lunes, 18 de abril de 2011

¿Qué les puede pasar a las sumisas malas?

Ella tuvo que dar una vuelta alrededor de la manzana antes de  recobrar fuerzas para llamar a la puerta. Incluso, después de que lo hubiera hecho, hubo una fracción de segundo en el que estuvo a punto de irse. Pero, ella había acordado esto. Era la única manera que había encontrado para eximirse a sí misma de culpa y sabía que se auto despreciaría a sí misma si no lo llevaba a cabo. También sabía que la opinión que él tenía de ella se reduciría. Y eso era insoportable de contemplar.
Un hombre de unos cuarenta y pocos años,  vestido elegantemente con traje oscuro y  corbata sombría, abrió rápidamente la puerta. La invitó a entrar y la condujo por el pasillo hacia una habitación grande, decorada y bien iluminada. En el sofá, estaba sentado otro hombre, bastante más mayor, quizás, ya en los sesenta. También, muy bien vestido.
“Por favor, tome asiento,” le dijo el joven señalándole un sillón.
Ella se sentó. El hombre le echó agua en un vaso de cristal y se lo entregó. Esta hubiera preferido algo más fuerte. Quizás haberse tomando una copa en el camino, sólo para calmar sus nervios.
“¿Comprendes por qué estás aquí?”  Le preguntó el hombre mayor.
“Supongo que sí,” contestó ella.
¿Entiendes o no?” El hombre replicó. Este no había levantado su voz, pero su tono era firme y autoritario. “Conteste sí o no.”
“Sí,” dijo ella.
“Nuestras instrucciones son claras, aunque los detalles se dejen a nuestra discreción.” El hombre continuó. “Vas a ser castigada vigorosamente, aunque no con severidad. Después de esto, a cambio de nuestros servicios, estamos autorizados a usarte a nuestro placer.”
“Sí, ya lo veo,” dijo ella. ‘Vigorosamente, ¿qué significa eso?’ Ella trató de pensar en las medidas disciplinarias anteriores que su amante había llevado a cabo. En aquel momento, ella sintió, sin lugar a duda, que eran suficientemente fuertes e innegablemente vigorosas. Se alegró que no fueran severas, por lo que estas cuestiones eran relativas. Su idea de la indulgencia parecía ser bastante draconiana. En cuanto a ser usada, había algo un poco desagradable en este término, implicando la objetividad, incluso de frialdad. Y sin embargo, la estudiada formalidad de la ocasión incluía una especie de ritual, la sugerencia de una ceremonia solemne tenía su propio erotismo.
“Muy bien,” dijo el hombre. “Vamos a proceder.”
El hombre más joven se acercó a ella. Se agachó y la agarró por los pelos por detrás de su cabeza.
“Ponte de pie,” dijo. Su mano le retorció el pelo y tiraba de ella.
Ella se puso de pie y se dejó guiar hacia el otro hombre hasta que estuvo de pie delante de él. Le extendió la mano y la cogió, tirando de ella hacia abajo, mientras que el hombre la agarraba de su pelo y la forzaba también hasta que fue puesta sobre las rodillas del hombre del sofá. Entonces, el segundo hombre se puso al lado y se apoderó de las muñecas con firmeza, poniéndola en posición. El otro, levantó su falda.
“Me alegro de ver,” dijo el hombre más joven, dirigiéndose al otro, “que ella tenga una ropa interior tan bonita.”
Ella se sentía aliviada de elegirla cuidadosamente. Sus bragas de blanco satén estaban cortadas estilísticamente y terminaban con los bordes adornados con encajes.
“Sí,” dijo su acompañante. “La lencería nunca ha sido más glamorosa y lujuriosa que hoy día. Pocas jóvenes se toman la molestia de vestirse adecuadamente interiormente.”
“Así es,” dijo el otro. “Y estoy seguro de que nos encontraremos con el sujetador a juego.”
“Desde luego que lo espero. Ahora vamos a ver si su trasero es tan atractivo como la prenda que lo cubre.”
Ella sintió que sus bragas estaban siendo bajadas por la parte inferior de su culo, a la mitad de sus piernas. Se sentía muy expuesta y aunque era bueno escuchar los elogios hacia sus ropas, esto no impidió su vergüenza por hablar de esta manera íntima. Sintió que una mano acariciaba su trasero.
“La piel es suave, los músculos firmes y la forma perfecta,” dijo el hombre mayor. “Perfecto para ser azotado”.
Hubo una pausa. La mano del hombre cesó el contacto con la piel de ella. Esta contenía su respiración. De pronto, el hombre llevó su mano elegantemente hacia su nalga izquierda. Inmediatamente, repitió la acción sobre su nalga derecha. Antes de haberse recuperado del impacto de los azotes, él la azotaba de nuevo, una vez en cada nalga y luego, otra vez. Los cachetes dolían más de lo esperado. El hombre empezó a azotarla con un ritmo constante. El dolor no era insoportable, pero sus nalgas picaban. Ella tenía una necesidad urgente de poner sus manos en su trasero para protegerlo, pero su muñeca fue sujeta con rapidez. La mano seguía azotando en los mismos sitios, izquierdo, derecho. Ella intentó zafarse un poco para disipar la fuerza de los azotes.
“En este momento, tienes una elección,” dijo él. “Vamos a proceder con la correa de cuero o con la fusta.”
“No te muevas,” dijo ásperamente el hombre de más edad.
Ella había experimentado ambas cosas en el pasado. La correa, aplicada con fuerza suficiente, tenía el poder de penetrar profundamente en la carne con golpes picantes. Ella sabía que no podría soportar más de una docena de azotes. Sin embargo, la fusta, era peor. De hecho, ella la odiaba. Su mordedura era cruel, sin remordimientos.
“No, la fusta, no, por favor,” dijo ella.
Muy bien,” dijo el hombre. “Prepárate.”
Ella respiró profundamente. La correa aterrizó sobre su culo con un sonoro crack. Ella dió un pequeño grito. Otro golpe siguió casi inmediatamente. Una vez más, el hombre estableció un ritmo regular. Ella quería que fuese más deprisa, para acabar de una vez. Pensaba que él tenía en su mente dar un número de azotes, aunque no los estaba contando y mientras más pronto llegara al final, mejor. Pero, él parecía aplazar deliberadamente cada golpe hasta que los efectos del anterior se hubieran disipados. No pasó mucho tiempo antes de que ella se estuviera acercando a sus límites de resistencia. Sus gritos se hacían más fuertes, aunque parecían no tener efecto. Trataba de zafarse de la postura, pero el hombre que la azotaba tenía un brazo alrededor de su cintura, sosteniéndola con fuerza, presionándola hacia abajo con su cuerpo sin dejar de azotarla.
Por fin, se detuvo. Ella respiraba pesadamente, gimiendo un poco.
“Recibimos unas instrucciones detalladas,” dijo el hombre.
“¿Y ahora, qué?” Ella no respondió.
“Vamos a terminar con seis golpes de cane.”
“Por Dios,” dijo ella, aumentando su ira. “¿No ha hecho usted ya lo suficiente?”
“Muy bien,” dijo el hombre. “Ahora serán ocho azotes.”
Los azotes continuaron. Cada vez con más severidad. Su trasero estaba muy caliente. Se preguntó cuánto tiempo más iba a continuar. Ella hubiera preferido un descanso, tal vez un vaso de agua.
De repente se detuvo. Poco a poco acariciaba en círculos su trasero para suavizar el escozor de la carne.
“Creo que ahora está bien caliente,” dijo el más joven. “Listos para el castigo de verdad”.
¿Calor? Ella estaría muy feliz de que se detuviera allí. El aspecto de su culo era rojísimo. Se preguntaba si tenía moratones.
El hombre más joven la cogió nuevamente por los pelos y la puso a sus pies. La llevó al extremo del sofá y la empujó hacia abajo, sobre el apoyabrazos, de manera que su rostro estuviese oculto entre los cojines. Se sentó junto a su cabeza y una vez más, cogió sus muñecas. El otro hombre estaba detrás de ella y sintió como sus manos la acariciaban.
Ella quería gritar para protestar, pero había algo en su voz que intuía una nueva escalada si se resistía. Se mordió los labios y murmuró en voz baja:
“Agárrala fuerte,” le dijo el hombre mayor a su compañero. “Este le va a doler.”
Y lo que le ha hecho, ¿ya no le dolía? Ella quería dejar escapar su desafío, pero no se atrevía. En cambio, apretó los dientes y esperó. Gracias a Dios, él administró los azotes con la cane rápidamente, una salva de fuego rápido contra su pobre y amoratado trasero. Con el último azote dado en medio de sus nalgas, sintió como si su trasero estuviera ardiendo. Pero, al menos, había terminado. Su culpabilidad estaba purgada.
El hombre dejó la cane y con mucha suavidad acariciaba sus nalgas y caderas. Deslizó una mano entre sus piernas, introduciendo un dedo en su vagina.
“Ella está preparada para ser penetrada,” le dijo al hombre, todavía sentado cogiéndola por las muñecas. “¿Quieres ser el primero?”
“No,” dijo el otro. “Lo haré el último.”
El hombre mayor se puso detrás de ella. Esta le oyó desabrocharse la cremallera y sintió su polla contra su coño. La deslizó fácilmente porque estaba muy húmedo. Empezó a follar despacio, casi con cuidado, como si estuviera saboreando cada momento. Mientras lo hacía, humedecía su dedo y lo presionaba suavemente contra su culo, repitiendo el gesto varias veces hasta que ella lo humedeció con su saliva. Ella sabía lo que iba a venir. Retiró su polla, luego presionó  contra su ano que estaba un poco apretado. Instintivamente, se puso tensa pero su polla era insistente y entró poco a poco.
El hombre sentado al lado de ella desabrochó los pantalones de su traje. Al sacar su polla, su nariz captó una bocanada de su olor almizclado, antes de colocar su polla entre los labios. Se abrió para recibirle y empezó a follar su boca, acompasando sus embestidas para sincronizarlos con los de la otra polla que estaba metida en su culo. El hombre mayor fue primero, suspirando mientras eyaculaba en el interior de ella. Poco después, el otro hombre se corrió en su boca. La sacó y le ofreció su pañuelo para que lo escupiera. Así lo hizo, luego se limpió también su trasero.
Ella se puso de pie, subiéndose sus bragas, alisando su vestido. Ella no tenía nada que decir, porque nada parecía esperar. El joven le mostró la puerta.
“Tenemos que escribir un breve informe,” dijo él, estando en el umbral. “Diremos que todo fue satisfactorio. Y, por supuesto, enviaremos el video.”
“¿El video? Nadie había mencionado tal cosa.” “¿No se lo tenían que haber pedido a ella?
“Oh, sí,” dijo el hombre. Él insistió en ello.

3 comentarios:

  1. No hay nada más humillante que el que tu Dueño te desprecie tanto, que haga que otras personas se encarguen del castigo a su sumisa...Es duro, muy duro...

    Dulce{Adriano}

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  2. Dulce, qué bien has captado el espíritu y el tema principal de este post. He de decirte que tenía mis reservas en este aspecto de que alguien lo captara...

    feliz día

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  3. Me alegro enormemente de haber captado lo que usted deseaba expresar...

    Mis respetos hacia usted y un saludo.

    Dulce{Adriano}

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