
salva de fuego rápido contra su pobre y amoratado trasero. Con el último azote
dado en medio de sus nalgas, sintió como si su trasero estuviera ardiendo.
Pero, al menos, había terminado. Su culpabilidad estaba purgada.
El hombre dejó la cane y con mucha suavidad
acariciaba sus nalgas y caderas. Deslizó una mano entre sus piernas,
introduciendo un dedo en su vagina.
“Ella está preparada para ser penetrada,”
le dijo al hombre, todavía sentado cogiéndola por las muñecas. “¿Quieres ser el
primero?”
“No,” dijo el otro. “Lo haré el último.”
El hombre mayor se puso detrás de ella.
Esta le oyó desabrocharse la cremallera y sintió su polla contra su coño. La
deslizó fácilmente porque estaba muy húmedo. Empezó a follar despacio, casi con
cuidado, como si estuviera saboreando cada momento. Mientras lo hacía,
humedecía su dedo y lo presionaba suavemente contra su culo, repitiendo el
gesto varias veces hasta que ella lo humedeció con su saliva. Ella sabía lo que
iba a venir. Retiró su polla, luego presionó contra su ano que estaba un poco apretado.
Instintivamente, se puso tensa pero su polla era insistente y entró poco a
poco.
El hombre sentado al lado de ella
desabrochó los pantalones de su traje. Al sacar su polla, su nariz captó una
bocanada de su olor almizclado, antes de colocar su polla entre los labios. Se
abrió para recibirle y empezó a follar su boca, acompasando sus embestidas para
sincronizarlos con los de la otra polla que estaba metida en su culo. El hombre
mayor fue primero, suspirando mientras eyaculaba en el interior de ella. Poco
después, el otro hombre se corrió en su boca. La sacó y le ofreció su pañuelo
para que lo escupiera. Así lo hizo, luego se limpió también su trasero.
Ella se puso de pie, subiéndose sus bragas,
alisando su vestido. Ella no tenía nada que decir, porque nada parecía esperar.
El joven le mostró la puerta.
“Tenemos que escribir un breve informe,”
dijo él, estando en el umbral. “Diremos que todo fue satisfactorio. Y, por
supuesto, enviaremos el video.”
“¿El video? Nadie había mencionado tal
cosa.” “¿No se lo tenían que haber pedido a ella?
“Oh, sí,” dijo el hombre. Él insistió en
ello.