sábado, 9 de abril de 2011

Azotando su coño

“Abre tus piernas, zorra. Ábrelas más,” dice él.
Empujo sus rodillas aún más. Las separo todo lo más posible. Tiro de los labios de su coño, acaricio con mi dedo corazón su clítoris y juego con él un momento antes de azotarlo con fuerza. Yo estaba a punto de ver hasta dónde había llevado la fechoría de masturbarse sin mí explícito permiso. Habían pasado semanas desde que me lo confesó y ella pensaba que yo lo había olvidado. Pero, no.
Me quito el cinturón de mis pantalones. Posiblemente, no exista una visión o un ruido similar al producido por un hombre sacándose el cinturón por las trabillas de su pantalón con toda la intención de usarlo de una manera imprevista. Ella era muy consciente de que cada gramo de placer que se había dado a sí misma, estaba a punto de ser contrarrestado por mi cinturón.
En un instante, su coño estaba que ardía. Lo azoté sin pausa. Algunas veces, golpeando directamente sobre su clítoris y, otras, sobre la zona más sensible de sus muslos. Apenas podía recobrar su aliento. Yo maniobraba de tal manera que, el cinturón caía perfectamente a lo largo de su coño. A los diez minutos, más o menos, me detuve.
“Por lo tanto, ¿qué piensas ahora?” Le pregunto.
“Lo siento, señor, lo siento mucho,” dice ella.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
“Hasta ahora, apenas lo has sentido en comparación a como lo sentirás dentro de media hora,” le digo.
Doblo el cinturón en mi mano y levanto mi brazo. Lo dejo caer una y otra vez…
“Deténgase, señor,” me ruega ella sollozando.
Ella no está atada, pero sí completamente quieta y aceptando los azotes. Me detengo momentáneamente. Ha valido la pena.
Para ella, no era solo el placer por lo que no merecía la pena el castigo, sino más bien, porque al tener que ver mi cara mientras la azotaba en su zona más íntima, era insoportable para ella. Estar tumbada sobre su espalda y ver al hombre que respeta azotando su coño, era absolutamente humillante. Sus lágrimas se agregaron a sus sentimientos de vergüenza y bochorno.
“Señor, mi coño me duele, me arde, me pica y mi palpita,” le dijo ella.
Finalmente, la follé bruscamente. Ella sabía por qué lo hacía. Yo no tenía que decir ni una palabra. Me corrí en su ardiente coño. Yo tuve la última palabra.

2 comentarios:

  1. Bufff....sin palabras. Cuando reaccione, vuelvo y le comento...

    Buen comienzo de semana...

    Dulce{Adriano}

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  2. Decir un "sin palabras" ya dice todo :)

    Qué cierto es, los azotes pueden ser insoportables, pero ver la cara de la persona a la que adoras cuando está decepcionada contigo es algo que traspasa todo dolor.
    La última palabra, no? ;) Creo que todo buen Amo siempre tiene la última palabra

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